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En torno a Sociofobia, de César Rendueles

El miedo a lo colectivo

Fuentes: Rebelión

Lo que sigue son las notas tomadas para la presentación de Sociofobia el jueves 3 de octubre en La Tercera junto a Amador Fernández-Savater y César Rendueles. Están pensadas para ser contadas en voz alta pero, siguiendo la pauta de Amador, quien ha colgado las suyas aquí, las pongo a disposición de quienes hubieran querido […]

Lo que sigue son las notas tomadas para la presentación de Sociofobia el jueves 3 de octubre en La Tercera junto a Amador Fernández-Savater y César Rendueles. Están pensadas para ser contadas en voz alta pero, siguiendo la pauta de Amador, quien ha colgado las suyas aquí, las pongo a disposición de quienes hubieran querido asistir y no pudieron hacerlo. Coincido con Amador en destacar lo singular de una presentación planteada, más allá del agasajo, como debate entre los participantes y con el público en la sala. Doy las gracias a César Rendueles y a Capitán Swing por haber puesto en circulación un texto que nos permite hacernos preguntas necesarias y nos ayuda a buscar las respuestas, y a Jorge Sola, quien presentó y moderó el acto, a La Tercera y a En Construcción, por sostener un espacio y un tiempo donde estas conversaciones sean posibles.

He encontrado en Sociofobia dos rasgos que aprecio en las novelas. Una escritura atenta tanto a lo que se dice como a lo que no se quiere que las palabras digan por inercia; y el hecho de que el narrador de este ensayo -si es que los ensayos, que yo creo que sí, tienen narrador- narre porque quiere saber. Leer este libro es, por tanto, sentirse parte de una indagación y llegar al final no es encontrar a un asesino tramado antes, sino comprender mejor qué nos está pasando.

«Las propuestas políticas -dice Rendueles – que confían en la aparición de nuevas formas de sociabilidad (aquí se refiere en parte a las propuestas del hombre nuevo) despiertan desasosiego incluso entre sus partidarios. (…) No vemos claro por qué demonios vamos a dejar de ser individualistas, egoístas, desconfiados e insolidarios». Un poco más adelante describe lo que considera como el callejón sin salida sociológico de la izquierda: «la búsqueda de una estructura consistente y viable de compromiso con los demás, compatible con la autonomía individual y la realización personal».

Estimo que su libro trata sobre todo de esa búsqueda, poniendo en el centro la fragilidad y la dependencia y dando en el blanco de uno de los miedos menos tratados, por así decir, desde dentro, cuando se habla de la izquierda: el miedo a lo colectivo, que él perfila a lo largo del ensayo, de ahí el título.

Dado el espacio de debate donde nos encontramos, más que comentar el libro voy plantear algunas cuestiones al hilo de su lectura, pues creo que una de las virtudes de un ensayo es que nos permita pensar en común y hacerlo a través de sus enfoques.

1. La primera trata sobre el hombre nuevo capitalista. Partiendo también de la conciencia de la vulnerabilidad pero no para encontrar en ella algo fundacional sino algo a combatir, el capitalismo ha generado su propio hombre nuevo, o persona nueva. La opción del capitalismo es protegerse, como hace la hormiga en la fábula de la cigarra. Acumula, y nos hace acumular. Nos ofrece coches que son armaduras, no importa si nos estrellamos con ellos, importa que en su interior nos sintamos fuertes. Nos brinda ahora conexiones, vínculos que son ciertamente frágiles, pero que también pueden defendernos. Y procura eliminar lo que César describe como «la tendencia de los seres humanos a coordinarse de forma no competitiva».

Dice Rendueles que «a juzgar por la propaganda soviética, el nuevo sujeto postcapitalista era un vigoroso cóctel de entusiasmo enfermizo por las grandes obras de ingeniería, sumisión a la autoridad burocrática y carácter gregario a caballo entre un lemming y un capitán de fútbol». Parafraseándole un poco, podríamos decir que el nuevo sujeto capitalista post 1989 es un «vigoroso cóctel de entusiasmo enfermizo por las coloridas obras de la electrónica, sumisión a las burocracias y servicios técnicos de Samsung, Telefónica o Gas Natural, y carácter gregario a caballo entre un lemming y un Mourinho».

Con esto quiero decir que sería extraño impugnar propuestas políticas porque confían en la aparición de nuevas formas de sociabilidad -en otras palabras, que al amparo de unas leyes y condiciones diferentes seamos mejores personas-, y sin embargo no ver cómo esas nuevas formas están surgiendo constantemente a través de prototipos de hombres nuevos capitalistas, que no son tampoco naturales, que están en constante formación y un día pueden, por qué no quererlo, extinguirse dando lugar a prototipos diferentes en un sistema político diferente.

