¿Es tan importante el fútbol como para considerar que debería ser motivo de regulación y espacio de debate sobre lo beneficioso de asegurar su acceso universal? ¿Debería regularse el asunto por parte del Estado, con el fin de que el deporte rey llegue a todos los hogares, logrando así la universalidad del acceso? En […]
¿Es tan importante el fútbol como para considerar que debería ser motivo de regulación y espacio de debate sobre lo beneficioso de asegurar su acceso universal? ¿Debería regularse el asunto por parte del Estado, con el fin de que el deporte rey llegue a todos los hogares, logrando así la universalidad del acceso?
En cuanto al segundo punto, la respuesta me parece que debe ser aquella que nos acerque a la igualdad en el acceso antes que a la desigualdad en función de la diferencia económica y el beneficio empresarial de particulares. Pero, en cuanto a responder a la primera de las interrogantes, quisiera, antes de hacerlo, referirme a un ámbito que pertenece menos al de los fanatizados con el fútbol que al de los propensos a reflexionar sobre este deporte como fenómeno social, como fenómeno cultural.
No son pocos los intelectuales que han abordado el tema del fútbol y quisiera ejemplificarlo -y en relación con las posibles respuestas a esa primer pregunta- tomando dos casos paradigmáticos.
Por un lado, si pensáramos en los términos en que lo hizo Jorge Luis Borges respecto del fútbol, la respuesta sería muy clara: la mera idea de universalizar tal espectáculo le resultaría un canto a la idiotez, en tanto no solo consideraba que el fútbol era un juego antiestético, impulsor de nacionalismos indeseables y una actividad que lograba despertar las peores pasiones, sino que entendía que era popular porque la estupidez lo es.
Por otra parte, tenemos que Albert Camus -el escritor y filósofo argelino-francés, que supo en su juventud brillar como golero en su Argelia natal- no sólo llegó a afirmar que entre el teatro y el fútbol hubiera elegido «el fútbol, sin dudas», pero que su salud no se lo permitió, sino que al reflexionar sobre su obra tajantemente afirmó que «lo que más sé acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol». En este sentido, la idea de universalizar el acceso al fútbol no sólo sería posible de defenderse en términos de alguna forma de justicia vinculada a lo económico y a los derechos de acceso, sino que sería recomendable en cuanto es una forma por la cual se estaría universalizando valores deseables.
Presentados de esta manera al menos dos posibles posicionamientos -radicalmente opuestos- desde ese espacio de la intelectualidad, quisiera concluir esbozando mi respuesta al respecto.
El fútbol es ciertamente un juego que trasmite valores deseables, entre otros aquellos que tienen que ver con la importancia central de lo colectivo pero teniendo en cuento la virtud de lo individual. Es un juego que nos enseña respecto de heroísmos y grandezas -y también de fracasos y derrotas, asunto tampoco menor-, y sus enseñanzas respecto del esfuerzo y la superación personal en el marco de un objetivo final que es colectivo me llevan -en sintonía con Camus- a contestar afirmativamente también la primera interrogante: el fútbol es asunto importante. Y, claro, debería impulsarse que llegue a todos los hogares, también como forma de universalizar valores deseables.
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