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Bert Gellinger y las Constelaciones Familiares

El nazismo travestido de terapia humanista

Fuentes: Rebelión

En la década de los setenta la escritora y ensayista norteamericana Susan Sontag abordó en su ensayo Bajo el signo de Saturno la relación, a menudo contradictoria, entre moral y estética. Susan Sontag profundizaba en la obra de diferentes creadores para analizar las razones de sus propuestas; Antonin Artaud, Paul Gooman o Walter Bemjamin eran […]

En la década de los setenta la escritora y ensayista norteamericana Susan Sontag abordó en su ensayo Bajo el signo de Saturno la relación, a menudo contradictoria, entre moral y estética. Susan Sontag profundizaba en la obra de diferentes creadores para analizar las razones de sus propuestas; Antonin Artaud, Paul Gooman o Walter Bemjamin eran algunos de los personajes que desfilan por la pupila analítica de la intelectual estadounidense. Sin embargo, la relación más tensa entre estética y moral se daba en el capitulo del libro dedicado a la cineasta y fotógrafa Leni Riefenstahl (1902-2003). La Riefenstahl puso su indiscutible capacidad creativa y vanguardista al servicio de la ideología más destructiva y inhumana que haya conocido el mundo contemporáneo. La directora de Olympia y de El triunfo de la voluntad, sabedora de que su vinculación con el Tercer Reich era una carga moral difícil de sobrellevar intentó lavar su imagen como cineasta y fotógrafa adentrándose, cercana ya a la senectud, en temáticas submarinas y antropológicas. Una de estas últimas, el trabajo fotográfico que hizo sobre los Nuba en Sudán entre 1962 y 1977, es analizada de forma certera e implacable por Susan Sontag, demostrando que el ideario nazi seguía vivo en la mirada que Leni proyectaba sobre los Nuba; el poder de la fuerza y la virilidad de una tribu guerrera eran los argumentos estéticos subrayados una y otra vez por la fotógrafa y cineasta en esta famosa serie fotográfica.

Traer a colación el caso de Leni Riefenstahl no está demás ya que no es el único caso en el que una ideología como el nazismo sigue impregnando de manera sutil y convenientemente disfrazada de humanismo new age, diferentes disciplinas y estudios sobre el comportamiento humano actual. La psicología es una de estas disciplinas en las que se pueden detectar la presencia de determinadas terapias cuando menos cuestionables, llevadas a cabo tanto por licenciados en psicología como por «terapeutas» sin formación universitaria y científica alguna, que abrazan de forma entusiasta y acrítica nuevas prácticas y discursos provenientes de auténticos gurús de pasado bien maquillado.

Quizás el caso más paradigmático sea el de Bert Hellinger, un longevo terapeuta creador de las llamadas Constelaciones Familiares, terapia de gran difusión y éxito en círculos new age y esotéricos. Este excombatiente de la Whermacht en la segunda guerra mundial y exfraile católico-romano destinado a Sudáfrica en 1953, observó los rituales Zulú, a partir de los cuáles dio forma a su propuesta terapéutica. En 1970, Hellinger dejó la orden religiosa y se estableció en Austria y en Alemania como terapeuta sin apropiada calificación para ejercer como tal. ¿Pero cuáles son los elementos fundamentales de esta terapia? Y sobre todo ¿Por qué ha tenido un éxito apreciable?

Bert Hellinger da por segura la presencia de una suerte de psicología grupal de formato familiar, una conexión espiritual colectiva que nos une de forma no dialéctica a nuestros ancestros. El terapeuta germano tomó este elemento de la cosmogonía zulú que al igual que otras culturas africanas como la Yoruba, conceden gran importancia espiritual a los antepasados. Sin embargo, da que pensar que Hellinger conectara con un concepto tribal zulú que tenía ciertas similitudes formales con el Volksgemeinschaf, (ideal de comunidad popular alemana que busca la armonía sin conflictos) tan reivindicado por el pensamiento reaccionario germánico y muy especialmente por el ideario nacionalsocialista. Para Bert Hellinger el origen de todo sufrimiento de tipo psicológico está ubicado en la ruptura de la armonía, es decir, del «alma colectiva» familiar, entendiendo por tal el cuestionamiento de la jerarquía ejercida por el paterfamilias, elemento siempre incuestionable en esta terapia. Estamos por tanto ante un esquema muy peculiar que penaliza el conflicto y lo considera un elemento de perturbación a corregir. La supuesta terapia humanista «consteladora» introducirá un relato familiar alternativo al que porta el paciente si en el centro de su conflicto se encuentra el padre de familia como maltratador físico y psicológico. «Quién no honra al padre no ama la vida» o «hay que honrar al padre porque da la vida» son frases sistemáticamente repetidas en no pocas sesiones individuales y colectivas de los terapeutas «consteladores». Conforme avance la terapia, y como era de esperar, el terapeuta propone el perdón como fórmula de sanación y armonía. Así, el orden queda restablecido y el «alma colectiva» reparada. Sin embargo, conviene en este punto recordar lo que, muy sabiamente, el bueno de John Berger expresaba a Jorge Riechmann en una entrevista de 1995: El perdón no es posible sin cierto arrepentimiento por parte de quien ha de ser perdonado. Si la persona que ha causado un grave daño persiste en la misma línea de acción, entonces el perdón es humanamente imposible. No creo que pueda decirse «perdonad» sin más: hay ciertas condiciones previas para el perdón. (1)

