INTRODUCCIONEn este periodo convulso de crisis social, parece que los trabajos de Marx sean recuperados de los viejos estantes de las bibliotecas universitarias en donde, como reliquias del pasado, parecían estar relegados solo para el estudio de los eruditos. Hoy, todo el mundo vuelve a hablar de Marx. También se oye cada día con más […]
INTRODUCCION
En este periodo convulso de crisis social, parece que los trabajos de Marx sean recuperados de los viejos estantes de las bibliotecas universitarias en donde, como reliquias del pasado, parecían estar relegados solo para el estudio de los eruditos. Hoy, todo el mundo vuelve a hablar de Marx. También se oye cada día con más vigor la palabra Revolución. Marx y Revolución, tan inseparables como carne y uña, saltan de nuevo a la cotidianidad ante el asombro y perplejidad de los que creían al primero difunto y a la segunda enterrada. Como tal desentierro es solo, por lo general, parasitario y como no tiene ni mucho menos trazas de estar validado por el interés, el espíritu crítico, el rigor de la cientificidad y, ni mucho menos, por su superación; ocurre, habitualmente, que en él solo encuentran chatarrería intelectual. Todo su inmenso legado y su pasión revolucionaria en favor de la Humanidad, deviene para los oportunistas desenterradores, únicamente Biblia y pensamiento anquilosado. (Mi enojo viene a cuenta de la lectura de un escrito de Gustavo Robles: «Algunos apuntes sobre la necesidad de la herramienta revolucionaria y sus características», en Rebelión).
Mientras una inmensa mayoría de la Humanidad se pregunta cómo resistir a la barbarie, o cómo cambiar este estado de cosas para que sus descendientes puedan vivir con dignidad, o en que dirección puede haber una esperanza… los desenterradores (obcecados en organizar la revolución con «las recetas de Marx») nos siguen hablando del Partido de la verdad, de la organización revolucionaria, de la toma del poder político que expulsará a los malvados capitalistas o, hasta a veces, de la buena gestión de un mundo en donde el Capital será domesticado. Por esto es preciso retomar el análisis sobre el problema de «la organización».
Para poder entendernos, deberíamos preguntarnos en primer lugar lo que significa un cambio social o revolucionario. No es ninguna nimiedad, porque sin saber exactamente a dónde o hacia dónde debemos dirigir nuestros esfuerzos (damos por hecho que cualquier cambio depende, sin duda, de la voluntad y la determinación del sujeto revolucionario), carece de sentido discernir sobre cómo o de que manera hacerlo.
LOS CAMBIOS SOCIALES
Si de alguna manera clara y sencilla podemos definir un cambio social, es el de una profunda alteración en los fundamentos en los que una sociedad basa la manera de producir sus medios de vida inmediatos y materiales. Alteración que en un proceso general, de más o menos tiempo, provoca sensibles cambios en las formas organizativas, en los vínculos, en las relaciones sociales, en la percepción del mundo y de la propia vida, en las concepciones de justicia y moral… y que a su vez engendra nuevas necesidades, sentimientos, deseos y sueños que determinan una gran mutación en el comportamiento y en el pensamiento de una sociedad respecto a la anterior. Diríamos que es tal la fuerza constructora de la sociedad emergente frente a la caduca, que esta nueva manera de producir se impone por racionalidad y eficiencia sobre la anterior. Por racionalidad y eficiencia… para poder vivir, comer, tener techo, abrigarse, sanarse, tener cuidado de los descendientes, etc. MUCHO MEJOR. Nuevas maneras de producir se enfrentan a las caducas y acaban imponiéndose. Cuando ocurre esto, podemos afirmar que se ha producido un cambio social. (El factor de la producción y la reproducción de la vida real es, en última instancia, el gran determinante de la Historia, pero no es el único. Sobre la realidad económica influyen muchos otros factores superestructurales, juego de acciones y reacciones de toda índole e incluso cúmulos de casualidades que hacen muy amplio y complejo un riguroso conocimiento del devenir social).
Es absurdo pensar que en la base de cualquier cambio social se encuentran principios de verdad, de moral o de justicia. La lucha por la vida y por la supervivencia, es la que ha prevalecido siempre en nuestras peleas por domesticar a la naturaleza y transformarla en beneficio de nuestra especie; y también, hasta ahora, en nuestras propias batallas fratricidas… luchas entre tribus, entre clanes, entre naciones o entre clases.
