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El peronismo

Fuentes: Rebelión

[Nota introductoria] El sociólogo marxista argentino Silvio Frondizi (1907-1974) saludó calurosamente desde sus inicios la revolución cubana. Incluso viajó a Cuba y a su regreso escribió La revolución cubana. Su significación histórica (diciembre de 1960). Su libro se abre planteando que «La revolución cubana ha destruido definitivamente el esquema reformista y, más concretamente, el esquema […]

[Nota introductoria]

El sociólogo marxista argentino Silvio Frondizi (1907-1974) saludó calurosamente desde sus inicios la revolución cubana. Incluso viajó a Cuba y a su regreso escribió La revolución cubana. Su significación histórica (diciembre de 1960). Su libro se abre planteando que «La revolución cubana ha destruido definitivamente el esquema reformista y, más concretamente, el esquema reaccionario del determinismo, casi fatalismo geopolítico […]». El mismo texto se cierra sosteniendo la misma idea: «La revolución cubana tiene como significación histórica fundamental, la de haber roto definitivamente «con el esquema reformista, y en particular con el estúpido determinismo, casi fatalismo geopolítico»».

Junto a su texto sobre Cuba, Silvio Frondizi escribió muchos otros libros, entre los que se destacan La integración mundial del capitalismo (1947); El Estado moderno (1954) y La realidad argentina (dos tomos, 1955-56).

Además de sus ensayos y sus clases, Silvio fue también abogado de los combatientes revolucionarios que enfrentaron a la dictadura militar argentina de 1966-1973. En esos años se vincula al Partido Revolucionario de los Trabajadores y a su frente político de masas, el Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS).

Todo eso le vale el odio sanguinario de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), organización terrorista paramilitar de extrema derecha que lo secuestra y lo asesina por la espalda en 1974 acusándolo de «comunista y bolchevique, fundador del ERP e infiltrador de ideas comunistas en nuestra juventud».

Según el testimonio del viejo dirigente político peronista y ex ministro de economía del general Perón, Antonio Cafiero: «Perón e Isabel sabían que la Triple A eliminaba gente» (declaraciones al diario CLARÍN, Buenos Aires, 22 de abril de 2007).

Los fragmentos siguientes de Silvio Frondizi fueron tomados de la respuesta a una encuesta sobre la izquierda argentina realizada hacia 1958-59: «Contesta el doctor Silvio Frondizi», en Las izquierdas en el proceso político argentino, editorial Palestra, Buenos Aires, 1959, pp. 28-33, 40-46.

[fin de nota introductoria de Néstor Kohan]

PERONISMO

Para nosotros, el peronismo ha sido la tentativa más importante y la única de realización de la revolución democrático-burguesa en la Argentina, cuyo fracaso se debe a la incapacidad de la burguesía nacional para cumplir con dicha tarea.

A través de su desarrollo, el peronismo ha llegado a representar a la burguesía argentina en general, sin que pueda decirse que ha representado de manera exclusiva a uno de sus sectores -industriales o terratenientes. Dicha representación ha sido directa, pero ejercida a través de una acción burocrática que lo independizó parcial y momentáneamente de dicha burguesía. Ello le permitió canalizar en un sentido favorablea la supervivencia del sistema, la presión de las masas, mediante algunas concesiones de­terminadas por la propia imposición popular, la excepcional situación co­mercial y financiera del país, y las necesidades demagógicas del régimen. Precisamente, la floreciente situación económica que vivía el país al tér­mino de la segunda gran guerra, constituyó la base objetiva para la actua­ción del peronismo. Este contó, en su punto de partida, con cuantiosas reservas acumuladas de oro y divisas, y esperó confiadamente que la situación que las había creado mejorara constantemente, por la necesidad de los países afectados por la guerra y por un nuevo conflicto bélico que se creía inminente.

Una circunstancia excepcional y transitoria más, contribuyó a nutrir ilu­siones sobre las posibilidades de progreso de la experiencia peronista. Nos referimos a la emergencia de una especie de interregno en el cual el impe­rialismo inglés vio disminuir su control de la Argentina, sin que se hubiera producido todavía el dominio definitivo y concreto del imperialismo norte­americano sobre el mundo y sobre nuestro país. Ello posibilitó cierto bonapartismo internacional -correlativo al que se practicó en el orden na­cional-, y engendró en casi todas las corrientes políticas del país grandes ilusiones sobre las posibilidades de independencia económica y de revolu­ción nacional.

