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El movimiento socialista y sus desafíos históricos

Fuentes: Observatorio de la Crisis

Vivimos en una época de crisis histórica sin precedentes, que afecta a todas las formas del sistema del capital, no solo al capitalismo como sistema. Es fácil entender, entonces, que la única solución viable a las contradicciones del capitalismo es una alternativa socialista radical al modo de control social metabólico del capital.

Esto requiere una alternativa hegemónica que no se confine a las limitaciones del orden existente. No debemos ser dependiente del “objeto de su negación” (tal como ha sucedido en el pasado) porque las negaciones, por sí mismas, no son suficientes.

Los enormes desafíos que aparecen en el horizonte hay que afrontarlos con todos los medios a nuestro alcance formulando una alternativa en positivo que debe encarnarse en un movimiento socialista radicalmente reconstituido.

La viabilidad del éxito es vital para la acción transformadora. Por tanto, para definir, como ir positivamente más allá del capital deberíamos prestar atención a las dolorosas lecciones del colapso del llamado “socialismo realmente existente” y a la experiencia de los partidos de los trabajadores

1. El trabajo a la defensiva

La constitución, urgentemente necesaria, de una alternativa radical al modo de reproducción metabólica social del capital no puede tener lugar sin una reevaluación crítica del pasado y del fracaso de la izquierda histórica.

Las perspectivas enunciadas por Karl Marx, allá por 1847, era básicamente que la asociación en sindicatos y en partidos políticos, de la clase trabajadora, se iba a desplegar en paralelo al desarrollo industrial en los países capitalistas: “El grado en que han avanzado los sindicatos y la conciencia política marca claramente el rango que ocupa cada país en la jerarquía del mercado mundial. Inglaterra, cuya industria ha alcanzado el mayor grado de desarrollo, tiene más y mejores organizaciones de la clase obrera. (1)

Más adelante Marx agrega : «En el curso de su desarrollo la clase obrera sustituirá a la vieja sociedad civil por una asociación que excluirá las clases y su antagonismo. No habrá poder político propiamente dicho, porque el llamado poder político es, precisamente, la expresión oficial del antagonismo en la sociedad civil”. (2)

Sin embargo, al contrario de lo que esperaba Marx, en su desarrollo histórico la clase obrera se fragmentó en una diversidad de sindicatos (3), hecho que inevitablemente afectó al movimiento socialista, incluida a su dimensión política. Tanto es así, que un siglo y medio después, este asunto es todavía uno de los problemas más importantes del movimiento obrero (tendrá que ser resuelto en algún momento, ojalá, en un futuro no muy lejano).

El movimiento obrero no pudo evitar ser sectorial y fragmentado, en sus inicios. Como se suele afirmar, no fue simplemente de una estrategia equivocada, hubo en este proceso factores de carácter objetivo. Esto elementos, entre otros, es la disparidad objetiva del desarrollo capitalista. A pesar de la abrumadora tendencia hacia la concentración monopólica, el desarrollo múltiple ha estado en la base de la organización del capital, por esta razón, la “pluralidad en el sector trabajo” no pudo ser suprimida en el proceso de reproducción metabólica social del capital.

Aunque el capitalismo transforma al trabajo en su antagonista irreconciliable, al mismo tiempo intenta transformar a los trabajadores en empleados dóciles: el capital busca permanentemente legitimar el sistema, desde ese absurdo llamado «capitalismo popular» hasta al expolio directo y global de la mano de obra. Lo hace con la falsa pretensión de constituir la encarnación de los «verdaderos intereses» de las clases trabajadoras.

Históricamente, el carácter sectorial y fragmentado del movimiento obrero se combinó con una articulación política a la defensiva. Los primeros sindicatos – de los cuales surgieron los partidos políticos – centralizaron el poder y lo traspasaron de las asociaciones locales a las centrales sindicales por sector.

De esta manera, el movimiento sindical original se constituyó como una organización de carácter sectorial y a la defensiva. La lógica interna del desarrollo del movimiento, junto con la centralización consolidó las políticas defensivas (los luditas, parientes lejanos del sindicalismo, intentaron hacer lo mismo en una forma destructiva).

