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El movimiento social en la encrucijada

Fuentes: Rebelión

Si hay algo, hoy, acerca de lo cual no existe la menor duda es que los estudiantes (llámense secundarios o universitarios) tienen una capacidad de convocatoria difícilmente superable por otras organizaciones. Puede compararse aquella a la que tuvo la Confederación de Trabajadores del Cobre CTC en tiempos de la dictadura; con la diferencia que las […]

Si hay algo, hoy, acerca de lo cual no existe la menor duda es que los estudiantes (llámense secundarios o universitarios) tienen una capacidad de convocatoria difícilmente superable por otras organizaciones. Puede compararse aquella a la que tuvo la Confederación de Trabajadores del Cobre CTC en tiempos de la dictadura; con la diferencia que las organizaciones estudiantiles lo hacen ahora en democracia. Se trata de una generación que busca

 

«[…] representarse a sí misma y así volverse una fuerza que no necesite el permiso de nadie « [i] .

 

Dos circunstancias pueden explicar tal fenómeno: una lo es, sin duda, la actualidad de sus propuestas; otra es el ímpetu con que defienden aquellas. El primero de esos hechos es crucial, porque para hacer prevalecer determinadas ideas no se requiere solamente descubrir o concebir necesidades, ni de bosquejar proyectos o entregar propuestas que pueden ser beneficiosas para toda la comunidad, sino señalar aquellas que son las más sentidas por la población o por el grupo social al que se pertenece. En otras palabras, interpretar la emoción colectiva. Sin embargo, no debe ahí detenerse el accionar de una organización: es preciso, además, dar a conocer a la comunidad tales propuestas para recabar de la misma, primero, una toma de conciencia del problema y, segundo, su apoyo a esas demandas. No termina allí, tampoco, dicha labor: se requiere, además, defender esas ideas con ardor, porque no basta tener buenas propuestas si éstas no son llevadas hasta un concierto social que las hace suya y decide asumir su defensa hasta donde le sea posible. Son éstos los rasgos que, al igual de los estudiantes, hicieron grandes los movimientos sociales de los pescadores de Aysén y de la población de Freirina.

El movimiento estudiantil forma parte de lo que genéricamente, podemos denominar ‘movimientos sociales’, estructuras formadas por individuos que se unen en torno a aspiraciones gremiales, a demandas precisas, a propuestas limitadas; no son, por consiguientes, movimientos ‘políticos’, aunque más tarde deriven a tales. Y eso es muy importante. Porque marca el comienzo y la declinación de los mismos.

En esta oportunidad no nos referiremos a esas distinciones sino intentaremos analizar los problemas que enfrentan hoy los movimientos sociales y, en especial, el movimiento estudiantil.

Para introducirnos en el tema, establezcamos aquí que entre los movimientos sociales anteriormente nombrados (Freirina y Aysén) y el estudiantil hay diferencias trascendentales. A diferencia de aquellos ya indicados, que emplearon la ‘protesta social’ como forma de lucha, las organizaciones estudiantiles han recurrido, hasta el momento, a dos tipos tradicionales de movilización que son la marcha y la concentración. No se han elevado sobre esas formas de hacer valer sus derechos; y, tal vez, esa sea una de las causas por las que dichos derechos permanecen aún desconocidos por la autoridad. La organización estudiantil, y estamos hablando en términos genéricos, además, tampoco se ha elevado aún por encima de sus aspiraciones estrictamente gremiales sino tan sólo ocasionalmente: esas aspiraciones siguen siendo ‘fin al lucro’ y ‘educación gratuita universal’ [ii] , en circunstancias que deberían comenzar ya a interpretar las aspiraciones de otros sectores que podrían, merced a eso, buscar junto a ellos un lugar en la contienda social.

Para compenetrarnos más acerca de este problema, permítasenos hablar un poco de las movilizaciones sociales [iii] .

 

TIPOLOGÍA DE LA MOVILIZACIÓN SOCIAL

Dentro de las movilizaciones sociales podemos distinguir, principalmente, tres tipos, a saber:

a) La marcha;

b) La concentración; y,

c) La protesta social.

a) La marcha.

