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El Pacto Ribbentrop Mólotov

Fuentes: Rebelión

Como resultado de la Gran Crisis del capitalismo, que comenzó en 1929 y afectó al mundo de la postguerra como ningún otro fenómeno económico, se inició la lucha por el nuevo reparto colonial del mundo. Japón atacó a China, Alemania a Austria y Checosloaquia e Italia a Etiopía. A la sazón, se podía dividir al […]

Como resultado de la Gran Crisis del capitalismo, que comenzó en 1929 y afectó al mundo de la postguerra como ningún otro fenómeno económico, se inició la lucha por el nuevo reparto colonial del mundo. Japón atacó a China, Alemania a Austria y Checosloaquia e Italia a Etiopía. A la sazón, se podía dividir al mundo en potencias imperialistas agresoras y potencias imperialistas agredidas, tal como lo analiza Stalin. Las primeras, que nada tenían y lo exigían todo, atacaban a las segundas, que lo poseían todo; para ello, Alemania, Italia y Japón abandonaron la Liga de Naciones, conformaron el bando beligerante del Eje y firmaron el Pacto Anticomintern.

Las potencias agredidas, pese a que eran económica y militarmente mucho más fuertes que las agresoras, cedían y cedían posiciones. La razón de esta conducta tan extraña era darle aire a la agresión hasta que se transformase en un conflicto mundial. Incitaban a las naciones del Eje a atacar a la URSS con la esperanza de que la guerra agotase mutuamente a ambos bandos. Entonces les ofrecerían sus soluciones y les dictarían sus condiciones. Los países beligerantes, cuyas fortalezas se encontrarían destruidas como consecuencia de un largo batallar entre ellos, no tendrían más opción que aceptarlas. Una forma fácil y barata de conseguir sus fines.

Los políticos burgueses de las potencias agredidas esperaban que Hitler cumpliese con su promesa de liquidar el comunismo, presionaban a los alemanes para que vayan cada vez más lejos en dirección al Este, le abrían a Hitler la posibilidad de atacar a la Unión Soviética a través de los países del Báltico, para, al mismo tiempo, quedar ellos al margen de un eventual conflicto germano-soviético, y le daban largas al asunto de emprender la creación de un sistema de seguridad colectiva a la agresión nazi-fascista. Con este propósito comenzaron una campaña calumniosa de descrédito contra el Ejército Rojo, la Fuerza Aérea Soviética y, en general, contra la URSS.

Este juego peligroso terminaría muy mal para los que propugnaban el anticomunismo como política de Estado. Es que los gobiernos de Londres y París, ofuscados por el odio acérrimo al comunismo, no podían y no querían ver el peligro que el nazi-fascismo representaba para ellos mismos. Inmediatamente después de que en Münich, Inglaterra y Francia entregaran Checoslovaquia a Alemania, Hitler le exigió a Polonia la devolución del Corredor Polaco, la entrega del puerto de Dánzig, Gdansk en polaco, y que le cediera facultades extraterritoriales para construir autopistas y líneas férreas por territorio polaco. Después, Alemania anuló el pacto de no agresión firmado con Polonia, luego renunció al convenio naval anglo-alemán, posteriormente comenzó a reclamar las colonias que le fueron arrebatadas por Francia e Inglaterra luego de la Primera Guerra Mundial, finalmente, Italia se apoderó de Albania.

El 23 de julio de 1939, Molótov, Ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, con el propósito de lograr un acuerdo que impidiera la agresión alemana a Polonia, propuso a Gran Bretaña y Francia el envío de una comisión militar a Moscú. Sin el mínimo apresuramiento, pese a que la guerra estaba al borde de estallar, el 11 de agosto, diecinueve días después, la misión arribó a Moscú. Estaba encabezada por personajes poco desconocidos, que no tenían ni las atribuciones ni los poderes para discutir nada ni firmar ningún convenio militar concreto.

La delegación nunca contestó a la inquietud fundamental de Moscú: para poder enfrentarse con Alemania, las tropas soviéticas tenían que pasar por el territorio polaco o el rumano, sin esta condición se hacía imposible la participación de la Unión Soviética en una alianza militar con Inglaterra y Francia.