Si el capitalismo ha ido creando sucesivos modelos hombres nuevos y mujeres nuevas, ¿tiene sentido negarle esa capacidad a otras tradiciones emancipatorias? Hay todo un proyecto ético ligado a la emancipación colectiva, son tantas las personas que han dado su esfuerzo, su tiempo, a veces sus vidas, y casi todo con amabilidad, generosidad, potencia, desde cada una las muchas tradiciones de la izquierda, que resulta inimaginable no recordarlas. El hombre nuevo, mejor la persona nueva, no es ningún milagro en busca de pistas de aterrizaje sino el fruto del cultivo de unas facultades en lugar de otras. Voy a poner dos ejemplos menores, precisamente para evitar cualquier idea mágica de la transformación. Algunos de los presentes habrán asistido alguna vez a una asamblea, pongamos en Cuba, y quizá hayan llegado a pensar que la función crea el órgano, porque es difícil encontrar en otra parte tal cantidad de calma -si bien el respeto tomado como motor en las asambleas del 15M probablemente la rozaba- y perseverancia para intervenir, hablar, escuchar incluso lo que está fuera de lugar, argumentar y finalmente llegar a conclusiones, calma y perseverancia de que la mayoría de las personas habituadas a las prácticas del capitalismo posterior al muro de Berlín carecemos.

También el feminismo ha creado nuevas formas de sociabilidad. Por ejemplo, al mismo tiempo que la incorporación de la mujer al mercado de trabajo ha traído ruptura de algunos vínculos comunitarios tradicionales, ha contribuido a extender la conciencia de la vulnerabilidad, de nuestra dependencia y nuestra solidaridad. Conciencia -y praxis- de la que, justo es reconocerlo, muchos de esos padres cansados en busca del socialismo a los que alude Rendueles -digo padres aquí en sentido estricto, sin inclusión de madres- carecían antes, como tampoco estaban tan cansados.

Mi pregunta es entonces si en esa «búsqueda de una estructura consistente y viable de compromiso con los demás, compatible con la autonomía individual y la realización personal» lo que nos da más miedo no es tanto no encontrar formas de realización, sino aceptar que ésta puede no ser tan personal, que nuestro yo no es algo tan precioso y peculiar sino también un nudo de la red y si cambia la red, cambiará el nudo.

2. La segunda cuestión tiene que ver con el proceso a través del cual la fragilidad se hace fuerte.

«La fragilidad», decía un personaje de una novela, «no me conmueve porque sí. En el caso de las algas, por ejemplo, el hecho de ser en extremo dependientes de los aspectos físicos y químicos del medio circundante, las convierte en bioindicadores de las variaciones medioambientales. Con los sujetos frágiles sucede algo parecido: son los primeros en caer y su caída alerta de las variaciones ocurridas en el medio, entre las cuales a menudo sobresale la degradación». Comparto ese punto de vista. Sin embargo, al mismo tiempo, entiendo bien estas palabras que una vez oí decir de alguien: «Es demasiado débil para ser bueno».

La frase presupone el contexto, claro. En un contexto de agresión, explotación e injusticia, la debilidad puede confundirse con complicidad y consentimiento. Amador Fernández-Savater hace poco escribía sobre la fuerza y el poder y, a partir del hecho de que un grupo de cincuenta personas paren un desahucio, planteaba en su personal lectura de la hegemonía de Gramsci, una definición de fuerza que estaría ligada a la capacidad para redefinir la realidad: lo digno y lo indigno, lo posible y lo imposible. Relaciono esto con una idea que Rendueles trata en diversas ocasiones. César dice: «Si nos pensamos frágiles y codependientes estamos obligados a pensar la cooperación como una característica humana tan básica como la racionalidad».

En ambos casos se pone el acento en la importancia de la visión del mundo, de la capacidad para redefinir. En primer lugar me gustaría preguntar por los métodos para extender esa visión del mundo. Porque no podemos dejar de saber que la fragilidad cobra su mayor valor cuando muchos y muchas frágiles constituyen una fuerza.

En segundo lugar planteo una pregunta que es también un deseo: ojalá tengáis razón, ojalá redefinirnos pueda actuar como una infiltración que transforme las estructuras en que vivimos. Entonces, si así fuera: ¿qué pasaría con lo viejo, con esas estructuras de siglos que precisamente porque temen la fragilidad, han reaccionado ante ella mediante acumulación, armaduras, armas? La lucha de las revoluciones ha sido siempre la lucha contra la permanencia y el rearme de lo viejo, ¿cómo abordarla hoy y cómo valorar la urgencia.? Pues es cierto que siempre se ha temido al dolor de las revoluciones, ¿pero qué valor le dar al dolor que provoca la lentitud de nuestros pasos?

3.Paso una tercera cuestión, centrada en el tema que ha resultado ser el más llamativo del libro de Rendueles aunque para mí no sea el fundamental: me refiero a la tecnología y a esa frase muchas veces discutida de si la tecnología es neutral, una herramienta que puede ser usada para un fin o su contrario, el cuchillo que pica cebollas o se clava en el corazón. César así lo afirma, y sin embargo al mismo tiempo yo percibo su pensamiento más cerca del de Jerry Mander, quien no considerara la tecnología como una herramienta sino como algo más amplio, y, desde ahí, escribe: «La idea de que la tecnología es neutral, no es neutral en sí misma, puesto que nos impide ver hacia dónde nos dirigimos y favorece directamente a los promotores de la vía tecnológica centralizada».

