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El nuevo paradigma: la guerra infinita

Fuentes: Rebelión

El sociólogo francés Alain Touraine que ama mucho a Brasil y que ha adoptado a América Latina como la patria de su corazón, sostiene en su reciente libro, Un nuevo paradigma: para entender el mundo de hoy (Paidós 2005), una tesis intrigante que en cierta forma nos permite entender la violencia, en realidad la guerra […]

El sociólogo francés Alain Touraine que ama mucho a Brasil y que ha adoptado a América Latina como la patria de su corazón, sostiene en su reciente libro, Un nuevo paradigma: para entender el mundo de hoy (Paidós 2005), una tesis intrigante que en cierta forma nos permite entender la violencia, en realidad la guerra terrorista entre palestinos e israelíes que se está llevando a cabo en el Líbano. La tesis que él propone es que después de la caída del muro de Berlín y de los atentados del 11 de septiembre de 2001 empezó rápidamente una desintegración de las sociedades, dominadas por el miedo e impotentes ante el terrorismo.

Estaríamos asistiendo al paso de la lógica de la sociedad a la lógica de la guerra. La potencia hegemónica, Estados Unidos, ha decidido no resolver más los problemas por la vía diplomática y por el diálogo sino por la intervención y por la guerra, llevada, si fuera preciso, a cualquier parte del mundo.

Esta estrategia posee su lógica. Se enmarca dentro de la actual dinámica de la globalización económico-financiera, que no quiere saber de ningún control o regulación social y política. Exige campo abierto para hacer la guerra de los mercados. Ha separado totalmente la economía de la sociedad, ve los estados-naciones como trabas, procura reducir el estado, difamar a la clase política y pasar por encima de los organismos de representación mundial como la ONU. Esta disolución de las fronteras ha acarreado la fragmentación de lo que constituye la sociedad. Peor aún, ha invalidado la base política y ética del sueño de una sociedad mundial, tan querida de los altermundialistas, que cuidase de los intereses colectivos de la humanidad como un todo y que tuviese un mínimo de poder central para intervenir en los conflictos y dinamizar los mecanismos de la convivencia, de la paz y de la preservación de la vida.

Esta desocialización es consecuencia de la globalización económico-financiera que encarna el capitalismo más extremo con la cultura que lo acompaña. Ésta implica la segmentación de la realidad, con la pérdida de la visión del todo, la exacerbación de la competitividad en detrimento de la cooperación necesaria, el imperio de las grandes corporaciones privadas con poquísimo sentido de responsabilidad socioambiental y la exaltación del individuo ajeno al bien común.

El mundo está en franco retroceso. La sociedad actual no se explica ya, como quería la sociología clásica, por factores sociales, sino por fuerzas impersonales y no sociales como el miedo colectivo, el fundamentalismo, el terrorismo, la balcanización de vastas regiones de la Tierra y las guerras cada vez más terroristas, por convertir en víctimas a poblaciones civiles.

Este escenario mundial dramático explica por qué ninguna instancia política mundial tiene capacidad reconocida ni fuerza moral suficiente para poner fin al conflicto palestino-israelí que está convirtiendo el Líbano en una ruina. Asistimos impotentes a la tribulación de la desolación de un sinnúmero de víctimas inocentes, de millares de refugiados y a la irracional destrucción de toda la infraestructura de un país que acababa de reconstruirse de la guerra anterior. Eso es terrorismo.

Si, impotentes, no sabemos qué hacer, procuremos por lo menos entender la lógica de esta violencia. Ella es fruto del tipo de mundo que hemos decidido construir en las últimas décadas basado en la pura explotación de los recursos de la Tierra, en la producción y el consumo ilimitados, en la falta de diálogo, tolerancia y respeto por las diferencias.

Un mundo así sólo puede llevarnos a la desocialización y a la guerra sin fin.