De entrada, pues, estamos hablando de cambios que se circunscriben a una facultad natural e innata del ser humano, de una disponibilidad transformadora y creadora que lo diferencia de los otros seres vivos, encadenados a formas de vida y existencia sin posibilidad de variación alguna. La organización natural del trabajo debe ser considerada por tanto, como un hecho plenamente biológico y de ninguna manera como una exigencia moral o política. Aprendimos a cultivar, a surcar los mares, a conocer y aprovechar mejor nuestros recursos, a comunicarnos a pesar de barreras geográficas que parecían insalvables, a construir asombrosas obras de ingeniería, a mejorar nuestras herramientas, a curar enfermedades desconocidas, surcar el espacio y adentrarnos en los más recónditos secretos de la vida. Hemos estado construyendo ininterrumpidamente.
Tal capacidad transformadora y productiva, aumenta cuantitativa y cualitativamente en la medida que nuestro conocimiento del mundo y de las leyes que lo rigen se profundiza cada día más, y las herramientas con las que lo verificamos devienen más precisas. Los sueños, las utopías, los deseos de la sociedad humana, en continuado proceso de gestación, han estado siempre obligados a enfrentarse con sectores parasitarios que apropiándose (o obstaculizando) su fuerza creadora, fueron un pesada losa en su camino. Losa que en ciertos periodos, ha llegado a esclerotizar durante mucho tiempo el natural desarrollo de las sociedades. Por lo tanto estamos hablando de dos cuestiones que sería preciso diferenciar. Una, que la podríamos definir como el Poder Social o capacidad social para ir modificando constantemente el rumbo de la sociedad, y otra, como la Estructura política u organización de la fuerza parasitaria para continuar apropiándose privadamente de esta capacidad. El Poder Social siempre se ha visto subyugado por el Poder Político.
Debemos soslayar que si bien hasta nuestros días, cualquier avance en el conocimiento humano puede parecer fruto de la pericia de mentes privilegiadas que en el transcurso de la historia, y de manera aislada, consiguieron grandes descubrimientos, en realidad estos no fueron más que una concatenación de actividades de observación, análisis e experimentación en ningún momento separadas de la actividad social, sino consecuencia de ella. La marmita de Denis Papin (1690), por ejemplo, ya estaba pensada para producir fuerza motriz que sustituiría a los remeros del puerto de Munden. En base a esta marmita pocos años mas tarde se conseguía un ingenio capaz de elevar el agua por medio de una palanca que hacía subir y bajar el pistón de una bomba, y luego, otro ingenio con brazo articulado que transformaba el movimiento de la palanca en un movimiento giratorio (James Watt; la máquina de vapor). Desde su principio estas máquinas ya fueron empleadas para extraer el carbón de las minas (en lugar de hacerse por medio del trabajo de mujeres y niños con capazos a sus espaldas) y para achicar agua de las galerías mineras inundadas. Sin las experimentaciones anteriores de Pascal, Torricelli o Boyle (máquina neumática para producir vacío, en el siglo XVIII) no se hubiera inventado la máquina de vapor. Nadie puede negar los enormes cambios que este descubrimiento (a modo de ejemplo), su desarrollo y generalización supuso para la Humanidad. Por tanto, indiscutiblemente el conocimiento humano, lo que en lenguaje sencillo llamamos Ciencia, ha sido el motor de nuestra Historia.
Dicho esto, podríamos entender que la manera de producir (el modo de producción) es obviamente la base a partir de la cual se han desarrollado todas las sociedades humanas, sus instituciones, sus concepciones jurídicas y morales e incluso sus ideas religiosas. Sería solamente así, si no analizáramos que tal manera de producir (que corresponde siempre a un estadio determinado del desarrollo del conocimiento humano, es decir del desarrollo tecnológico) no hubiera tenido lugar, hasta ahora, en sociedades de explotación y por tanto subyugadas a unos poderes parasitarios que impusieron por la fuerza, que estas nuevas maneras de producir se desarrollaran bajo unas relaciones de producción determinadas: bajo unas relaciones de propiedad (propiedad sobre los hombres, sobre las tierras, sobre los medios de producción o sobre el conocimiento). No se ha dado ninguna situación en la que la sociedad organizara la producción, a partir del desarrollo tecnológico alcanzado, bajo unas relaciones de producción distintas (de no propiedad). Es decir, la organización de la producción se ha dado siempre bajo relaciones de propiedad impuestas por un poder político (violencia organizada de un sector o de una clase) sobre el conjunto de la sociedad. De tal manera, nos es imposible separar ningún modo de producción con las relaciones de producción con las que éste se desarrolló, se generalizó y, finalmente a su vez, entró en crisis. Su crisis es también inseparable.
