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Notas sobre el fin del anti-colonialismo histórico

El invierno árabe

Fuentes: Rebelión

La izquierda toda, en líneas generales, está mostrando poca madurez frente a los acontecimientos en Libia y Siria. Quienes apoyan a los rebeldes no dudan en simplificar el asunto acusando a sus críticos de ser fans de Gadafi y Bashar. También una porción de quienes se oponen a dichos rebeldes denuncia, por su parte, a […]

La izquierda toda, en líneas generales, está mostrando poca madurez frente a los acontecimientos en Libia y Siria. Quienes apoyan a los rebeldes no dudan en simplificar el asunto acusando a sus críticos de ser fans de Gadafi y Bashar. También una porción de quienes se oponen a dichos rebeldes denuncia, por su parte, a sus críticos por «estar al servicio de la CIA» o similares especies. El problema no es que desde ambos lugares se digan cosas absurdas y ridículas, sino que al final nadie habla de lo que se tiene que hablar, que es del carácter de clase de los rebeldes.

Será ese carácter el que, en buena medida, determinará qué postura toman, de un lado, los poderes imperiales que dominan el mundo y, del otro, los contrapoderes que resisten al imperialismo. Hasta que me presenten una tesis mejor, sigo pensando que el mundo no es un caos y los acontecimientos que se desarrollan en él responden a causas y efectos que, aunque no sean unívocos, pueden analizarse y desentrañarse.

Si la dirección política de los rebeldes libios y sirios hubiera perseguido fines revolucionarios o, al menos, emancipadores, habríamos sido los primeros en apoyar ambos procesos políticos; pero no es el caso. En Libia, en un primer momento, se produjeron manifestaciones pro-occidentales, sin la menor reivindicación de izquierdas, aunque en parte se exigieran algunos derechos civiles de lo más legítimo, lo cual es reivindicable. Pero luego se produjo un golpe de Estado, con armamento pesado y mercenarios de la OTAN, liderado por la burguesía del Consejo Nacional de Transición. Desde la izquierda, este segundo hecho no tiene ya absolutamente nada de defendible. Y ahora en Siria, salvando las distancias pero sin despreciar el fértil paralelismo, sucede algo similar. Los actores que dirigen el proceso político sirio son el Consejo Nacional Sirio y el Ejército Libre Sirio, es decir, dos fuerzas organizadas por el imperialismo.

Una parte de la izquierda acomplejada dio excesivo crédito a determinada propaganda de guerra, según la cual el gobierno libio se dedicaba a bombardear civiles desarmados, por puro sadismo. El verdadero problema, no obstante, es el pensamiento desiderativo, que nos lleva a ver revoluciones donde no las hay, por el mero hecho de que desearíamos que las hubiera. Ni el Consejo Nacional Sirio ni el Ejército Libre Sirio son fuerzas revolucionarias. Tampoco las fuerzas islamistas reaccionarias que han reinstaurado la Sharia el Libia y que pretenden hacer lo propio en Siria.

Se nos habla de bases revolucionarias traicionadas por sus direcciones políticas. ¿Dónde están? ¿Alguien puede documentar alguna crítica de dichas bases frente a la invasión de la OTAN que devastó su país? También se nos habla de grupos marxistas sirios que apoyan a los rebeldes. ¿Cuáles? El único que conocemos, el Partido Comunista, ha hecho público su rechazo a las fuerzas rebeldes, reaccionarias a su entender. ¿Existen realmente estos «grupos marxistas», o han sido inventados por mentes calenturientas, eurocéntricas y occidentales?

En nuestra opinión, el proceso libio vivió dos fases sucesivas; pero, en ambas, la izquierda debió buscar una solución negociada, como proponían Cuba y Venezuela. En las primeras semanas, estábamos ante el caso de una guerra civil, en la que, al menos con la información de la que disponíamos entonces, no debía apoyarse a ninguno de los dos bandos. Posteriormente, la situación cambió porque se produjo una invasión imperial extranjera, de la que uno de esos bandos pasó a ser colaboracionista. De esto, aquí, en la metrópoli, tuvimos conciencia entonces, aunque no es descartable que las «rebeliones» tuvieran este carácter desde el principio.