La consolidación de las políticas defensivas, paradójicamente, representó un avance, porque a través de los sindicatos, el factor trabajo se convirtió en un interlocutor del capital, sin dejar de constituir, objetivamente, su antagonista estructural. Con la posición a la defensiva, se obtuvieron ventajas para algunos sectores de los trabajadores. Esto fue posible por la rápida expansión del capital, una dinámica que le permitió a los propietarios responder a ciertas demandas de los sindicatos, que articulados a la defensiva operaron y operan dentro del sistema, como interlocutores legalmente constituidos y regulados por el Estado.

El desarrollo del “Estado de Bienestar” constituyó la expresión más avanzada de esta lógica, viable, como sabemos, para un número muy limitado de países. El surgimiento del llamado Estado de Bienestar, fue limitado tanto por condiciones favorables que permitieron la expansión del capital, como porque su implantación real ha sido sólo transitoria. Que hoy en día la «derecha radical» abogue por la cancelación total del Estado de Bienestar, es precisamente la consecuencia de la desaparición de una situación favorable para el capital y también de una crisis estructural del sistema en su conjunto.

Con la constitución de los partidos políticos de los trabajadores, la actitud defensiva del movimiento fue aún mayor. Los sindicatos y los partidos se apropiaron del derecho a la toma de decisiones, fenómeno que ya se vislumbraba en la “sectorialidad centralizada” de los primeros sindicatos. Por otra parte, la actitud defensiva se ha visto agravada por el modo de operación adoptado por los partidos políticos (especialmente por la socialdemocracia), que obtuvieron ciertos éxitos a costa de descarrilar y desviar al movimiento socialista de sus objetivos originales.

A cambio de la aceptación dentro del sistema se volvió prácticamente ilegal emplear el «brazo sindical» con fines políticos. Esta «comprometida restricción», fue aceptada por los partidos obreros, condenando así a la impotencia el papel combativo de los trabajadores.

En estas condiciones el capital, gracias a su supremacía estructuralmente asegurada, han seguido siendo la fuerza extra-parlamentaria que domina el parlamento desde fuera y a su antojo. La situación no fue mejor para los trabajadores en las sociedades post-capitalistas, el estalinismo controló los sindicatos para transformarlos en “correas de transmisión” del gobierno.

Comprensiblemente, en vista de nuestra experiencia histórica (que involucró a las dos tipologías de partidos políticos obreros) en el futuro no se podrá rearticular de manera radical el movimiento socialista si no hay una coordinación total del «brazo sindical” y su «brazo político», otorgando, eso si, un poder de decisión los trabajadores, que deberían implicarse directamente en la política. Esto significa que estos partidos políticos deberían actúar en los conflictos laborales como antagonistas intransigentes ante el capital, asumiendo responsabilidades en la lucha dentro y fuera del parlamento.

A lo largo de su dilatada trayectoria, el movimiento obrero siguió siendo sectorial y defensivo. En verdad, estas dos características han constituido un auténtico círculo vicioso. Los trabajadores, con una pluralidad internamente dividida no pudo salir de las paralizantes restricciones sectoriales porque su movimiento está articulado defensivamente. Y viceversa, no ha podido superar las serias limitaciones de su actividad defensiva porque hasta el presente ha seguido siendo sectorial en su articulación sindical y política.

Al mismo tiempo, para cerrar el círculo vicioso, el papel defensivo asumido por el trabajo ofreció una irreflexiva legitimidad al modo de control metabólico social del capital. Por omisión, la postura defensiva permitió explícita o tácitamente la aceptación del orden socioeconómico y político establecido. Además, fue aceptado como marco necesario y pre-requisito para conquistar derechos que, al mismo tiempo, han legitimado el capital.

Esto equivale a una suerte de auto-represión, para el deleite de las ávidas personificaciones del capital. Ha representado una autocensura inexorable, que, junto a una indolencia estratégica, continúa paralizando al movimiento obrero.Incluso, hoy en día, esta ceguera estratégica aqueja a los más radicales de la izquierda históricamente organizada, esto sin mencionar a los reformistas, ahora completamente domesticados e integrados. En la medida, que la posición defensiva de este “socio racional del capital” pudiera producir ganancias, la autoproclamada legitimidad del marco normativo político ha permanecido incuestionable.

Sin embargo, una vez que el capital, bajo la presión de su crisis estructural, ya no puede conceder nada significativo a su «socio racional», sino que, por el contrario, también tiene que retirar sus pasadas concesiones y atacar los cimientos del Estado de Bienestar, el orden político establecido ha ido perdiendo legitimidad y, al mismo tiempo, ha puesto al descubierto la insostenibilidad de la postura defensiva de las organizaciones de los trabajadores.

