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Entrevista a Esteban Hernández, director de la sección de Opinión de El Confidencial

El fin de una era y el rencor de las clases dominantes

Fuentes: Rebelión [Imagen: Esteban Hernández durante la entrevista. Créditos: Espai Marx]

Director de la sección de Opinión de El Confidencial, analista político reconocido y muy leído, Esteban Hernández es autor de El fin de la clase media (2014), Los límites del deseo. Instrucciones de uso del capitalismo del siglo XXI (2016), El tiempo pervertido. Derecha e izquierda en el siglo XXI (2018) y Así empieza todo (2020).

Su último libro publicado, en Foca Investigación, lleva por título El rencor de clase media alta y el fin de una era. En él centramos una buena parte de esta entrevista.

Salvador López Arnal.- ¿Qué tipo de rencor es ese rencor de clase media alta al que hace referencia en el título de su último libro? ¿A qué sectores alude con la categoría «clase media alta»?

Esteban Hernández.- Existe una paradoja en esta época. En España, y en general en los países occidentales, las clases medias son mayoritariamente dominantes como categoría política. Aunque buena parte de la población posea recursos propios de la clase trabajadora, y por más que sus empleos pertenezcan también a esa categoría, la autopercepción es de clase media. Ya sea por motivos culturales, de formación, aspiracionales o por simple mímesis, la gran mayoría de la gente dice de sí misma que pertenece a la clase media, con los matices que se quiera. Al mismo tiempo, vivimos procesos de desigualdad que implican fundamentalmente el adelgazamiento de esa categoría social: hay una bifurcación que provoca que partes de esa clase, las menos, asciendan socialmente y otras, las mayoritarias, que desciendan en la escala y se convierta en clase obrera. La mayor parte de las clases medias están descubriendo que eran pobres en excedencia, o clases trabajadoras en excedencia. De modo que tenemos una situación material en la que la pérdida de nivel de vida y de oportunidades de futuro es mayoritaria, al mismo tiempo que la autopercepción como clase media es cada vez mayor. Y eso tiene consecuencias políticas en distintos niveles.

Salvador López Arnal.- Por ejemplo.

Esteban Hernández.- Por una parte, porque está generando un evidente malestar, que todavía no ha sido aprovechado políticamente de manera clara por ningún partido en concreto.

Hasta ahora, ha existido una separación política evidente entre los proyectos de izquierda y derecha, es decir, socioliberales y neoliberales, que han conformado dos idearios, uno progresista y otro económicoliberal, a los que las poblaciones que votan se han ido adscribiendo y van dando su apoyo. En ese terreno, cada vez las discusiones están más cargadas de moralismo y menos de proyectos políticos, y por eso las cuestiones culturales están siendo relevantes.

Salvador López Arnal.- Sin embargo, no son inexistentes las apelaciones a la clase obrera…

Esteban Hernández.- Las apelaciones a la clase obrera no funcionan, ni pueden funcionar en un instante en que casi nadie se reconoce como tal. Se ha intentado movilizar a las poblaciones desde nuevas categorías, el pueblo y las élites, por ejemplo, derivando hacia la visión populista, no sólo porque fuera más útil o más pragmático, sino porque era mucho más sencillo que las poblaciones se reconocieran en ese vocabulario que en el tradicional de clase. Sin embargo, ese viraje populista no ha encontrado tampoco un proyecto en el que esas categorías pudieran reconocerse: las apelaciones al se han formulado desde espacios claramente vinculados con la derecha y la izquierda tradicionales. Ocurrió con Podemos, que rápidamente viró desde un mensaje populista indefinido hacia el intento de derribar el régimen del 77, algo que la gente no entendía bien, que le resultaba extemporáneo, después hacia la simple intención de sacar al PP del Gobierno, luego hacia el combate contra la extrema derecha y ahora ya contra Yolanda Díaz. Desde el otro lado del espectro político, las posiciones antiestablishment estaban también claramente vinculadas a la derecha tradicional española, con lo que no había elementos de novedad por una parte ni por la otra, y tampoco se ponían sobre la mesa visiones o soluciones que pudieran ser reconocidas por la gente como útiles para su vida diaria.

