El «congelamiento» de la pertenencia del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) a la Internacional Socialista y su decisión de avanzar en la conformación de otro agrupamiento mundial marca una nueva etapa en la crisis de la entidad matriz de la izquierda democrática global. El propio líder del SPD, Sigmar Gabriel, escribió que «la Internacional Socialista ya […]
El «congelamiento» de la pertenencia del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) a la Internacional Socialista y su decisión de avanzar en la conformación de otro agrupamiento mundial marca una nueva etapa en la crisis de la entidad matriz de la izquierda democrática global. El propio líder del SPD, Sigmar Gabriel, escribió que «la Internacional Socialista ya no es la voz de la libertad» y pidió dejar de convivir con los déspotas, al tiempo que señalaba que la IS carece de respuestas frente a la crisis global. Se refería a los dictadores de Túnez y Egipto, desalojados del poder por movilizaciones populares, cuyos partidos formaban parte de la IS. Su expulsión, el día después de la revolución sólo dejó en evidencia que hasta el día antes esos grupos pertenecían a la organización fundada en Alemania en 1951. En América Latina ocurre algo similar. El PRI mexicano, el orteguismo nicaragüense (convertido al catolicismo y al antiabortismo radical) y el APRA peruano, alejado hace años de sus orígenes nacionalistas populares serían, de acuerdo a sus credenciales de afiliación a la IS, fuerzas socialistas y democráticas.
Frente a este panorama, los socialdemócratas alemanes -que acaban de cumplir 150 años de vida- pusieron en marcha la Alianza Progresista, por el momento más una red que una nueva burocracia internacional. La flamante plataforma «tratará de encontrar respuestas comunes y progresistas a los desafíos internacionales, como la lucha por afianzamiento la dimensión social de la globalización y el progreso durable, la batalla contra el cambio climático, la defensa de los derechos humanos (incluidos los específicos de las mujeres) y de la democracia, además de la paz y la seguridad». Al menos eso dijeron días atrás en ocasión del congreso del SPD en Leipzig. Nuevas reuniones, en Estocolmo y Túnez, irán definiendo los siguientes pasos. Según informa la revista electrónica francesa Mediapart, el presidente de la IS, Yorgos Papandreu, desaprobó la iniciativa, considerando que la misma divide a las fuerzas de izquierda. Pero Papandreu y el chileno Luis Ayala tienen una gran parte de la responsabilidad de la actual situación de la Internacional, y con sus posiciones defensivas y justificatorias del «gran rol» de la IS en el mundo constituyen una suerte de freno a cualquier renovación. Al parecer, antes de su salida, los socialdemócratas alemanes intentaron promover a la cúspide de la organización al ex presidente de Chile Ricardo Lagos pero no lograron remover al dúo Papandreu/Ayala.
El premier francés François Hollande y su partido se negaron a salirse de la IS: «La IS es una organización que tiene una gran historia, que juega un rol importante en África [sic], que hay que reformar pero que no abandonaremos», declaró el primer secretario del PSF Harlem Désir.
Y África es justamente un ejemplo de las ambivalencias socialistas: mientras los partidos socialdemócratas africanos (identidad no siempre clara al sur del Sahara) luchan contra variopintas dictaduras, las razones de estado de los socialistas franceses suelen colocarlos del lado del los autócratas como sucede en el Camerún con Paul Biya, cuyo mandato ya se cuenta en décadas.
Crisis de identidad
Las crisis son múltiples. En verdad, la IS atraviesa una verdadera crisis político/ideológica (y moral), que se articula con una crisis de identidad de la Internacional Socialista a nivel global. Si en los 70 la IS fue un paraguas de partidos de izquierda de todo el mundo, en contexto de dictaduras (hasta Firmenich pidió el ingreso de Montoneros) hoy sus contornos se difuminaron por completo. Por una parte, la tercera vía de Tony Blair borró las fronteras con el social-liberalismo vulgar; por la otra, los nuevos líderes están a años luz de las dimensiones intelectuales de Willy Brandt u Olof Palme. Muchos, como Felipe González, se volvieron lobbystas de grandes intereses empresariales… En Grecia, España y Portugal, la crisis estalló en manos de socialdemócratas, sin que sus propuestas se distinguieran, en esencia, de las de la derecha.