Consiste en la convocatoria que una o varias organizaciones hacen tanto a su militancia como a su entorno social para reunirse en un lugar determinado a fin de desplazarse desde el punto de encuentro hasta otro lugar en demanda de sus derechos. A menudo, la marcha finaliza en un acto público donde hablan algunos oradores a fin de dar a conocer las razones de la movilización o arengar a los asistentes en defensa de esos planteamientos. El objetivo no es solamente despertar la curiosidad de la comunidad ante un sector social que protesta avanzando por las calles, sino dar a conocer a la misma, durante la trayectoria, el contenido de sus demandas, ya sea voceando consignas o exhibiendo pancartas alusivas a aquellas.

b) La concentración.

La concentración es la convocatoria que una o varias organizaciones hacen a su militancia y simpatizantes a concurrir a un lugar determinado, que puede ser un espacio abierto o cerrado, a fin de plantear allí el contenido de sus demandas. También en este caso, especialmente cuando se trata de un espacio abierto, hay conmoción dentro de la ciudadanía que, a menudo se acerca al lugar de la convocatoria para imponerse del objetivo del encuentro. No debe extrañar que, a menudo, la marcha termine en concentración o, viceversa, que la concentración derive en marcha posterior. Marcha y concentración están unidas por secuencias históricas, por un pasado que las hermana.

c) La protesta social.

No sucede lo mismo con la protesta social. Porque este tipo de movilización no convoca a la población a dirigirse a un lugar específico donde va a realizarse la manifestación sino para protestar en el mismo lugar en que se vive, donde transcurre la vida del convocado, donde realiza sus actividades cotidianas (esperar la movilización, comprar los alimentos usuales, visitar a los vecinos, encontrar a su familia, en fin). La protesta vincula al sujeto con su ‘locus standi’, el terreno en donde se yergue como individuo, donde asienta sus pies, el lugar que más conoce porque es su casa y su morada, el lugar donde conoce a quienes viven a su alrededor. En ese lugar, su protesta es el ruido (a veces, caceroleo; a veces, silbatos y sonido de cornetas o pitos), el desfile interno con pancartas y volantes, la toma de control del territorio donde ese vecindario tiene su hogar.

La protesta social se ejerció en el Chile de la dictadura desde 1983 en adelante y sólo pudo ser abolida porque la escena política cooptó a la dirigencia de los movimientos sociales para realizar un acuerdo nacional con una dictadura que, paradojalmente, ya se desplomaba como consecuencia de esas mismas protestas. De esa fecha en adelante sólo ha sido empleada con éxito en el caso de los movimientos sociales de Aysén y el de Freirina, localidades en donde no sólo un sector sino la población entera se vació en defensa de sus derechos.

 

VÍNCULOS QUE UNEN A LA MARCHA CON LA CONCENTRACIÓN Y VICEVERSA

Tanto la marcha como la concentración son tipos de movilización empleadas en épocas de gobiernos democráticos, es decir, cuando la democracia, como forma normal de gobierno dentro del sistema capitalista, se encuentra vigente. Lo cual no quiere decir que no se use en tiempos de dictadura pues las formas culturales de una población son extremadamente conservadoras y continúan vigentes aún bajo los gobiernos de excepción.

Generalmente, el convocante es una organización ‘cupular’, es decir, organizaciones que designan a sus propios representantes, generalmente ‘personalidades’ consagradas o en vías de serlo, para convocar al resto social y hacerle partícipe de sus actos u omisiones. La marcha y la concentración tienen éxito en la medida que mayor autoridad tiene el convocante. Queremos con esto decir que ambas instituciones se corresponden con el predominio de la ideología dominante, normalmente autoritarismo u organización vertical de la sociedad. Su llamado es, en consecuencia, a reproducir esa estructura bajo el ‘socialismo’ u otro ‘ismo’.