Esto es peculiar, en la medida en que si hay un pueblo que va perdiendo nivel de vida y posibilidades de futuro, que es claramente mayoritario, la puerta está abierta para que opciones políticas identifiquen ese humor social y esas necesidades y pudieran crecer notablemente ofrece grandes posibilidades políticas.

Salvador López Arnal.- Pero no ha ocurrido así hasta el momento.

Esteban Hernández.- No ha ocurrido así, vivimos en la polarización entre dos bloques que no son capaces de tejer un proyecto para España. Y esto es así porque durante los últimos años no ha existido una posición ideológica ni un proyecto político autónomo de las clases populares, se denominen estas clases medias, pueblo o como se quiera. Ha habido dos proyectos en los que las élites han marcado el paso y a los que la gente se ha ido adscribiendo.

Salvador López Arnal.- Habla también en su ensayo del rencor entre las élites. «Los rencores de elite» y «El rencor de las elites» son los títulos de apartados del libro.

Esteban Hernández.- Hay que entender que, en ese proceso de separación dentro de las sociedades occidentales, y de la española como parte de ellas, la brecha más decisiva políticamente se ha abierto entre las élites. En términos materiales sin duda, porque la distancia entre el 0,001 por ciento y el 10 por ciento con más recursos se ha hecho mucho más profunda. En el proceso de acumulación que han supuesto las décadas de la globalización, una muy pequeña parte de la sociedad ha ganado mucho más que el resto, incluyendo a los de su propia clase. Y esa separación tiene un coste, que se ha traducido en divergencias culturales profundas, en proyectos de sociedad distintos, pero también en notables tensiones internas.

Esta quiebra ha sido la más significativa desde la perspectiva política. Se suele hablar de los perdedores de la globalización, una categoría que se refiere a los trabajadores industriales de Occidente, y a través de ese segmento de la sociedad se tratan de explicar fenómenos como el Brexit, la elección de Trump o el ascenso de Le Pen. En definitiva, partes resentidas de la sociedad que no se adecúan al progreso y que tratan de tirar hacia atrás de la cuerda de la Historia. Toda la retórica sobre la nostalgia que suelen utilizar las facciones progresistas proviene de esa lectura. Sin embargo, esa explicación dista mucho de reflejar los movimientos tectónicos que esta época ha supuesto.

Salvador López Arnal.- ¿Y quiénes han sido los grandes ganadores de esta época?

Esteban Hernández.- Los grandes ganadores de esta época han sido las élites financieras, las ligadas a los fondos de inversión pasiva, a los hedge funds, al private equity y demás vehículos de captación de recursos, que han aprovechado además las condiciones favorables de los bancos centrales para expandirse notablemente. Ese cambio, muy ligado a las inversiones en tecnología y a la apertura de nuevas áreas al mercado, tuvo que realizarse mediante el desplazamiento de las viejas élites, cuya mentalidad y posición era muy diferente.

Salvador López Arnal.- ¿Cómo se produjo este proceso?

Esteban Hernández.- Ocurrió en dos planos. Las élites ligadas a la industria nacional, a la alta administración estatal, a la judicatura, al ejército y a la iglesia se vieron desplazadas por la irrupción definitiva de las nuevas clases financieras, que tenían un carácter global y que poseían una visión rentista. Eran mucho más rápidas, no estaban ligadas a los territorios y tenían una forma de gestionar la economía muy diferente. Sus costumbres, además, eran otras.

En el caso español, las élites tradicionales que permanecieron en sus espacios vieron cómo su nivel de vida se reducía sustancialmente si se comparaba con esos nuevos ricos, por lo que muchas de ellas intentaron vincularse con el capital global. Las élites españolas ahora son fundamentalmente aquellas que intermedian con el capital foráneo, ya sea mediando en sus inversiones, ya gestionando en puestos de élites empresas que ya no son españolas. El Ibex es buena muestra: los CEO suelen ser empleados especialmente bien remunerados de accionistas, y los principales son fondos, pero no son más que empleados.

Gran parte de la industria española desapareció, las empresas nacionales no cotizadas fueron adquiridas en su mayor parte por firmas globales, y aquellas personas que tenían recursos y poder porque poseían empresas, pasaron a ser personas que tenían muchos recursos pero mucho menos poder.

