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El mundo unipolar se está acabando

Fuentes: Rebelión

El arte de gobernar de EE.UU. se puede reducir al siguiente principio: la guerra es un método viable para gobernar, factible por cuanto ese país goza de un indiscutible poderío militar y sus fuerzas armadas han operado sin mucha dificultad; pese a ello, su superioridad militar no ha redundado en victorias políticas.

La Estrategia Nacional de Seguridad de EE.UU., uno de cuyos puntos fundamentales es conservar la paz mediante la fuerza y, al margen del derecho internacional, recurrir al guerras preventivas, para lo cual sus gobernantes globalizan las leyes de EE.UU.

Para algunos líderes de EE.UU., las sociedades actuales se dividen entre el mundo del orden, compuesto por países democráticos, respetuosos de la libertad y los derechos humanos, y el mundo del desorden, donde nada bueno existe. La pertenencia de un país a uno de estos grupos la determina Washington según su gusto y necesidad.

En el mundo del desorden hacen lo que les conviene, en términos más claros: inician lo que llaman guerras humanitarias, que destruyen países; patrocinan golpes de Estado, para imponer dictaduras obsecuentes; reconocen a autoridades espurias; detienen a sospechosos y los torturan mediante interrogatorios coercitivos; decretan sanciones ilegales a los países que llaman rebeldes, los bloquean comercialmente y les confiscan sus riquezas para incrementar su propio peculio; eliminan a líderes sociales que no les obedecen y difunden mentiras en los medios de información. Una verdadera ley de la selva. Así, de esta manera, institucionalizan el doble rasero a nombre de la democracia y convierten a cualquier Estado de derecho en una mojiganga.

Cuando los ideales de igualdad, derechos humanos, libertad y dignidad son rotos por la política de conservar la paz mediante la fuerza, se vuelve probable la violencia contra esta ruptura, ya que nunca será estable un país al que le han aplicado la agresión preventiva, pues mantener la estabilidad y el orden mediante este tipo de prevención genera a su vez inestabilidad y caos, o sea, se crea un círculo vicioso.

El arte de gobernar de EE.UU. se puede reducir al siguiente principio: la guerra es un método viable para gobernar, factible por cuanto ese país goza de un indiscutible poderío militar y sus fuerzas armadas, fueran donde fueran, han operado sin mucha dificultad; pese a ello, su superioridad militar no ha redundado en victorias políticas. Puede ser que los países invadidos estuvieran gobernados por tiranías de siete suelas, pero éstas debían tener algún contrato social con sus ciudadanos; si no, ¿cómo explicar la aparición de suicidas que arrojan bombas contra sus libertadores occidentales?

A pesar de los esfuerzos por dominar el Medio Oriente, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos fueron en realidad derrotadas en Afganistán, Iraq y Siria; sin importar que sus guerras preventivas comenzaran de un modo arrollador, con ejércitos que operaban con un ímpetu sin parangón en la historia, estos triunfos fueron sofrenados por la resistencia de esos países.

Se hubiera dicho que el Pentágono tenía todo bien calculado y que el dominio de la información repercutía favorablemente en las decisiones que adoptaba, que era capaz de tener iniciativas importantes, aupadas por sistemas conectados por redes con capacidad de mando, que producían información rápida y precisa en tiempo real, lo que en los frentes de batalla le daba superioridad en la táctica y la estrategia aplicada, tanto los oficiales como los gobiernos de turno estaban persuadidos de la victoria; sin embargo, lo que creyeron que terminaría en pocas semanas, se extendió durante largos años, pues realmente el Pentágono no supo qué hacer.

Al respecto, el expresidente Trump dijo algo que por primera vez decía un presidente de EEUU: “Pudiera ser que Obama sacara de mala manera a las tropas de Irak y parte de las desplegadas en Afganistán, pero meterse ahí fue, para mí, el peor error cometido en la historia de nuestro país… Nos gastamos siete trillones de dólares en Oriente Medio y millones de vidas, porque me gusta contar las vidas perdidas en ambos lados de la contienda”. Al referirse a los líderes del Departamento de Defensa, dijo: “Quieren nada más que pelear guerras, para que estén felices todas estas maravillosas compañías que fabrican bombas, aviones y todo lo demás… No es deber de las tropas estadounidenses resolver conflictos antiguos en tierras lejanas de las que mucha gente nunca ha oído hablar”.