La amplia base material de maniobras permitió al gobierno peronista, en primer lugar, planear y empezar a realizar una serie de tareas de desarrollo económico y de recuperación nacional, con todas las limitaciones inherentes a un intento de planificación en el ámbito capitalista. La estructura tra­dicional de la economía argentina no sufrió cambios esenciales; las raíces de su dependencia y de su deformación no fueron destruidas. Al agro no llegó la revolución, ni siquiera una tibia reforma. Fueron respetados los intereses imperialistas, a los cuales incluso se llamó a colaborar, a través de las empresas mixtas. Tampoco se hicieron costear las obras de desarrollo económico al gran capital nacional e imperialista. El Primer Plan Quin­quenal, en la medida, que se realizó, fue financiado, ante todo, con los be­neficios del comercio exterior. Por otra parte, a consecuencia de una serie de factores, aquella fuente primordial de recursos pronto se tornó insufi­ciente, y debió ser complementada con las manipulaciones presupuestarias y el inflacionismo abierto. A través de la inflación, los costos de la plani­ficación económica peronista no tardaron en recaer también sobre la pe­queña burguesía y el proletariado de las ciudades.

Pero durante su primer periodo de expansión y euforia, el peronismo tuvo también realizaciones en los distintos aspectos de la economía. En ma­teria de transportes, se nacionalizaron los ferrocarriles y se incorporó nuevo material; la marina mercante argentina fue aumentada en sus efectivos y en el tonelaje total transportado. Hacia la misma época se fue dando gran impulso a la aviación, se completó la nacionalización de puertos, etcétera.

Otra realización recuperadora del peronismo en su periodo de auge ha sido la repatriación de la deuda pública externa. Se pretendió solucionar el problema de la energía en general y del petróleo en particular, pero sin atacar las cuestiones de fondo. Se tomaron una serie de medidas favorables a la industria y se apoyaron los rudimentos de una industria pesada estati­zada, heredados del gobierno precedente, aumentando la participación es­tatal en la industria. La intervención directa del Estado en la industria tuvo una doble finalidad: tomar a su cargo tareas económicas necesarias que la endeble burguesía nacional no era capaz de realizar por sí sola y proporcionar a la burocracia bonapartista un nuevo resorte de poder y una importante fuente adicional de beneficios. La generosidad del crédito estatal fue otra de las formas de favorecer al capitalismo nativo-extranjero. El mantenimiento de un grado apreciable de paz social ha sido una de las contribuciones más importantes del Estado peronista a la prosperidad de la burguesía agroindustrial argentina durante el primer periodo de expansión. La propia prosperidad general fue factor fundamental en la ate­nuación transitoria de las luchas clasistas argentinas. A ello se agregó la acción del Estado, que por un lado promovía una política de altos salarios, a la vez que subsidiaba a las grandes empresas para evitar que éstas ele­varan exageradamente sus precios, y por otra parte encerraba a los tra­bajadores en un flexible pero sólido y eficiente mecanismo de estatización sindical.

Este balance realizado -que es nuestra posición desde hace varios años- nos ha evitado caer en los dos tipos de errores cometidos respecto al peronismo: la idealización de sus posibilidades progresistas, magnificando sus conquistas y disimulando sus fracasos, y, por el otro lado, la crítica negativa v reaccionaria de la «oposición democrática», que, v.gr., tachó al peronismo de fascismo.

El resultado de tal balance es la entrega del capitalismo nacional al im­perialismo, a través de su personero gubernamental, el peronismo. En efecto: transcurridos los primeros años de prosperidad, entró a jugar con toda fuerza el factor crítico fundamental de los países semicoloniales: el impe­rialismo. Este logró por diversos medios (dumping, relación de los términos de intercambio, etcétera) ir estrangulando paulatinamente a la burguesía nacional y su gobierno. Los diversos tratados celebrados con el imperia­lismo -verdaderamente lesivos para el país- culminaron el proceso de entrega. En fin, el balance de la experiencia nacional-burguesa del peronismo ha sido la crisis: estancamiento y retroceso de la industria, la caída de la ocupación industrial y de los salarios reales, el crónico déficit energético, la crisis de la economía agraria y del comercio exterior, la inflación, etcétera.

