«Asombrarse, sorprenderse, es empezar a comprender» J. Ortega y Gasset. «El que comprende tiene alas» (Pancavimca Brahmana) Todo el siglo XX y en particular, durante las últimas décadas de ese lapso y primeros años del siglo XXI, ha sido un largo período de «sacudidas», cada vez más fuertes e intensas, en contra de todo el […]
«Asombrarse, sorprenderse, es empezar a comprender»
J. Ortega y Gasset.
«El que comprende tiene alas»
(Pancavimca Brahmana)
Todo el siglo XX y en particular, durante las últimas décadas de ese lapso y primeros años del siglo XXI, ha sido un largo período de «sacudidas», cada vez más fuertes e intensas, en contra de todo el edificio del paradigma científico dominante en los últimos tres siglos, cuyos cimientos fueron colocados por gente como el positivista Compte, Descartes y Newton, entre los más renombrados.
Sin embargo, poco antes de que terminara el siglo XIX, Max Plank presentó su teoría del paradigma cuántico, y poco después, en 1905, Einstein, con su propuesta de la «teoría relativista», prácticamente «formalizó» (quizá sin querer), lo que poco después se empezaría a transformar en una clara tendencia de desafío abierto frente al paradigma positivista y cartesiano, con su marcada tendencia hacia el empirismo, y la explicación del mundo como parte del desarrollo lineal-mecánico de los procesos naturales y sociales.
Casi simultáneamente, en esos primeros años del siglo XX le tocó el turno a Abraham Maslow, esta vez desde el campo de la psicología, quien además de su famosa elaboración de la «pirámide de las necesidades humanas», integró posteriormente, como parte de las necesidades básicas humanas, la «búsqueda de la trascendencia espiritual», planteando así un desafío frontal a la corriente conductista (dominante en las primeras décadas del siglo XX), que como se sabe, «aborrecía» y rechazaba de todo conocimiento «contaminado» con «subjetividad», anatemizándolo como «anti-científico».
Debemos recordar que posteriormente en ese mismo campo disciplinario, a mediados del siglo XX, William James profundizó todavía más esa pelea en contra del paradigma dominante, proponiendo entre otras cosas, la validez científica de la auto-indagación e introspección subjetiva (e inter-subjetiva), como fuente válida de conocimiento científico.
Casi simultáneamente iban madurando las ideas «cuasi heréticas» del profesor Jung, que empezaron a germinar lentamente desde las primeras décadas del siglo XX, en especial, a partir de su traumática separación con Freud y su corriente dominante en la «psicología oficial», hasta que a mediados de ese mismo siglo, el desafío en contra del paradigma dominante fue radicalmente frontal y profundo.
Sucedió exactamente cuando Jung presentó una «cargada batería» de teorías totalmente nuevas en el psicoanálisis («inconsciente colectivo», «arquetipos», «sombra», «individuación», «inconsciente somático», «transferencia», «sincronía», etc, etc.), posición desafiante contra el paradigma positivista que Jung habría de «pagar caro», en especial, frente a la actitud discriminadora que se ejerció contra él durante largos años desde la «Sociedad Psicoanalítica Internacional» (de hecho, yo recuerdo haber leído en un ejemplar del diario británico «The Guardian», allá por junio de 1996, que finalmente ese año las autoridades de la Universidad de Oxford autorizaban oficialmente, treinta años después de su muerte, la enseñanza en sus recintos de las teorías del profesor Jung…).
Siguiendo ese mismo proceso de «rebelión científica», prontamente, ya en los años sesenta, se fueron sumando gentes de otros campos disciplinarios, entre quienes cabe mencionar, muy rápidamente, a Karl Pribam (neurólogo que planteó la hipótesis «holográfica» sobre el funcionamiento del cerebro humano), D. Bohm (antiguo alumno de Einstein y quien fuera profesor durante muchos años en la Universidad de Londres), quien desde la física cuántica planteó su teoría de interpretación del universo denominada por él como «holomovimiento» y «orden implicado» (otro golpe para las leyes del «paradigma newtoniano»).
Les siguieron en esta «rebelión» paradigmática otras mentes brillantes tales como T. Leary (doctor en psicología y consumidor en cantidades industriales de LSD con fines experimentales), que, a partir de sus experimentos auto-inducidos con psicotrópicos, propuso teorías jamás planteadas tales como la «cosmogénesis», «conciencia celular» y «consciencia filogenética» (nociones que por cierto, solamente gente como A. Huxley había «intuido» a través de su novelas, cuyo contenido, dicho sea de paso, habrían influido en las letras de algunas canciones de los Beatles y otras bandas famosas de rock sesentero).