Salvador López Arnal.- Describe lo que ha ocurrido en los países europeos…

Esteban Hernández.- En todo Occidente ocurrió así. El ejemplo estadounidense es pertinente, porque allí aparecen unas élites locales, las del interior de EEUU, que continúan siendo ricas, cuyas posesiones son inmobiliarias, tienen inversiones en franquicias, siguen siendo influyentes en sus territorios, pero poseen mucho menos peso que las élites financieras y tecnológicas de las costas. De esa separación se benefició Trump.

Al mismo tiempo, esta separación ocurrió también a nivel mundial, y las élites nacionales perdieron recurso e influencia respecto de las globales. Hay que insistir en que esta brecha supuso la emergencia de nuevas formas de pensar y de gestionar la economía y también de nuevas formas de percibir la sociedad, que se tradujeron en divergencias culturales significativas. El arraigo contra lo fluido, el peso de lo local frente a la movilidad continua, el corto plazo permanente contra la estabilidad y demás características que constituyen las divergencias de nuestro sistema tuvieron una expresión evidente en estas tensiones entre élites, que explican bastante bien las nuevas luchas conservadoras, y las nuevas derechas, frente a esa tecnocracia financiera, que se ha instalado como establishment, y cuya forma de pensar ha penetrado todo tipo de instituciones internacionales, desde los bancos centrales hasta el FMI, pasando por Bruselas. Las grandes consultoras han sido una potente punta de lanza intelectual de todo este cambio, ya que fueron quienes introdujeron nuevas culturas organizativas y de gestión en las grandes firmas, de modo que las empresas y las instituciones quedaron imbuidas de la misma forma de pensar la economía.

Salvador López Arnal.- Habría que recurrir a otro Marx, señala en su ensayo, al analista de las sociedades de su tiempo, como demostró en El 18 brumario de Luis Bonaparte y Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, que ofrece pistas interesantes para entender nuestra época. ¿Qué pistas son esas?

Esteban Hernández.- Si juntamos ambos elementos, entenderemos que los grandes cambios en las últimas décadas en nuestro sistema productivo, y por tanto en las relaciones de producción y en el sistema social, han venido desde las élites. En el 18 brumario, Marx hacía un análisis finísimo respecto de un momento social en el que una clase emergente, la burguesía trataba de adquirir un espacio mucho más relevante desplazando a la aristocracia en Francia. Pero era un instante todavía inconcreto, en el que las placas no habían acabado de encajar. Había partes de la sociedad con distintos intereses, como un proletariado urbano que todavía era informe políticamente, los campesinos, los artesanos y pequeños comerciantes, la burguesía industrial, la financiera y los aristócratas, entre otros. En nuestra época, vemos cómo esa categoría general, clases medias, se ve dividida en trabajadores del sector servicios, funcionarios, pensionistas, pequeños empresarios, autónomos, algo de burguesía industrial, agricultores y ganaderos, profesionales liberales, la gran mayoría de salarios escasos, y todos ellos determinados por su posición en los territorios, hay grandes diferencias entre lo rural y lo urbano, y por su edad y género. Lo que cuenta Marx es cómo los movimientos en la cúspide de la pirámide social fueron atrayendo hacia su lado a todos esos segmentos con intereses muy divergentes y acabaron subordinándolos a sus luchas.

Salvador López Arnal.- Y usted sostiene que nuestra época tiene semejanzas.

Esteban Hernández.- Nuestra época tiene semejanzas, algunas significativas, y la obra de Marx puede servir para enseñarnos muchas cosas sobre esos acoplamientos.

Es relevante, sin embargo, que el escenario que se describe no podía ser leído en términos marxistas clásicos, como un enfrentamiento entre clases obreras y burguesas, dado que ninguna de las dos estaba conformada como tal: era un periodo de tránsito en el que los ajustes se estaban produciendo, y lo que aparecía era una sociedad en su pluralidad, con intereses económicos, culturales y sociales diversos, que fueron girando hacia un lugar o hacia otro, pero en el que la dirección la marcaban las élites. Así ocurre en nuestra época: ha sido el desplazamiento instigado desde las élites actuales el que ha transformado la sociedad y continúa transformándola. Por lo tanto, es mucho más interesante acudir a las teorías de esos pensadores que James Burnham calificaba como los «maquiavelistas» para entender lo que ocurre y para operar políticamente. La posibilidad de aunar distintos intereses de las diferentes clases es la estrategia ganadora, y me temo que apenas se está pensando en esto. Precisamente porque no hay un proyecto para esa clase media indefinida que es el centro de nuestra sociedad. Actuar en estos términos políticos es esencial desde un punto de vista sistémico, y no sólo desde una posición partidista en el ámbito ideológico.