Tienen, además, por finalidad llamar a la población para reunirse en un lugar que desarraiga a los convocados del territorio donde viven; ese grupo social asiste a un acto en cuya gestación y realización no tiene mayor injerencia ni participación que no sea numérico. El acto aquel puede ser organizado por un movimiento social, uno o varios partidos o una institución que puede ser, incluso, una dependencia de gobierno. La marcha y la concentración, por regla general, son convocadas por quien o quienes se siente(n) con derecho a convocar; pocas veces es fruto de una discusión en las bases sociales.

La convocatoria al acto tiene características propias: en el caso de la concentración, la asistencia de la población es de carácter pasivo: su labor consiste en concurrir a la movilización, no participar en su organización o gestación, y escuchar a oradores previamente designados por los convocantes, generalmente personas ajenas a los movimientos sociales, y hacer regresar a los participantes, finalmente, a sus hogares.

La marcha y la concentración son formas de movilización empleadas, en suma, por organizaciones tradicionales, fundamentalmente los partidos u organizaciones sociales fuertemente vinculadas al funcionamiento del sistema capitalista. A menudo, ni siquiera logran sus objetivos en democracia. Por eso, hemos señalado en uno de nuestros libros, a propósito de las movilizaciones en contra de la dictadura pinochetista:

 

«La marcha y la concentración correspondían a dos tipos de manifestaciones empleados por la sociedad capitalista que vivía en democracia con partidos inscritos, con padrones electorales y elecciones periódicas, lo que no existía en tiempos de la dictadura. Fácil era prever que tales formas de manifestarse no correspondían al período en que se vivía. Por lo demás, se sabía que las espectaculares marchas y concentraciones realizadas en tiempos de la Unidad Popular habían sido incapaces de parar el golpe. Con mayor razón ninguna de esas prácticas sociales echaría abajo una dictadura [iv]

 

EL CONCEPTO DE PROTESTA SOCIAL

La protesta social, a diferencia de las otras formas de movilización anteriormente descriptas, no invita al participante a abandonar el territorio donde vive porque, en primer lugar, la convocatoria nace del mismo pues, en conjunto con otros vecinos y con las organizaciones sociales del sector, ha estimado conveniente ‘protestar’ en demanda de mejores condiciones de vida; o porque estima que deben restituírsele derechos que le han sido conculcados, o por necesidades que son propias del sector en donde vive. La protesta, en consecuencia, convoca a toda una comunidad que entiende lo que le sucede y se hace partícipe de la movilización.

Normalmente, la convocatoria es hecha por ‘voceros’, no ‘dirigentes’, nombrados en calidad de tales por la propia organización. A veces, recae dicho nombramiento en militantes de partidos, a veces en personas profundamente críticas al ‘partidismo’; los une, sin embargo, el hecho de contar con la entera confianza de la población.

La convocatoria es a provocar ruido y a motivar al conjunto social para participar en la lucha por alcanzar los objetivos propuestos. La invitación no es, por consiguiente, ajena a esa población sino es formulada por personas que viven dentro de la misa zona y son conocidas de las demás.

Puesto que se trata de una protesta en un sector habitacional, la protesta es esencialmente ‘territorial’. Implica el reconocimiento que tiene cada persona de reclamar en su propio hogar por aquello que considera dañino a sus derechos. Implica, al mismo tiempo, la reivindicación de los derechos inherentes a un territorio que se reivindica como propio. Puesto que ese territorio (el hogar) es considerado propio por una persona, por otra, y por otra, también el conjunto social reivindica como propio el territorio colectivo. La consecuencia inmediata es la apropiación del territorio poblacional por todo un conjunto social. Y el nombramiento de autoridades emanadas de las propias bases y sostenidas por ellas. La protesta social lleva en germen el establecimiento de zona de un poder local, propio de las personas que viven en ese sector y que establecen vínculos o relaciones sociales con sectores aledaños hasta desembocar en una organización mayor.

