Recomiendo:
3

El papel de las ideas en el cambio político

Fuentes: Rebelión

Acaba de publicarse en la prestigiosa revista New Left Review, un amplio ensayo de Perry Anderson, insigne intelectual británico de izquierdas, titulado “Idées-forces: las ideas y el desencadenamiento de los procesos revolucionarios”, sobre este tema crucial para la acción política transformadora. En él se repasa la transición histórica de los distintos sistemas sociales y políticos y, en particular, la ilustración y su relación con la revolución francesa, el marxismo (y el leninismo) con la revolución soviética, y el neoliberalismo, con el cambio en los años ochenta hacia su hegemonía completa. Destaca, por tanto, la importancia de las ideas acumuladas como recursos intelectuales minoritarios que en combinación con una situación de crisis objetiva son capaces de controlar los procesos sociopolíticos progresistas.

El texto sugiere algunas controversias de interés en la tradición de izquierdas, algunas de las cuales paso a comentar brevemente. A mi modo de ver, habría que revalorizar entre las referencias citadas, los enfoques de E. P. Thompson y A. Gramsci que integran la experiencia cívica y la agencia humana, interpretadas teóricamente dentro del conflicto social, como base específica para un cambio igualitario y emancipador de carácter socialista por las fuerzas populares.

En un contexto capitalista y neoliberal como el actual, las fuerzas de izquierdas, aunque consigan una amplia representatividad poblacional y diversas capacidades comunales o asociativas, así como parlamentarias, no tienen un previo poder económico e institucional (o cultural) relevante, desde el que imprimir el cambio político. Dependen más de la propia articulación social y democrática de las clases trabajadoras y populares.

Hoy, el cambio sociopolítico progresista (por una democracia social avanzada o anticapitalista) se debe apoyar en la fuerza social democrática, con su presencia en las instituciones representativas y en la esfera social y cultural. Hay una diferencia sustantiva con las transformaciones políticas de los siglos XVII, XVIII y XIX, en las revoluciones ‘burguesas’, en las que las fuerzas dominantes frente al Antiguo Régimen contaban con un peso importante en el control de la estructura económico-mercantil y política; tenían ya cierto poder institucional-estructural y lo completaban con su labor de hegemonía cultural y cambio de régimen político.

En la actualidad, para un cambio de orientación socialista y de izquierdas, es fundamental la participación cívica, masiva y democrática, o, si se quiere, la lucha de clases o la pugna social desde abajo. Es decir, la convergencia del conjunto unitario de conflictos sociales progresistas, incluido en el campo socioelectoral, en el que interviene la subjetividad transformadora y la capacidad articuladora de las mayorías sociales.

Esa agencia humana por el cambio igualitario frente a las dinámicas reaccionarias y autoritarias, acelerado en una encrucijada estratégica de crisis socioeconómica, política y de legitimidad de los poderosos, sería el motor de la historia. Por tanto, no sería el desarrollo de las fuerzas productivas, que dice el materialismo vulgar o economicismo, ni la propaganda ideológica desde arriba, que expresa el idealismo discursivo voluntarista. Ambos elementos, el realismo estructural de las relaciones de fuerzas y las condiciones socioeconómicas, por sexo-género y étnico-nacionales, por un lado, así como las características culturales, la consciencia social y la pugna por la hegemonía ideológica, por otro lado, se interaccionan y combinan en esa práctica social emancipadora de las capas subalternas y la voluntad y capacidad de sus liderazgos o, bien, su representación social, política e intelectual.

En definitiva, lo fundamental para el cambio social y político -igualitario, emancipador y solidario-, no es la guerra cultural ni el desarrollo productivo, dicotomía estéril, dominante entre las izquierdas en estas décadas, sino, siguiendo a lo mejor de la tradición crítica de las izquierdas, la experiencia masiva, democrática y democratizadora, por la transformación de las condiciones y derechos de las mayorías sociales, decisivas para el arraigo social de sus organizaciones, con la generación de dinámicas contra hegemónicas y de (relativo) poder popular.

Así, es decisiva la participación mayoritaria en una dinámica transformadora, articulando toda su diversidad y pluralidad. Lejos de ambos determinismos unilaterales, de carácter idealista, se revaloriza el papel sociohistórico de la agencia humana, o sea, la práctica social; o, si se quiere, la acción colectiva sociopolítica y cultural, con los valores de igualdad, libertad y solidaridad.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.