Lo mejor de internet es su capacidad para la descentralización y para la creación de redes distribuidas; sin embargo, su misma existencia ha presupuesto la construcción de redes centralizadas, empresas con monopolios, plataformas no libres a través de las cuales nos relacionamos, redes de vigilancia y, por último, un sistema de explotación sin el cual no sería fácil que dispusiéramos de nuestras baterías y nuestros teléfonos móviles al ritmo actual.

¿En qué medida, dadas estas circunstancias, podemos hablar de una tecnología neutral? ¿No sería más útil conocer la ciudad aun si sea para ocuparla desde dentro, como en parte ya se está haciendo, en lugar de pensar que en el interior de uno o varios edificios podremos actuar a voluntad, como si estos edificios no fueran parte de sus estructuras ni estuvieran sometidos a sus leyes?

4. La última cuestión, supongo que me toca plantearla, es la contradicción capital/trabajo. Pues aunque César nos haga notar que, sin contar con el llamado capitalismo de estado en China, no más de un 40% de la población mundial está implicado directamente en una relación capital-trabajo, lo cierto es que el porcentaje de la población que indirectamente lo está, a través de los Estados o a través de los cuidados, puestos ambos al servicio de la producción, es mucho más alto. En este marco, Rendueles propone un objetivo político que comparto: la necesidad de «construir un entorno social donde las distintas instituciones económicas estén sujetas a la posibilidad de deliberación democrática». Sin embargo, no es esto algo que pueda hacerse de forma amistosa y sin encontrar violentas resistencias.

Antes de formular la cuestión, quería hacer un pequeño excurso sobre las bombillas. Como ha dicho Jorge Sola en la presentación, César recurre en su libro a menudo a la hipérbole y a un estilo cargado de imágenes y ejemplos. Esto dinamiza la lectura y proporciona anécdotas memorables, pero también a veces puede dar lugar a tomar la parte por el todo, o la minoría por la mayoría. Cuenta César que estando en un seminario sobre el capitalismo, ejemplificó la incapacidad de este sistema incluso para aprovechar sus propias potencialidades con la famosa bombilla de una estación de bomberos hecha para durar miles y miles de horas y que aún subsiste, fabricada antes de que las empresas pactaran, obsolescencia programada mediante, reducir su duración a mil. Dice que un joven profesor de la antigua RDA intervino para contestar que vale, pero que cómo se explicaba entonces que en la RDA las bombillas sólo duraban quinientas horas. Después de preguntar a personas de varios países del Este, parece probable que el comentario del profesor fuese más un juego simbólico, que una opinión documentada. Ninguna de las personas que vivieron en la RDA con quienes he hablado recuerda una duración de las bombillas menor que la actual. Por otro lado, la durabilidad era un valor en la legislación soviética, a través de los llamados bienes robustos que debían estar garantizados por períodos de quince o más años. Es obvio que había carencias en el mercado soviético y que a menudo no se encontraban repuestos. Incluso y como contra-anécdota hay quien me ha dicho que su nevera duró veinticinco años, que una vez tuvo que cambiarle una parte del motor pero nunca la bombilla. Fue además en la RDA donde, dicen, se fabricó, en los años ochenta, una bombilla de dos mil quinientas horas y la caída del muro dio al traste con este proyecto.

Volviendo al tema general, me interesa señalar que el sistema de planificación que César pone en duda como mecanismo global no era sólo un problema de ceguera burocrática, era también un modo, no digo que el mejor, de plantar cara a esas fuerzas que irrumpen cuando se pretende someter a deliberación democrática cuestiones contrarias a su interés. Cuando se combinan dos necesidades, hacer las cosas bien y defenderse de ataques reiterados, actuar es más difícil.

En el apartado sobre la imaginación institucional César desgrana propuestas muy útiles y luminosas para el después, para el postcapitalismo. Pero no menciona el tránsito, esto es: ¿cómo llegaríamos al momento de estar en disposición de elegir libremente, sin presiones ni amenazas, o con presiones y amenazas soportables, a qué materias aplicar la planificación y a cuáles el mercado? Por eso la cuestión que me gustaría plantear es sobre la vulnerabilidad del sistema con el que nos enfrentamos. Conocemos nuestra fragilidad y vulnerabilidad, ¿cuáles son las suyas? ¿Podríamos usarlas para hacer la lucha más sencilla?

Termino dando las gracias a César Rendueles por un libro capaz de clarificar temas como la supuesta tragedia de los comunes y la extraña amoralidad de los revolucionarios y revolucionarias, y hacerlo siempre consentido común, humor, inteligencia y compromiso.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.