Salvador López Arnal.- Ortega y Gasset, sin ninguna duda, es el pensador más citado en su libro, con el que más dialoga. ¿La filosofía del autor de La España invertebrada está a la altura de nuestras circunstancias?

Esteban Hernández.- El capítulo dedicado a Ortega y Gasset y España invertebrada tiene que ver con esta perspectiva, ya que su lectura de cómo en épocas de declive cada facción social y territorial se refugia en sus particularismos es muy pertinente hoy, y está realizada desde esa visión desnuda del poder que tan útil suele ser en estas épocas. Hay muchos matices acerca de la posición de Ortega, y en el texto quedan reflejadas, pero aquel análisis orteguiano es relevante.

Salvador López Arnal.- ¿La nueva era vendría caracterizada, como eje dominante, por una nueva guerra fría entre Estados Unidos y la República Popular China?

Esteban Hernández.- La guerra fría entre EEUU y China tiene muchas consecuencias, y una de ellas, la principal debería ser la toma de conciencia respecto de la importancia del frente interno. Para entender esto hay que dar una vuelta por Maquiavelo, pero también por el mapa global que está configurándose. Hemos entrado en un periodo de desglobalización. Esto significa, en primer lugar, que EEUU ha dado marcha atrás en la globalización y está reforzando su hegemonía desde el aumento de las capacidades nacionales. Hay reindustrialización, una reestructuración de sus cadenas de suministro y medidas proteccionistas, también frente a Europa. Además, hay una expansión obvia de sus empresas: el petróleo y el gas licuado vuelven a tener precios altos, y EEUU es una nación exportadora gracias al fracking, que para ser rentable necesita precios elevados. Al mismo tiempo, continúa su expansión exterior a través de los fondos de inversión, de diferentes clases y posicionamientos de mercado, que están adquiriendo empresas de todo el mundo, y también europeas, gracias a los bajos precios. Las empresas del Ibex, por ejemplo, son de titularidad extranjera: el capital nacional ya no es decisivo en ellas, y ni siquiera influyente, en muchos casos. Las grandes tecnológicas, de bandera estadounidense, continúan siendo compañías muy relevantes y con gran poder de decisión. De modo que, por un camino y por otro, EEUU quiere reforzarse interiormente al mismo tiempo que continúa expandiéndose.

Salvador López Arnal.- ¿Y cómo actúa China?

Esteban Hernández.- China actúa de la misma manera, aunque por otros medios. Sus planes de expansión a través de la iniciativa Belt and Road, y sus planes estratégicos de desarrollo precisan de conexiones de comercio poderosas, ya que necesita materias primas y mercados exteriores para vender sus productos. China trata de mantener viva la globalización porque necesita esas interconexiones. Es cierto que posee una baza todavía no utilizada, como es un mercado interno de 1.400 millones de personas, con el que podría compensar la pérdida de mercado exterior, pero dado que las exportaciones continúan a buen ritmo todavía no ha percibido la necesidad, y es interesante, de reforzar su mercado interior. China se ha convertido en la fábrica del mundo y quiere seguir siéndolo, con todo lo que eso ha conllevado de desindustrialización no sólo en Europa, también en América Latina y África, que han visto empequeñecidos sectores que no eran poderosos.

Junto a ellos, hay una serie de países que actúan como no alineados, desde India hasta Turquía o Arabia Saudí, y que están fortaleciendo sus capacidades nacionales aprovechando la tensión entre los dos principales países.

Salvador López Arnal.- Un nuevo orden mundial se está configurando.