Como una simple anécdota ilustrativa, se dice que T. Leary fue catalogado a inicios de los años setenta por Richard Nixon, como el «hombre más peligroso para los Estados Unidos», y por supuesto, no pocas veces paró en la cárcel debido a sus experimentos poco reconocidos por la ciencia convencional (y esto no ocurrió en la Europa medieval de Torquemada, sino hace apenas unas cuatro décadas en la supuesta «sociedad más libre del mundo»).
También en los años setenta encontramos a S. Grof y a Capra, continuando con la misma tendencia anti-positivista y en pro de la formulación cada vez más articulada de un nuevo paradigma científico. Grof, desde la psicología experimental, propuso su teoría y a la vez, su terapia denominada «holotropismo», con lo cual sostenía, sus pacientes podían realizar profundos procesos de «auto-introspección» a las zonas más profundas del inconsciente, sin seguir los pasos convencionales de la psicoterapia freudiana y sin usar psicotrópicos ni enteógenos (Grof sigue muy activo hoy en día, impartiendo talleres y seminarios en Brasil, México y otros países).
Capra, por su lado, desde la física teórica y experimental, publicó a mediados de los años setenta una serie de consideraciones teóricas que, entre otras cosas, planteaban nuevos desafíos al paradigma dominante en las ciencias, como la imposibilidad de la investigación científica absolutamente desprovista de «subjetividad», de la íntima conexión que se establece entre el objeto de estudio y el investigador, y otra serie de consideraciones respecto a la conducta totalmente «mística» (y «anti-newtoniana») de la materia en sus niveles sub-atómicos. Capra igualmente sigue muy activo hoy en día desde su fundación ecológica asentada en California.
Por si ello fuera poco, en los últimos años de vida de Bohm y de Krishnamurti (ambos ya muy mayores de edad a inicios de los años ochenta), estas dos mentes «iluminadas» del siglo XX desarrollaron un tren de actividades centradas en «conversatorios multidisciplinarios» y «foros públicos», en los cuales intercalaban entrevistas y diálogos entre un grupo de personas que ellos denominaban «científicos» y otro grupo denominado «creativos», pues de esa forma, sostenían ambos, estaba representado en los diálogos tanto el hemisferio izquierdo como el hemisferio derecho del cerebro humano.
Como algunos pudimos darnos cuenta, en los años noventa la tendencia a postular nuevas teorías fuera y en contra del paradigma oficial y dominante se profundizó todavía más, produciéndose el surgimiento de nuevos campos disciplinarios («ciencia cognitiva», «bio-matemáticas» entre otros), y manifestándose además nuevos procesos de fusión inter-disciplinaria, como la «neurofenomenología» (que es una articulación entre la corriente filosófica conocida como «fenomenología» y la neurología), la neuroteología (combinación entre la teología y la neurología) y también el llamado «ciber-psiquismo», que es una fusión entre ciertas corrientes de la psicología experimental con la cibernética.
Todo esto ha producido, sin duda alguna, el desencadenamiento de un proceso de «revolución científica», que en definitiva ya no tiene retorno. Para ilustrarlo de una manera sencilla, mencionamos dos ejemplos adicionales, el de Alan Wolf y el de Ingo Swann con el llamado «ciber-psiquismo».
Wolf es un científico de la física teórica y experimental que inusitadamente, desde fines de los ochenta y los noventa, ha aplicado muchos de sus conocimientos en física experimental (como el comportamiento de partículas sub-atómicas dentro de los llamados «aceleradores de partículas»), a campos disciplinarios tan aparentemente alejados de la física como la antropología cultural y la psicología.
Fue precisamente en una de esas sus «andadas» que yo tuve la oportunidad de conocerle personalmente, durante un seminario-taller impartido por él en la ciudad de Londres, quizá a mediados de 1995. Wolf en esa ocasión disertó sobre el conocimiento cuántico y holístico que intuitivamente desarrollan muchos chamanes en su relación con la naturaleza y la gente que les rodea.
Él igualmente ha desarrollado la teoría jungiana sobre la «sincronicidad», dándole una interpretación nueva (anti-positivista), a muchos de los acontecimientos aparentemente «casuales» que le ocurren a la gente de manera cotidiana, ello dentro del contexto de un nuevo esquema teórico o paradigma, que integra bajo una nueva luz la relación «objeto-sujeto», las categorías «tiempo-espacio» y «acción-reacción», bajo fundamentos muy alejados de las lógicas cartesianas y mecanicistas y más cercano al ancestral misticismo filosófico del Oriente.
