Es sobradamente conocido que quien más o quien menos vive para el móvil e incluso rinde culto al móvil. En demasiados casos se podría prescindir de comer, pero no de mantenerse alejado del artilugio. No obstante, alguien diría que permanecer colgados del teléfono las veinticuatro horas del día es una exageración que solo podría tener cierto sentido en una persona muy solicitada, pero a nivel de gente común la postura ya no estaría tan clara. El hecho es que estar interconectados ha pasado a ser una necesidad más, artificialmente creada por la sociedad de consumo y auspiciada por las grandes empresas, pero de tal intensidad que se ha convertido en una especie de droga, cuyo nivel adictivo no se puede superar. Indagando, tal vez esta dependencia se justificaría porque la sola tenencia del aparato da ánimos a sus usuarios para seguir viviendo.
Si en gran medida el culto al teléfono estaba reservado al ámbito de las relaciones sociales, ahora se ha impuesto a nivel oficial y se ha hecho obligatorio. De tal manera que no es posible circular por el laberinto de las administraciones públicas sin pasar previamente por el tamiz telefónico. La justificación de tal exigencia se encuentra en el otro orden establecido con la llegada del virus. Si bien, antes de la nueva era, funciones públicas como la sanidad, ya habían homologado el método de la cita previa frecuentemente telefónica, no tanto para evitar esperas a los usuarios como para limitar y tener bajo control en lo posible el uso del sistema, ahora está a punto de generalizarse en el plano de la burocracia.
Ya es frecuente que al acudir a un organismo público de cualquier administración, incluidos los juzgados, despachen al cliente sin demasiadas contemplaciones si previamente no ha concertado cita telefónica como único medio para que le permitan estar lo indispensable al otro lado de la mampara, una vez cumplidos otros requisitos, que se quieren enlazar con el aspecto sanitario de la medida y que simplemente responden a hacer patente a la ciudadanía el sentido de ordeno y mando. No obstante, todo sea en interés de la generalidad para evitar contagios, aunque se aproveche la ocasión para aliviar el peso del trabajo de los empleados públicos. El hecho es que, salvando las distancias temporales, hoy administrativamente se revive aquella realidad de los viejos tiempos del vuelva usted mañana o la ventanilla está cerrada porque es la hora del café, aunque ahora el argumento invocado parece más razonable porque se trata de hacer frente al virus.
Con tal disculpa resulta que simplemente para preguntar dónde está situada la oficina tal o cual en el edificio administrativo o realizar una consulta banal es obligado solicitar cita previa por teléfono y, cumplido el trámite, convocados para día y hora al efecto, con todas las garantías sanitarias, es posible que quien esté detrás de la mampara se digne decirte para resolver la consulta que sigas la flecha marcada por un sendero encintado hasta acceder a un rótulo que te señala otro sendero, con lo que al final, debidamente orientado, puedas llegar a tu destino, y una vez allí ya puedas ser habilitado para solicitar nueva cita telefónica para atenderte, si hay suerte, con el paso del tiempo. Suele haber un problema añadido al hecho de entenderse con el teléfono e inevitablemente demorar cualquier asunto, a veces es muy posible encontrarse con la simple incomunicación, porque el destinatario de la llamada no contesta, harto de repetir el mismo rollo.
Sin ningún genero de dudas para el que elabora las normas la eficacia está servida. Por eso, ante este panorama kafkiano, y como el que manda manda, la ciudadanía conformista agacha la cabeza y plantea sus relaciones con la administración como lo hace con los otros, es decir, usando el teléfono y, en este caso, esperando su turno. De otro lado, es práctica generaliza bien recibida por los usuarios permanentes del móvil y más aún por los trabajadores de lo público. A pesar de todo, para aliviar ligeramente la situación, habría que prever una dotación presupuestaria para subvencionar a los necesitados no habituales del móvil y dotarla de medios económicos para que puedan atender sin una carga añadida la nueva obligación que, aprovechando el virus, se ha impuesto por la vía de hecho a los administrados.
Una nota final —que pudiera no venir a cuento— para señalar una aparente paradoja, a tenor de que la situación actual en muchos aspectos la vida ciudadana gira en torno al uso del teléfono, y es que la Telefónica, que fue y se dice que es la gran empresa de primer orden dedicada al negocio, sigue descendiendo peldaños en su vertiginosa caída por abismo bursátil.