A bordo de un viejo trasatlántico francés, el «Bretaña», el poeta León Felipe (1884-1968) escribió en 1938 El payaso de las bofetadas y el pescador de caña. El bando fascista había atravesado el Ebro y el Gobierno de la República se hallaba ya en Barcelona. «Y creen que el orden lo pueden implantar los gobernantes, […]
A bordo de un viejo trasatlántico francés, el «Bretaña», el poeta León Felipe (1884-1968) escribió en 1938 El payaso de las bofetadas y el pescador de caña. El bando fascista había atravesado el Ebro y el Gobierno de la República se hallaba ya en Barcelona. «Y creen que el orden lo pueden implantar los gobernantes, los jueces, la guardia civil y las ametralladoras, cuando el principio de justicia está herido de muerte. ¿Queréis orden? Nosotros queremos justicia», proclamó una y otra vez el poeta zamorano. En el contexto de guerra entendía más que nunca la poesía como «fuego organizado, señal, llamada y llamarada de naufragio. Y todo buen combustible es material poético excelente». Frente a los finos estilistas, sostenía León Felipe: «la poesía de esta hora no ha de ser música ni medida, sino fuego». Pedía que nadie se dejara engañar por los vates divinos: «El poeta habla desde el nivel exacto del hombre. Y los que se imaginan que hablan desde las nubes, son aquellos que escuchan siempre desde el fondo de un pozo». Tampoco desechaba materiales, por toscos y rudimentarios que pareciesen, para su hoguera poética: «No vale menos un proverbio rodado que una imagen virginal, un versículo de la Revelación, que el último slang de las alcantarillas».
En Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, de Antonio Machado, el docente pide al alumno Pérez que salga a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa». A continuación, Mairena le dice que escriba la misma frase, pero en lenguaje poético. «Lo que pasa en la calle», apunta Pérez. «No está mal», responde Juan de Mairena. En las lecciones de Retórica y Poética, el maestro recomendaba: «Huid del preciosismo literario, que es el mayor enemigo de la originalidad». Además, como ya le decía a Mairena su profesor Abel Martín, «es la modestia la virtud que más espléndidamente han sabido premiar los dioses. Recordad a Sócrates, que no quiso ser más que un amable conversador callejero (…)». La sencillez y el tono directo recorre las sentencias del maestro apócrifo: «Veremos lo que pasa cuando lo distinguido, lo aristocrático y lo verdaderamente hazañoso sea hacerse comprender de todo el mundo, sin decir demasiadas tonterías». De modo aún más claro: «Si tu pensamiento no es naturalmente oscuro, ¿para qué lo enturbias? Y si lo es, no pienses que pueda clarificarse con retórica». No estaba Juan de Mairena en contra de la originalidad, pero, para ello, «tenéis que renunciar al aplauso de los esnobs y de los fanáticos de la novedad».
Ediciones Dyskolo, iniciativa sin ánimo de lucro que publica sus obras en formato digital, bajo licencia Creative Commons y sin restricciones tecnológicas, pone en contacto a los dos poetas con la reedición del texto «Responso… a la poesía muerta». Se trata de la intervención de León Felipe en el acto de homenaje a Antonio Machado que tuvo lugar el 14 de abril de 1949 en México, una década después de su muerte en Francia. Treinta años después, en 1978, la elegía fue publicada en el estado español, en el número 816 de la revista Triunfo. En febrero de 2016 Dyskolo recupera -«Responso… a la poesía muerta» no había vuelto a publicarse desde 1978- las palabras del autor de Versos y oraciones de caminantes, Llamadme publicano, El ciervo y otros poemas, Oh este viejo y roto violín, Rocinante y Nueva antología rota, entre otras obras. El texto incluye un prólogo de Salvador López Arnal.
