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El límite de lo posible

Fuentes: Rebelión

Miríadas de analistas situados en la izquierda del espectro político concuerdan en apreciar una enorme tensión entre un mundo que se agota y otro que emerge. Y hasta ahí las coincidencias «fáciles». En adelante, suelen bifurcarse los derroteros de la aprehensión teórica, porque para algunos, si bien deviene inobjetable la decadencia de la hegemonía estadounidense, […]

Miríadas de analistas situados en la izquierda del espectro político concuerdan en apreciar una enorme tensión entre un mundo que se agota y otro que emerge. Y hasta ahí las coincidencias «fáciles». En adelante, suelen bifurcarse los derroteros de la aprehensión teórica, porque para algunos, si bien deviene inobjetable la decadencia de la hegemonía estadounidense, no se distingue a corto plazo la entronización de una potencia o de un grupo de países en el sitial del Tío Sam.

Conforme a observadores tales Carlos Heredia (POR ESTO), EE.UU. seguirá siendo durante muchos años preeminente a nivel global, «por razones militares, tecnológicas, financieras, culturales, mediáticas y lingüísticas». Aseveración que matiza al decir que, ante la debilidad europea, en los corrillos intelectuales se comenta que el poder está crecientemente en manos de un «G-2 de facto», integrado además por China. Lo cual deviene harto creíble, porque el ascenso de la última ha provocado (re)acomodos perceptibles. Si de geográficos y geopolíticos hablamos, tiene presencia económica y diplomática en cada rincón del orbe. «Estados Unidos ve cómo China se mete a regiones donde Washington gozaba de virtual monopolio».

Como contrapeso anotemos, por ejemplo, que Seúl y Tokio se muestran renuentes a que Washington reduzca su presencia militar en la región, e incluso reclaman que le imprima fuerza, en vista de que el vecino «mantiene disputas por islas e islotes en el Pacífico nororiental con Japón y Corea, y asimismo en el mar de China meridional con países del sur y sudeste asiático».

Si hay un convencido de la pujanza geoestratégica de Beijing es la propia Norteamérica. No en balde «impulsa la Asociación Trans-Pacífico (TPP por sus siglas en inglés) como un medio de contener a China y de forzarla a adoptar y a cumplir con las reglas de comercio de bienes y servicios de la Organización Mundial del Comercio, establecidas por las potencias occidentales». En ese contexto, para Heredia el dólar continuará constituyendo la principal moneda de reserva global. Luego, en la lógica de su exposición, la balanza vuelve a inclinarse hacia el este, pues acota que el «dragón» ya dispone de la mayor cantidad de navegantes por Internet y «pronto será líder en buscadores de información, comercio en línea y otros usos».

A estas alturas, introduce una variable digna de tener en cuenta a la hora del pronóstico de un porvenir que podría estar a tiro de piedra: el perfil demográfico del gigante también representa un desafío complejo. «La política de hijo único y el acelerado envejecimiento de su población erosionan su potencial de crecimiento de largo plazo. Paradójicamente. Estados Unidos cuenta con una fuerza de trabajo rejuvenecida en buena medida por la inmigración mexicana y por la alta tasa de crecimiento de la población latina al interior del país; ello le da un margen de competitividad sobre Europa y Asia».

Empero, politólogos hay que perciben más cercano el descalabro del actual orden mundial. Para Enrique Muñoz Gamarra (Rusia Today), verbigracia, deviene lamentable la situación del imperialismo mayor, que ha sufrido en Ucrania «una aplastante derrota. Rusia estratégicamente lo ha vencido. Pero Estados Unidos no está dispuesto a aceptarlo. Se niega al repliegue estratégico. Incluso una de sus preocupaciones es que sus socios caigan en la tentación de querer conseguir armas de uso exclusivo de las potencias. Esto es mientras exigen a sus socios en la OTAN aumentar sus presupuestos de guerra. Y el conflicto recae muy fuertemente sobre esta región (Europa)». Entonces, movidos por el estado de cosas, ciertos países del Viejo Continente estarían comenzando a comprender la peligrosa implicación de permitir la instalación del cacareado escudo antimisiles en sus territorios.

Luciendo optimista en grado sumo, el comentarista se adentra en las analogías históricas. Según él, estaríamos ingresando en una coyuntura similar a la de 1989 (derrumbe del Muro de Berlín). «Ya sabemos lo que vino después de aquel suceso, nos estamos refiriendo, nada más y nada menos, a la caída de la exURSS, en 1991. Algo parecido está por ocurrirle ahora a Estados Unidos. La implosión de su economía, al parecer, está muy cerca».