Deberían sonrojarse los que hablan y hablan de la crisis del capitalismo menoscabando o pasando por alto la crisis de las relaciones de propiedad sobre la que se sustenta; y merecería también una profunda reflexión, la constatación de que la crisis del Capital es inseparable de la crisis de la condición asalariada. De esta última, seguramente, se habrán dado cuenta extensamente, aunque la expliquen como «causa» de la crisis y no como consecuencia de ella. La precariedad del trabajo asalariado alcanza ya a las sociedades mas avanzadas. El deterioro de las condiciones asalariadas no es más que la constatación del deterioro del modo de producción capitalista. No es esta ninguna novedad. Tal como terminaron otros modos de producción, que no pudieron continuar manteniendo la condición de esclavage o de sumisión servil de sus explotados, el Capital también se ve empujado a expulsar del proceso productivo, cuando alcanza su estadio de decadencia, a las inmensas legiones de trabajadores asalariados, que antaño sí necesitó para consumar su proceso de reproducción y acumulación. Este hecho vuelve a poner a la palestra, en todo su más doloroso y profundo sentido, las palabras de Malthus: (…)»Quien nazca en un mundo que ya ha sido objeto de apropiación privada y no obtenga los medio de subsistencia ni de sus progenitores ni de su trabajo, no tiene ningún derecho a que le mantengan los demás; en realidad es un ser inútil en este mundo. Ningún plato le está reservado en la gran mesa de la Naturaleza. La Naturaleza decreta que debe irse, y el no tarda en acatar este orden». Así lo escribió Malthus y así lo siguen repitiendo las actuales elites propietarias de los medios e instrumentos de supervivencia de la sociedad humana.
Por tanto, o constatamos que existen ya (o están en proceso de gestación) «nuevas maneras de producir» en abierto conflicto con las antiguas, y que necesariamente deben corresponderles «nuevas relaciones de producción» (nuevas y distintas relaciones de propiedad), o no podemos de ninguna manera vislumbrar ningún cambio social a la vuelta de la esquina. En tal caso solo podríamos augurar una nueva crisis en el largo transitar de la sociedad del Capital, a resolver más o menos como las anteriores, en las que tras un proceso de gran destrucción, recomienza un nuevo ciclo renovador con mucha más fuerza hasta otra nueva crisis… o un nuevo ciclo regresivo, en donde la más feroz barbarie se institucionalice como única forma de supervivencia de las élites.
Marx, en el prefacio de la «Crítica a la economía política» decía: (…) «Una formación social nunca declina antes que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que ella, en toda su extensión, es capaz de contener, y nunca surgen nuevas relaciones de producción superiores antes de que sus condiciones materiales de existencia hayan sido generadas en el seno de la vieja sociedad. Es por esto que la Humanidad nunca se propone realizar tareas que no pueden ser llevadas a cabo, ya que si analizamos bien las cosas, llegaremos siempre a la conclusión de que la propia tarea solo surge si las condiciones materiales de su resolución ya existen de antemano, o por lo menos, existen en vías de formación».
NUEVAS MANERAS DE PRODUCIR
Es innegable que desde hace décadas estamos asistiendo a unos cambios muy significativos en la manera de producir. Tanto la desaparición (o desvalorización) de las fuerzas de trabajo que ejecutaban las antiguas maneras de producir, como el ocaso de las herramientas usadas para su realización, son hechos que acontecen con una enorme rapidez y que abarcan a todos los sectores de la producción. No se trata, como piensan algunos, del fin del trabajo, sino de su transformación al cambiar sustancialmente las herramientas con las que éste se realiza. Es esta metamorfosis la causa de las situaciones de crisis del sistema y a su vez, los indicios premonitorios de los grandes cambios sociales venideros. En realidad, la crisis de la que hablamos, es distinta a las anteriores del capitalismo, porque precisamente es la propia sociedad del Capital la que ha desarrollado en su seno estas «nuevas maneras de producir» (producto de una gran revolución científica) y que de ninguna manera puede ya seguir desarrollando con las mismas relaciones de propiedad con las que creció y se desarrolló hasta los finales del siglo XX. Por esto podemos afirmar que ahora, la sociedad del dinero se acerca apresuradamente a sus propios límites. Límites de un sistema social regresivo que ha devenido en sí mismo, un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas.