Afirmamos nosotros que la protesta social, empleada en tiempos de la dictadura, fue rápidamente acallada por las organizaciones cupulares por ser contraria a sus intereses políticos. Esta afirmación ha quedado consignada en la obra nuestra ya citada, bajo las siguientes expresiones:

 

» La posibilidad de controlar una porción territorial del país permitía a ese grupo social ponerse en contacto con otros de similares propósitos y hacerles avanzar hacia el establecimiento de formas nuevas de organización basadas en relaciones de igualdad; a la vez, facilitarles la construcción de formas comunes de defensa y comunicación.

¿Podría dejarse de suponer que, en breve tiempo, esa organización social, nacida a la grupa de las protestas sociales, no empezaría a dictar sus propias reglas de convivencia y funcionamiento, alejadas de las normas distantes y anquilosadas del Estado, generar sus propias autoridades y organizando, de esa manera su propia y exclusiva legalidad? ¿O que, casi de inmediato, generara sus propios órganos de prensa para dar a conocer sus formas de funcionamiento y sus propósitos sociales? [v] »

 

EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL Y SU PROYECCIÓN

El movimiento estudiantil se encuentra, pues, hoy, en una encrucijada al emplear la marcha y la concentración como forma óptima para hacer valer sus derechos. Puede seguir haciéndolo un tiempo más, sin lugar a dudas; pero ineluctablemente el apoyo que va a recibir tenderá a ser cada vez menor, como ya ha sucedido en otras oportunidades.

Francesco Alberoni, el teórico italiano que asimilara el desarrollo del amor al de los movimientos sociales, y descubriera la existencia de un ‘stato nascente’ cuando hay efervescencia tanto erótica como social, señala que tal desarrollo cumple un ciclo: nace, crece, alcanza un punto máximo y comienza a decrecer para, finalmente, extinguirse o, lo que es igual, ‘institucionalizarse’. No por algo expresa:

 

«Il movimiento é il proceso storico che va dello stato nascente all’istituzione e che termina quando l’istituzione si é ormai consolidata ed ha riprodutto la quotidianitá» [vi] .

 

Entonces, para evitar ‘institucionalizarse’ y reproducir la ‘cotidianeidad’, el movimiento social necesita renovar su fuerza, vigorizarse, robustecerse, lo cual implica otro desafío cual es plantearse como alternativa social. Avanzar hacia estadios superiores de movilización, alejar el fantasma de la declinación. Sin embargo, para eso, debe resolver algunos problemas previos el principal de los cuales es, empleando los términos socráticos, ‘conocerse a sí mismo’. El movimiento social debe expresar qué es lo que quiere, cuáles son sus reivindicaciones, y cuáles son las tareas que le esperan para alcanzar sus objetivos. Y eso se hace a través de un documento, de un programa o plan que indique con claridad a todos sus miembros, simpatizantes y adherentes lo que se propone realizar y por qué quiere hacerlo. La elaboración de un documento en el que queden establecidas tales premisas pasa a ser una de las tareas primordiales de las organizaciones que anhelan trascender. Porque el documento une a la membrecía; provoca discusión, e informa sobre el propósito de sus redactores a quienes simpatizan con ellos. Y es la carta-presentación ante una formación social expectante.

Enseguida, se hace necesario determinar cómo realizar esas tareas, lo cual lleva a parte de su militancia a elaborar la ‘estrategia’ a seguir. Esta estrategia contempla algo tremendamente importante cual es la ‘política de alianzas’. Porque el movimiento necesita aliarse con otros movimientos, extenderse, propagarse, lo cual implica conocer otros problemas sociales además de los propios y solidarizar con ellos. Así, poco a poco, el movimiento se compenetra de todos los problemas nacionales y adquiere una visión global de la sociedad en la que se encuentra inmerso. Puede, por consiguiente, dar una opinión sobre el futuro de esa sociedad. En ese caso, el movimiento, de gremialista deviene en político.