La «crisis de la política» -que hoy no niegan ni los apologistas del sistema- representa una profunda crisis de legitimidad del modo de reproducción metabólico social establecido y su marco de control político. Esto ha producido una ofensiva de las ideas socialistas, incluso en los países más avanzados del capitalismo, (4) aunque los reformistas sigan favoreciendo el mantenimiento del orden existente… y esto a pesar de la evidente incapacidad de este orden para mantener “el estado de bienestar”,

Hoy, el llamado «nuevo laborismo » (y todas sus variantes socialdemócratas) es el facilitador de la «entrega de los bienes públicos» a los intereses del capital; estos «socialdemócratas», al defender cínicamente esta “entrega de bienes” defienden un sistema que tiene márgenes de viabilidad cada vez más estrechos.

En esta versión de la socialdemocracia los intereses de la clase trabajadora son completamente ignorados ya que donde están en el gobierno utilizan todo el poder del Estado para apoyar la embestida del capital hacia una precarización masiva del trabajo. (5) Entre otras muchas otras razones, por esto, hoy una ofensiva socialista no puede ser reemplazada por ninguna variante que mantenga una postura defensiva de los trabajadores organizados.

En estas condiciones, no es de extrañar que los socialdemócratas vuelvan a refugiarse en el canto de sirena del keynesianismo apelando al viejo espíritu del “consenso” y del “desarrollo”. Este sería su “remedio” para la crisis. Hoy, sin embargo, esa canción suena muy desafinada. Desde fondo de la tumba del keynesianismo -cultivado por todas las variedades socialdemócratas existentes- emerge un inevitable y fatal contraste; ya no existen las condiciones que una vez permitieron las políticas keynesianas.

Luigi Vinci, un destacado marxista italiano, ha señalado acertadamente que la organización autónoma de las fuerzas socialistas radicales se ve «fuertemente obstaculizada por un vago keynesianismo de izquierda cuya posición central está ocupada por una palabra mágica: progresismo. (6)

La noción de «desarrollo» del progresismo, que en el apogeo del keynesianismo no se pudo acercar ni un centímetro a una alternativa socialista , porqué siempre ha dado por sentada al capitalismo como su marco rector.. El keynesianismo, incluso en su variedad » keynesiana de izquierda», está situado dentro del sistema del capital y se ha sostenido políticamente el llamado “mal menor”

El keynesianismo por su propia naturaleza es circunstancial y opera siempre dentro de los parámetros estructurales del capital independientemente de que las circunstancias imperantes. Aunque en sus orígenes, el keynesianismo trató de ofrecer una alternativa a la “lógica del stop-and-go” gestionando las dos fases ( desarrollo y crisis del sistema) de forma “equilibrada” no tuvo éxito debido a la naturaleza misma del marco regulatorio del estado capitalista. La duración inusual de la expansión keynesiana de posguerra – limitada a un puñado de países capitalistas avanzados – se debió en gran medida a las condiciones favorables para la reconstrucción en la posguerra y a la posición dominante asumida por un complejo industrial-militar financiado por el estado.

En contraste, la fase correctiva adquirió la forma severa e insensible del «neoliberalismo» en el Reino Unido, ya bajo el gobierno laborista de Harold Wilson. La excepcional duración de la fase neoliberal (hasta ahora mucho más prolongada que la fase keynesiana y todavía sin un final a la vista), se ha perpetuado bajo la atenta mirada de gobiernos tanto conservadores como socialdemócratas.

En otras palabras, la severidad antilaboral y su alarmante duración -practicado por gobiernos que se suponía que estaban en lados opuestos – solo es comprensible porque el neoliberalismo es una manifestación de la crisis estructural del capital. El hecho que algunos teóricos racionalicen la brutal longevidad de la fase neoliberal como «un largo ciclo descendente», que sería seguido por una “largo ciclo expansionista”, sólo subraya la total incapacidad del “pensamiento estratégico” reformista para comprender la naturaleza de las tendencias en acción.