Es curioso observar como lo que debería ser para la sociedad motivo de una gran ilusión y esperanza (nuevas maneras de producir que reducen significativamente el tiempo y el esfuerzo necesario para fabricar cualquier mercancía) sea para la sociedad del Capital una causa de perturbación y resquebrajamiento: ¡no poder seguir realizando el valor de cambio de cualquier mercancía, disminuyendo constantemente el tiempo y el trabajo necesitado para fabricarla¡
En esta nueva realidad a la que nos enfrentamos, que es el inicio de un nuevo periodo superior de desarrollo humano, fruto de la capacidad transformadora de la sociedad (el Capital solamente intenta seguir apropiándose de las plusvalías que la actividad productiva va generando por medio del mantenimiento a toda costa de las relaciones de propiedad), debemos plantearnos la pregunta inicial de qué hacemos y cómo lo hacemos para que este nuevo periodo nos sea favorable, rompiendo las anteriores dinámicas históricas en donde un nuevo poder apropiador sustituía al antiguo, cada vez que la sociedad superaba viejas maneras de producir. Y la respuesta debe ser absolutamente distinta a la de un periodo histórico en donde el capitalismo se desarrolló en base a la generalización de un modo de producción en donde el Capital, no solo debía consumir mas y mas trabajo (utilizar mas y mas obreros) sino que tenía también que aumentar sus beneficios en base de aumentar la explotación de toda esta ingente cantidad de fuerzas de trabajo (taylorización, stajanovismo, racionalización de los procesos productivos, etc.). Ahora sucede al contrario: para desarrollar éstas nuevas maneras de producir debe, inevitablemente, de deshacerse de las anteriores y de las fuerzas de trabajo con las que se sirvió. (También el Socialismo de Estado se desarrolló bajo estas bases de producción y de acumulación).
El trabajo que rindió beneficios al Capital es el que se corresponde a un proceso histórico en donde la destreza ya estaba en cierta manera incorporada a la máquina, y la actividad social había sustituido a la individual. Este trabajo, que ejecutaba el obrero especializado con la herramienta mecanizada, era la mercancía por excelencia cuyo potencial transformador no solamente quedaba incorporada a todas las mercancías particulares creadas, sino que a través de ella (y solo a través de ella, en el mercado ) se reproducía y se ampliaba el Capital. Era el proceso ininterrumpido de dinero-mercancía-mercancía-dinero. El Capital, bien en su forma de dinero, de mercancías o de instrumentos de producción es trabajo humano acumulado. Por esto Marx siempre afirmó que en estos dos elementos contradictorios y antagónicos subyacía un nuevo modelo social basado en el triunfo del Trabajo sobre el Capital, y por tanto de la clase social creadora frente a la parasitaria . Pero el desarrollo de «unas nuevas maneras de producir», ha demostrado que estos dos elementos han sido en realidad más complementarios que antagónicos. Mientras uno no puede vivir sin el otro, ambos perecen o son negados con la aparición de una nueva fuerza productiva, basada fundamentalmente en el conocimiento científico, que se revuelve tanto contra el Capital como contra el trabajo en su forma asalariada.
Contra el Capital porque el conocimiento científico escapa de la consideración de simple mercancía. Mientras que el trabajo creador de mercancías es realizado individualmente en el acto productivo y consumido (gastado) necesariamente en el mercado, el trabajo científico es esencialmente creado, desarrollado y reproducido solo socialmente. Su característica fundamental no es ser consumido en el mercado como simple mercancía de cambio, sino ser generalizado y reproducido como Patrimonio social, y por tanto, en abierta contradicción con el carácter privado del Capital. La «Inteligencia Colectiva» (o el «General Intellect», como la llamó Marx) clama por desencadenarse del secretismo y la privacidad que la tiene sometida la sociedad del Capital. Contra el trabajo en su forma asalariada, porque él debe necesariamente de desprenderse de su categoría de trabajo forzado que solo debe rendir beneficios al Capital, y convertirse en trabajo creador para el uso y el beneficio colectivo. La búsqueda y el descubrimiento científico que debe facilitar los saberes y las herramientas que hagan más fácil y confortable la vida, no pueden estar sujetos a ninguna relación de producción y de cambio mercantil. Los avances del saber científico son inseparables de una organización social de libre cooperación tanto para su producción como para su uso. Los problemas científicos nunca pueden ser resueltos por pelotones de esclavos ni la libre imaginación y la actividad humana pueden estar encadenadas a estructuras políticas de poder.
LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Es inaudito que en este periodo de profundas transformaciones tecnológicas, que impregnan todos los sectores de la producción, la intelectualidad que habla y escribe constantemente de la necesidad de una revolución social, no vea en estas transformaciones los fundamentos sobre los que va a producirse esta. Contrariamente a otras épocas históricas en donde las ideas de progreso y libertad, veían esperanzadas el nacimiento y la fuerza renovadora del conocimiento científico, de los nuevos descubrimientos, de los nuevos ingenios que hacían mas eficaz la actividad de los hombres, de los esfuerzos pioneros en todos los órdenes que hacían resquebrajarse estructuras políticas caducas, académicos dogmáticos y poderes religiosos reaccionarios y oscurantistas… ahora ante la Ciencia todo es recelo, desconfianza, temores, resistencias y demonizaciones. Tanto es así, que muchos querrían pretender retroceder a épocas productoras anteriores para salvar viejos emporiums industriales obsoletos, mantener puestos de trabajo ineficaces, generalizar fórmulas de protección social basadas en la limosna (renda básica), o mantener estructuras organizativas y territoriales de poder arcaicas. La vieja sociedad capitalista del siglo pasado es irrepetible. Su crisis no tiene vuelta atrás.
Contrariamente al recelo y a la desconfianza, debemos comprender que es el estadio actual del conocimiento humano, el que nos va a permitir, por primera vez en la Historia, poder concebir una sociedad en donde la organización científica de la producción, la distribución y el consumo (instrumento específicamente técnico), acabe definitivamente con toda forma de poder político. Esta es la batalla.
No hay ningún nuevo poder político que deba sustituir al antiguo. El Capital, en su forma más acabada (el Capital financiero), ya terminó de desposeer a todas las clases y sectores sociales de cualquier forma de propiedad, sobre las que se basó su existencia y su lucha política. Su acumulación se produce por desposesión. No hay más litigio entre clases o naciones. No hay más unificación de intereses a partir de la propia situación en los procesos de producción o de distribución en el mercado: El acceso a la propiedad (que fue precisamente la fórmula de desarrollo y expansión del sistema capitalista) es ya definitivamente negada no solo a la clase social que nunca la tuvo, sino a todos los demás sectores que anteriormente basaban su supervivencia en las posibilidades de acceso a ella. El Capital financiero está terminando el proceso de concentración de la propiedad, o dicho de otra manera, el proceso de desposesión de la propiedad a extensos sectores de la producción a nivel global. La lucha entre clases o entre naciones ha devenido en lucha entre clanes financieros a nivel mundial, y de estos, indistintamente, contra los últimos resquicios de los recursos y riquezas de los pobladores de la Tierra aún por saquear.
La lucha de clases (entre clases), correspondió exactamente a un periodo histórico determinado. En el, fue justo reivindicar la organización y la soberanía de la única clase social, que no solo nunca tuvo posibilidad de acceso a la propiedad sino que, al contrario, fue a partir de negársela como todas las demás clases propietarias pudieron apropiarse de su fuerza de trabajo. Por eso Marx arremetió contra cualquier otra alternativa interclasista, que parapetada en los intereses de otras clases o sectores sociales, no tenía más carácter que el de literatura reaccionaria o burguesa. Entonces, solo la clase productora podía ser el sujeto de la Revolución social. Ahora, cuando el desarrollo de la sociedad capitalista ha socavado definitivamente la sociedad de clases, reduciéndola simplemente a dos únicas categorías (poseedores y desposeídos), las izquierdas reaccionarias siguen aún buscando y buscando el advenimiento de la «conciencia de clase» y la necesidad de absurdas alianzas interclasistas. No se han enterado de que el nuevo sujeto revolucionario es el producto de una nueva situación generada por los significativos cambios en la manera de producir. Sujeto que forma parte -aún sin desearlo- de un inmenso conglomerado de desposeídos de cualquier propiedad de los medios de vida y que no tiene más porvenir que la precarización de su actividad productiva (a partir de la constante desvalorización de su fuerza de trabajo) o en la exclusión. Digo, aún sin desearlo, por que su condición social no depende de su voluntad de permanecer o no a ella, sino de la mas estricta necesidad histórica de su existencia. Y la Historia ha determinado su defunción.
