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El inolvidable siglo XIX (I)

Fuentes: Rebelión

La modernidad alcanza su apogeo en este siglo, el más completo y complejo que cualquier anterior, pues en él se crean el teléfono, la radio, el cine, la vacuna, el automóvil, la base teórica para la televisión; el colonialismo entra en auge cuando las potencias europeas se reparten el mundo de acuerdo a sus apetencias […]

La modernidad alcanza su apogeo en este siglo, el más completo y complejo que cualquier anterior, pues en él se crean el teléfono, la radio, el cine, la vacuna, el automóvil, la base teórica para la televisión; el colonialismo entra en auge cuando las potencias europeas se reparten el mundo de acuerdo a sus apetencias imperiales; aparece la producción en serie que abre horizontes para el capitalismo y le da a la burguesía la falsa sensación de dominio absoluto; se hacen importantes descubrimientos en los campos de la física, la filosofía, la matemática, la geología, la química, la biología, el arte; además, se da una rebelión generalizada en contra de los sistemas tradicionales, tanto en lo político como en el pensamiento económico, científico y cultural existentes hasta entonces.

Un ejemplo de ello es la teoría de la evolución de las especies, de Darwin, que sostiene que las diferentes formas de vida se desarrollaron gradualmente a partir de un antepasado común y que lo que sustenta este cambio continuo y perpetuo es la lucha por la existencia, en la que sobreviven únicamente los organismos que mejor se adaptan a las modificaciones del medio ambiente, argumento que entra en contradicción con la tesis bíblica aceptada hasta ese entonces por casi todo el mundo pensante.

La máquina es introducida al campo y donde antes se cultivaba a mano se comienza a mecanizar la agricultura, también mediante el abono industrial y la irrigación artificial se inicia la explotación agrícola de regiones antes infértiles; la naturaleza pierde autonomía y el hombre es modelado de acuerdo a los intereses del capitalismo.

Mientras que antes la tradición apresaba al pensamiento, de contenido dogmático, y la potestad de la Iglesia contribuía a arraigar las costumbres ancestrales del habitante del campo, ahora el desarrollo industrial arrasa con los residuos de esta sedentaria existencia y obliga al campesino a trasladarse a la ciudad y volverse proletario.

El capitalismo, imbuido de la falsa sensación de ser invencible, no puede percatarse de la vecindad de una revolución social radical, que hará cambiar el futuro de la humanidad abruptamente.

La igualdad ante la ley se encontraba entonces, y ahora, en profunda contradicción con el trabajo colectivo, en su esencia sin equidad, puesto que mientras los dueños de los consorcios industriales se apropian de todo lo producido, las masas trabajadoras, creadoras de esas riquezas, son marginadas del consumo de los bienes que producen.

En el siglo XIX se completa la síntesis del pensamiento social, que había comenzado en el renacimiento con Maquiavelo, y su máximo desarrollo lo alcanza en el marxismo, lo que culminará tiempo después en la disolución de una serie de instituciones sociales, con el fortalecimiento del papel del Estado y con nuevos criterios sobre la organización del trabajo, lo que da comienzo a la época moderna.

Los grandes hombres de entonces son más numerosos que nunca: Goethe, Schiller, Heine, Dickens, Byron, Wilde, Pushkin, Dostoievski, Tolstoi, Chéjov, Balzac, Flaubert, De Musset, Mill, Hegel, Marx, Engels, Nietzsche, Bergson, Pavlov, Pasteur, Mendeleiev, Darwin, Mendel, Gauss, Laplace, Lagrange, Galois, Cantor, Lobachevski, Beethoven, Wagner, Verdi, Chopin, Liszt, Schubert, Schuman, Bonaparte, Bismarck, Garibaldi, Cabur, Clausewitz, Lincoln, San Martín, Bolívar, Martí, Olmedo, Freud, Eisntein, Tesla, por mencionar a algunos.

Héroe por antonomasia es Napoleón, junto a cuya cabalgadura emigran por toda Europa las leyes de la Revolución Francesa. Él deshace y crea nobleza a su antojo y encarna a un gigante que derrumba imperios en favor de los plebeyos; humilla al papa al coronarse a sí mismo y no practica piadosamente ninguna fe tal vez por suponer que la fe es sólo para tartufos. Su personalidad electriza desde entonces a moros y cristianos y sólo Tolstoi, en Guerra y Paz , pretende humanizarlo y transformarlo en un hombre común y corriente, sin lograrlo, pues nadie en la historia había ascendido tan abruptamente desde teniente a Emperador, lo que sintetiza el triunfo de la clase baja sobre los poderosos.