Así, dada la crisis estructural del sistema de capital, si un vuelco pudiera traer de vuelta, por un momento, alguna forma de gestión financiera keynesiana, este cambio tendría una duración extremadamente limitada, debido a la total ausencia de las condiciones materiales para dilatarse por el tiempo, esto, incluso en los países capitalistas dominantes.

Y aún más importante, este renacimiento económico limitado no ofrece nada de nada a una alternativa socialista. Sería absolutamente imposible construir una alternativa estratégica viable al modo capitalista mediante una política modulada para la gestión del sistema ; una política economia que necesita de la expansión y de la acumulación del capital como condición previa de su funcionamiento.

2. La necesidad de reconstituir la unidad de las esferas material reproductiva y política

Como sabemos, las limitaciones sectoriales y la actitud defensiva no pudieron superarse por la centralización de lo sindical y de la política. Este fracaso histórico se ha visto acentuado por la globalización transnacional del capital . Y tal como están las cosas, el movimiento de los trabajadores ha ha encontrado una respuesta adecuada. Es necesario recordar que, en el transcurso del último siglo y medio, se han fundado no menos de Cuatro Internacionales en un intento por crear la necesaria unidad internacional del trabajo. Sin embargo, ninguna de estas cuatro organizaciones se acercó a sus metas y mucho menos, a cumplirlas.

No es posible comprender esto en términos de “traiciones” porque esta visión elude el problema y pasa por alto las determinaciones objetivas que debemos tener en cuenta si queremos remediar la situación en el futuro. De lo contrario, seguirá sin explicarse las circunstancias reales que favorecieron los descarrilamientos y traiciones durante un largo período histórico.

El problema fundamental es que la pluralidad sectorial del trabajo está íntimamente ligada a la pluralidad de los capitales estructurados jerárquicamente, tanto dentro de cada país como a escala global. Si no fuera por esto, sería mucho más fácil concebir la constitución exitosa de la unidad internacional del trabajo contra el capital.

El lamentable hecho histórico, que, en los grandes conflictos internacionales, las clases trabajadoras europeas se alinearon con los explotadores, en lugar de volver sus armas contra sus propias clases dominantes (como los marxistas los invitaron a hacer) encuentra el fundamento material en la contradictoria relación de poder a la que nos referimos aquí, y no puede reducirse sólo a una cuestión de “claridad ideológica”. 

Por la misma razón, quienes esperan un cambio radical sobre la base de la unificación del capital globalizado y una supuesta “gobernanza global” – que sería confrontado , teoricamente, por un frente de los trabajadores unido en el plano internacional – están condenados a la decepción. El capital no hará nada que «favorezca» la organización de los trabajadores, por la sencilla razón que no puede.

La articulación jerárquica y conflictiva del capital sigue siendo el principio estructurante general del sistema, por muy grandes y gigantescas que sean sus unidades constituyentes. Esto se debe a la naturaleza intrínseca de los procesos de toma de decisiones. Debido al antagonismo estructural irreconciliable entre capital y trabajo, las organizaciones de los trabajadores deben ser excluidos categóricamente de la toma de decisiones importantes. Esto funciona así incluso en el “microcosmos” de las unidades productivas particulares. No es posible que el capital, como poder de decisión enajenado, funcione sin que sus decisiones sean absolutamente incuestionables.

Es por eso que la toma de decisiones del capital -en todas las variedades conocidas y posibles- adquiere un modo de gestión autoritaria de los pies a la cabeza. Es comprensible, entonces, que todo lo que se diga sobre que los trabajadores “participan» en las empresas pertenece al ámbito de la pura ficción, si no a un deliberado camuflaje del estado real de las cosas.

Esta incapacidad para compartir el poder, determinado estructuralmente, explica porqué los desarrollos monopolísticos en el siglo XX tuvieron que asumir la forma de adquisiciones «hostiles» (hoy omnipresentes en una escala global). (7) La misma incapacidad explica el hecho que la globalización sigue produciendo gigantes corporaciones transnacionales y no múltiples empresas nacionales, a pesar de la conveniencia, ideológicamente necesaria, de este último modelo.

Es posible que en el futuro haya más de un intento por rectificar esta situación mediante la creación empresas ajustadas al paradigma capitalista de la competencia. Sin embargo, incluso en esa circunstancia, las “futuras” multinacionales sólo podrán funcionar en ausencia de conflictos entre los intereses de los componentes nacionales y de las grandes multinacionales.

