El imperio Romano duró 1480 años. El Otomano, 624. El austrohúngaro, 50. El japonés, 57. El mongol, 159… El imperio estadounidense, 78 años.
Seguro que se ha dicho y escrito. Pero seguro es que también yo me adelanté. Estoy acostumbrado. Para mi exasperación, mi intuición (esa intuición a que se refiere Schopenhauer en la metáfora de quien tiene un reloj que da la hora correcta en una ciudad donde fallan los relojes de todos los campanarios), ante numerosas situaciones, muchas de ellas inexplicables, desmesuradas o sin sentido, tanto de la política doméstica como de la internacional, se adelanta mucho a la reacción lógica y razonable de terceros que tarda también mucho en darse a conocer. Creo que la razón no es que no haya gentes despiertas. Creo que son muchísimas en España. Lo que ocurre es que esas gentes vacilan, confusas, y los periodistas y los medios para los que trabajan que van en dirección generalmente condicionada por la inercia, por prejuicios y otros factores, contribuyen a la confusión y desorientación a veces por periodos demasiado prolongados.
El caso es que yo ya dije más o menos todo esto en 2003, a raíz de la invasión de Afganistán por un Estados Unidos, que lleva tres cuartos de siglo sin dejar al mundo en paz. Ahora insisto. E insisto, habida cuenta el panorama que se presenta al mundo como la mayor amenaza para la humanidad: la guerra que se libra en Ucrania y las maniobras tácticas de muchos países alineándose, unos con Occidente y otros con Oriente. Y ello sucede en un escenario no menos amenazador, el del caos, que no cambio, climático.
Con una persistente injerencia diplomática en otros países como eje de su política exterior, con manejos lógicamente subrepticios de su CIA dada su naturaleza secretista, con invasiones y guerras provocadas, fustigadas o declaradas, Estados Unidos es el mayor enemigo de la paz en el mundo después de la segunda gran guerra.
Hay para ello, a mi juicio, tres razones antropológicas. Una es la plétora de una nación donde sus dirigentes, tanto militares como políticos están sobrepasados por la soberbia y la ambición típicas de la prepotencia. Otra es la tradicional y estúpida veneración de las naciones llevada a la diplomacia con Estados Unidos. Y otra es la intercesión inteligente y hábil de la Gran Bretaña y de Australia, todos anglosajones en distintas latitudes y un entendimiento pleno con los desmanes del imperio. No en vano se adelantó su primera ministra, Margaret Thatcher en 1973, señalando con el dedo las reservas de petróleo en Oriente Medio como un objetivo de futuro, siendo presidente de Estados Unidos un actor de cine, Ronald Reagan. Una nación en Europa y la otra en Oceanía, refuerzan las ínfulas del imperio. Thatcher aquí y Reagan allí, transformaron toda la actividad estatal, apartándola del Estado de bienestar, para reorientarla hacia el apoyo activo de medidas favorables a la acumulación de capital. Contaban para ello, para apuntalar esa transformación con el petróleo… ajeno.
Estas tres razones son factores muy a tener en cuenta a la hora de evaluar el carácter hegemónico del Imperio, con independencia de la determinación de sus dirigentes y, sobre todo, de los belicistas del Pentágono. Los fuertes lazos entre las tres naciones y su respectiva situación en el globo, en tres continentes, no tiene parangón con ningún otro consorcio internacional. Además, los anglosajones muy difícilmente se mezclan con otras etnias. Pero aun hay una cuarta razón. Y es el empeño, no ya de mantener su seguridad territorial, innecesaria por otra parte dada su situación geopolítica, si no la seguridad de mantener lo que los estadounidenses llaman americanwayof life (forma americana de vida). Pero americanwayof life de los wasp, blancos, anglosajones y protestantes, pues la numerosa población afroamericana y latinoamericana y amerindia no cuenta para nada en ese concepto hecho eje principal de su razón de vida y de guerras.
De todos modos, a diferencia de otros imperios, sobre todo el Imperio Romano, este estadounidense con sus brazos anglosajones, nada ha aportado, ni construido ni mejorado fuera de su metrópoli. Salvo Apple y Microsoft, no ha dejado ni deja otra huella que no sean la devastación, la destrucción, el saqueo y la ruina porque aplastar a otras sociedades es el único fundamento de su hegemonía; hegemonía cuyo aspecto externo es la bravuconería y la mentalidad avasalladora preponderante. Todavía golpea en mi memoria aquel titular de primera plana de uno de sus generales, un tal Myers, si mal no recuerdo, diciendo a quien le entrevistaba: “les matamos como a conejos”. Hablaba de Afganistán que ningún daño ni amenaza había ocasionado al Imperio.