Aunque Flaubert lo llama » un juguete del destino y uno de los actores de los cataclismos bélicos « , lo cierto es que la Revolución Francesa necesita ser propagada y esto se hace bajo su espada, por eso Heine lo llama » misionero del liberalismo, destructor de la esclavitud y el hombre que hizo temblar a los principillos hereditarios «, en cambio, para Bismarck, Napoleón es el Anticristo al que hay que imitar y no sólo aborrecer; su genial estrategia militar es estudiada hasta hoy.

En este siglo el Estado es glorificado como nunca y Hegel lo valora tanto que lo considera » la Idea del Espíritu en la manifestación externa de la Voluntad humana y su Libertad « . Para este pensador alemán, el individuo existe sólo para el Estado y considera al ciudadano como parte de un todo valioso, el Estado, mientras que si está aislado es un ser tan inútil como un órgano separado de su cuerpo.

Para Hegel, el Estado es lo que La Ciudad de Dios fue para San Agustín. No ve las guerras como un mal que se deba abolir sino que las cree convenientes porque poseen un valor ético intrínseco que ayuda a conservar la salud moral del pueblo, en cambio ve la paz como la osificación de la sociedad. Cree que los conflictos entre los estados sólo pueden ser resueltos mediante la guerra. Justifica toda tiranía estatal en lo interno y toda agresión en lo externo.

Este siglo es rico en críticas al sistema imperante . Para Nietzsche, el Nuevo Testamento es un testimonio evangélico para seres completamente innobles y débiles, objeta su intento de destruir a los espíritus fuertes y libres explotando sus momentos de flaqueza y debilidad, y sostiene que   « el cristianismo es la más fatal y seductora mentira que jamás haya existido « . En su lugar elogia al hombre capaz de la crueldad, de sacrificar a una nación en aras de su causa y que se vale de la violencia para lograr su objetivo. Cree que un líder así merece ser seguido y que se debe realizar por él cualquier acto heroico. Admira al conquistador, por cuya gloria se debe inmolar el pueblo.

El socialismo científico es también hijo de este siglo. Según esta doctrina, los medios de producción deben ser controlados por los trabajadores y, con la finalidad de construir una sociedad sin clases, el gobierno del Estado debe recaer en las manos de toda la sociedad. Busca el logro de este objetivo ya sea mediante la revolución o con reformas institucionales que posibiliten la evolución social.

El socialismo y su significado han variado según circunstancias y países. Las palabras «comunismo» y «socialismo» son usadas como sinónimos hasta el Siglo XIX, cuando Vladímir Lenin les da su definición actual: el socialismo es una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo.

El comunismo surge en la Francia revolucionaria, durante el Directorio, en el período de 1795 a 1799. Bajo este gobierno reaccionario de ultra derecha, Babeuf dirige la «Conspiración de los Iguales», el primer movimiento revolucionario comunista.

Esta conspiración busca la eliminación de la propiedad privada y la instauración de la propiedad comunitaria, lo que debe asegurar al hombre la verdadera igualdad, no sólo política sino también económica. El movimiento de Babeuf es reprimido de manera salvaje y cruenta por el Directorio, pero su pensamiento resiste el paso del tiempo y engendra a la mayoría de los movimientos comunistas que prosiguen sus huellas.

Las ideas comunistas se desarrollan a partir del socialismo utópico, cuyos principales exponentes son: Robert Owen, el primero en considerar que el valor de los productos se debe medir con base al trabajo incorporado a ellos y no al valor que se les atribuye; Charles Fourier, quien propone la abolición del capitalismo para la formación de una sociedad comunista y el conde Saint-Simon, para quien la nueva sociedad debe planificar la atención de las necesidades de los pobres. Ninguno de estos autores considera que el capitalismo esté compuesto por clases sociales antagónicas. Tiene que Marx formular el socialismo científico para que se supere esta etapa utópica del pensamiento humano.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.