(A los que les asusta ésta imparable dislocación de la antigua «sociedad de clases» y les acongoja «la falta de conciencia de las masas» les aconsejaría releer un poco a Marx: (…)»Pero adviértase que aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y relaciones de clase. Quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de las que es socialmente un producto, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas» K.Marx, «El Capital»).
En este enorme sector de desposeídos ya no prima su antigua condición de clase (que ya no pueden recuperar), sino fundamentalmente su condición individual de seres humanos y su condición colectiva de especie. Como tales, no es el desarrollo de las fuerzas productivas quien les aboca a la marginalidad y la desesperanza, sino el carácter privado de su posesión. Que las viejas maneras de trabajar hayan sido plenamente superadas no puede significar que las profecías de Malthus (o de los nuevos neodarwinistas sociales) deban cumplirse. La sociedad debería felicitarse y congratularse de los nuevos conocimientos tecnológicos que indiscutiblemente facilitarán nuestra vida, que cambiarán nuestra manera de trabajar, que situarán el método científico (y no la ideología política) en el centro de nuestra actividad cotidiana, que primarán la eficiencia y la rigurosidad, que arrinconarán largas y agotadoras jornadas, que promoverán el tiempo libre como la mayor consideración de progreso social y que nos acercarán a una nueva manera de vivir en donde el colectivo humano, unificado y soberano, se plantee la realización de nuevas necesidades y de nuevos sueños. Esta es la meta, plenamente a nuestro alcance, a la que deben converger todos los esfuerzos de la Humanidad frente a la Barbarie que nos propone el Capital.
Esta tarea constructora es la que la sociedad debe organizar. No es, de ninguna manera, una tarea política. En todo caso deberá necesariamente enfrentarse para realizarla contra los poderes políticos que son los que le niegan tal posibilidad. Y su lucha será a muerte: Poder Social contra el Poder Político.
La sociedad que construyó la burguesía se impuso sobre la del Antiguo régimen feudal porqué venció en todos los aspectos y circunstancias de la vida real de las personas. Venció en los pequeños talleres de las ciudades libres en donde comenzaron a introducir las primeras innovaciones tecnológicas, en las transformaciones agrícolas en donde se implantaron nuevas técnicas y nuevos cultivos, en la mecanización de los procesos productivos, en la atenuación de hambres y epidemias que redujeron significativamente la mortalidad de las poblaciones, en el desarrollo de las Universidades y centros del saber, en el auge del comercio, el transporte y las comunicaciones… Allá en donde impuso su nueva manera de producir, fue en donde ahogó los sagrados sentimientos religiosos, los entusiasmos caballerescos, los sentimentalismos idealistas y las relaciones serviles. Su poder político (la legalización de los instrumentos para la defensa, la justificación y el mantenimiento de unas nuevas formas de apropiación del trabajo humano: El Estado) no fue más que la consecuencia última de su poder real sobre la sociedad. La nueva sociedad que se impondrá sobre la del Capital deberá también vencer en todos los aspectos y circunstancias de la vida real de las personas. Su poder real, basado en la construcción, es intrínseco a las más profundas entrañas biológicas del hombre social que ama la vida y lucha por su bienestar cuando sectores antisociales y enfermizos no dudan en negárselo antes de perder sus privilegios. Ningún poder político necesitará esta nueva sociedad porque sencillamente no deberá legalizar ningún nuevo instrumento para la defensa, la justificación y el mantenimiento de ninguna otra forma de explotación del trabajo humano. Será la sociedad de la libre organización de productores. Las instituciones que necesariamente creará esta sociedad de productores son las que dictamine, en cada momento, la organización científica de la producción, la distribución, el consumo y el ahorro social.
