Traducido por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas
El problema, conocido desde hace mucho por los que estudian la cuestión alimentaria, ha acabado saltando a la opinión pública: la sustitución de la agricultura familiar, campesina, orientada a la autosuficiencia alimentaria y los mercados locales, por la gran agroindustria, orientada hacia el monocultivo de productos de exportación (flores o tomates), lejos de resolver el problema almentario del mundo, lo ha agravado. Habiendo prometido erradicar el hambre en el mundo en el espacio de veinte años, hoy en día hacemos frente a una situación peor de la que existía hace cuarenta. Cerca de una sexta parte de la humanidad pasa hambre; según el Banco Mundial, 33 países están al borde de una crisis alimentaria grave; incluso en los países más desarrollados los bancos alimentarios están perdiendo sus reservas; y volverán las revueltas del hambre que en algunos países ya han provocado muertes. Mientras tanto, la ayuda alimentaria de la ONU está comprando hoy a 780 dólares la tonelada de alimentos que el pasado mes de marzo compraba a 460 dólares.
La opinión pública está siendo sistemáticamente desinformada sobre esta cuestión para que no se dé cuenta de lo que está pasando. Y lo que está pasando es explosivo y puede ser resumido del siguiente modo: el hambre del mundo es la nueva gran fuente de beneficios del gran capital financiero y los beneficios aumentan en la misma proporción que el hambre.
El hambre en el mundo no es un fenómeno nuevo. En Europa han quedado para el recuerdo las revueltas del hambre (con el pillaje de los comerciantes y la imposición de la distribución gratuita del pan) desde la Edad Media hasta el siglo XIX. Lo que es nuevo en el hambre del siglo XXI XXX tiene relación con sus causas y el modo en que las principales causas son ocultadas. La opinión pública ha sido informada de que la irrupción del hambre está relacionada con la escasez de productos agrícolas, y que ésta se debe a las malas cosechas provocadas por el calentamiento global y las alteraciones climáticas; el aumento de consumo de cereales en la India y China; el aumento de los costes de los transportes debido a la subida del petróleo; la creciente reserva de tierra agrícola para la producción de agrocombustibles. Todas estas causas han contribuido al problema, pero no son suficientes para explicar que el precio de la tonelada de arroz se haya triplicado desde el inicio de 2007. Estos aumentos especulativos, tal y como los del precio del petróleo, son el resultado de que el capital financiero (bancos, fondos de pensiones, fondos hedge [de alto riesgo y rendimiento]) haya comenzado a invertir fuertemente en los mercados internacionales de productos agrícolas después de la crisis de inversión en el sector inmobiliario. En articulación con las grandes empresas que controlan el mercado de semillas y la distribución mundial de cereales, el capital financiero invierte en mercados de futuro con la expectativa de que los precios continúen subiendo y, al hacerlo, refuerza esa expectativa. Cuanto más altos sean los precios, más hambre habrá en el mundo, mayores serán los beneficios de las empresas y los retornos de las inversiones financieras. En los últimos meses, los meses del aumento del hambre, los beneficios de la mayor empresa de semillas y cereales han aumentado un 83%. O sea, el hambre de beneficios de Cargill se alimenta del hambre de millones de seres humanos.
El escándalo del enriquecimiento de algunos a costa del hambre y la subnutrición de millones ya no puede ser disfrazado con las «generosas» ayudas alimentarias. Tales ayudas son un fraude que encubre otro mayor: las políticas económicas neoliberales que desde hace treinta años vienen forzando a los países del Tercer Mundo a dejar de producir los productos agrícolas necesarios para alimentar a sus propias poblaciones y a concentrarse en productos de exportación, con los cuales ganarán divisas que les permitirán importar productos agrícolas… de los países más desarrollados. Quien tenga dudas sobre este fraude que compare la reciente «generosidad» de los Estados Unidos en la ayuda alimentaria con su consistente voto en la ONU contra el derecho a alimentación reconocido por todos los otros países.
El terrorismo fue el primer gran aviso de que no se puede continuar impunemente destruyendo y pillando la riqueza de algunos países en beneficio exclusivo de un pequeño grupo de países más poderosos. El hambre y la revuelta que acarrea parece ser el segundo aviso. Para responderles eficazmente será preciso poner término a la globalización neoliberal, tal y como la conocemos. El capitalismo global tiene que volver a sujetarse a reglas que no son las que él mismo establece para su beneficio. Debe ser exigida una moratoria inmediata en las negociaciones sobre productos agrícolas en curso en la Organización Mundial del Comercio. Los ciudadanos tienen que comenzar a privilegiar los mercados locales, rechazar en los supermercados los productos que vienen de lejos, exigir al Estado y a los municipios que creen incentivos para la producción agrícola local, exigir a la Unión Europea y a las agencias nacionales para la seguridad alimentaria que entiendan que la agricultura y la alimentación industriales no son el remedio contra la inseguridad alimentaria. Más bien lo contrario.
Fuente: www.ces.uc.pt/publicacoes/opiniao/bss/200.php
Artículo original publicado el 8 de mayo de 2008.
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).
Antoni Jesús Aguiló es colaborador externo de Rebelión y Tlaxcala. Àlex Tarradellas es miembro de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor, al revisor y la fuente.