El 14 de agosto, el Almirante Drax, Jefe la Misión, debió reconocer: «Creo que nuestra misión ha terminado»; sin embargo, las conversaciones se prolongaron para ver si era posible obtener la aprobación polaca al paso de las tropas soviéticas. Por último, Drax informó no tener noticias de Londres y propuso una nueva reunión para después de tres o cuatro días. El 23 de agosto, Voroshilov, Ministro de Defensa de la URSS, advirtió a la comisión: «Nosotros no podemos espera a que Alemania derrote a Polonia para que después se lance contra nosotros. Mientras tanto ustedes estarían en sus fronteras reteniendo a lo mucho diez divisiones alemanas. Necesitamos un trampolín desde el cual atacar los alemanes, sin él no podemos ayudarlos a ustedes». Ante el comprometedor silencio de los delegados añadió: «No hemos hecho nada en once días. El año pasado, al encontrase Checoslovaquia al borde del abismo, no obtuvimos una sola señal de Francia. El Ejército Rojo estuvo listo para atacar, pero esa señal nunca llegó. Nuestro gobierno y todo nuestro pueblo estuvieron ansiosos de ayudar a los checos y por cumplir con nuestras obligaciones dimanantes de los tratados. Ahora los gobiernos de Francia e Inglaterra han prolongado inútilmente y durante demasiado tiempo estas conversaciones político militares. Por ello no se debe excluir otros acontecimientos de índole político. Fue necesario obtener una clara respuesta de Polonia y Rumania sobre el paso de nuestras tropas a través de sus territorios. Si los polacos hubiesen querido responder positivamente a esta pregunta, es lógico pensar que hubiesen participado en estas negociaciones». Poco después se iniciarían unas negociaciones, que son criticadas por quienes desconocen o pretenden desconocer el preámbulo anterior, que condujeron a la firma del Pacto de no agresión entre la Unión Soviética y Alemania.

A partir del fracaso de las conversaciones con Inglaterra y Francia, el gobierno soviético aceptó la propuesta alemana de concluir un acuerdo de no agresión que, desde mayo de 1939, Alemania le había propuesto en reiteradas ocasiones. El 23 de agosto de 1939, la URSS firmó el Pacto de no Agresión con Alemania, aunque esto no estuvo previsto en los planes de la diplomacia soviética antes de que Inglaterra y Francia frustraran las negociaciones de Moscú. La URSS actuaba con mucha cautela para impedir verse arrastrada a un conflicto que no buscaba ni deseaba. La conducta de Francia e Inglaterra en las fracasadas negociaciones le daban a entender que estos países procuraban involucrarla en un enfrentamiento armado con Alemania. Conocía además que las potencias europeas sostenía simultáneamente conversaciones secretas con Alemania con la finalidad de concluir un acuerdo dirigido en contra de la Unión Soviética.

Al firmar el pacto de no agresión, el gobierno soviético no se hacía ilusiones. El Mariscal Zhukov sostiene que se partía del supuesto de que el mismo no libraba a la URSS de ser agredida y añade: «En ningún momento escuché a Stalin palabras tranquilizadoras en relación al Pacto de no Agresión». Después del 23 de agosto, la URSS estaba dispuesta a seguir las negociaciones con Gran Bretaña y Francia, pero estos países se negaron a ello.

Las críticas al pacto Ribbentrop-Mólotov tienen la finalidad de absolver a los verdaderos culpables del estallido de la guerra; posteriormente, cuando los EE.UU. Inglaterra y la URSS conformaron la coalición antinazi, muchos políticos relevantes de Occidente valoraron de manera positiva la firma del mismo. Quien en 1944 fuera Subsecretario de Estado de los EE.UU., Sumner Welles, escribe: «Desde el punto de vista práctico, cabe la posibilidad de lograr ventajas que -dos años más tarde, al producirse la agresión alemana, desde hacía mucho tiempo esperada-, tuvieron mucha importancia para la Unión Soviética».

La coalición antifascista se hizo sólo posible luego de que Alemania Nazi derrotara y ocupara Austria, Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca, Noruega, Belgica, Holanda y Francia.  Por fin, estás derrotas hicieron ver a los EE.UU. e Inglaterra la amenaza que el nazi-fascismo representaba para ellos y se sentaron las premisas que posibilitaron la formación de esta coalición. Pero incluso durante toda la guerra, tanto en los planes que se forjaron durante la contienda como en los que se forjaron para la posguerra, se sintió una actitud ambigua hacía la URSS de parte de los países aliados.

En los medios gubernamentales de Gran Bretaña y los Estados Unidos, con más virulencia a partir del fallecimiento del Presidente Franklin D. Roosevelt, se buscó siempre debilitar a la Unión Soviética. Por eso dilataron la apertura del Segundo Frente en Europa, por eso demoraron los suministros de material de guerra a la URSS, por eso se negaron a mandar tropas al frente soviético-alemán, porque procuraban preservar y acumular fuerzas con el fin de imponer a Moscú, cuando terminara la guerra, las condiciones de paz y las reglas de comportamiento en la arena internacional. Dichos planes se vieron alentados por el desarrollo de los trabajos tendientes a la fabricación de la bomba atómica, que los círculos gobernantes de los Estados Unidos pensaban utilizar como instrumento de imposición y hegemonía para el resto del globo terráqueo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.