Tal vez por eso, EEUU busca ahora vencer a Rusia y China, a los que estigmatiza como países del desorden, necesita reafirmar su hegemonía y los piensa derrotar económicamente. Pero incluso en eso se equivoca, pues China le lleva la delantera. Tony Blair, exprimer ministro del Reino Unido, dijo: “Estamos llegando al final del dominio político y económico de Occidente. El mundo va a ser al menos bipolar y posiblemente multipolar. El mayor cambio geopolítico de este siglo vendrá de China, no de Rusia. Es la primera vez en la historia moderna que Oriente puede estar en igualdad de condiciones con Occidente. China tiene más de 1300 millones de habitantes, mucho más que toda la población de Norteamérica y Europa juntas, al mismo tiempo que su economía se aproxima a la de EEUU”.

Es que la producción de EEUU cae en picada. Su población, acostumbrada a despilfarrar, actualmente no ve ni crecimiento ni perspectiva alguna, sólo ve crisis y estancamiento a largo plazo, como secuela de las guerras que su país no pudo ganar, y presiente que no habrá triunfos en los conflictos en que están empantanados.

Pese a ello, Washington quiere preservar el status quo y el complejo militar-industrial necesita ganar dinero mediante contratos jugosos, además hay funcionarios civiles y militares cuyas ambiciones se debe satisfacer; por eso se acepta la idea de Madeleine Albright, exsecretaria de Estado: “¿Qué sentido tiene tener estas espléndidas fuerzas armadas de las que siempre se habla si no las podemos utilizar?”, palabras que son borradas con la verdad de Perogrullo: “¿Para qué usarlas si no dan resultado?”

Un ejemplo de la aplicación de la ley de la selva fue el asesinato de Daria Dúguina, licenciada en Filosofía de la Historia y periodista, que murió cerca de Moscú al explotar el coche que conducía; Daria era hija de Alexandr Dúgin, influyente filósofo ruso. Es difícil encontrar la relación entre esta víctima y los Neocon, que en 2014 produjeron el sangriento golpe de Estado de Kiev, pero sí la hay, Daria sostenía que el enfrentamiento en Ucrania era de origen cultural, “una lucha en la que Rusia defiende la cultura rusa y europea contra la cultura estadounidense, surgida de la interpretación de la igualdad según el liberalismo anglosajón”, o Neocon.

Con este vil asesinato, cuyo silencio condenatorio de Occidente demuestra su doble rasero, Ucrania intenta eliminar el pensamiento de la víctima, pacífico y difícil de combatir. Sus verdugos, al presentir la derrota ideológica, para acallarla optaron por el crimen, grave error porque eternizaron sus ideas.

El papa Francisco, a quien le conmovió tanta crueldad y se apiadó de los refugiados, aconsejó que se tomen medidas para poner fin a la guerra, se compadeció de los niños huérfanos, que han perdido a sus padres o a sus madres, sean rusos o ucranianos, pues la orfandad no tiene nacionalidad. Además, criticó la existencia de conflictos bélicos en otros países, como Siria o Yemen, que consideró una tercera guerra mundial en pedazos, que poco a poco se van uniendo para formar un abismo. Calificó de criminales a los que se benefician de los conflictos bélicos, que matan a la humanidad mediante el comercio de armas, y oró por la paz entre Moscú y Kiev. Además expresó: “Pienso en tanta crueldad, en tantos inocentes que están pagando la locura, la locura de todos los bandos, porque la guerra es una locura y nadie en la guerra puede decir: ‘No, no estoy loco’. Pienso en la pobre chica a la que en Moscú le explotó una bomba bajo el asiento de un coche, los inocentes pagan la guerra… los inocentes”.

El Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania convocó a Visvaldas Kulbokas, nuncio apostólico en Ucrania, para expresarle la profunda decepción de Kiev por las palabras del pontífice, que equiparan al agresor con la víctima. Culpó al papa de no haber prestado nunca atención por las bajas ucranianas del conflicto y expresó la esperanza de que en el futuro la Santa Sede evite declaraciones injustas, que causan decepción en la sociedad ucraniana.

Por su parte, Andréi Yurash, Embajador de Ucrania en el Vaticano, dijo: “El discurso del papa fue decepcionante. No se puede hablar en las mismas categorías del agresor y el agredido, del violador y la violada. ¿Cómo es posible considerar víctima inocente a uno de los ideólogos del imperialismo ruso?” Previamente, el gobierno de Ucrania censuró la transmisión televisada del Vía Crucis del papa, porque deseaba paz para los pueblos de Ucrania y Rusia.

La intolerancia de Kiev, que no soporta la mínima imparcialidad, es la que convierte a su gobierno en el principal sospechoso del atentado. Denís Pushilin, Jefe de Estado de la República Popular de Donetsk, escribió que el responsable de ese crimen es el régimen terrorista ucraniano, pues la violencia es la práctica que ha ejercido siempre para silenciar a sus opositores. El tiempo, que es el mejor juez, le dará la razón.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.