León Felipe sorprende al auditorio mexicano. No pergeña una loa al uso sobre las glorias literarias de Machado. No quiere un «discurso de ocasión» ni comportarse como un «mantenedor de juegos funerales». Y esto es así, en palabras del escritor, porque «¡la poesía ha muerto», los generales iscariotes, los arzobispos ambiciosos y farisaicos, los mercaderes y los gobernantes han inundado el aire «de hollín, de baba negra y de betún». No ven nada, nadie les oye: han asesinado a los poetas. «Machado sabe que todo cuanto he dicho de los poetas muertos y de la poesía asesinada, lo he dicho por él y para él». León Felipe y Antonio Machado (ya un símbolo tras su muerte, como García Lorca o Unamuno) fueron amigos «apretados por la tragedia y el desvelo». Ambos subieron y bajaron muchas escaleras, juntos, en los días oscuros de la guerra. Pero más que la española de 1936, se trata de la única guerra que ha habido en el mundo, «¡la del hombre!» Tampoco ha habido en la historia más que una poesía y un poeta, el viento.
El homenaje de León Felipe es un fabuloso grito de rabia y de preguntas en balde. Plantea a Churchill y a los «augustos» ministros británicos si pensaban «que la frente de los poetas era una bóveda blindada como las criptas imperiales de Inglaterra y los refugios subterráneos de la City». O a Truman y a los grandes millonarios de Wall Street, si creían que el poema era igual que el oro, «que se puede guardar seguro en una caja fuerte, custodiada por palancas, cerrojos y claves misteriosas». Los grandes poderes de la tierra, también el papa (el «Gran Mago de Roma» que fabrica una espada de diamantes y se la regala simbólicamente al «caudillo criminal de las Españas») han resultado vencedores en todas las batallas. Sin embargo, el poeta las ha perdido todas. «El poema y la canción son más frágiles que el manto de las hadas».
Felipe Camino Galicia de la Rosa (León Felipe) destacó entre los creadores españoles en el exilio tras la guerra de 1936. Hijo de notario, estudió en Madrid y trabajó como farmacéutico en varias ciudades, al tiempo que interpretaba en una compañía de teatro itinerante. Estuvo en la prisión por deudas y en 1922 viajó a México, donde laboró como bibliotecario en Veracruz antes de ser agregado cultural de la embajada española. Se dedicó también a la enseñanza de la Literatura en diferentes universidades de América. Con el estallido de la guerra civil, volvió a España para apoya a la República. En 1938 se exilió a México, donde murió en 1968.
El ideal de Justicia es central en la elegía dedicada a Machado («Nosotros lo perdimos todo por la Justicia. Todo»). Por ejemplo, la patria, a la que León Felipe asocia con «el pozo y la ventana, la torre en el cielo con el vuelo de las cigüeñas, y las viejas montañas de granito con el nido de las águilas»). Lo que finalmente queda es la defensa «inerme» y «loca», quijotesca, de la justicia. Fue precisamente el personaje de Cervantes quien dijo: «La Justicia se defiende con una lanza rota y con una visera de papel». Al igual que Jesús de Nazaret, quien también había señalado el camino: «La luz de la Justicia la ganaréis con una corona de sarmientos y con un cetro de caña de escoba». Esta idea de Justicia -desnuda, simple, precaria- ha sido prostituida por las clases dominantes. Los católicos, según León Felipe, «hoy han vestido a Jesús con las insignias de un Emperador romano… y los protestantes le han puesto la bomba atómica en la mano a la Estatua de la Libertad… para que nadie pida Justicia sobre la tierra».
«Por amor se hacen las revoluciones y se establece la política», afirma el poeta. Pero en un violento choque de contrastes, recuerda que los poderosos sólo negocian la paz -«con esa pluma ubicua de los chalanes, de los cuervos y de los coyotes, con esa pluma negra que hunde su hocico de oro en un pozo de sangre y en otro de betún»- cuando ya tienen todas las batallas ganadas. El poeta exiliado León Felipe, «ya próximo a enloquecer y enmudecer», explicita el sentido de aquella noche mexicana de 1948 en la que se conmemoraba al poeta fallecido en Colliure el 22 de febrero de 1939. «Y he venido aquí esta noche a dejar estas palabras acusadoras, esta corona de rosas negras, a los pies de un poeta muerto, del poeta muerto… de la poesía asesinada». El auditorio estaba advertido, lo había dicho León Felipe en las primeras palabras de la elegía a Machado: «Yo no soy el prólogo de la comedia… ni el sacristán mayor que abre, en el alba, la puerta sagrada del templo». Y «no soy el oficiante, tampoco, en este suntuoso Palacio de las Bellas Artes».
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