La historia reciente demuestra que una vez que surgen estos conflictos, las “directivas colaborativas” se vuelven insostenibles y el proceso de toma de decisiones debe revertirse a la variante autoritaria habitual, bajo el peso opresor del miembro más fuerte. Este problema es, además, inseparable de la relación de las capitales nacionales con su propia fuerza de trabajo, que siempre permanece estructuralmente antagónico y conflictivo.

En consecuencia, en una situación de conflicto, ningún capital nacional puede permitirse estar en desventaja por decisiones que favorezcan a la fuerza de trabajo rival y, por implicación, a su propio antagonista en el capital nacional rival. El ilusorio «gobierno mundial» bajo el dominio del capital sólo sería factible si se pudiera encontrar una solución viable a un problema inviable. Pero, ningún gobierno y mucho menos un “gobierno mundial”, es factible sin una base material bien establecida y que funcione de manera eficiente.

La idea de un gobierno mundial implicaría como base material la eliminación de todos los antagonismos materiales en la constitución global del sistema. En consecuencia, la gestión armoniosa de la reproducción metabólica social por parte de «un monopolio global indiscutido» (que abarcará todas las facetas de la reproducción social) es una incongruencia real y completamente imposible.

La dominación autoritaria del mundo por un país imperialista hegemónico de forma permanente es igualmente absurda e insostenible en el tiempo. Sólo un modo de reproducción metabólico social socialista genuino puede ofrecer una alternativa a estas soluciones de pesadilla.

Otra determinación vital que tenemos que afrontar, por inquietante que sea, se refiere a la naturaleza de la esfera política y de los partidos que la integran. La centralización sectorial de los sindicatos se debió en gran parte al modo de funcionamiento de los partidos políticos dentro del estado capitalista, que al fin de cuentas representa la estructura general del mando político del capital.

Así, todos los partidos políticos obreros, incluidos los leninistas, tuvieron que reflejar la estructura política subyacente (el estado capitalista burocratizado) a la que estaban sujetos. Lo problemático de todo esto fue que el reflejo políticamente obligatorio del principio de estructuración del adversario no pudo dar lugar a una forma alternativa practicable. Los partidos políticos obreros no pudieron elaborar una alternativa porque se centraron exclusivamente en la dimensión política del adversario y, por tanto, siguieron dependiendo del objeto de su negación.

La dimensión vital faltante, que los partidos políticos no han podido proporcionar, ha sido cubierta por el capital no sólo con el comando político sino también como un regulador metabólico social del proceso de reproducción material, proceso que en última instancia determina también la dimensión política. Esta correlación del capital entre su dimensión política y la dimensión reproductiva material es lo que explica por qué, en tiempos de grandes crisis socioeconómicas y políticas, asistimos a cambios periódicos del régimen político que van desde la democracia parlamentaria al autoritarismo extremo.

De hecho, los procesos metabólicos sociales en turbulencia requieren tales cambios y, a su debido tiempo, producen un retorno al marco político regulado por reglas democráticas formales, que mantiene la base social metabólica del capital reconstituido y consolidado. Dado que el capital tiene el control de todos los aspectos vitales del metabolismo social, puede permitirse definir la esfera de la legitimidad política como un asunto estrictamente formal y, por tanto, excluir a priori la posibilidad de ser cuestionado legítimamente en la esfera sustantiva de la reproducción socioeconómica.

Al ajustarse a estas determinaciones, el trabajo como antagonista del capital realmente existente es condenado a la impotencia permanente. La experiencia histórica post-capitalista nos ofrece una advertencia muy triste sobre esto, que tiene que ver con una forma equivocada de diagnosticar y abordar los problemas fundamentales del orden social negado.

El sistema de capital está construido con componentes incorregiblemente centrífugos, complementado con una dimensión cohesiva y esta dimensión no es sólo el poder subyugante de la “mano invisible”, sino también, por las funciones legales y políticas del estado moderno. El fracaso de las sociedades post-capitalistas fue un intento de abordarlo a través de una reestructuración interna. La eliminación de las personificaciones capitalistas privadas del capital no pudo, por tanto, cumplir su papel, ni siquiera como primer paso en el camino hacia la prometida transformación socialista. En la práctica la naturaleza centrífuga del sistema negado fue preservada en alguna medida por la imposición de un control político centralizado. De hecho, el sistema metabólico social se volvió más incontrolable que nunca como resultado de la incapacidad de reemplazar productivamente la «mano invisible» del antiguo orden reproductivo con un autoritarismo voluntarista.

