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El muro

Fuentes: Rebelión

La historia bíblica de la destrucción del muro y la ciudad de Jericó por parte de Josué y la invasión de la Tierra Prometida (Josué 6) -sea ciencia ficción o no- apenas se distingue de las invasiones posteriores de Polonia por Hitler, de los rusos, franceses, ingleses y americanos de Alemania a finales de la […]

La historia bíblica de la destrucción del muro y la ciudad de Jericó por parte de Josué y la invasión de la Tierra Prometida (Josué 6) -sea ciencia ficción o no- apenas se distingue de las invasiones posteriores de Polonia por Hitler, de los rusos, franceses, ingleses y americanos de Alemania a finales de la Segunda Guerra Mundial, de la invasión de Afganistán e Irak por parte de tropas extranjeras, de la invasión de Palestina por Israel o del Sahara por Marruecos: en todas ellas, por motivos religiosos, intereses comerciales, usurpación de materias primas o demostración de dominio y sumisión, se lleva a cabo una masacre genocida.

«Cuando suene el cuerno del carnero (cuando oigáis el sonar de la trompeta) todo el pueblo prorrumpirá en un gran alarido y el muro de Jericó se vendrá abajo. Y el pueblo se lanzará al asalto… Se apoderaron de Jericó y prendieron fuego a la ciudad con todo lo que contenía. Sólo la plata, el oro y los objetos de bronce y hierro los depositaron en el tesoro de la casa de Yahvé». El físico americano y premio Nóbel, Steven Weinberg, dice que «la religión es un insulto a la dignidad humana. Con o sin ella, hay buena gente haciendo buenas obras y mala gente haciendo malas obras. Pero para que la buena haga cosas malas se necesita la religión».

Richard Dawkins no va tan lejos cuando afirma que la Biblia puede ser una obra poética de ficción pero no es el tipo de libro que uno daría a un hijo para formar su moral, como tampoco, digo yo, lo es la conducta y manera de comportarse cínica, sumisa, mendaz y criminalmente de la mayoría de nuestros gobiernos a la hora de contemplar los muros de nuestro presente.

Porque son muchas las páginas de declaraciones gubernamentales y comentarios en nuestros periódicos, radios y televisiones trompeteándonos la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de la URSS como el triunfo de la libertad. Pero curiosamente guardan un silencio delator y cómplice cuando, con tal recuerdo, no denuncian con más energía si cabe la realidad del muro marroquí, de ese muro levantado en el Sahara occidental de más de 2.700 kilómetros, repleto de miles de minas e iniciado por Marruecos en 1980 con la colaboración, visto bueno y silencio cobarde y traidor del gobierno español.

Muro que, de nuevo, significa venta de tierras de fosfatos al poderoso amigo marroquí y muerte, genocidio y malvivir para el pueblo saharaui. Porque hay que recordar que desde 1934 hasta el «Acuerdo de Madrid» del 14 de noviembre de 1975 el Sahara occidental fue colonia y provincia española. Y España, que prometió autonomía y referendum para el pueblo saharaui en 1974, canta y repiquetea en el 2009 la caída del muro berlinés al tiempo que guarda silencio ante el gemido y lamento de un pueblo, que languidece en parte por su culpa y abandono, en las arenas del desierto.

Hablo del pueblo saharaui y su muro marroquí-español, pero también se podría hoy hablar del muro palestino o el muro USamericano con Méjico, por citar tan sólo tres, tan denuncia de inhumanidad y gangrena de crueldad y criminalidad como el berlinés. Con la grave diferencia de que el Berlinés es historia y los otros son presente.

Efectivamente, señor Richard Dawkins, tampoco el gobierno español es ejemplo de decencia.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.