Ahora que disponemos de más datos, y de una visión de conjunto, es el momento de que cada cual, con humildad y respetando la verdad histórica, rectifique lo que deba ser rectificado. No debe olvidarse que, en esta segunda etapa (la de invasión otánica en apoyo de los rebeldes), resurgió un clásico de la izquierda acomplejada: el «ni-nismo». El problema no era tanto lo que la fórmula «ni-ni» decía en sí misma, sino lo que esa fórmula decía a través de sus silencios. Porque faltaba un tercer «ni»: el referido a los rebeldes y, por tanto, la expresión se asociaba políticamente a la justificación política de dichos rebeldes. Es decir, a la justificación política de un bando de la guerra civil que estaba apoyado por el imperialismo, el cual acabó interviniendo de manera directa. La fórmula «ni-ni», pues, se mostraba claramente insuficiente, no por su sentido literal, sino por su incapacidad como eslogan, ya que no jerarquizaba debidamente las contradicciones del complejo proceso político que estábamos viviendo.

Si se enfrentan una potencia imperialista (apoyada por mercenarios locales) a una colonia, desde una perspectiva antiimperialista hay que defender la victoria de la colonia; y esto no significa dar culto a la persona de sus tiranos. No hacía falta idolatrar a Atahualpa para desear la derrota de los españoles, ni apoyar a la dictadura militar argentina para desear la derrota de los ingleses en las Malvinas. Tampoco era preciso ser fan de Saddam Hussein para desear la derrota del imperialismo norteamericano y europeo en Iraq. Sin embargo (a pesar de la existencia, en los tres casos, de colaboracionistas al servicio del imperio), todas esas derrotas debían desearse, hecho del cual el fallido eslogan «ni-ni» no daba buena cuenta en lo literario (aunque, en lo literal, fuera asumible, al no ser, efectivamente, nosotros partidarios políticos ni de la OTAN, ni de Gadafi).

No hay que ser demasiado perspicaz para intuir el olor a petróleo de la amenaza imperialista sobre Libia, Siria e Irán. Sabemos que Gadafi, anteriormente sometido al imperialismo, planteaba desde 2009 medidas como la re-nacionalización del crudo (y para quienes sean más desmemoriados o, en el fondo, más crédulos con los medios de propaganda capitalista que con los medios alternativos, incluyo el siguiente enlace: http://youtu.be/ZG8QvEoFKwg). En cualquier caso, si se produce una intervención extranjera de carácter imperial, el antiimperialismo no se basa en la calidad democrática del invadido (y ni siquiera en su calidad «socialista»), sino en la calidad saqueadora del invasor. En este sentido, los «ni-ni» no han salido a la calle como hicieron cuando la guerra de Iraq. Es decir, con ellos la propaganda de guerra de los medios capitalistas ha funcionado, y esto ha supuesto el fin del anti-colonialismo histórico.

Lo más que hemos obtenido de ellos es una afectada condena de los medios brutales empleados por los rebeldes, seguida de una «condena de toda violencia», así, en general. Ni siquiera en eso podremos ponernos de acuerdo. Una revolución es violenta por definición. El problema no es que los rebeldes sirios y libios empleen la violencia, sino para qué la emplean. La OTAN no apoya a las FARC, ni a los Naxalitas. La OTAN no apoya a auténticos revolucionarios, ni la prensa capitalista tampoco. La OTAN no defiende a pueblos masacrados (que se lo digan a Palestina). El imperialismo no ayuda a los pueblos contra sus tiranos (que nos lo digan a nosotros, nietos de los que perdieron la Guerra contra el Fascismo).

¿Quién sabe si el siguiente peldaño de la escalada imperial, de la pugna por el control geopolítico y energético del planeta, no será Irán? Y, por desgracia, en el caso de que un conflicto de esas dimensiones estalle, con nuestras tareas antiimperialistas todavía sin cumplir (aquí, en la arrogante metrópoli), sin una sola manifestación contra la guerra convocada y sacada adelante, una vez más cabrá preguntarse cuánto tardarán algunos en inventarse una «revolución popular» en Irán.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.