En contraste con el desarrollo del “socialismo realmente existente”, lo que se requiere como condición vital para el éxito es la re-adquisición progresiva del poder de decisión político, y no solo político, por parte de los individuos en su transición a una sociedad socialista genuina. Sin la re-adquisición de esos poderes, ni el nuevo modo de control político de la sociedad en su conjunto ni el funcionamiento cotidiano no adversario y, por lo tanto, cohesivo / planificable de determinadas unidades productivas y distributivas por parte de sus productores asociados autónomos, se pueden concebir.

La reconstitución de la unidad de la esfera material reproductiva y política es la característica definitoria esencial del modo socialista de control social metabólico. Crear las mediaciones necesarias que conduzcan en esa dirección es algo que no se puede dejar para un futuro remoto. Es aquí donde la articulación defensiva y la centralización sectorial del movimiento socialista en el siglo XX demuestra su verdadero anacronismo e insostenibilidad histórica.

Limitar la dimensión abarcadora de la alternativa hegemónica radical al modo de control metabólico social del capital a la esfera política nunca producirá un resultado exitoso y perecedero Sin embargo, tal como están las cosas hoy, todavía somos incapaces de abordar la vital dimensión social metabólica de las representaciones políticas organizadas de los trabajadores. Es esto lo que representa el mayor desafío histórico para el futuro.

3. Cuatro consideraciones estratégicas

La capacidad de responder a este desafío a través de un movimiento socialista radicalmente rearticulado está indicada por cuatro consideraciones importantes.

El primero es negativo. Surge de las contradicciones constantemente agravadas del orden existente que están señalando el vacío de sus proyecciones apologéticas. Pero, como sabemos perfectamente bien, por nuestras condiciones de existencia cada vez peores, el capitalismo no durará para siempre. Los defensores del sistema aclaman la globalización como la solución a sus problemas, sin embargo, la globalización ha movilizado fuerzas que resaltan la incontrolabilidad de un sistema sin diseño racional para realizar funciones de control como condición de su propia existencia y legitimidad.

La segunda consideración indica la posibilidad – sólo la posibilidad- de un cambio positivo en la situación. Sin embargo, esta posibilidad es muy real porque la relación capital-trabajo no es simétrica. Eso significa, que si bien la dependencia del capital del trabajo es absoluta – puesto que el capital no es absolutamente nada sin el trabajo que explota permanentemente -, la dependencia del trabajo del capital es relativa, porque ha sido creada. En otras palabras: el trabajo no está condenado a permanecer encerrado en el círculo vicioso del capital.

La tercera consideración es igualmente importante. Se trata de un importante cambio histórico en el enfrentamiento entre capital y trabajo, que trae consigo la necesidad de buscar una forma muy diferente para los intereses vitales de los “productores”, es decir de los trabajadores. Esto contrasta con el reformismo que ha llevado al movimiento a un callejón sin salida, liquidando, incluso, las limitadas concesiones que se extrajeron del capital en el pasado.

Así, por primera vez en la historia, se ha vuelto prácticamente insostenible mantener la brecha entre las metas inmediatas y los objetivos estratégicos generales, que hizo que el callejón sin salida del reformismo haya sido tan dominante en el movimiento obrero. Como resultado, la cuestión del control real de un orden metabólico social alternativo ha aparecido en la agenda histórica, independientemente de cuán desfavorables sean las condiciones para su realización en este momento.

Y finalmente, como corolario necesario del último punto, también ha surgido la cuestión de la igualdad sustantiva, en contraste con la igualdad formal y la muy pronunciada desigualdad sustantiva en los procesos de toma de decisiones del capital, así como la forma en que se reflejan y reprodujeron la fallida experiencia histórica post-capitalista. Porque, con esta experiencia,  la forma socialista alternativa de un orden metabólico social genuinamente planificable -algo absolutamente esencial para el futuro- es inconcebible sin la igualdad sustantiva como principio estructurante y regulador.