Las demoledoras críticas de Beatriz Talegón en febrero de este año no fueron un rayo en cielo sereno. La líder juvenil española reclamó públicamente que la Internacional deje de hacer política desde lujosos hoteles de cinco estrellas y se conecte con los sectores sociales que resisten las embestidas del capitalismo neoliberal. Pero si no sorprendieron mucho esas críticas, tampoco resulta extraño que entre los indignados a los que buscaba acercarse esas críticas no tuvieran eco y aparecieran como funcionales a las pujas internas por el poder. La capacidad de atracción socialdemócrata sobre la juventud se ha ido erosionando al no poder mostrar alguna idea disruptiva o creativa frente a la crisis actual.
Luego vendría el «affaire Cahuzac». El renunciante ministro francés de Hacienda Jérôme Cahuzac confesó haber depositado plata en Suiza y Singapur, pero mintió en la magnitud del fraude. La fuga de capitales es mucho mayor. Y todo esto ocurre cuando aún no se acallaron los ecos de la sucesión de escándalos protagonizados por el ex el jefe «socialista» del FMI Dominique Strauss Kahn (DSK), quien cayó en desgracia luego de ser denunciado por una mucama de origen africano del hotel Sofitel por abuso sexual.
Su caso es extremo pero ilustrativo. En su libro La bella y la bestia, la amante de DSK, Marcela Iacub, una académica argentina conocida por sus análisis provocadores, no solo cuenta detalles escabrosos del caso. Pese a su innegable narcisismo, la autora describe también con agudeza el tufillo a Ancien Régime y la arrogancia aristocrática que caracteriza la visión del mundo que Strauss Kahn y su aun esposa legal, la millonaria Anne Sinclair, predican en privado: para ellos, hay personas hechas para mandar y conquistar el poder y la gloria, mientras el resto de la humanidad, los de abajo, está para servirlas desde el anonimato. No es un detalle menor que Strauss-Kahn -con estos antecedentes- llegara a la cúspide del socialismo francés.
«Libertad, justicia, solidaridad»
Pero la nueva Alianza Progresista también genera dudas. ¿Hasta dónde llegará su audacia para proponer cambios transformadores? Pese a las críticas de Gabriel y al lema «primero las personas, no los mercados», los partidos a los que se dirige la nueva «internacional» son el Partido Laborista británico, el PSOE español, el Partido Democrático italiano, el Partido del Congreso indio o el Partido Demócrata de EEUU. ¿Saldrá de allí algo realmente novedoso? ¿Logrará la AP atraer al Partido de los Trabajadores brasileño que en 2003 rechazó afiliarse a la IS y participa del Foro de San Pablo?
En Europa ahora los partidos socialistas luchan para evitar que parte de sus electorados migren a algunos de los partidos de izquierda, como ocurre en Francia con el Front de Gauche -liderado por Jean-Luc Mélenchon- y en Alemania con Die Linke, donde ex comunistas del Este alemán conviven ex socialdemócratas de izquierda del oreste, como Oskar Lafontaine. Más fuerte aún es Syriza en Grecia, y en Bloco de Esquerda ha despuntado en Portugal. Pero también otras fuerzas más pequeñas que atraen votos juveniles, como los Partidos Piratas de Suecia y Alemania. Simpatizante de los procesos de Venezuela y sobre todo de Ecuador, Mélenchon propone poner en pie un Foro Mundial de la Revolución Ciudadana, retomando el mote con el que Rafael Correa bautizó al proceso que lidera en Ecuador.
¿Qué tiene para ofrecer hoy la idea socialdemócrata? En teoría, justicia social con libertades. Pero existe una fuerte pérdida de creatividad de la socialdemocracia para actuar en un capitalismo deslocalizado. Las propias izquierdas de los partidos socialistas que no se han salido de sus organizaciones se han quedado sin capacidad de presión sobre las direcciones «social-liberales». Sin mística, casi sin identidad, la socialdemocracia se va quedando «antigua», sin posibilidades de interpelar a las nuevas generaciones. Quizás sea cierto, como escribió Raffaele Simone (El monstruo amable. Nuevas visiones sobre la derecha y la izquierda), que la izquierda la tiene difícil en el actual mundo narcisista/consumista. Pero la paradoja es que la crisis de la idea y la práctica socialdemócrata coincide con un fuerte desprestigio del capitalismo neoliberal. Cuando más se necesita un reformismo social consecuente y radicalmente transformador.