El otro caso es el de Ingo Swann, psíquico de origen norteamericano.
¿Han visto ustedes de casualidad la película «Avatar»?
¿De qué va? O mejor dicho, ¿sobre qué va «Avatar»?
«Avatar» va sobre lo que viene, es decir, viene en las próximas décadas una acelerada simbiosis entre el desarrollo de múltiples capacidades y funciones cerebrales y la coordinación funcional (y operativa) con las computadoras, en gran medida, como interacción humano-máquina a grandes distancias.
Al respecto se conoce que ya desde los años ochenta y los noventa varias agencias de investigación y experimentación en EEUU, han venido desarrollando este nuevo campo disciplinario, aunque bajo un gran manto de secretismo.
Empezaron al parecer, con la «curiosidad científica» que despertaron dos personajes inquietantes. Uno es Uri Geller y el otro Ingo Swann, dos de los psíquicos vivientes más extraordinarios del siglo XX e inicios del XXI (ambos viven y trabajan activamente hoy en día aunque en cosas totalmente diferentes).
Lo que muchos investigadores encontraron en Geller al parecer no llamó tanto la atención de la comunidad científica (al menos no desde el punto de vista militar), y luego de ser revisado y contra-revisado con todo tipo de exámenes y estudios, él ha seguido con su vida «normal», como ganarse «algunos pesitos» con el uso de sus facultades psíquicas aplicadas a la introspección marina en busca de pozos petroleros.
Swann, por su lado, resultó mucho más inquietante. Él demostró que su teoría de la «visión remota» (la capacidad para un ser humano de visualizar cosas del mundo externo a grandes distancias), es más que una simple hipótesis. Y se lo demostró a la NASA, en particular, en ocasión de ciertos vuelos experimentales llevados a cabo por esa agencia dentro del Programa «Apolo».
Mucho antes de que las naves salieran de la tierra y enviaran hacia ella sus fotografías del suelo lunar y de Marte, Swann les describió numerosas veces por escrito y con gran lujo de detalles, lo que habrían de encontrar las naves en esos lugares…ello, sin que él necesitara salir de su sala experimental en California, donde solía sentarse a concentrarse en un apartado rincón.
No hay duda de que ningún psíquico ha sido tan rigurosamente investigado en condiciones de laboratorio (incluso, me parece hasta el punto del abuso), como Swann (se considera que al menos una decena de agencias secretas gubernamentales de su país lo tuvieron bajo exhaustivas investigaciones durante largos años).
Antes de retirarse a sus investigaciones privadas, tal y como el propio Swann lo reconoce en algunas de sus entrevistas y libros, a fines de los años ochenta, entrenó a diverso personal militar del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, en el arte de la «visión remota» con fines de espionaje militar.
Todo ello suena a «ciencia ficción». Lo cierto es que en los años noventa la Asamblea General de las Naciones Unidas, reunida en su cede central en Nueva York, concedió quince minutos a Ingo Swann, para que expusiera ante la plenaria, los cuales él aprovechó para hablar de los «diecisiete sentidos de percepción» que existen en el ser humano».
Otro duro golpe al paradigma de la ciencia dominante. Todavía hasta el día de hoy se sigue enseñando en las escuelas y colegios, que los seres humanos poseen únicamente «cinco sentidos» de percepción.
Y así podríamos extendernos hasta el cansancio con otros casos, como el del japonés Motoyama y sus estudios sobre los «centros energéticos del cuerpo», y quien recibiera reconocimientos por parte de la OMS por su contribución al estudio científico de la acupuntura, o los recientes científicos premiados (tres médicos, dos hombres y una mujer), que recibieron el Premio Nobel de Medicina en el 2009, por sus descubrimientos relativos al poder regenerador (a nivel micro-celular) de la telomerasa.
Esta noticia en particular pasó para la prensa mundial (y para el gran público generalmente despistado), como una simple nota o un cable más de las agencias de noticias. Pero en verdad las implicaciones profundas de lo que significa la pequeña «puerta» que estos científicos han abierto, apenas y las comprendemos ahorita, como lo es, entre otras cosas, las implicancias de ello en las ambiciones de ciertas ramas de la ingeniería genética y la micro-biología, en empezar a tratar la vejez como una simple «enfermedad», la cual, pronto (es posible), dejará de serlo para el que pueda $uperarla.