4. Un movimiento socialista radicalmente reconstituido

En una entrevista con Radical Philosophy en abril de 1992, expresé mi convicción de que: el futuro del socialismo se decidirá entre otros países en los Estados Unidos, por pesimista que esto suene. Intento insinuar esto en “El poder de la ideología”, donde discuto el problema de la universalidad (8) que el socialismo para afirmarse universalmente, debe abarcar las áreas capitalistas más desarrolladas del mundo (9).

En la misma entrevista, enfaticé que el fermento social e intelectual en América Latina promete más para el futuro de lo que podemos encontrar en este momento en los países capitalistas más avanzados. Esto es comprensible, porque la necesidad de un cambio radical ejerce una presión mucho mayor en América Latina que en Europa y Estados Unidos, y las soluciones de «modernización» y «desarrollo» del reformismo han demostrado ser una luz que se apaga en un túnel cada vez más largo.

Entonces, si bien sigue siendo cierto que el socialismo es una perspectiva universalmente viable – que abarca las áreas capitalistas más desarrolladas- no podemos considerar este problema en términos de una secuencia de tiempo en la que una futura revolución social en los Estados Unidos o Europa debe tener prioridad sobre todas las demás naciones. Estoy muy lejos de pensar de esta manera.

La tragedia de Cuba -un país que inició una gran transformación- fue que su revolución permaneció aislada. Esto se debió en gran parte a la intervención masiva de Estados Unidos en toda América Latina, que sigue conspirando para derrocar gobiernos electos progresistas para instalar dictaduras genocidas al estilo de la de Augusto Pinochet en Chile. Naturalmente, estos golpes de estado promovidos por el Imperio no resolvieron ninguno de los graves problemas subyacentes, sino que solo pospusieron el proceso revolucionario que hoy se expresa potencialmente en toda Latina América.

Al respecto en su momento fuimos testigos del impacto de la crisis económica brasileña de 1998-1999 en Estados Unidos y Europa (10).Incluso Henry Kissinger, quien, como estratega de Richard Nixon, jugó un papel central en la imposición de Pinochet al pueblo chileno, hizo sonar la alarma y dijo que, “si Brasil se ve empujado a una recesión profunda, países como Argentina y México, hasta ahora comprometido con las instituciones de libre mercado, puede sentirse empujados a cambiar de política” (11).

Naturalmente, las preocupaciones de Kissinger no tenían nada que ver con el destino de la democracia en América Latina, por la que, en sus años en el poder, demostró un abundantemente un desprecio, sino con las potenciales repercusiones de la crisis brasileña sobre la potencia imperialista hegemónica global; un peligro que surge de un área definida, arrogantemente, como el «patio trasero geopolítico» de los Estados Unidos.

Lo que también es importante señalar es que, a pesar de los desconcertantes éxitos del capital durante la última década las fuerzas que trabajan para construir un orden social diferente han encontrado manifestaciones alentadoras. en varias partes del «patio trasero” de Estados Unidos.También es muy significativo que los movimientos sociales radicales quieran sacudirse las limitaciones organizativas de la izquierda histórica en la búsqueda de una dimensión positiva para una alternativa que sea hegemónica.

Por supuesto, todavía estamos en una etapa muy temprana de estos desarrollos. Sin embargo, por tomar solo dos ejemplos, es posible señalar algunos éxitos no tan pequeños. El primer ejemplo es el del movimiento de trabajadores Sin Tierra brasileño, que sigue afirmando sus objetivos con gran rigor y valentía. El segundo ejemplo, aunque se remonta a 1999, fue la abrumadora victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela y el éxito aún más abrumador del referéndum constitucional del año siguiente. (12) Las personas involucradas en ambos ejemplos están tratando de emprender la inmensamente difícil tarea de unificar la esfera reproductiva material y la esfera política., y lo están haciendo de formas diferentes pero complementarias.

La primera abriendo vías de penetración en el campo de la producción material, desafiando el modo de control metabólico social del capital con la empresa cooperativa de los Sin Tierra. El segundo, en Venezuela, se encamina hacia el mismo fin desde la dirección opuesta: utilizando la influencia política de la presidencia para introducir cambios muy necesarios en el campo de la reproducción material.

El antagonismo y la resistencia del orden establecido a estos movimientos será inevitablemente feroz y estará respaldado por las fuerzas más reaccionarias del imperialismo hegemónico global. Al mismo tiempo, no cabe duda de que el éxito de estos movimientos alternativos radicales dependerá en gran medida de la solidaridad socialista internacional, así como de su propia capacidad para inspirar a la izquierda organizada tradicional de sus países. Porque, sólo un movimiento socialista de masas radicalmente reconstituido puede hacer frente al gran desafío histórico que tenemos que afrontar en el siglo XXI.