Esteban Hernández.- En este nuevo reparto de cartas internacional, en el que está intentando configurarse un orden diferente, del que la guerra de Ucrania es parte, aparece un movimiento significativo. China lidera un bloque en el que también aparecen Rusia, India, Brasil, Sudáfrica (los BRICS), que cuenta cada vez con mayores y mejores relaciones con Arabia Saudí, Catar o Argentina, que está empujando Asia hacia una posición muy relevante en el orden internacional, y cuyas conexiones con África y América Latina son notablemente importantes. Todos estos países, a los que podemos sumar Indonesia, Pakistán e Irán, son proveedores de materias primas y productos básicos a nivel mundial y cuentan, en conjunto, con demografía y mano de obra masiva, industria (porque la relocalizamos allí), cada vez más capital, y ahora tecnología, ya que China ha avanzado significativamente en ese aspecto.

Dicho de otra manera, Occidente tendría las finanzas, la moneda y el mercado de alto poder adquisitivo (además del ejército estadounidense), mientras que esa esfera emergente y que demanda ya un mundo multipolar, contaría con las bazas típicas de la producción: mano de obra, materias primas, industria. Ese reparto tiene ventajas para Occidente, o las ha tenido durante la era global, pero ahora se dejan sentir también los problemas: cuando hacen falta esa clase de bienes no están disponibles, como ocurrió en la primera fase del Covid, o son muy caros, porque al haber escasez los precios se disparan, producto también de la especulación que permiten cadenas con muy pocos lugares de producción y pocos y poderosos intermediarios, en general financieros. Ocurre con la energía y también con muchas otras cosas.

Hasta ahora, esto no era gran problema porque había una interconexión directa entre el mundo de la producción y el de las finanzas, ya que ambos se reforzaban: la mano de obra barata asiática generaba muchos más beneficios a los accionistas de las grandes firmas. No eran esferas separadas, sino dos partes de la misma. Por eso los grandes ganadores de la globalización han sido el Estado chino y Wall Street. Y por eso ambos intentan mantener viva la globalización lo máximo posible.

Ahora es mucho más complicado.

Salvador López Arnal.- ¿Por qué esa mayor complejidad?

Esteban Hernández.- Porque al comenzar la guerra fría entre EEUU y China, los aspectos nacionales se vuelven mucho más relevantes. Y aquí ocurre algo significativo: las tensiones entre un bloque y otro son territoriales, pero están expresadas en términos muy semejantes a los de clase. Los países de la producción y de las materias primas están construyendo su discurso a partir de la tensión entre un mundo occidental que ha explotado al tercer mundo y a los países emergentes y que debe dejar de hacerlo. Ese es el mensaje que China y Rusia están trasladando a la esfera no occidental: liberaos de la opresión a la que Occidente os ha sometido y China os ayudará.

Tampoco es extraño que así ocurra, dado que la reacción frente al establishment de la globalización en el interior de Occidente ha tenido lugar en esos mismos términos: la oposición ha venido desde el lado nacional, Make America Great Again, o Reino Unido, o Francia. Era la propuesta de salida del declive: reforzarse en el aspecto nacional conllevaría también la recuperación de ciertas capacidades productivas, así como la defensa de los nacionales, lo que permitiría encontrar una salida al descenso en el nivel de vida. Con ese eje, lo nacional como protección, han crecido las derechas en Occidente, y se han convertido en desafiantes del orden establecido.

Salvador López Arnal.- ¿Estaríamos pues en un fin de era, estaríamos en una época de desglobalización selectiva?

Esteban Hernández.- En esta configuración, lo que tenemos es, como Europa, un papel especialmente complicado. La guerra fría entre China y EEUU nos debilita, porque fortalece a ambas potencias, y deja a los europeos en una situación bastante más difícil. Alemania sigue pensando en que sería idóneo continuar en ese mundo en el que el gas barato le permitía impulsar su industria y proseguir una relación comercial intensa con China, pero ya no es posible. Cada país comienza a mirar por sus propios intereses, y las divergencias entre Francia, Alemania, los países del Este, los del Norte y los del Sur pueden hacerse más profundas.

Salvador López Arnal.- ¿Y cómo se podría reaccionar ante esta situación que describe?

