Durante la visita a su Alemania natal el Papa   Benedicto XVI pronunció un discurso en la universidad de Ratisbona en el   cual citó al emperador bizantino Manuel II donde se    denostaba del Islam: «Muéstrenme que trajo de nuevo   Mahoma y sólo encontrarán que aportó cosas malvadas e inhumanas, como la   orden de difundir su fe con la espada». Ello ha provocado una enorme ola de   protestas en el mundo musulmán, manifestaciones, quema de cruces cristianas,   asalto a iglesias católicas en los países árabes e incluso la posibilidad de   que el reciente asesinato de una monja haya sido causado por ese   descontento. La seguridad del Vaticano ha reforzado las medidas precautorias   en Roma y en Castelgandolfo. El incidente tuvo lugar el mismo día que asumió   el cargo el nuevo Secretario de Estado, Tarsicio Berone, como si fuera el   regalo de una canasta de cactus para su almuerzo.   
Es obvio que un hombre de la experiencia y   habilidad diplomática  de Ratzinger ha sido incapaz de   una metedura de pata tan descomunal como ésta. Él ya se ha disculpado   afirmando que sus palabras fueron malinterpretadas y es probable que así   sea. La política iniciada por el Vaticano desde Juan XXIII consiste en   dialogar con las demás religiones y borrar diferencias y   eliminar animadversiones históricas. De haber sido intencional esa lanzada   significaría un violento retroceso en la estrategia de aproximación que   lleva varias décadas de implantación en el catolicismo romano, lo cual no es   probable. 
La más importante   lección legada por la historia es que   las contradicciones violentas terminan en una síntesis. Ambas partes asumen   elementos opuestos y resumen en un   cuerpo doctrinario lo que antes fueron antítesis aparentemente   irreconciliables. Los Concilios Vaticanos son un ejemplo de   concertación entre el Catolicismo Romano, el Budismo, la Ortodoxia   Cristiana, el Judaísmo y el Islam.   Cada uno ha mantenido su perfil propio pero ha intentado la   comprensión del antagonista. 
 La publicación, hace pocos   meses, de unas caricaturas ofensivas a Mahoma en un   diario danés, luego reproducidas en muchos otros periódicos europeos, dieron   lugar a una extendida confrontación que suscitó   manifestaciones, protestas, apedreamiento de consulados, incendio de   embajadas y una vasta ola de rencor en el mundo árabe contra Occidente. Esa   sensibilidad por las reiteradas embestidas de Occidente no se mitiga, está   ahí, resurge periódicamente. 
Desde las Cruzadas hasta el derrocamiento del   Shah Reza Palevi, desde la Hégira hasta la guerra por   Kuwait la ocupación de Afganistán y la colonización de   Irak por las petroleras yanquis, el mundo del Islam,   convulso y grávido, ha   determinado importantes alteraciones de   la historia. La nueva fuerza que implica el   islamismo está determinada por el azar geográfico que ubicó las   más vastas reservas petroleras del planeta debajo de las tierras   ocupadas por los seguidores de Mahoma. 
Los dos campos contendientes por la   supremacía económica: la esfera Atlántica, integrada por Europa y   Estados Unidos y la esfera del Pacífico,   compuesta por Japón y China concurren en la   supremacía futura del siglo XXI. América Latina despierta y se une en la   resistencia a las agresiones imperiales de Estados Unidos.    La esfera islámica  cuenta   con un decisivo resorte de poder, el petróleo. El   mundo árabe no ha utilizado el hidrocarburo como instrumento de   dominación por su fraccionamiento de   intereses, sus pugnas intestinas    y el enfrentamiento con Israel.    Existen treinta y nueve países en el mundo con más de un   cincuenta por ciento de población musulmana. Más de cincuenta países   integran la Confederación Islámica. 
El mundo árabe retorna a   sus raíces, redescubren sus   fundamentos y estos se hallan firmemente arraigados   en El Corán.  Ello ha   refrescado un conflicto de ideologías   una disparidad religiosa y   un enfrentamiento racial entre árabes y europeos. El   flujo migratorio hacia Europa incrementa el racismo y el   distanciamiento. Pero hay algo peor, en Occidente existe una   frontera entre la vida espiritual y la vida pública, entre el   credo y la acción política. Para el Islam tal frontera no existe, un   musulmán cree y actúa en concordancia: no hay límites entre el estado y la   religión. 
Los entrecruzamientos entre las dos   grandes civilizaciones que confluyen en   Europa son numerosos. Los   cristianos conquistaron Jerusalén con las Cruzadas y los   árabes llegaron a Poitiers, en el corazón de Francia. En el   siglo VIII los árabes dominaban desde la India hasta los Pirineos. Dos   siglos más tarde poseían el más alto nivel cultural de su época por su   medicina, su química, astronomía y matemáticas. Valga recordar   que entregaron   a Occidente el legado del     papel y la pólvora (que habían recibido   a su vez de los chinos), de las industrias del vidrio y textil,   su literatura de excepcional calidad y su exquisita   arquitectura.
La actual tribulación del mundo árabe ha   sido precipitada por la acción conjunta de Estados   Unidos e Israel que han impuesto   mutilación de territorios,   guerras locales, desmembramiento   de estados y una economía permanente de guerra para controlar   sus recursos energéticos.