*Introducción a la edición latinoamericana del libro de István Mészáros, “Más allá del Capital” . Rochester, Inglaterra, enero de 2000

Notas

Karl Marx, La pobreza de la filosofía , en Karl Marx y Frederick Engels, Obras completas , vol. 6 (Londres: Lawrence y Wishart, 1976), 210.

Marx, La pobreza de la filosofía , 212.

La palabra utilizada en la traducción al español es parcialidad , pero no se refiere en este contexto a sesgo o parcialidad. Más bien, se entiende mejor como una referencia a la clase trabajadora como compuesta por grupos mutuamente antagónicos. Hemos seleccionado fragmentación como el mejor término para transmitir este significado. —Traductores

Véase el capítulo 18 de István Mészáros, Beyond Capital (Nueva York: Monthly Review Press, 1995). El estudio titulado “Il rinnovamento del marxismo y l’attualitá storica della offensiva socialistam” Problemi del socialismo , Anno XXIII (enero-abril de 1982): 5–141, contiene una versión anterior de este artículo. Problemi del socialismo fue una publicación financiada por Lelio Basso.

En cualquier caso, no debemos olvidar que la legislación anti-laboral en Inglaterra comenzó bajo el gobierno laborista de Harold Wilson, con el estallido legislativo denominado “In Place of Strife” (ver Mészáros, Beyond Capital , 766) en la fase inicial de la crisis estructural. de capital. Continuó bajo el gobierno efímero de Edward Heath, y nuevamente bajo los gobiernos laboristas de Wilson y James Callaghan, diez años antes de recibir el visto bueno abiertamente “neoliberal” de Margaret Thatcher.

Luigi Vinci, La socialdemocrazia e la sinistra antagonista in Europa (Milán: Edizioni Punto Rosso, 1999), 69. Traducción de Brian M. Napoletano y Pedro S. Urquijo.

En el texto español, takeover aparece en inglés y no está claro si el énfasis fue agregado por los traductores para indicar una frase extranjera, o si el propio Mészáros puso el énfasis en el término. —Traductores

István Mészáros, The Power of Ideology (Nueva York: New York University Press, 1989), 462–70. La edición brasileña se publicó como O poder da ideologia (São Paulo: Editora Ensaio, 1996), 606–16.

István Mészáros, “Marxism Today”, Radical Philosophy 62 (otoño de 1992), reimpreso en la parte IV de Más allá del capital . István Mészáros, Beyond Capital (Londres: Merlin, 1995), 985–86. El énfasis en las asociaciones parciales fue agregado por Mészáros o por el traductor español. —Traductores

John Waples, David Smith y Dominic Rushe, «£ 2.1 mil millones en acciones desaparecidas», Sunday Times , 4 de octubre de 1998, sección 3 (Negocios), 7; Vincent Boland, » Brazilian Crisis Gives Frantic Europe a Dolt «, Financial Times , 14 de enero de 1999, 41.

Henry Kissinger, “Perils of Globalism”, Washington Post , 9 de octubre de 1998. También disponible como Henry Kissinger, 144 Cong. Rec., Pt. 18 (13 de octubre de 1998), 26073. Por supuesto, los apologistas del sistema siempre tratan de ganar a cualquier precio, y tratan de extraer una victoria propagandística incluso de la crisis más obvia. Así, característicamente, el Daily Telegraph —el mismo día que publicó el artículo de Kissinger— contenía un editorial titulado “Cómo funciona el capitalismo”, en el que ofrecía una racionalización ideológica transparente de la crisis al declarar que “el capitalismo funciona precisamente porque es inestable. Un poco como un ágil caza a reacción que es altamente maniobrable debido a su inestabilidad «.

Cuatro años antes de las elecciones presidenciales de Venezuela, Beyond Capital anticipó claramente el gran potencial positivo del movimiento bolivariano radical de Hugo Chávez Frías incluso en la arena electoral, en marcado contraste con la noción de moda de que solo las “alianzas electorales amplias” más moderadas son viables hoy. Véase el capítulo 18, sección 18.4.3 de Mészáros, Beyond Capital , 709-12.