Esteban Hernández.- Cómo reaccionar a esta época en que la geopolítica va a ser muy influyente en las políticas internas de cada Estado es una pregunta pertinente, que suele responderse desde una suerte de intento de continuidad con el pasado. La desglobalización selectiva es esto: vamos a fortalecer Europa en el plano energético y en el tecnológico, así como en el militar, y continuar operando del mismo modo, con la misma primacía de lo financiero sobre lo productivo en todo lo demás: con el mismo tipo de trampas para las poblaciones y los países a que nos llevó la globalización.

No funcionará, porque hará más fuertes a EEUU y a China y más débil a Europa.

En este sentido, hay una enseñanza de Maquiavelo que resulta especialmente pertinente, como es la enorme relevancia de contar con armas propias a la hora de jugar un papel internacional, y sirve tanto a nivel puramente español como a efectos europeos. En general, este término suele ser entendido desde la necesidad de reforzarse militarmente o, en el mejor de los casos, de reforzar las capacidades productivas propias. Desde luego, esto último es esencial: la industrialización y, sobre todo, la vuelta a la economía real, con la supeditación de lo financiero a lo productivo, a hacer cosas de verdad en lugar de especular y apostar con instrumentos financieros cada vez más complejos y alejados de la realidad es esencial, completamente esencial, para que la vida de la gente comience a ser mejor y para que España y Europa tomen un rumbo adecuado. Pero armas propias también, en el pensador florentino, alude a algo muy relevante: la necesidad de cohesión interna, de equilibrio entre los pocos y los muchos, de afianzamiento de las sociedades a través de la legitimidad.

El caso chino es obvio: pueden tener un régimen autoritario y vigilante, pero el humor social es positivo porque perciben un mejor nivel material en grandes partes de la población y una esperanza en que el futuro será mejor, tanto en términos nacionales como individuales. En España, en Europa, en Occidente, es justo al revés, y eso nos vuelve mucho más débiles. Es imprescindible, por tanto, poner en marcha un sistema económico que recupere capacidades, que aumente el nivel de vida, que se vuelque en la economía real, que haga que volvamos a tener esperanza en el futuro. Y esto como imperativo sistémico, como el arma propia más importante de todas, porque de ella dependen las otras.

Salvador López Arnal.- Lo señalado parece la conclusión de una inferencia deductiva, buen sentido común…

Esteban Hernández.- Formulado así, parece de sentido común, pero es bastante complicado, porque implica reformas sustanciales respecto de cómo se rige la economía, de cómo se invierte el capital, del papel del Estado y de las condiciones de funcionamiento del mercado. Implica desenredar la globalización, esa conexión entre la mano de obra barata y Wall Street, de un modo de gestión que ha generado dividendos permanentemente a partir de la devaluación del factor trabajo, en cualquiera de sus escalas, desde el manual hasta el del pequeño y mediano empresario o el del profesional liberal, y que ha trastocado significativamente las relaciones de producción. Hay que insistir que estamos ante una necesidad en términos sistémicos, y también de perdurabilidad de una serie de valores que sin esa legitimidad material se devaluarían significativamente. Actuar de esta manera implica tirar del freno de mano y cambiar la marcha económica.

Salvador López Arnal.- En todo caso, sea como fuere, vamos a la desglobalización…

Esteban Hernández.- Vamos hacia la desglobalización, porque las tendencias internacionales lo marcan: cuando los dos Estados más importantes del mundo, EEUU y China, están en competencia, el margen de acción que dejan a los demás es reducido. Y esta nueva época, en la que ya estamos inmersos, puede tener diferentes expresiones ideológicas. Y resultará vencedora la que sepa atraerse a su esfera a las clases medias, ese sinónimo inconcreto de un montón de sectores sociales con intereses diversos que ha sido incapaz de tejer un proyecto político autónomo y común. Si ese proyecto aparece en algún momento, será decisivo, porque implicaría que las élites se verían presionadas para regresar a la vida real, concreta y territorializada en la que los demás vivimos, y no podrían pasarla por alto. Significaría que la historia está regresando porque las clases populares vuelven a tener palabra propia.

Salvador López Arnal.- Que así sea. Me quedan mil preguntas más, pero no quiere abusar de su tiempo y su generosidad.

Una sugerencia al lector de la entrevista: lean un libro valiente, con pensamiento propio, que enseña y da gusto leer.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.