No pocas personas que se acercan a las Constelaciones dicen sentirse aliviadas o sanadas después de cada sesión colectiva. Estas consisten en una reunión (10 o 15 personas suele ser un número bastante habitual) en la que una persona aquejada o angustiada por un problema desea solucionarlo o conocer su origen. El resto del grupo escucha el relato del demandante y el terapeuta elegirá a las personas del grupo que constelarán el problema. Constelar es fundamentalmente realizar la teatralización de ese relato. Quién haya asistido a una sesión y haya tomado cierta distancia, observará que se produce una enorme carga de sugestión, en la que el colectivo, especialmente las personas que constelan (teatralizan), se vuelcan emocionalmente en la ayuda de la persona angustiada. Por otra parte, no debemos pasar por alto que participar en una representación teatral por pequeña que sea siempre tiene algo de terapéutico. La sugestión antes mencionada, puede llegar al extremo de que una persona sienta, o crea sentir, sensaciones físicas de un antepasado fallecido, algo que recuerda mucho a las sesiones de santería en Cuba o Brasil cuando se dice que un espíritu monta a una persona. No son pocas las persona que acuden a las Constelaciones con cierta adicción emocional al propio clima del cenáculo.

También desde una mirada fría cualquier persona puede darse cuenta de que las sesiones suponen, al margen de alivios reales o ficticios, una importante actividad económica para quién las organiza: 10 o 15 personas que abonen 50, 60 o 70 euros por sesión no es ninguna nimiedad. La cantidad de profesionales y no profesionales practicantes de esta terapia quizás también tenga que ver con este hecho, aunque muy posiblemente, la decisión de muchos terapeutas haya sido tomada tras una reflexión brumosa en la que se sopesan dos realidades de naturaleza distinta: el interés pecuniario y el interés legítimo y bienintencionado de solucionar problemas relacionados con el sufrimiento emocional.

Dedicarse profesionalmente a aliviar el sufrimiento psicológico, que de una u otra manera la mayor parte de los individuos padecen alguna vez en sus vidas, es una actividad difícil y encomiable que requiere grandes dosis de humildad, intuición y conocimiento científico y en el que no hay atajos. Ir desatando los nudos del sufrimiento, muchos de los cuales han ido configurándose en el ámbito familiar, implica paciencia y constancia por parte del terapeuta y también una actitud similar por parte del paciente. Restaurar el máximo de bienestar emocional y autoconfianza en el paciente no pasa por edulcorar y manipular un pasado familiar mediante una narración benevolente sin conexiones reales con lo que ocurrió, ya que seguramente ocasionaríamos una salida en falso. El hecho de que vivamos una época de gran confusión y pérdida de referentes no conlleva aceptar sin más todo lo alternativo. Tampoco se puede decir que la mayor parte de los terapeutas «consteladores» sean unos desalmados con simpatías nazis, más pendientes de la ganancia que de la salud real del paciente, pero sí se puede afirmar que sus métodos no descansan en categorías científicas y que a menudo algunos conceptos utilizados bordean un abismo trágicamente transitado en el pasado.

El método de Bert Hellinger al dotar al paterfamilias de un blindaje moral, y una superioridad espiritual, apuntala, con el disimulo de las buenas intenciones, jerarquía, poder y liderazgo vertical. Se antoja difícil construir cualquier terapia humanista con estos conceptos.

Nota:

(1) Al borde del abismo, pero no sin esperanza. Una conversación con John Berger 1995. Jorge Riechmann. Publicado por REBELION 11-01-2017

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.