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El futuro del amor

Fuentes: La Jornada

En el morro de Santa Teresa (con fondo de Pan de Azúcar y bahía de Guanabara), cada que mi hermano Fla Vieira (qepd) rasgaba la guitarra tratando de armonizar los versos de Dialéctica: «Por supuesto que te amo / Y que tengo todo para ser feliz / Pero ocurre que estoy triste…», la bella Marisa, […]

En el morro de Santa Teresa (con fondo de Pan de Azúcar y bahía de Guanabara), cada que mi hermano Fla Vieira (qepd) rasgaba la guitarra tratando de armonizar los versos de Dialéctica: «Por supuesto que te amo / Y que tengo todo para ser feliz / Pero ocurre que estoy triste…», la bella Marisa, indefectible, mostraba las uñas: «¿No me estás traicionando?»

Fla sonreía: «Vinicius (de Moraes) compuso este poema para nosotros. ¿Por qué negar la tristeza cuando uno se siente feliz?… ¡Nao chupe tamarindo aquéle que gosta do manga! (no tragar una cosa por otra)». Entonces, ella exhibía los dientes filudos de la pasión cuando busca la fusión perfecta de las almas, y exclamaba: «¡Palabras! ¡Palabras!»

Flavio y Marisa representaban eso que hombres y mujeres tratan penosamente de construir: cierta forma de amar que conlleva el egoísmo por partida doble. «Si queréis concederme todo lo que pido, mis votos concederán el éxito», le dijo la reina Artús a un caballero de Bretaña que caía en desfallecimiento con sólo ver un peine con unos cuantos cabellos suyos.

En El examen de los maridos (1625), el dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón describe las tribulaciones de dos tortolitos que a un tiempo sufren y disputan: «Pues, Inés, a examinar», dice el conde Carlos. «Pues, Carlos, a merecer», responde Inés.

La obra del mexicano fue, posiblemente, uno de los primeros intentos de someter el amor al análisis racional. El conde Carlos observa: «Séneca y Platón dijeron / que el amor no es racional; /que halla daño en el provecho / y halla dulzura en lo amargo».

¿Qué tanto han evolucionado las costumbres, los sentimientos y los pensamientos del amor desde aquellas cortes de amor del siglo xii que en el sur de Francia inventaron la «religión del amor», y el supuesto que asocia felicidad con realización del amor?

La interrogante se justifica por sí misma: a las muchas «d» que nombran las angustias de nuestra época (deuda, democracia, drogas, deforestación, desintegración, delito), los expertos en cosas del corazón vienen incluyendo otras tantas «d»: decepción, desconfianza, depresión, descalificación, desilusión.

No deja de ser interesante, pero uno queda pasmado cuando se entera que el proceso bioquímico del amor dura siete años, se inicia en la corteza cerebral, pasa a las neuronas y de allí al sistema endocrino, dando lugar a respuestas fisiológicas intensas.

¿El amor de los antiguos y el amor cortés fueron «más evolucionados» que el actual? Lo cierto es que ya estamos expuestos a mirar a alguien con pasión y encontrarnos con respuestas del tipo «la feniletilamina te inundó el cerebro que respondió mediante la secreción de dopamina y noropinefrina activando los neurotransmisores de tu arrebato sentimental».

«-¿Quieres decir que estoy enamorado/a?»

«-No sólo eso. También debes incluir a los péptidos o ‘sustancias del abrazo’, que activan la necesidad de tocar a la persona de tus pensamientos. El comportamiento sexual es otra cosa y depende de la dehidroepiandrosterona y la pheniletetinatamina (sustancia con efectos euforizantes o depresores), y se la relaciona con las emociones románticas».

Sospecho que, con otro lenguaje, un personaje del relato Cavar un foso (del escritor argentino Adolfo Bioy Casares) decía algo similar: «Los verdaderos presentimientos se forman en unas profundidades que nuestros espíritus jamás frecuentan… dentro de cada cual el pensamiento trabaja en secreto, no sabemos quién es la persona que está a nuestro lado…

«En cuanto a nosotros mismos -prosigue- nos imaginamos transparentes; no lo somos. Lo que sabe de nosotros el prójimo, lo sabe por una interpretación de signos; procede como los augures que estudiaban las entrañas de los animales muertos o el vuelo de los pájaros. El sistema es imperfecto y trae toda clase de equivocaciones».

En otro relato de Bioy (Una puerta se abre), un personaje atribulado repara en un anuncio de periódico: «¿Usted está convencido de que la vida lo ha cercado y atrapado, de que todo se le cae encima y de que no le queda otra escapatoria que el suicidio? Si no tiene nada que perder, ¿por qué no viene a vernos?»

El personaje concurre a una cita con el autor del anuncio, quien le dice:

«Yo soy el médico y usted es mi enfermo.»

-Yo no estoy enfermo ni soy suyo… -aclara el personaje-. En su aviso usted mismo ha descrito mi situación.

El doctor pregunta con súbita alarma: «¿No andará con problemas de dinero?»

-No, no es eso. Una mujer.

-¿Una mujer?… ¿Una mujer que no lo quiere? Por favor, señor, no me distraiga con niñerías.

-Una mujer que me quiere.

-Permítame, le voy a recomendar un sicoanalista.

Como el interesado se niega a esta opción, el médico propone:

«Mi sistema reconoce por base el principio irrefutable de que el tiempo lo arregla todo. En síntesis, mi buen amigo, yo a usted lo duermo y lo hielo. Cuando despierte (después de un sueñito de 50 o de 100 años), la situación ha evolucionado… Hago hincapié, eso sí, en que usted pierde lo que yo he de llamar la gran opción de la pareja. La última reunión de la pareja será siempre mi propósito irrenunciable».