Yendo ahora a su aspecto político, el rasgo fundamental del peronismo estuvo dado por su aspiración de desarrollar y canalizar simultáneamente la creciente presión del proletariado en beneficio del grupo dirigente pri­mero y de las clases explotadoras luego. De aquí que nosotros hayamos calificado al peronismo como bonapartismo, esto es, una forma intermedia, especialísima de ordenamiento político, aplicable a un momento en que la tensión social no hace necesario aún el empleo de la violencia, que median­te el control del aparato estatal tiende a conciliar las clases antagónicas a través de un gobierno de aparente equidistancia, pero siempre en beneficio de una de ellas, en nuestro caso la burguesía.

El capitalismo, frente a la irrupción de las masas populares en la vida política, y sin necesidad inmediata de barrer con la parodia democrática que la sustenta, trata de canalizar esas fuerzas populares. Para ello necesita favorecer, por lo menos al comienzo, a la clase obrera con medidas sociales, tales como aumento de salario, disminución de la jornada de trabajo, etcétera. Pero como estas medidas son tomadas, por definición, en un pe­riodo de tensión económica, el gran capital no está en condiciones mate­riales y psicológicas de soportar el peso de su propia política. Lógico es, entonces, que lo haga incidir sobre la clase media, la que rápidamente pierde poder, pauperizándose. Con ello se agrega un nuevo factor al pro­ceso de polarización de las fuerzas sociales.

La política de ayuda obrera referida se realiza, en realidad, en muy pequeña escala, si es que alguna vez se realiza, dándosele apariencia gigan­tesca por medio de supuestas medidas de todo orden.

Las consecuencias de este demagogismo son fácilmente previsibles: dis­locan aún más el sistema capitalista, anarquizándolo y por lo tanto, acele­rando su proceso crítico. Además, la política demagógica relaja la capacidad de trabajo de los obreros, lo que explica que cuando el capitalismo necesita readaptarlos para el trabajo intenso, tenga que emplear métodos compul­sivos. Ésta es una nueva causa que explica el totalitarismo y una nueva demostración de que, en el actual periodo, el Estado Liberal carece tanto de posibilidad como de valor operativo.

El proceso demagógico presenta algunos resultados beneficiosos, parti­cularmente en el orden social y político. Al apoyarse en el pueblo, desarrolla la conciencia de clase política del obrero. Creemos que el aspecto positivo fundamental del peronismo está dado por la incorporación de la masa a la vida política activa; en esta forma la liberó psicológicamente. En este sentido Perón cumplió el papel que Yrigoyen en relación a la clase media. Hizo partícipe al obrero, aunque a distancia, en la vida pública, haciéndole escuchar a través de la palabra oficial el planteamiento de los pro­blemas políticos de fondo, tanto nacionales como internacionales.

Estos aspectos representados por el peronismo fueron los que lo vol­vieron peligroso a los ojos del gran capital De aquí que nosotros hayamos dicho en el primer tomo de La realidad argentina, escrito en 1953, que Estados Unidos «necesita un gobierno de personalidades más formales» que las peronistas, permitiéndonos predecir «que llegado este momento (de profundas convulsiones sociales) el general Perón, instrumento del sis­tema capitalista en una etapa de su evolución, será desplazado».

La pérdida de la base material de maniobra del país y del peronismo restó a éste la posibilidad de continuar con su política, y fue la que con­dujo, en última instancia, a su caída.

La acusación de fascismo lanzada contra el régimen peronista carece de tanto fundamento como la posición que consideró a éste un movimiento de liberación nacional. Para demostrar que el mismo fue bonapartista y no fascista, será suficiente con indicar que se apoyó en las clases extremas, gran capital y proletariado, mientras la pequeña burguesía y en general la clase media, sufrió el impacto económico-social de la acción guberna­mental.

