Recomiendo:
0

El infierno se muda

Fuentes: Rebelión

Exageración, ninguna. El infierno, ese horno donde solo los pecadores serían tostados por los siglos de los siglos, parece estarse mudando del mítico inframundo a este ámbito nuestro de cada día, y socializando sus castigos, porque justos y trasgresores, la humanidad toda, recibe golpes de calor que nadie podría achacar a fenómenos puntuales, como la […]

Exageración, ninguna. El infierno, ese horno donde solo los pecadores serían tostados por los siglos de los siglos, parece estarse mudando del mítico inframundo a este ámbito nuestro de cada día, y socializando sus castigos, porque justos y trasgresores, la humanidad toda, recibe golpes de calor que nadie podría achacar a fenómenos puntuales, como la menopausia, por ejemplo.

Sí, irremediablemente nos freímos. Y perdonarán el tono -el lenguaje desenfadado no se adecua al tema, lo sé-, pero uno tiene que liberar tensiones de alguna manera -peor, un grito que espeluzne a los vecinos- luego de asomarse a datos como los de un prolijo despacho de IPS firmado por Jorge Luis Baños y basado en un reciente informe del Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático: «El recalentamiento de la Tierra provocado por las actividades humanas no es solo una realidad indiscutible, sino que se aceleró desde 1970, con temperaturas cada vez más altas, advierten análisis científicos, que ubican a 2012 como el noveno año más cálido desde 1980».

Esto constituye un rotundo mentís a quienes, interesadamente -ah, la explotación sin tasa de los combustibles fósiles-, andan vociferando que las mutaciones responden únicamente a ciclos naturales, y bla-bla-bla, como si las ganancias de hoy sirvieran en un no tan lejano futuro de páramo calcinado. Porque el constatado incremento de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero obliga a coincidir en que la formación socioeconómica universalizada nos ha conducido a un atolladero. Ojalá que con salida.

Por eso, entendidos como el alemán Harald Welzer, citado por Baños, abogan por un sistema de vida «con menos consumo, menos movilidad, menos prosperidad, pero también con menos trabajo, menos tensión y, por consiguiente, más tranquilidad». Llamados que quizás suenen destemplados para los habitantes del Tercer Mundo, donde lo que desasosiega, exaspera, encorajina es precisamente el subconsumo, para decirlo en ropaje de eufemismo. Exhortaciones que, por ende, resultarían mejor asimiladas si se les adicionan las variables racionalidad, equidad, igualdad en el reparto de los recursos.

No en vano el brasileño Michael Löwy insiste en viajar a la semilla. Entrevistado por la Fundación Oswaldo Cruz, el conocido pensador nos recuerda que «el objetivo del socialismo, explica Marx, no es producir una cantidad infinita de bienes, sino reducir la jornada de trabajo, dar al trabajador tiempo libre para participar en la vida política, estudiar, jugar, amar… Por lo tanto, Marx nos dota de las armas para una crítica radical del productivismo y, en concreto, del
productivismo capitalista. En el primer volumen de El Capital, Marx explica cómo el capitalismo agota no sólo las energías del trabajador, sino también las propias fuerzas de la Tierra, esquilmando las riquezas naturales, destruyendo al propio planeta. […] esa perspectiva, esa sensibilidad está presente en los escritos de Marx, aunque no haya sido suficientemente estudiada.»

Löwy enarbola una perspectiva que presupone una crítica a cierta noción entronizada. En su criterio, que comparte con Walter Benjamin, «el marxismo necesitaba librarse de la ideología burguesa del progreso, que contaminó la cultura de amplios sectores de la izquierda. Se trata de una visión de la historia como proceso lineal, de avance, llevando, necesariamente, a la democracia, al socialismo».

Y añade: «Estos avances tendrían su base material en el desarrollo de las fuerzas productivas, en las conquistas de la ciencia y la técnica. En ruptura con esta visión (poco compatible con la historia del siglo XX, de guerras imperialistas, fascismo, masacres, bombas atómicas), necesitamos una visión radicalmente distinta del progreso humano, que no se mide por el PIB, por la productividad o por la cantidad de mercancías vendidas y compradas, sino por la libertad humana, por la posibilidad, para los individuos, de realizar sus potencialidades; una visión para la cual el progreso no es cuantificable en bienes de consumo, sino en calidad de vida, en tiempo libre (para la cultura, el ocio, el deporte, el amor, la democracia) y una nueva relación con la naturaleza. Para el ecosocialismo, la emancipación humana no es una
‘ley de la historia’, sino una posibilidad objetiva.»

¿Por qué no? Posiblemente el proclamado proyecto, distinto al modelo calificado de «realmente existente» -de estrepitoso fracaso en el transcurso del siglo XX-, y que implica una ruptura con el patrón de civilización capitalista, al proponer un enfoque radicalmente democrático de la planificación socialista y ecologista, resulte el medio ideal para deshacernos de un infierno que se está mudando del inframundo. Porque ni menopausia ni andropausia. Calor luciferino generalizado. Nos estamos quemando todos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.