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El ladrón de la Navidad

Fuentes: Rebelión

Como todos los años, millones de niños y padres de todo el mundo han esperado con ilusión recibir los estupendos y cuantiosos regalos del día de Navidad. Tras levantarse se han apresurado a descubrir los caprichos navideños que les han sido concedidos por el bonachón y afable Papá Noel. Pero, ¿quién es este personaje? ¿Quién […]

Como todos los años, millones de niños y padres de todo el mundo han esperado con ilusión recibir los estupendos y cuantiosos regalos del día de Navidad. Tras levantarse se han apresurado a descubrir los caprichos navideños que les han sido concedidos por el bonachón y afable Papá Noel. Pero, ¿quién es este personaje? ¿Quién se esconde bajo ese característico traje rojo, tras la poblada barba blanca y la barriga cervecera?

Como la mayoría de figuras producto de las campañas de publicidad e imagen de las grandes corporaciones Papá Noel dista de ser puramente bondad y bonitas intenciones. Es una de las cabezas visibles de una enmarañada red con millones de miembros encargados de que asegurar que la entrega de regalos se pueda llevar a cabo con total normalidad cada año. Para ello Papá Noel y sus colegas trabajan a destajo por todo el mundo.

En sus diversos viajes, Papá Noel se encarga de recolectar todo aquello que necesita para preparar y entregar sus regalos. En Iraq, por ejemplo, extrae parte del petróleo que le sirve para transportar de lado a lado del mundo todos sus presentes. La guerra no es cosa propia del espíritu navideño por lo que no repara demasiado en esas gentes belicosas que allí viven. En África expolia muchos de los minerales que formarán parte de joyas y modernos componentes electrónicos. El hambre que observa a su alrededor tampoco se corresponde con los copiosos banquetes navideños y nuestro hombre abandona esos parajes no sabiendo integrar su barriga entre tanto estómago famélico. A su paso por India, China y otros países de Asia, Papá Noel obtiene zapatillas y muchas prendas de ropa. No deja ninguna por allí, pues ningún niño de los que se encuentra en las fábricas le ha sabido escribir carta alguna. Entre tanto aprovecha para visitar los frondosos bosques de indonesia y del amazonas y, tras desplazar a algunos indígenas que le miraban como si nunca le hubieran visto en televisión, arrasa con los árboles que producirán el papel para envolver tantos y tantos regalos, y que es pieza clave para crear el bonito halo de misterio que los caracteriza: ¿Qué será? ¿De dónde vendrá? ¿A quién habrán explotado para fabricarlo? ¿Cuánta contaminación habrá causado?

De esta manera llega a la Navidad, con un saco repleto de espléndidos presentes. Pero lejos de ser la figura que acostumbramos a ver en tantas películas navideñas, Papá Noel no es más que un ladrón, uno de los mayores que ha conocido la historia. Un transfigurado Robin Hood que sin esconderse campa a sus anchas robando a los pobres para beneficio de los ricos. La cruda realidad es que para que algunos niños y mayores reciban sus regalos en Navidad, Papá Noel ha tenido que desvalijar a muchas otras familias que, por supuesto, no reciben su visita en estas fechas. Cada año le pedimos más cosas a Papá Noel y a amiguetes suyos como los Reyes Magos o San Valentín, sin pensar en que el precio de todas esas mercancías lo están pagando otras familias ocupadas en salvar su vida de la guerra, del hambre y del frío como para defender de manera efectiva sus propios recursos.

La Navidad es en el fondo la época más insolidaria del año, pues en ningún otro momento del año se fomenta y aparece de manera tan patente un consumo despilfarrador cuya consecuencia es perpetuar y aumentar las desigualdades que sumen a la mayor parte del mundo en el hambre y el sufrimiento. El grueso de la bien amaestrada sociedad se conforma con dar limosna, acudir a la misa del gallo y pretender llevarse bien con el resto de sus congéneres cercanos, al tiempo que introducen en el buzón una larga lista de deseos materiales que cumplir. El espíritu navideño se convierte en una vulgar falacia destinada a distraer las conciencias mejor informadas.

Resulta preocupante que el amor, la felicidad, la bondad, la generosidad y el resto de bonitos valores tan renombrados en estas fechas pasen a depender de manera tan directa de los propios obsequios. Estamos generando una sociedad en la que no regalar supone no apreciar a los demás, mientras que no recibir regalos nos hace simplemente infelices. El verdadero problema es que la idea de obsequio está claramente ligada a la de producto comercial. La adquisición desproporcionada de bienes tira de una cuerda que ahoga en la infelicidad y la miseria a demasiadas personas, pagando así un precio social y ambiental muy alto.

Papá Noel se convierte en uno más de los culpables que hacen que el número de pobres crezca cada año. Y así continuará siendo, hasta que nos demos cuenta de que unas navidades verdaderamente justas y solidarias necesitan que bloqueemos nuestras chimeneas, que obliguemos al gordo ladrón a tomarse unas vacaciones y a que desaparezca por un tiempo junto al resto de productos superfluos y vacíos vendidos en televisión.