Todo ello no debe asombrarnos en realidad. T. Kuhn fue muy claro desde mediados del siglo XX, al advertir que todo paradigma científico nace, crece, se desarrolla y «muere». En determinado momento éste deja de ser dominante ante el avance avasallador de un nuevo paradigma que ha entrado en la competición, y que demuestra ser capaz de dar respuestas y explicaciones efectivas a viejos y nuevos fenómenos y problemas irresueltos.
Desafíos culturales y políticos del Nuevo Paradigma Emergente.
Como se sabe, la ciencia tiene tres grandes «compromisos externos»; el filosófico (como interpretación del mundo), el explicatorio (exponer las relaciones causales de los fenómenos), y el predictivo (anticiparse a los eventos).
Desde esta perspectiva, yo encuentro que la emergencia del nuevo paradigma científico representa dos grandes desafíos para la humanidad de hoy; uno, es de tipo cultural y el otro de tipo político.
Por el lado del desafío cultural, resulta obvio que todo esta «oleada» de pensamiento «místico» y «holístico», que viene acompañada nada menos que del respaldo académico y científico de disciplinas tan reputadas y rigurosas como la física cuántica, las matemáticas y la teoría de la complejidad (a propósito, los viejos filosófos «hylozoistas» de la Grecia de Platón y Aristóteles deben ahorita estar brincando de felicidad en alguna dimensión), exige de la gente común (y de una buena parte del mundo científico que se obstina en no abandonar el viejo paradigma), el despliegue de una considerable capacidad (y voluntad) para dar un enorme «salto cognitivo», y poder así estar a tono con lo que, quiérase o no, ha de venir en los próximos años y décadas del siglo XXI, bajo la forma de grandes transformaciones económicas, sociales, políticas, medioambientales, comunicacionales, de transportación, demográficas, urbanísticas, médicas, arquitectónicas, educativas, laborales, etc., etc.
Y por el lado del desafío político, el asunto es mucho más serio y si se quiere, hasta ominoso. El hecho de que un nuevo paradigma científico está emergiendo (es decir, lo viene haciendo lentamente desde hace ya cien años pero ahora se acelera), y que éste parece ser portador de un mayor poder transformativo y operativo sobre la naturaleza y sobre el ser humano, resulta ser una noticia ambivalente, buena y a la vez inquietante, por decir lo menos.
Ello sería una excelentísima noticia que nos pondría quizá al borde de recobrar el mítico «paraíso perdido», de no ser por el hecho de que en el capitalismo el desarrollo científico y tecnológico jamás ha estado totalmente al servicio del bienestar de la humanidad (la civilización), sino más bien, al servicio del egoísta y desmedido afán de acumulación y concentración de poder y riqueza (la barbarie).
Y es justamente acá donde se encuentra nuestro dilema, el cual de momento apenas podemos esbozar a través de una interrogante central (para la cual, de antemano les digo, yo no tengo, al menos por ahora, la respuesta);
¿Seremos capaces los seres humanos de inicios del siglo XXI, de impedir que los asombrosos avances y potencialidades del nuevo paradigma científico, sean utilizados para terminar de completar el proyecto de dominación planetaria de las grandes corporaciones que hoy lideran el capitalismo global?
La importancia de la interrogante no debe subestimarse, principalmente si tomamos en cuenta que hoy en día, la mayor parte de producción de nuevo conocimiento técnico y científico ha sido «secuestrada».
Las últimas décadas neoliberales han servido para «expropiar» enormes recursos (humanos, técnicos y financieros), a muchísimas universidades e incluso Estados de casi toda Europa, EEUU y de otras regiones, recursos que están hoy en día en manos de corporaciones privadas, prestas a «patentar» a su nombre todo lo que sea «confiscable» (en el caso de la expropiación científica que sufre América Latina, ésta se expresa a través del «robo de cerebros» que continuamente padecen las universidades y centros de investigación, ofreciendo trabajo estable y mejores condiciones laborales y salariales en el mundo «empresarial» tanto en el «Norte» como en sus propios países de origen).
Es una gran patraña que Capra lo ilustra recordándonos casos como el de la Monsanto, por ejemplo, que tiene en su agenda el control planetario de toda la cadena de producción alimentaria (hecho que según el mismo autor y científico que lo denuncia, ha sido reconocido por sus propios personeros), y la Shell, que desde ya «estudia» las posibilidades y potencialidades que presentará el «mercado de las energías renovables» para el 2050 (Capra, 2002, pp. 240 y 315).
