Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Introducción
A lo largo de los últimos tres años, algunos dirigentes latinoamericanos que presidían economías del bienestar basadas en el «libre comercio» heterodoxo y la exportación de materias primas han perdido elecciones presidenciales, legislativas y municipales, referendos o se enfrentan a una destitución. Han caído mediante las urnas y no por causa de invasiones de EE.UU. o golpes de Estado. Estos mismos dirigentes de izquierdas, que consiguieron vencer golpes de Estado y resistieron descaradas intervenciones políticas de Estados Unidos a través de la USAID (Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional), la NED (Fundación Nacional para la Democracia), la DEA (Agencia para el Control de Drogas) y otras organizaciones gubernamentales, fueron desplazados por las urnas.
¿Por qué motivos los presidentes de izquierda han dejado de recibir el apoyo electoral mayoritario después de casi una década? ¿Por qué en esta ocasión los candidatos apoyados y financiados por EE.UU. han conseguido vencer, tras haber sido derrotados en múltiples elecciones anteriores? ¿Cómo se explica la derrota de la vía violenta de acceso al poder de la derecha y su subsiguiente victoria mediante procesos electorales?
La lucha de clases y la movilización popular, preludio de los triunfos electorales de la izquierda
Los triunfos electorales de la izquierda vinieron precedidos por una crisis profunda de las economías desreguladas y de «libre mercado», que vino acompañada de una fuerte lucha de clases impulsada desde abajo. Esta lucha de clases polarizó y radicalizó a una buena parte de las clases trabajadora y media.
En Argentina, el colapso total del sistema industrial y financiero produjo un levantamiento popular y la rápida destitución de tres presidentes. En Bolivia, dos sublevaciones populares derrocaron a sendos presidentes favorables al «libre mercado» que contaban con el respaldo de Estados Unidos. En Ecuador, un «movimiento ciudadano» popular expulsó al presidente respaldado por EE.UU.
En Brasil, Paraguay y Venezuela, los pujantes movimientos campesinos y urbanos, opuestos a sus presidentes de «libre mercado» consiguieron mediante la acción directa y las papeletas elegir a presidentes de izquierda.
Cuatro factores interrelacionados explican esta toma del poder por parte de la izquierda. En primer lugar, la espectacular caída socioeconómica y la crisis subsiguiente, que implicó un aumento de la pobreza, el estancamiento económico y una fuerte represión por parte de los regímenes derechistas, precipitó un giro a gran escala hacia la izquierda. En segundo lugar, la potente lucha de clases producida en respuesta a dicha crisis politizó a los trabajadores, radicalizó a las clases medias que perdieron poder adquisitivo y erosionó la influencia de las clases dominantes y el impacto de los medios de comunicación ligados a ellas. En tercer lugar, los presidentes de izquierda prometieron importantes cambios estructurales a largo plazo y consiguieron implantar con éxito programas sociales de impacto inmediato (empleo, beneficios sociales, protección de los depósitos bancarios, aumentos salariales e inversiones públicas a gran escala). Por último, aunque no menos importante, los presidentes de izquierda ocuparon sus cargos al inicio de un ciclo de aumento de precios de las materias primas (o durante el mismo), que proporcionó superávits multimillonarios en los ingresos procedentes de las exportaciones y los impuestos, con los que pudieron financiar los nuevos programas de inclusión social.
Políticas electorales clientelares, desmovilización social y acuerdos con las multinacionales extractivas
Durante sus primeros años en el cargo, los gobiernos de izquierda mantuvieron a raya a las clases dominantes: derrotaron fallidos golpes de Estado, expulsaron a embajadores y organismos estadounidenses que intervenían en sus respectivos países y vencieron a los clientes locales de EE.UU.
Trabajaron en el ámbito legal para consolidar su poder político convocando asambleas constituyentes que aprobaran constituciones progresistas. Atrajeron a nuevos electores que consolidaran sus bases de poder: indígenas y clases medias y populares.
Los cambios constitucionales reorganizaron nuevas alianzas sociales, especialmente con el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, pero no llegaron a crear las bases para un cambio en las relaciones de propiedad.
Los gobiernos de izquierda reforzaron su dependencia de las exportaciones agro-minerales, diseñando una estrategia de crecimiento basada en la asociación económica con empresas multinacionales y con los propietarios de las plantaciones dedicadas a la agroindustria.
El aumento de los precios de las materias primas en el mercado internacional supuso un aumento de los ingresos del Estado que sirvió para incrementar el gasto público en infraestructuras y una expansión del empleo del sector público. Estos gobiernos construyeron sistemas clientelares a gran escala y una maquinaria electoral basada en el clientelismo, que «movilizaba» a las masas con ocasión de las elecciones y cuando se celebraba algún evento internacional.
Los analistas y periodistas internacionales de izquierda estaban impresionados por la feroz retórica antiimperialista de los gobiernos de izquierda y sus políticas anti-neoliberales. Los comentaristas locales y extranjeros repetían como un loro la retórica sobre las nuevas formas del socialismo, el «socialismo» del siglo XXI en Ecuador y Venezuela y el socialismo andino en Bolivia.
En la práctica, estos gobiernos firmaron contratos a gran escala y a largo plazo con gigantes internacionales como Repsol, Monsanto, Jindel y docenas de otras multinacionales apoyadas por el imperio.
