Soy un apasionado helenista y no puedo evitar el recuerdo de frases grabadas en la piedra salidas de la sabiduría popular y de los numerosos filósofos de las ciudades-estado de la antigua Grecia y de la antigua Atenas; todas muy anteriores a la irrupción del pensamiento cristiano cuya teología está basada en buena medida en […]
Soy un apasionado helenista y no puedo evitar el recuerdo de frases grabadas en la piedra salidas de la sabiduría popular y de los numerosos filósofos de las ciudades-estado de la antigua Grecia y de la antigua Atenas; todas muy anteriores a la irrupción del pensamiento cristiano cuya teología está basada en buena medida en el platonismo y cuya doctrina social está basada en el estoicismo…
Pues bien, una de esas frases es tan lapidaria como controvertible pese a salir de una época tan fértil en ideas intemporales como la de «nada en exceso» que figura en el frontispicio del templo de Delfos. Me refiero a esa sentencia: «cuando los dioses desean castigar a un pueblo entregan su gobierno a los jóvenes».
Resulta superfluo decir que en materia política tradicional está todo inventado, que la única alternativa a la política tradicional es la política de la cooptación y el comunismo, con sus dos fases de desarrollo de las que China se encuentra en la segunda. Por consiguiente, toda afirmación axiomática está condenada a no ser necesariamente verdadera. Y ésta de la que hablo, ésta de que el gobierno de los jóvenes puede destruir a una sociedad, me parece rotundamente inaplicable en estos tiempos. Empezamos por que tampoco los ancianos en nuestra sociedad pintan nada en contraposición a la importancia que el Consejo de los mismos tenía en la antigua Grecia, madre de la política de altura hasta Montesquieu.
Precisamente en los tiempos que corren y en España sobre todo, los causantes de los mayores desaguisados, de los mayores abusos y de los mayores saqueos; de la mayor de las impericias, de la soberbia, de la altanería y de la política entendida como un medio bellaco de enriquecimiento personal, han sido gentes de edad media o más (excluidos los ancianos recluidos si acaso en las profundidades del poder judicial).
Las virtudes de la pujanza, de la nobleza y de la valentía típicas de la edad juvenil, ausentes en los personajes que llevan en la política veinte o treinta años o más, son rasgos del carácter de los principales componentes de las formaciones emergentes. Y en líneas generales esto puede asimismo aplicarse a los principios de tantos y tantas que empezaron su andadura política como «jóvenes» políticos pero quienes, por causa de unos mandatos muy prolongados, por su personal predisposición a la golfería y por la mayoría absoluta que les ha arropado, han sido tocados por la degradación generalizada. Es decir, el espíritu primigenio que caracteriza al espíritu sano juvenil ha desaparecido prácticamente en los políticos y políticas que ahora, afortunadamente, van a pasar a un segundo plano para dar paso a los nuevos «jóvenes». Todo ello con las excepciones preceptivas a toda regla general, tanto respecto a jóvenes como a provectos.
De ello deviene que líderes y expresidentes que en su día validaron la transición en España que tanto empeño ponen algunos en que agradezcamos, se han ido convirtiendo en iconos de la corrupción ideológica y de la corrupción moral. Corrupción susceptible de ser relacionada con este principio que podríamos formular así: «no se corrompe lo mediocre ni lo vulgar: sólo se corrompe lo excelso». Pues excelsos hemos de considerar a todos aquellos más o menos conocidos desconocidos a quienes inicialmente atribuímos el noble propósito de prestar servicio a nuestra sociedad porque se ofrecieron para ese fin…
En estos momento está en juego la política más cercana, la de pueblos y ciudades; la política que sentimos casi en nuestro corazón, la política más susceptible de amar o de odiar. Pues ¿qué nos importan un presidente del gobierno o los ministros de la política macroeconómica o de la política internacional aunque fueran competentes… si las policías, si los agentes tributarios o los funcionarios con los que habremos luego de vernos eventualmente las caras en nuestro pueblo o nuestra ciudad son esbirros, mamporreros, cómitres de barco y reflejo del despotismo de un cacique envilecido rodeado de concejales, todos dedicados sólo a robar al tiempo que nos hacen la vida imposible?
Los que ahora han entrado en la escena política para regir el destino de aldeas, pueblos y ciudades, mezclados jóvenes y mayores con espíritu juvenil aunque sólo sea porque se han sentido obligados para sacar a España de una situación prácticamente insostenible, tienen ante sí la tarea hermosa e ilusionante de no defraudarnos. Una tarea que incluso por sí sola puede ser mil veces más gratificante para un espíritu íntegro que todos los miles de millones arramplados durante décadas por ese ejército compuesto de canallas…
Jaime Richart es Antropólogo y jurista.
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