 

AMPLIANDO EL MOVIMIENTO SOCIAL

Una de las tareas principales del movimiento estudiantil, si quiere ser el eje obligado de las demandas por una sociedad más justa, es ampliarse, vincularse con organizaciones sociales y sindicales, con prescindencia de sus orientaciones políticas. La unidad debe ser hecha en torno a los temas que unen, no a los que desunen. Coincidimos, en este aspecto, con el ex presidente de la FECH, Nicolás Grau, para quien la generación que ha liderado el movimiento estudiantil, si quiere participar activamente en la construcción de esta nación ha de

 

«[…] hacer coincidir tiempos y estrategias diversas en algunas demandas comunes» [vii] .

 

La unidad con la Central Unitaria de Trabajadores CUT es importante; pero también los es con las demás centrales sindicales como, por ejemplo, la Confederación General de Trabajadores CGT, la Central Autónoma de Trabajadores CAT, aún cuando entre ellas subsistan suspicacias y rencores. Por supuesto que esa unión debe hacerse con las demás organizaciones como lo son las de defensa de los derechos humanos, las de defensa de los inmigrantes, de las mujeres, de los niños, en fin. Eso implica discutir el programa de demandas con todas aquellas e involucrarlas en luchas que planteen reivindicaciones comunes.

Sin embargo, y para el caso que se decida incorporar la protesta social como nueva forma de hacer sentir las demandas, la unión debe realizarse en forma prioritaria con las organizaciones que se encuentran relacionadas con reivindicaciones territoriales o que proponen formas de organización territorial para la obtención de sus demandas. En ese sentido, parece conveniente entablar conversaciones con estructuras sociales que abogan por la implantación de una Asamblea Constituyente, con aquellas que reivindican la importancia de las regiones y piden dar mayor preponderancia a la autonomía territorial, en fin. La generalidad de todas esas agrupaciones busca desarrollar la organización territorial de la población. Son, en consecuencia, defensoras de una nueva forma de organización política. Son, en palabras más directas, promotoras de la formación de un poder local. De un poder nacido de las propias bases y que tiene como protagonista a sus mismos gestores, que es la única manera de concebir al poder social.

Así, las tareas que esperan a los movimientos estudiantiles no son sencillas. Requieren un trabajo acucioso y abnegado, requieren de dedicación y entrega. Los intentos hechos por Giorgio Jackson en torno a crear un instrumento político que ayude a esa tarea («Revolución Democrática») es un paso dado en esa dirección; también lo es el trabajo de Francisco Figueroa y Gabriel Boric al dar vida y continuidad a la «Izquierda Autónoma», movimiento con el cual simpatizan los actuales presidentes de la FECH y de la FEUC Andrés Fielbaum y Diego Vela, respectivamente. Otro paso importante en ese sentido sería la unión de esas colectividades en una organización que se ponga al servicio de los movimientos sociales cualesquiera fuesen sus demandas. Tal vez un recorrido en ese sentido constituiría el mejor tributo que se pueda hacer a ese gigante de la unidad sindical y social que fuera Clotario Blest.



[i] Grau, Nicolás: «La tarea de una generación», ‘El Mostrador’, 26 de marzo de 2013.

[ii] En el programa de TV Chilevisión ‘Tolerancia Cero’, Andrés Fielbaum, presidente de la FECH, se atrevió a decir que los estudiantes también desean poner fin a los abusos que existen en cuanto al lucro en las necesidades básicas de las personas: salud, educación, seguridad social, entre otras.

[iii] Muchos de estos conceptos fueron desarrollados, en parte, dentro de nuestro libro «Prolegómenos a las grandes protestas del ’83», publicado por Editorial Senda/Senda F ö rlag i Stockholm, en agosto de 2012.

[iv] Acuña, Manuel: «Prolegómenos a las grandes protestas del ’83», Editorial Senda/ Senda F ö rlag i Stockholm, Estocolmo, 2012, pág. 301.

[v] Acuña, Manuel: Id. (3), pág. 303.

[vi] Alberoni, Francesco: «Genesi», Garzanti Editore s.p.a., Milano, 1989, pág. 18.

[vii] Grau, Nicolás: Id. (1).