No hay por donde cogerlo. El global-imperial está en las últimas. Como cualquier otro panfleto de la derecha menos presentable. Las páginas sobre España cada vez tienen menor interés y se resumen en un «todo vale contra ‘Unidos Podemos». Las páginas de economía, salvo algún artículo breve y algunas informaciones y gráficos sobre el golpeo […]
No hay por donde cogerlo. El global-imperial está en las últimas. Como cualquier otro panfleto de la derecha menos presentable.
Las páginas sobre España cada vez tienen menor interés y se resumen en un «todo vale contra ‘Unidos Podemos». Las páginas de economía, salvo algún artículo breve y algunas informaciones y gráficos sobre el golpeo antiobrero, tampoco son nada del otro jueves. Lo mismo en cultura con alguna excepción. Marcos Ordóñez, por ejemplo, en asuntos teatrales. Las páginas científicas tienen, ciertamente, nudos de interés. Pero todo o casi todo de lo relativo a la política internacional, empezando por Venezuela, produce urticaria y desazón. La defensa del neoliberalismo es permanente y, por otra parte, digan lo que digan con aires de superioridad, indocumentada. En síntesis: nada que ustedes no sepan. Nadie duda de todo ello.
En todo caso hacía días que no me encontraba con un artículo -«Eterno malestar francés»- como el publicado el pasado jueves, 20 de abril, antes de las elecciones, en la página 2. El autor es José Ignacio Torreblanca, profesor de la UNED y nada menos que el Jefe de Opinión del diario. Lean lo que dice y cómo lo dice, con que estilo, con que soberbia:
Francia está mal, señala, «nos dicen intelectuales, encuestadores y analistas. Sufre una crisis económica y, a la vez, de identidad. Tiene ansiedad por el futuro y añoranza del pasado. Se siente insegura, débil y desbordada ante los retos del futuro. No confía en sus políticos, pero tampoco en Europa, y recela tanto de Alemania como de la globalización. Teme al islam tanto como a la digitalización, sin olvidarse del fin del Estado de bienestar, la inviabilidad de la vida rural, el empobrecimiento de las clases medias, la desaparición de la industria manufacturera, la precarización de las clases trabajadoras y la asfixia juvenil. Para llorar desconsoladamente y no parar». ¿Observan el tono? ¿cen como une lo que convendría separar? ¿Qué quiso decir con este «desconsoladamente y no parar»?
Así que pasan los años, prosigue, «pero sigue la malaise, el eterno malestar francés. Pero [¿por qué ese «Pero»?] Francia está mal desde siempre. Antes de la crisis, en 2005, los franceses votaron no a la Constitución Europea. Una década antes, en 1992, de poco se cargan en referéndum la unión monetaria. Y en 1981, tras multitudinarias manifestaciones de agricultores, pararon las negociaciones de adhesión con España porque el campo español iba a acabar con su agricultura. Como se salieron de la estructura militar de la OTAN en 1996, vetaron en 1963 la adhesión de Reino Unido o se negaron antes, en 1954, a ratificar el Tratado que instauraba una Comunidad Europea de Defensa».
Se unen aquí, de nuevo, churros y meninas. ¿Qué pasa con el voto negativo a la Constitución neoliberal europea? ¿Qué pasa con su recelo ante la unión monetaria? ¿No hay problemas con ella? ¿Ignora el Jefe de Opinión de El País las voces críticas que desde hace más de 25 años se han levantado contra esa unión? ¿Todos los críticos o escépticos son idiotas?
Ahora añoran los sesenta, sigue señalando Torreblanca, «pero, según lo que se dijo y vio en Mayo del 68, aquello era un horror conservador y sin futuro. O a lo mejor añoran los cincuenta, pero resulta que perdieron Argelia, con otro trauma existencial, y fueron humillados en Dien Bien Phu y Suez. ¿No serán entonces los cuarenta lo que añoran? No puede ser porque allí estaban ocupados por los nazis y vergonzosamente colaborando con ellos y luego fracasaron al restaurar una IV República ingobernable».
Sin entrar en las otras referencias: ¿un comentarista informado, que busque sincera y modestamente la verdad, puede escribir que los franceses, todos los franceses en buena lógica, fueron «vergonzosamente colaboracionistas» cuando su país estuvo ocupado por los nazis? ¿Esto no es un insulto, una auténtica barbaridad? ¿Sobre cuántos muertos y resistentes es capaz de escribir lo que escribe?
Lo mejor, es decir, lo peor viene al final. Ya se imaginan la diana. Copio de nuevo:
«Malaise: melancolía autoflagelante sobre la que se aúpan Le Pen y Mélenchon, candidatos idénticos en su lamento por un (falso) paraíso (falsamente) perdido, y sus patéticas certezas de disponer de soluciones fáciles, rápidas y eficaces. Ambos venden utopías regresivas, mitos de la feliz aldea gala que resiste al invasor, sea este quien sea, y tratan a sus votantes como niños a los que se puede mentir impunemente con promesas imposibles. Francia es más y vale mucho más que ellos, sin duda».
Paraíso falsamente perdido, patéticas certezas, soluciones fáciles, utopías regresivas, vendedores, mitos sobre la historia francesa, ciudadanos tratados como niños, promesas imposible, mentiras, Francia es más que ellos. Pero, sobre todo, se une a Le Pen y a Mélenchon con la misma cuerda. Ese era el objetivo de la nota. Unir la Francia insumisa con la extrema derecha xenófoba. Todo vale. ¡Y el autor habla de mentiras y falsedades! ¡Un profesor de la UNED, el jefe de la Opinión, insultando, acumulando mentiras y golpeando sin venir a cuento a un candidato que significa una esperanza para Francia y para la Europa insumisa!
El País queda retratado. Es así, son así. Entre lo peor de lo peor. En algunos asuntos, derecha muy extrema disfrazada de modernidad y progresía. Tal como son, incluso tal como eran en muchos momentos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.