¿Los signos? El referéndum de Crimea y los sucesos de Ucrania lo señalarían con prolija claridad. «De hecho, esto es una prolongación de lo ocurrido el 3 de septiembre de 2013, cuando, en su desesperación por su fracaso militar en Siria, el grupo de poder fascista de Washington ordenó a sus fuerzas armadas estacionadas en su base naval de Rotta (España) disparar dos misiles balísticos contra Damasco, que felizmente fueron detectados y abatidos a tiempo por los sistemas de defensa antiaéreos de Rusia». Muestra «absolutamente incuestionable» de «la quiebra del sistema unipolar. Su fragmentación es irreversible…»

¿Demasiado entusiasmo de izquierdista anheloso? Podría ser. Solo que las controversiales relaciones entre Rusia y Occidente están disparando el atractivo de los esquemas de negocios que excluyen el dólar. Y en medio del explícito apoyo de Beijing a la posición soberana de Moscú ante las amenazas de Washington, ocurre el posicionamiento del yuan en calidad de divisa. Como más de uno ha apuntado, Rusia y China están decididas a comerciar en sus propias monedas. Incluso a concretar sus mecanismos en el comercio internacional del gas y el petróleo.

Pero la conjunción de voluntades no queda ahí. No en balde entendidos tales Xulio Ríos (digital Rebelión) ponen énfasis en el incremento sustancial de la cooperación estratégica bilateral. Aunque, en sintonía con sus líneas políticas exteriores, devendría difícil, si no imposible, «tanto que China apoye todos y cada uno de los pasos de Rusia, por ejemplo, en la crisis ucrania, como que Rusia secunde las acciones de China, pongamos por caso, en su contencioso con Japón», se erige en incontestable que el entendimiento entre ambos ha cobrado inusitado vigor.

Recordemos que, tras la firma del esperado acuerdo sobre el suministro de gas ruso a China, «otros compromisos económicos de gran envergadura atañen a sectores como la industria aeronáutica civil (en ciernes de establecer competencia con Boeing y Airbus), la construcción, […] aeroespacial, transportes, infraestructuras (con un simbólico puente sobre el río Amur, el primero entre ambos países), la creación de Zonas Económicas Especiales en Siberia y Lejano Oriente, o al aumento de los pagos recíprocos en divisas nacionales orillando el dólar un poco más. Todo ello debe cristalizar en un aumento del volumen comercial y de las inversiones, actualmente muy por debajo de su potencial. Los 90 mil millones de dólares en 2013 podrían llegar a los 200 mil millones en 2020».

La colaboración militar también avanza a buen ritmo, «aunque ambas partes se cuidan de no dar una impresión equivocada. La secuencia de ejercicios navales […] en aguas del Mar de China oriental, se acompaña de medidas simbólicas como la primera inspección conjunta de las fronteras comunes. Para 2015 se anuncian nuevas maniobras militares a gran escala con el propósito declarado de reivindicar el legado de la II Guerra Mundial, que ambas partes consideran en peligro por las lecturas aviesas que tanto minusvaloran el papel de la antigua URSS en la derrota nazi como moderan la responsabilidad de Japón en las agresiones perpetradas en Asia».

Y, por cierto, la nación milenaria está lejos de ser un «tigre de papel» -sobrenombre que, ¿recuerdan?, una vez endilgó a la superpotencia-. Ya el Pentágono ha chillado que el rival podría írsele por delante en el campo de los misiles, tras probar con éxito el hipersónico WU-14, capaz de penetrar el sistema de defensa de EE.UU. y transportar cabezas nucleares a velocidades récord. Como si no bastara, Beijing ha doblado la baza con la reciente puesta en servicio de un portaaviones, buques de asalto anfibio, cazas invisibles a los radares, aviones no tripulados y un sofisticado programa espacial.

Rusia, por su parte, ha anunciado que avanza en trabajos de investigación para poner en disposición combativa una respuesta al programa estratégico denominado Rápido Ataque Global (PGS, en inglés). Fuentes castrenses de la Federación han confirmado que desarrollan un misil pesado hipersónico al que denominan Zircon, del cual solo se conoce que está diseñado para ser instalado en submarinos multifuncionales y buques de superficie. «Jerarcas del sistema defensivo ruso -informa Prensa Latina- mencionan este cohete pesado como un arma única de la que no dispone Washington, pero mantienen en secreto su velocidad y otras características».

Se ha hecho público que las labores de creación del artefacto transcurren en estricta conformidad con el plan establecido, mientras continúa el suministro activo de artilugios de largo alcance basados en plataformas terrestres del tipo Yars y los ubicados en submarinos y que se pueden disparar sin detener la navegación, nombrados Bulavá.

Para mayor temor del Departamento de Defensa, el presidente Vladímir Putin ha reiterado que el país artillará a sus Tropas Coheteriles Estratégicas (TCE) en 2014 con 22 unidades balísticas intercontinentales (MBI) de emplazamiento terrestre.

Todo lo cual -y más, mucho más- incita a comulgar con la miríada de analistas que constatan la tensión entre un mundo agotado -y agostado- y otro emergente. Ocaso y orto. Ahora, ¿reemplazo a tiro de piedra? Difícil de contestar. Sí insistamos en que la historia tiene trillos insospechados. Y que, cuando nos hallamos bajo el cónico techo de un parteaguas, no siempre atinamos a prever cuán cercano se encuentra el cambio. Algo supone ya una verdad de Perogrullo: ambos integrantes del flamante polo de poder planetario. Rusia y China, se han decidido a caminar juntos, lo que podría hacer que se expanda el límite de lo posible. O de lo impensado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.