LA HABANA, jun (IPS) – La historia de la familia del escritor Manuel Martínez sube con grandes letras negras por las paredes y los techos de su casa en un barrio humilde de la capital cubana. Varias fotos y objetos de épocas pasadas completan este libro diferente, que puede comenzar a leerse desde cualquier sangría.
Banderas cubanas, los diminutos zapatos que usó la madre de Martínez en su niñez, la armazón interior de un piano, páginas sueltas del periódico Granma, órgano del Partido Comunista de Cuba, discos de rock e innumerables fotos y recuerdo, diseñan este volumen que no necesita imprenta para tener un público lector.
En sus párrafos, que invaden hasta el baño de esta familia conformada por la esposa de Martínez, Yamilka Velásquez, y su hija de siete años Sarah Jane, se narra el asentamiento de Juan Pérez, un correo mambí (nombre de los insurgentes contra el colonialismo español en el siglo XIX) en los terrenos de su actual casa.
«Llegaron aquella mañana a la calle Concepción que no era calle todavía, solo un terraplén apisonado. Se sentaron bajo cualquier sombra a soñarse el patio o a llorar tanta dicha», se narra sobre la fundación de este asentamiento habanero en el libro que pobló cada pulgada libre de la casa, porque «quién hubiera publicado una historia así».
Pérez fue el bisabuelo de Martínez, dramaturgo y coordinador del proyecto socio cultural Coco Solo Social Club. Junto a su mujer Evangelina Prieto-Solís y varias familias de sus amigos, se asentaron a principios de la Cuba republicana en los terrenos que rodean el patio que hoy acoge esta iniciativa ciudadana.
Ubicado en Coco Solo, un barrio que ha sido catalogado como «marginal» en el municipio habanero de Marianao, el amplio espacio que une las dos casas de la familia se abrió en 2009 a todo el vecindario para realizar fiestas totalmente gratuitas y se fue convirtiendo, casi sin quererlo, en el más importante espacio de la comunidad.
La idea surgió «sin intención ni metodología», explicó a IPS el escritor Martínez, mientras su mirada se dirige a un teatro improvisado al aire libre, con luces y telón reciclados. Y así mismo apareció el nombre, en referencia casi irónica al proyecto Buena Vista Social Club que, en 1996, rescató del olvido a un grupo de maestros de la música cubana.
Si antaño el patio se cubrió de cultivos para llenar la mesa familiar en cada comida o con las plantas exóticas del ya fallecido abuelo del creador, ahora se convirtió en un espacio comunitario cuando a la primera fiesta organizada por un grupo de amigos se sumaron los vecinos espontáneamente, y la costumbre se quedó.
«Nos reunimos actores que ya no pertenecían a ningún grupo de teatro, músicos que no componían música, magos que ya no hacían magia…», comentó el literato. «Hacíamos un espectáculo y venía todo el mundo», aseguró sobre las actividades que organizan en los días festivos para no molestar el descanso ajeno.
Con una caldosa, caldo típico de Cuba a base de tubérculos y carne que elaboran en la casa, se inaugura la celebración que incluye opciones para la infancia y la juventud, personas adultas y de la tercera edad. La alternativa se agradece especialmente en una ciudad donde los espacios recreativos resultan escasos en lugares poco céntricos.
La primera fiesta que organizaron como proyecto fue un concierto con el grupo de rock Magical Beat, liderado por Luis Manuel Molina. Desde entonces, el alcance de Coco Solo Social Club se fue ampliando y logró contar con el apoyo del gobierno local.
«Cuando los funcionarios de la Dirección de Cultura del Municipio de Marianao se enteraron, se sorprendieron y nos visitaron para ver cómo lo lográbamos. Al ver que no se cobraba nada y se creaba un ambiente sano, se integraron a la fiesta», detalla Martínez.
«La gente no entiende que sea gratis», opinó Caridad Pérez, la madre de Manuel, en conversación con IPS. Relató cómo la iniciativa familiar y autogestionada ha ido ganándose el apoyo y respeto de la comunidad que se suma, participa, la cuida y defiende como algo propio.
La opción se fortalece en momentos en que el proceso de reformas económicas encauzadas por el actual gobierno de Raúl Castro demanda una mayor rentabilidad a las instituciones culturales del país, que durante décadas habían mantenido programas gratuitos o subvencionados.
Coco Solo Social Club fue, además, la alternativa para la realización creativa de sus integrantes, ante las dificultades para insertarse en el circuito institucional artístico. Así, participan el conjunto experimental Los Mataflores y el grupo teatral La Marea, cuya sede en la sala teatral Cero, de Marianao, está en peligro de derrumbe.
Martínez encarna su personaje, «que no es un hombre ni una mujer: tiene pelo largo y barba, y se cubre con una sábana». Velásquez, a su vez, imparte cursos de solfeo y piano, este último para la niñez. Y entre todos realizan videos independientes y casi artesanales, pero con una marcada intencionalidad de retar al pensamiento.
Los materiales se distribuyen a través de memorias removibles y discos extraíbles, de mano en mano, algo que expertos cubanos denominan «el mercado USB (por la denominación del puerto de conexión de los periféricos a la computadora)».
Con la extensión de la tecnología digital, la población cubana creó estas redes, informales en su mayoría gratuita, para socializar videos nacionales o pirateados, de factura internacional.
Hace varios meses, Coco Solo Social Club intercambia con la ciudadana Red Protagónica Observatorio Crítico, que reúne iniciativas similares como El Trencito, taller de artes plásticas para la infancia dirigido por una familia habanera. En marzo, el patio fue la sede del V Foro del Observatorio Crítico, cita anual de la red.
«El proyecto innova al convertir la vida cotidiana, que a veces puede ser difícil, en algo bello a partir del compromiso de cada miembro con la comunidad, y al considerar como arte todo lo que salga del corazón de las personas», dijo a IPS la bloguera Sandra Álvarez, participante en el foro de este año.
Fuente: http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=98307