Y lo triste y paradójico es que los presidentes anteriores a la segunda guerra mundial fueron prohombres que contribuyeron mucho a crear la imagen de una gran nación, una nación digna de ser tomada como imagen y referencia. Aunque mediase una circunstancia que hacía imposible la imitación. Europa estaba terminada, pero Estados Unidos tenía pendientes dos cosas. Una era arrebatar al indio parte del espacio que aún estaba en sus manos. La otra, roturar lo que quedaba de su vasto territorio sin roturar. Las oleadas de inmigrantes con autorización terminarían la construcción definitiva de la nación. Eso y el cine “americano” que era aclamado en Europa y abrumador en España, propiciaron que la mentalidad europea se asombraba y admiraba a lo que empezaba a perfilarse como Imperio. Se fue incrustando en las conciencias, absortas y sin criterio ante tanta magia. A mi juicio, esto fue si no definitivo sí muy importante a la hora de evaluar en Europa y en el mundo a aquella nación. En resumen, Estados Unidos era una nación nueva y el máximo sueño para millones de personas entrar en el país. Las ideas de libertad y democracia que exhalaba aquel emporio eran como el intenso aroma de una rosa para un ingente número de almas, un espejuelo, un imán que atraía al mundo necesitado o cándido de tal modo que se hizo universal el “sueño americano”…
Pero el desembarco de sus tropas en Normandía y el triunfo de los Aliados en esa guerra fue el comienzo de la perversión. Su primer ensayo, sin otro motivo que combatir el comunismo, fue la guerra de Vietnam, en 1955, que duró 19 años, 5 meses y 29 días. A partir de entonces son 34 intervenciones armadas de USA en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial, más la actual en la que lidera a la OTAN en la confrontación de Rusia y Ucrania que, según fuentes de información tan fiables o tan poco fiables como todas las demás, estuvo instigada y respaldada desde el principio, en 2008, por los Estados Unidos, incitando a los ucranianos neonazis a llevar a cabo los bombardeos de Ucrania sobre el Donbass y dos repúblicas independientes ruso-hablantes incrustadas en su espacio territorial.
Todos los desmanes, las maniobras y la ignominia que han patrocinado o consentido los presidentes que han ido desfilando después en “América”, fuesen demócratas o republicanos, han sido consecuencia de una permanente política belicista que trasciende la hegemonía que su prosperidad legítima ha logrado en otros ámbitos. Me refiero a esa política que practican los militares corruptos que están en las mismísimas entrañas del Pentágono, clave de las barbaridades que se asocian a aquel país, un día de ensueño. Un belicismo éste, el del Pentágono asociado a la CIA y a la Casa Blanca, exento de responsabilidad institucional porque para eso está el cabecilla político de turno que es su presidente. Un emporio militar al que nadie, ni de dentro ni de fuera, se atreve a culpar y ni siquiera señalar como el demonio que se aloja en esa nación imperial que ve muy próxima la pérdida definitiva de aquella hegemonía. Pues son cada vez más las naciones de la propia América, la Latina, y de los continentes asiático y africano que empiezan a reaccionar y a sacudirse de encima la tiranía que Estados Unidos ejerce sobre ellas.
El caso es que la hegemonía mundial del Estados Unidos que ha manejado a su antojo a la ONU y al Consejo de Seguridad, piezas claves para ejercerla, ha llegado a su fin. En esta guerra en Ucrania en la que Rusia y Oriente se ven amenazadas por la OTAN y a su frente el Imperio americano, Rusia y China ya no están dispuestas a consentirla. Occidente contra Oriente, Oriente contra Occidente. Ya sin tapujos. Ha empezado a diseñarse un mundo multipolar. La amenaza muy seria de una tercera guerra mundial debida, una vez más, al villano proceder del imperio y verdadero desencadenante de la confrontación en Ucrania, como de todas las demás después de Hiler y el nazismo, queda neutralizada por el hecho de que ya son muchos los países que tienen la bomba atómica. Por lo que su potencial armamentístico no sirve ya de mucho si quiere sobrevivir. No ya como tal Imperio, sino sencillamente como nación en la que para todos sus dirigentes lo fundamental, además de guerrear sin apenas riesgo, con ejércitos de mercenarios y oficiales de la “casa”, es cuidar la fétida causa de la american way of life.
La he recordado muchas veces, pero esta frase es para tenerla siempre presente y no olvidarla por sí acaba haciendo efecto en las conciencias. Es ésa de Voltaire: “la civilización no ha corregido la barbarie, la ha perfeccionado”. Eso es exactamente lo que ha hecho el Imperio estadounidense…
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