Las grandes compañías de agro-exportación recibieron créditos, préstamos y ayuda técnica, mientras que los productores locales y los campesinos solo recibían «títulos de propiedad» sobre pequeñas extensiones de tierra. No se acometió ninguna reforma agraria a gran escala. Los campesinos sin tierra que participaron en ocupaciones de fincas fueron expulsados por la fuerza. El aumento de las inversiones públicas en créditos y asistencia técnica se canalizó casi exclusivamente hacia las grandes empresas agrícolas de soja, ganado, algodón y otras materias para la exportación, lo que incrementó las desigualdades de clase en el área rural y disminuyó la seguridad alimentaria.
Durante esos años, los militantes se convirtieron en funcionarios, que desarrollaron vínculos con los grupos empresariales e iniciaron sus propios procesos de «movilidad social».
El modelo basado en la exportación de minerales y productos agrícolas sirvió para aumentar los ingresos y reducir la pobreza, pero también acentuó las desigualdades entre el funcionariado y los campesinos y trabajadores urbanos. La nueva clase media recién enriquecida y en ascenso ya no acudía en masa a escuchar la «retórica igualitaria». Ahora buscaba seguridad, consumo facilitado por los créditos y miraba hacia las élites ricas en busca de modelos para su nuevo estilo de vida, en lugar de expresar su solidaridad con quienes habían quedado por debajo.
De la retirada a la derrota: Acomodación pragmática como fórmula para la restauración neoliberal
La mayor parte de la gente empezó a no tomar en serio la retórica antiimperialista de sus dirigentes, que contrastaba con el aumento de la inversión de capital extranjero y de los contratos firmados con multinacionales. Aceptaban los «gestos» simbólicos y las inauguraciones de proyectos locales ante grandes muchedumbres, pero estos cada vez eran más incapaces de compensar el aumento del poder centralizado y de la corrupción local.
A lo largo de estos años, los cuadros políticos de los partidos de izquierda en el poder reunieron votos mediante favores clientelares, financiados mediante sobornos aportados por los contratistas y transferencias ilícitas de fondos públicos.
Las reelecciones alimentaron la complacencia, la arrogancia y el sentimiento de impunidad. Las gratificaciones obtenidas mediante el cargo eran asumidas como algo natural por parte de los dirigentes de los partidos, pero fueron percibidas como privilegios inmerecidos por muchos votantes obreros y campesinos.
El proceso de des-radicalización que se produjo dentro de los cuadros superiores y medios de los regímenes de izquierda hizo que las clases más bajas tuvieran que echar mano de soluciones individualistas, familiares y locales para lidiar con sus problemas cotidianos.
Con la caída de precios de las materias primas, la coalición amplia de trabajadores, campesinos, clases medias y grupos profesionales se hizo añicos. Muchos consideraron que las malas prácticas de los regímenes de izquierda habían traicionado las promesas de cambio.
Así fue como los sectores populares asumieron las críticas moralizantes orquestadas por la derecha.
La derecha radical retrógrada explotó el descontento con los responsables y restó importancia o disimuló sus planes para revertir y socavar los aumentos en el empleo y los salarios, las pensiones y las asignaciones familiares conseguidas a lo largo del decenio.
Conclusión
Los gobiernos de izquierda fomentaron el crecimiento del capitalismo extractivo y convirtieron a sus bases en receptoras pasivas de las reformas promovidas desde el poder.
Las diferencias de poder entre los dirigentes y sus seguidores fueron toleradas mientras se mantuvo el flujo gradual de recompensas.
A medida que las clases ascendían en la escala social, mudaron su ideología izquierdista nacida de la crisis y empezaron a considerar a la élite política como los nuevos «modernizadores».
Los regímenes de izquierda fomentaron una «cultura de la dependencia» en la que competían por votos en base al crecimiento, los mercados y el clientelismo.
Los funcionarios de izquierda, imposibilitados de ascender mediante la participación en los sectores agro-minerales «cerrados», controlados por las multinacionales, recurrieron a la corrupción del Estado, extrayendo «comisiones» como intermediarios para las multinacionales, o simplemente fugándose con fondos públicos asignados para proyectos locales sanitarios, educativos o de infraestructuras.
Como resultado de todo ello, las promesas electorales no fueron cumplidas. Los dirigentes ignoraron las prácticas corruptas, ofendiendo profundamente al electorado popular, indignado ante el espectáculo ofrecido por los políticos corruptos de izquierda que aplaudían la retórica radical al tiempo que saqueaban el dinero público con impunidad.
La lealtad al partido limitaba cualquier supervisión de los políticos y funcionarios locales por parte de las esferas políticas nacionales. El desencanto hacia los funcionarios locales se extendió hasta la cumbre de los partidos. Los líderes populares, elegidos en repetidas ocasiones, empezaron a verse implicados, o al menos cómplices, en la aceptación de sobornos.
El final del decenio y el final del auge de las materias primas señalaron el ocaso de los ídolos. La izquierda perdió elecciones por toda la región.
Epílogo
En Argentina, cayó el régimen Kirchner-Fernández (2015).
En Brasil, el régimen de Lula-Roussef está imputado y se enfrenta a la destitución (2014-2016).
En Venezuela, el régimen Chávez-Maduro perdió las elecciones legislativas (2015).
En Bolivia, el régimen de Evo Morales perdió el referéndum para modificar la constitución y permitir un tercer mandato presidencial (2016).
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