LA ORGANIZACIÓN
El proceso de apropiación del mundo, la más vieja y pertinaz tendencia del Capital, se ha cumplido. Con ella, la conversión de cualquier recurso, cualquier fuerza o medio productivo en mercancía de cambio. El progreso de nuevas fuerzas productivas basadas en el conocimiento científico (de las que el Capital no es su generador sino su enajenador) alcanzan sus propios límites por la forma de propiedad con la que se rigen las relaciones sociales. La propiedad social del conocimiento científico como motor de las fuerzas productivas y la propiedad privada son los dos nuevos antagonistas en este periodo. La Humanidad tiene exactamente en este antagonismo, la clave de la resolución de sus problemas de supervivencia. La emergencia de esta nueva manera de producir abre un periodo revolucionario que corresponde no solo a una voluntad de cambio social sino a un estadio de desarrollo que hace posible y necesario este cambio. Las herramientas que harán posible esta nueva organización libre de productores: de creación, difusión y generalización soberana y democrática de estas nuevas maneras de producir germinan por doquier con gran rapidez. La nueva sociedad será el producto de estas nuevas condiciones.
Esto que puede parecer de complicada comprensión teórica, es en la inmediatez de la actividad cotidiana, la sencilla batalla que libra la Humanidad contra el Capital: la recuperación de los recursos y la utilización de todas las fuerzas y de los medios productivos a favor de su supervivencia. Fuerzas y medios que necesita crear, difundir y utilizar con libertad y sin trabas. Y la única posibilidad de ganar esta batalla es la de trasgredir las leyes (de apropiación privada) de la sociedad caduca y afianzar un proceso de ruptura con sus formas, comportamientos, hábitos, códigos morales y éticos… e inutilizar (destruir) sus instrumentos de fuerza y opresión política.
La lucha por la recuperación de los recursos (que la sociedad del Capital ya ha concentrado desposeyéndolos de toda forma de posesión privada) no puede resolverse con una nueva parcelación sino en su reconsideración como Patrimonio Común (propiedad social) único e indivisible. No está en su concentración, sino en su privatización y en su conversión en mercancía de cambio y por tanto en mercancía cuyo único fin es rendir beneficios al Capital, en donde se sitúa el antagonismo. La concentración de los recursos para la disponibilidad y uso social de cualquier colectivo humano (sea de él poseedor o no en su territorio) es una tarea fundamental. ¡Que lo entiendan ya de una vez los movimientos y organizaciones que se reclaman autonomistas, indigenistas, autodeterministas, nacionalistas, etc.! Su lucha contra el malvado Capital tras estas banderas es reaccionaria. El proceso colectivo de construcción de una sociedad humana unificada y soberana de su propia andadura, cada día más universal y cosmopolita, es el único nuevo estadio que los seres humanos debemos contemplar. Ni parcelados en patrias, ni patrias propietarias de recursos, ni recursos como moneda de intercambio mercantil entre los humanos.
Si la organización del colectivo humano ha de ser universal, el proceso de su construcción y ensamblaje (a modo de red interconexionada como la que forman las células de un ser vivo y no como el encadenamiento mecánico de unidades autónomas) debe partir de una propia y particular organización de carácter territorial. Porque es precisamente en el territorio (pueblo, comarca, vecindario, barrio, etc.) en donde se desarrollan los vínculos y las relaciones de colaboración colectiva más vivas, para solucionar los problemas cotidianos de la vida social: la producción, el transporte, la escuela, los servicios sanitarios, la distribución… y allá en donde además, se libran específicamente las batallas entre el Poder Social, que irá tomando forzosamente en sus manos la solución de todas estas cuestiones perentorias, y el poder político, que aunque incapacitado de darlas, se le opondrá con toda su fuerza y desatino. No estamos lejos de poder constatar la repetición, una y otra vez, de momentos cruciales en donde la ira de los pueblos llega a inutilizar a los instrumentos políticos del poder. Tantas cuantas veces los repongan, tantas veces los pueblos los deberán inutilizar. Hasta su destrucción.
