Una corriente ideológica reaccionaría recorre el mundo instaurando una agenda ultra que está haciendo tambalear los pilares de la democracia occidental. Salvini en Italia, Le Pen en Francia, Trump en los EE.UU. o el recientemente investido presidente del Brasil, Jair Bolsonaro, son los ejemplos más paradigmáticos de este movimiento que se extiende imparable. Una oleada […]
Una corriente ideológica reaccionaría recorre el mundo instaurando una agenda ultra que está haciendo tambalear los pilares de la democracia occidental. Salvini en Italia, Le Pen en Francia, Trump en los EE.UU. o el recientemente investido presidente del Brasil, Jair Bolsonaro, son los ejemplos más paradigmáticos de este movimiento que se extiende imparable.
Una oleada ultraconservadora basada en un repliegue nacional, con un discurso y práctica anti-inmigración, constantes referencias religiosas y continuos ataques a las políticas de igualdad de género, contra las minorías -con el punto de mira sobre colectivos como el LGBTI-, con una animadversión delirante hacia las izquierdas o contra movimientos independentistas.
La degradación del denominado proyecto europeo, con sus políticas presupuestarias, económicas y migratorias, ha creado un escenario propicio para el ascenso y consolidación de unos partidos de extrema derecha que, con su retórica y demagogia, han sabido canalizar el rechazo provocado por esta Europa. La Europa de los mercados y las finanzas, y su nefasta gestión de la mal llamada crisis de los refugiados ha abierto la puerta a los discursos populistas y xenófobos, y al relato del miedo ante quien huye de la guerra o la miseria. Un cóctel explosivo que la extrema derecha emergente ha sabido aprovechar, en un ascenso que está reconfigurando el mapa político de los estados, y condicionando la acción de los gobiernos y el discurso del partidos. Unos partidos tradicionales -conservadores, liberales y socialdemócratas- que copian las recetas ultra, abriendo así la puerta a que la gente les pierda el miedo y prefiera votar al original. Una situación que condicionará las próximas elecciones al Parlamento europeo, pero también los comicios regionales y municipales.
En el estado español el estallido del 15-M y el posterior surgimiento de Podemos -canalizando el descontento social- eran un dique de contención al discurso ultra. No obstante, Vox ya ha entrado dentro del mapa político de la mano de los partidos que -irresponsablemente- le han hecho el juego, ya sea blanqueándolo como el PP y C’s, o atizándolo por interés electoralista como el PSOE. Finalmente, la inoperancia de una izquierda que naufraga, la no resolución política de la cuestión catalana y la beligerancia de la caverna mediática han hecho el resto.
Una situación, con contextos diferentes -tanto a nivel mundial, europeo como dentro de los propios estados-, pero con un denominador común: la indignación popular con la situación política, económica y social como consecuencia directa de la gestión neoliberal de un sistema que solo comporta la precarización de la vida. A todo ello, se le tiene que sumar el cansancio con la corrupción de unas élites políticas en connivencia con el poder económico y financiero. Ante esto, si no hay una respuesta creíble -consecuente y solidaria- a favor de la justicia social, de los derechos humanos y por el bien común, la extrema derecha y sus soluciones retrogradas continuarán avanzando en la «lepenización de los espíritus» y en unas conquistas político-electorales que nos llevan de vuelta a los tiempos más oscuros de la historia reciente. Cómo dice una célebre frase de Gramsci «el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer, y en este claroscuro surgen los monstruos.»
Jesús Gellida, politólogo e investigador social
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