En lo que no estoy de acuerdo con Capra es en su argumentación de que dado de que el capitalismo es insostenible, éste requiere ser rediseñado desde sus raíces. Esta afirmación es completamente ilusoria y por ende, irreal.
El capitalismo es un sistema mundial liderado y hegemonizado por una pequeña y poderosa élite. Ella es la única que está en capacidad real de «rediseñar» tal modo de producción, más esto no lo hará nunca, pues ello sería suicida para sus intereses hegemónicos de acumulación y centralización de recursos.
Hasta un aristócrata intelectual y liberal ilustrado como Schumpeter (muy alejado del marxismo y del socialismo), comprendió desde los años treinta del siglo pasado, que el capitalismo tarde o temprano tendría que desaparecer, debido en gran parte a la propia «irracionalidad» que le corroe desde sus entrañas («…su inevitable tendencia hacia la concentración y acumulación desmedida y con ello, su compulsión hacia la destrucción de las propias bases sociales que le dan sustentación…», para usar de manera literal sus propias palabras en uno de sus textos económicos).
Por ende, toda esa lista de «bonitas ideas renovadoras» que se podrían dar desde «Otro capitalismo» (supuestamente «ecológico» y «humano»), tales como «pasar de una economía de extracción a una de servicios y transferencias»; «pasar de una era ya no dominada por la idea de qué podemos extraer de la naturaleza, a otra basada en la noción de qué podemos aprender de ella…»; «del paso de una economía ya no basada en la propiedad de bienes sino en el servicio y en el flujo de recursos»; «del paso de una economía ya no basada en la explotación de recursos naturales, que son escasos, a otra, basada en la utilización plena de recursos humanos, que son abundantes..»; «de hacer más con menos», etc, etc., todo ello me resulta sencillamente puro «capitalismo utópico».
El capitalismo global de principios del siglo XXI no está para eso. La aguda competencia inter-capitalista (entre los países del BRIC, la UE, Japón y EEUU) no da un momento de respiro para pensar en una hipotética «refundación del capitalismo» («Time is Money» sigue siendo su catecismo).
Ellos están para extraer hasta la última gota de riqueza de donde puedan sacarla, incluso si es posible, chupando hasta la última gota de sangre de quien sea necesario (cualquier región, grupo de paisitos o lo que sea).
De modo que menuda tarea tenemos frente a nosotros. Al igual que la globalización, en general, el tercer mundo no vive (o produce) ciencia ni tecnología (con excepción en América Latina de Cuba y Brasil), sino más bien la padece (aún cuando los pobres pobres crean que la disfrutan a través de juguetitos electrónicos que el «mercado» les facilita supuestamente a bajo precio…más para profundizar su alienación y su «aislamiento cognitivo» que su desarrollo personal e intelectual).
Pero esta vez las cosas están llegando bastante lejos, al punto que los nuevos poderes y potencialidades que traerá para el capitalismo hegemónico el nuevo paradigma científico, nos hacen temer sobre el futuro mismo de la humanidad en las próximas décadas.
De momento, al menos desde el punto de vista filosófico, al parecer la profecía aquella que emitiera Eliade a mediados del siglo XX, está empezándose a cumplir. Cuando en aquella ocasión le preguntaron sobre cómo consideraba él que sería el próximo siglo, contestó; «El siglo XXI será religioso o simplemente no será».
Sin duda alguna, esta atractiva «aura» de misticismo y el holismo que trae consigo toda esta concepción interpretativa del nuevo paradigma científico le da la razón a Eliade. Esa es una buena noticia para quienes creemos que la materia y el mundo material que ella representa, está compuesta de elementos tangibles e intangibles, y que el pretendido dilema milenario de la filosofía (focalizado entre un supuesto antagonismo entre materialismo e idealismo), empieza a convertirse ahora sencillamente un «falso dilema», al diluirse las fronteras.
Sin embargo, desde la perspectiva política, ahora falta ver que va a hacer el enfermizo capitalismo global con este nuevo paradigma científico. Parafraseando lo que una vez dijera Fidel Castro, podría decirse; «Los imperios no tienen fines altruistas, sólo intereses…».
O como bien podríamos parafrasear al mismo Capra: «Las grandes empresas no hacen negocios (o investigación científica) pensando en el beneficio de la humanidad, sino pensando ante todo en el lucro».
Fuente: http://www.adital.com.br/Site/noticia.asp?lang=ES&cod=48833