El explorador Henry Walter Bates (1825-1892) fue el primer naturalista en observar que, en algunas ocasiones, una especie inofensiva imitaba a una especie peligrosa -o repugnante- para sus depredadores con el objetivo de poder ahuyentarlos a pesar de su, digámoslo así, escasa pegada biológica, del escaso peligro que representa de hecho para las otras especies […]
El explorador Henry Walter Bates (1825-1892) fue el primer naturalista en observar que, en algunas ocasiones, una especie inofensiva imitaba a una especie peligrosa -o repugnante- para sus depredadores con el objetivo de poder ahuyentarlos a pesar de su, digámoslo así, escasa pegada biológica, del escaso peligro que representa de hecho para las otras especies enemigas.
Un ejemplo. La serpiente de coral, la Leptomicrurus collaris, es una especie venenosa [1] que es mimetiza por especies como la inofensiva serpiente real común, la Lampropeltis getula, y la culebra ratonera, la Lampropeltis triangulum.
La piel de las serpientes de coral, las serpientes venenosas, presenta una característica serie de franjas de color amarillo, rojo y negro. Los depredadores aprenden pronto a sortearlas, a evitar a todas las serpientes que tienen ese aspecto. Las inofensivas, las que se asemejan a la serpiente de coral, como es el caso de la serpiente real común y la culebra ratonera, se benefician de este comportamiento cauteloso de los depredadores aunque ellas mismas sean casi o totalmente inofensivas.
Cambiemos de tercio y temática y demos un enorme salto biológico. El mimetismo batesiano puede ayudar a pensar y elaborar estrategias a las izquierdas con real voluntad de transformación que, por el momento, no resultan venenosas a la cada día más depredadora civilización del capital y a sus defensores insaciables, cegados y sordos.
¿Se trata de liquidar las antiguas formas de lucha y resistencia? ¿Hay que superar y trascender, sin restos, los papeles y textos críticos, las recogidas de firmas, los encuentros, las asambleas, las manifestaciones, las huelgas económicas, las huelgas más radicales, las tomas de fábricas, la desobediencia civil, acampadas en plazas, movimientos sociales como el que representan el 15M y la democracia real ya, las marchas más o menos festivas, las alianzas políticas, las intervenciones político-electorales, las iniciativas legislativas, el trabajo cultural, las asociaciones ciudadanas de base? Nada de eso, todo lo contrario en la mayor parte de todos los casos citados. Pero admitamos que nada o casi nada de lo señalado representa hoy, en muchos países y territorios (no en todos desde luego), un peligro real, un colapso del sistema, para los descreadores de la Tierra y explotadores de sus pobladores. ¿Cómo transformarse o como mimetizar a las «serpientes» sociales con peligros reales de transformación social y con letal veneno en la piel?
En las postrimerías del franquismo, el PSUC-PCE lanzó una consigna fuertemente criticada por sectores de la izquierda comunista: conquistar espacios de libertad, señalaba el PCE, sin esperar futuros y acaso mejores tiempos, en momentos en los que el franquismo estaba agrietándose e incluso agonizando parcialmente en algunos de sus nudos. No es seguro que los críticos a la orientación no dijéramos más de una insensatez por mera incomprensión, por falta de atención a la propuesta o por izquierdismo cegador. Todo lo que no fuera la revolución, y en plazo breve, nos parecía bebida sin cafeína.
Podemos ahora estirar de esa noción y hablar hoy de la conquista de espacios comunistas en el interior de una sociedad fuertemente mercantilizada. Puede parecerlo en primera instancia pero no es, sin más, una quimera, no es un disparate político, no es una simple ensoñación. Otras tradiciones con medios no menos escasos, la libertaria por ejemplo, no han dejado de practicar, con dedicación y éxitos relativos en tiempos recientes, la orientación señalada. De hecho, una parte importante de la enseñanza político-cultural de las acampadas de estas últimas semanas apunta en esa dirección: autoorganización, democracia real, discusión abierta y documentada, solidaridad con otras luchas y movimientos, señalar críticamente puntos esenciales del sistema, vivir de otra manera, trabajar de forma humana, superar la cosificación del trabajo y del trabajador.
De seguir su ejemplo se trataría. De construir y abonar redes de protección ciudadana popular; de intentar vivir, en nuestro vida cotidiana, de un modo distinto; de crear espacios donde rijan valores comunistas; de ayudar a los más necesitados (por ellos y por nosotros); de aventurarse en la creación de cooperativas de producción, financiación y consumo que trasciendan de raíz, y combatan, el principio del beneficio crematístico a toda costa; de comportarse de forma comunitaria en nuestras relaciones laborales y familiares; de intervenir en nuestros sindicatos, partidos, o en otras asociaciones o colectivos abonando prácticas y reflexiones con estas orientaciones. De vivir ya de otro modo que, como dijera Gil de Biedma, podemos ya imaginarnos. En síntesis, de construir espacios de vida comunista aquí y ahora.
No es la toma del poder, no se trata de eso. La distancia de esa finalidad, no sé si del todo deseable, se puede medir en años-luz sociales. No es ese el programa de la hora. Pero no es imposible que operando de este modo, sigilosamente pero con tenacidad, entre las rendijas del sistema, rendijas de cuya existencia no cabría dudar, sin ser por ahora serpientes sociales de coral puedan tomarnos en serio por el futuro de independencia no servil que pueda representarse. Nos pareceríamos bastante a ellas y, es evidente, eso es lo que más temen. Lo demás es casi literatura de evasión. Que venzamos el miedo, que vivamos sin su permiso, sin sus normas y sin su hegemonía. Esa es la cuestión.
E. P. Thompson lo señaló así: «Los intelectuales socialistas deben ocupar un territorio que sea, sin condiciones, suyo: sus propias revistas, sus propios centros teóricos y prácticos; lugares donde nadie trabaje para que le concedan títulos o cátedras, sino para la transformación de la sociedad; lugares donde sea dura la crítica y la autocrítica, pero también de ayuda mutua e intercambio de conocimientos teóricos y prácticos, lugares que prefiguren en cierto modo la sociedad del futuro».
Se trata de ampliar su propuesta: donde Thompson habló de intelectuales socialistas, podemos hablar de ciudadanos y ciudadanas anticapitalistas que no soportan vivir con estos parámetros suicidas. Somos legión, no lo duden.
PS; Santiago Álvarez Cantalapiedra [2] ha recordado recientemente un pasaje de Las ciudades invisibles de Italo Calvino en el que ésta plantea una reflexión sobre el infierno. Señala aquí el autor italiano que, si existe, está aquí entre nosotros, y que hay dos maneras de soportarlo. La primera resulta más fácil para la mayoría: aceptarlo y convertirse en parte de él hasta dejar de notar que existe. La segunda es peligrosa y requiere sabiduría y una atención constante: consiste en buscar, y en saber reconocer, en medio del infierno, lo que no es verdaderamente infierno y hacerlo durar, y darle espacio. Mejor imposible. De eso se trata.
Notas:
[1] Tomo la información de Kate Distin, El meme egoísta, Mataró (Barcelona), Biblioteca Buridán (Monteinos), 2011, p. 35 (traducción de Josep Sarret Grau).
[2] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=124431
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