«Quien haya visto un campo de batalla moderno y lo haya sufrido en carne propia o también quien sólo conozca las fotografías de este espanto internacional, fotografías que la mala conciencia de los oficiales y similares laboriosamente quiere ocultar a la opinión pública, quien conozca el amasijo de cuerpos que yacen en las fosas comunes […]
«Quien haya visto un campo de batalla moderno y lo haya sufrido en carne propia o también quien sólo conozca las fotografías de este espanto internacional, fotografías que la mala conciencia de los oficiales y similares laboriosamente quiere ocultar a la opinión pública, quien conozca el amasijo de cuerpos que yacen en las fosas comunes y los horribles muñones de los mutilados sobrevivientes (…): quien no se estremezca ante ello, quien no quiera evitarlo con todos los medios a su alcance, quien no quiera blindar herméticamente a las nuevas generaciones, no es un ser humano, es un patriota»
Kurt Tucholsky, «Wofür?», recopilado en Das Grosse Lesebuch, Fischer Verlag, Frankfurt, 2010, pp 303-304
Pocos escritores se han servido tan magistralmente de la fantasía para realizar una crítica de la realidad tan certera y tierna a la vez como Italo Calvino. En su cuento Un general en la biblioteca, Calvino sitúa en un país imaginario una comisión militar que tiene que investigar si en las bibliotecas nacionales anidan libros que atacan al ejército.
Así, un grupo de generales va a la biblioteca y se pone manos a la obra. Al principio, los militares estudian minuciosamente los libros, intentando localizar eventual propaganda subversiva. Poco a poco, sin embargo, empiezan a cogerle gusto a la lectura, llegando a admirar la elegancia de los autores subversivos. A continuación, perciben que no es sólo buen estilo literario, sino que los ataques al ejército están más que justificados.
Finalizada la misión, redactan su informe. En él, llegan a la conclusión de que en las bibliotecas hay libros que no sólo denigran al ejército y a sus gloriosas gestas, sino también al resto de instituciones nacionales que durante siglos se han considerado sagradas, y que cualquier persona mínimamente informada y honesta no puede menos que darles la razón. Al final, la sinceridad del informe les cuesta el puesto, pero una vez degradados los antiguos militares pueden ir a la biblioteca a seguir estudiando.
Existe un museo en Berlín, que está completamente impregnado de este espíritu de Calvino. Se trata del Museo contra la guerra, ubicado en el «rojo» Wedding, un histórico barrio proletario con una larga historia de combatividad (http://www.anti-kriegs-museum.de/).
Su director, Tommy Spree, es un profesor jubilado de inglés, educación física e historia. Tommy es un hombre fuerte y tranquilo, con una energía interior enorme. A principios de los ochenta, ante el despliegue de misiles con cabezas nucleares por parte de la OTAN en territorio de la RFA, Tommy y un grupo de voluntarios decidieron instalar un museo que recordase a las jóvenes (y no tan jóvenes) generaciones lo que significa una guerra. El museo contra la guerra consta de una sala con documentación, fotografías y objetos de la primera guerra mundial, de un refugio antiaéreo que reproduce aquellos en los que se cobija la población civil ante bombardeos desde el aire y de otra sala con textos de pensadores pacifistas como, Jesús de Nazaret, Gandhi, León Tolstoi, John Ruskin o Carl von Ossietzky.
Este museo es heredero del museo homónimo que fuera fundado también en Wedding por un gran pacifista alemán, Ernst Friedrich, el abuelo de Tommy Spree.
La vida de Friedrich es verdaderamente admirable. Actor de teatro, sus giras por el frente le familiarizan con los horrores de la guerra. Allí se convencerá de que la guerra es una empresa que sólo beneficia a especuladores y a burócratas, mientras que el pueblo es enviado al matadero, por lo que se embarca en una campaña activa anti militarista que le conducirá a la cárcel. Terminada la guerra, Friedrich no cejará en su activismo, que no tardará en despertar las iras de organizaciones paramilitares y de una judicatura intensamente reaccionaria.
En 1933, tras la ascensión de Hitler a la cancillería, Friedrich es arrestado y su museo clausurado. Una ola de protestas internacionales permite su liberación, pero, siendo vigilado muy estrechamente por los nazis, decide exiliarse, primero a Bélgica y luego a Francia, donde se enrolará en la resistencia, desempeñando labores de enlace.
Con la victoria aliada, Friedrich se instala definitivamente en Francia. Allí ingresará en el Partido Socialista e intentará establecer un centro internacional de organizaciones pacifistas, la Isla de la Paz. Friedrich morirá en 1967.
Conociendo la vida y obra de Friedrich se experimenta una enorme emoción ante todos estos esfuerzos por continuar y honrar el legado de un luchador íntegro, inmerso continuamente en batallas desesperadas de resultado incierto.
Este espíritu rebelde e inconformista de Friedrich se manifiesta en unos cursos sobre paz y derechos humanos que organiza actualmente el Museo Contra la Guerra. El público de dichos cursos está compuesto principalmente por jóvenes alumnos de institutos, aunque, por muy sorprendente que parezca, el Ejército Federal Alemán también suele enviar oficiales. Quién sabe si entre estos últimos no se encontrarán los protagonistas del cuento de Calvino.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.