Jorge Beinstein, parece comprender, pero a su vez extrañarse, de que en tales situaciones los pueblos se replieguen: (…)»Sin embargo estas rebeldías no lograron destruir los sistemas de poder… las masas avanzan, golpean, desbordan, amenazan, acosan, pero finalmente se repliegan o bien muestran su incapacidad de superar la crisis. Es en este punto donde las instituciones del sistema logran recomponerse y frenar el descontento. El poder burgués sobrevive aunque para ello se vea obligado a vestir una nueva indumentaria que adorna con vistosos apliques «izquierdistas» y símbolos extraídos del folcklore popular, mientras arroja al basurero a unos cuantos políticos desprestigiados» («El reinado del poder confuso» en Rebelión). Yo diría, al contrario, que felizmente se repliegan. Por varias razones. Una, porque el Poder Social no se construye con la toma por asalto de ninguna institución burguesa, sino allá en donde debe decidirse realmente la manera de producir y de distribuir cuanto nos es necesario para vivir: la fábrica, la mina, el campo, la escuela,.. Otra, porque en última instancia ¡no lo podemos olvidar! las rebeliones son siempre ahogadas con sangre cuando el poder burgués titubeante y acosado mantiene aún en pie su aparato represivo y militar que no duda un solo instante en utilizar. Y otra, porque después de un descontento viene otro, y luego otro y luego otro. ¿Acaso piensa usted que la sociedad burguesa tiene aún algo distinto a proponer que la destrucción y la precariedad? ¿Acaso cree usted que algún sector social sobrevivirá por mucho tiempo al colapso económico, ecológico y moral en el que nos adentramos? Las masas o las multitudes pueden quizás estar ofuscadas, pero los seres humanos poseemos instintos de supervivencia muy arraigados en lo mas profundo de nuestro ser.(Mi enojo viene, lo siento, por la reiterada utilización, por algunos analistas, de los términos «masas» y «multitudes» que no llego a comprender exactamente su significación).
LA ASAMBLEA
No hace falta ser un profundo conocedor de la Historia para constatar, como la formación de cualquier Poder Social, se fundamenta en la voluntad y la acción organizada de la mayoría de los sujetos que deciden soberanamente emprender un proceso transformador. La Asamblea, es su instrumento: Unitario, deliberador, soberano y ejecutivo. Es un instrumento para la acción. Así de simple. A nadie debe extrañar pues, que la Asamblea sea nuevamente el instrumento de acción de la mayoría de los movimientos actuales de rebeldía contra la sociedad del Capital. En su defunción, como no puede ser de otra manera, al Capital le acompañan todas las viejas formas de organización y de representación que cohesionaron la sociedad en donde era ley, la apropiación del trabajo humano. Pero esta ley de dominio ya no cohesiona. Los caminos de progreso que prometieron, devinieron de precariedad. La actividad productora, en pillaje y especulación. La condición asalariada, en el más puro estado servil. La libertad, en control y en miedo permanente. El Estado protector, en estado en donde la indefensión es absoluta. Y mientras cada situación familiar y personal va convirtiéndose en dramática situación colectiva, el Capital financiero amasa cada vez más, inmensas fortunas.
Por esto, porque nos son negados los medios de vida inmediatos y materiales, nos volvemos a reunir y organizar para recuperarlos. Esta y no otra es la función del instrumento Asambleario. En ella debemos estar todos los que de una u otra manera sabemos que la sociedad del dinero no ofrece más ninguna esperanza para nosotros ni para nuestros hijos. Sea cual sea nuestra condición social. Sea cual sea nuestro pensamiento político. Estamos para construir solo a partir de nuestra condición de seres humanos en peligro. Para construir de manera diferente. Nuestra escuela, nuestro hospital, nuestro taller, nuestra siembra, nuestro centro de investigación o de creación artística… no excluirá ningún cerebro, ningún brazo, ningún corazón por su pensamiento político. No estamos contra de ningún pensamiento político: este no es el problema. Solo estamos contra la explotación del hombre, contra el hambre, la escasez, la enfermedad, la descolarización…
Es hora de clamar por el trabajo creador frente al trabajo forzoso, por la organización científica de la producción frente a la que solo debe rendir beneficios al Capital, por la generalización del conocimiento como fuente de vida y de bienestar frente a su privatización como instrumento de acortamiento del tiempo de circulación del Capital en su único objetivo de revalorización y acumulación, por la democrática soberanía de los seres humanos para decidir el modelo de progreso que deseamos frente a la imposición oscurantista y secretista dictada por la sociedad del dinero, para trabajar para la vida y no para el Capital.
Las izquierdas políticas, partidistas, iluminadas y salvadoras nos son un pesado lastre en esta tarea. Sus militantes deberían poner en crisis su pensamiento y su actividad.
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