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El once de septiembre mapuche y el peligro del bicentenario

Fuentes: Periódico latinoamericanista Giraluna

La noche era calma como tantas otras, a lo lejos resplandecían millares de estrellas que se reflejaban desafiantes en los yelmos del conquistador hispano. Estos reían socarronamente mientras contaban las monedas del día, agradeciendo a Dios por esta tierra generosa que les había dado sin preguntarle al mapuche, porque eran simplemente indios. Pero el indio […]


La noche era calma como tantas otras, a lo lejos resplandecían millares de estrellas que se reflejaban desafiantes en los yelmos del conquistador hispano. Estos reían socarronamente mientras contaban las monedas del día, agradeciendo a Dios por esta tierra generosa que les había dado sin preguntarle al mapuche, porque eran simplemente indios. Pero el indio tenía sus propios dioses, más dignos, más valientes y tan antiguos que eran sabios y astutos. Y esa noche, agazapados entre la incipiente garúa y los arreboles de su milenaria dignidad, un millar de mapuche atacó la recién fundada ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, allí, a los pies del río mapocho.

Y los españoles lloraron sobre sus riquezas mientras los mapuche incendiaban la ciudad incrustada sin permiso sobre su tierra. Fue el once de septiembre de 1541 en la madrugada cuando Michimalonko, Alcana y Trangolonko lideraron el levantamiento contra aquellos hombres extraños venidos de ultramar que soñaban con oro cuando el mapuche pensaba en libertad. Entonces todo cambió para siempre. Porque de distintas maneras y en diferentes momentos históricos, el pueblo mapuche jamás ha cesado de luchar por sus derechos, a defender su territorio, a dignificar la memoria ancestral con nuevos brotes de libertad cada vez que sobre este pueblo antiguo se cierne el peligro de la desaparición. Y ello es una condición permanente de su existencia, toda vez que desde hace siglos se le trata de asimilar, reprimir, marginalizar, porque las clases dominantes no pueden aceptar la existencia de pueblos originarios que amenacen – desde su particular perspectiva etnocéntrica – el ordenamiento social, político, económico y cultural que han labrado a la fuerza desde el surgimiento de Chile como Estado-nación. Por lo mismo, de manera permanente se fortalecen los mecanismos institucionales para garantizar y eternizar la exclusión de los pueblos indígenas, pero, también, la trama de elementos simbólicos que buscan fortalecer la identidad chilena y, por ende, debilitar el componente indígena de nuestras culturas.

La peligrosa celebración chilena del Bicentenario

Es lo que acontece con la celebración del bicentenario del país que, desde hace ya un tiempo, se ha transformado en icono de movilización del gobierno y otras agencias del Estado, pero, más aún, se ha instalado en el imaginario colectivo como un potente símbolo de la identidad nacional, de la chilenidad y, por lo tanto, del alma de la nación única que se apronta a conmemorar, en apenas cuatro años más, los doscientos años de una gesta heroica – nos dicen – en la lucha por la independencia y contra el colonialismo español. Lo que no dicen, por supuesto, es que, con posterioridad a la independencia, el Estado-nación se constituyó a partir de la negación de los pueblos originarios. Asimismo, la identidad chilena fue arbitrariamente impuesta por la elite dominante cuyo referente continuaba siendo Europa más que América; entonces el español se convirtió en nuestro idioma oficial, a pesar de que la inmensa mayoría de los habitantes del territorio que hoy llamamos Chile no eran hispano parlantes, toda vez que los pueblos indígenas poseían sus propios y milenarios idiomas. Se decidió, también de manera arbitraria, que nuestra religión oficial sería el catolicismo, no obstante el hecho de que la mayoría de los habitantes del naciente país tenían sus propias cosmovisiones. En otras palabras, se comenzó a configurar – a la fuerza – un Chile para los chilenos el cual, por definición, excluía a otros pueblos. El carácter uninacional y unicultural de Chile se ha mantenido y consolidado a través del tiempo y, como proceso concomitante, se ha fortalecido de manera sistemática la exclusión de los pueblos indígenas. En consecuencia, el peligro de la celebración del bicentenario de Chile radica en que se busca confirmar, ratificar y sellar simbólicamente el carácter uninacional del país. Ello, más allá de los discursos del gobierno que apelan a la diversidad y al reconocimiento de la existencia de otros pueblos, y no solo el chileno, en el país. Sin embargo, ese supuesto reconocimiento no apunta hacia un país de iguales, sino que tan solo a admitir ciertos derechos culturales y acaso económicos, pero no políticos.

La demanda por un país multinacional y multicultural

El capitalismo es anti mapuche: lo niega, lo asimila, reprime e intenta destruirle. El gobierno de la Concertación implementa y defiende un modelo económico de mercado que, también, es anti mapuche pues los excluye, los margina, los arrincona en su pobreza. Entonces, para defender a las empresas forestales o hidroeléctricas, surge la represión y la aplicación de la ley anti-terrorista para dejar en claro que Chile es para los chilenos, y ni siquiera para todos ellos, sino que para una minoría que son los dueños del país. Y a veces los mata, como aconteció con el joven Alex Lemun en Ercilla o, más recientemente, en Bollilco, en Nueva Imperial, donde la policía asesinó al lonko de la comunidad. La versión oficial señala que carabineros investigaba el robo de animales que supuestamente estaban en el predio de los mapuche y que al llegar a la comunidad fueron atacados por los comuneros. Sin embargo, los testimonios de los sobrevivientes son muy distintos, pues – señalan categóricamente – carabineros y civiles armados llegaron en medio de la noche con la intención de matar. Y así lo hicieron, asesinando a Juan Domingo Collihuin, de 71 años, e hiriendo a dos de sus hijos. El suboficial Juan Mariman, autor de los disparos, es un conocido torturador de los tiempos de la dictadura militar.

Jamás hubo animales robados ni enfrentamiento, pero el gobierno y los medios de comunicación difunden su verdad y no creen al mapuche, porque al indio no hay que creerle, ni respetarlo, ni menos aún aceptar sus demandas de autonomía, pues Chile es para los chilenos. Por lo mismo, la algarabía oficial por el bicentenario conlleva el peligro de la reafirmación de la exclusión de los pueblos indígenas y de la inadmisibilidad de sus derechos colectivos. Pero, quizás, sea otra oportunidad para luchar y exigir de una vez por todas la constitución de un Chile multinacional y multicultural en ese septiembre del 2010.