Por el contrario, en el fascismo, la fuerza social de choque del gran capital, está constituida por la pequeña burguesía. Esta circunstancia ex­plica que las persecuciones contra el proletariado bajo el régimen fascista, encierren tanta gravedad, ya que la acción represiva está a cargo de toda una clase. Es necesario distinguir entre dictadura clasista y dictadura po­licial.

La torpe y reaccionaria acusación de fascismo, partió de la Unión De­mocrática, de triste recuerdo. Las fuerzas más oscuras de la política argentina, coaligadas en la Unión Democrática, en la que no faltó el apén­dice izquierdista, no quisieron o no supieron comprender en su hora toda la importancia del nuevo fenómeno representado por el peronismo, y de su desprestigio e incapacidad cosechó éste para conquistar el poder. Así, nosotros pudimos predecir el triunfo del coronel Perón, en nuestro traba­jo «La crisis política argentina».

El gran odio que le profesó la «oposición democrática» se debió a que su régimen destapó la olla podrida de la sociedad burguesa, mostrándola tal cual es. La juridicidad burguesa y la sacrosanta Constitución Nacional perdieron su virginidad poniendo al descubierto su carácter de servidoras de una situación. Se destruyó la unidad del ejército y se colaboró en la descomposición de los partidos políticos, etcétera. En efecto, no fueron los rasgos negativos del peronismo los que verdaderamente separaban a la «oposición democrática», como se ha visto después: el aventurerismo y la corrupción política, administrativa, etcétera, la «pornocracia»; la estatización y burocratización del movimiento obrero; la legislación represiva, hoy en vigor con más fuerza que nunca, etcétera. Asimismo, con la caída de Perón no se trató de corregir esos defectos, sino terminar con los exce­sos, de su demagogismo, demasiado peligroso ya en un periodo de contracción económica. El golpe de Estado de !955 cumple ese objetivo del gran capital nativo-extranjero […]

Creemos que en Latinoamérica están dadas las condiciones para una re­volución socialista, pero nos faltan todavía algunas condiciones subjetivas. Claro está que el análisis de esta situación significa resolver el grave pro­blema -tal vez el más grave que enfrenta la revolución socialista en el mundo- sobre las relaciones entre masa, partido y dirección.

El M. I. Revolucionaria (Praxis) ha enfrentado y buscado solucionar estos problemas, mediante la formación de cuadros medios obreros, ma­nuales e intelectuales, que puedan llegar a ser grandes conductores socia­les. En esta forma, si algún día llega -como llegará- el ascenso revolu­cionario en el país, no se irá al fracaso, tal como sucedió en Bolivia por ejemplo, en el que las condiciones objetivas están maduras y poco o nada se hizo por la ausencia de una dirección numerosa y consciente.

El primer requisito de una dirección consciente reside en la firme creen­cia en la jerarquía de la masa obrera y en la necesidad de acatar los dicta­dos de la magnífica capacidad creadora de las masas populares.

Debemos ahora dedicar la atención a los elementos de las otras clases que pueden integrarse con el proletariado en la lucha por la liberación del hombre. Ante todo, corresponde el estudio de la pequeña burguesía pauperizada.

Esta sufre directamente las consecuencias de la concentración económi­ca monopolista. La situación de esta subclase debe ser tenida especialmente en cuenta, por cuanto su posición intermedia la hace apta para cualquier desplazamiento social. Es necesario hacerle comprender que su porvenir está ligado a los intereses del proletariado, que puede liberarla de la opre­sión económica y social que sufre.

Junto a los elementos sociales examinados, debemos tener en cuenta también a sectores o individuos de la intelectualidad, que han esclarecido el problema social y se pasan al campo revolucionario.

La toma del poder por el proletariado con la colaboración de los demás elementos sociales tratados, produce un salto cualitativo. Aunque esta opi­nión es suficientemente clara, no siempre es bien comprendida, por la deformación social, intelectual y moral realizada a través de toda suerte de propaganda que empieza en la escuela primaria y acompaña al indivi­duo durante toda su vida. De aquí que, cuando se piensa sobre las posibili­dades y consecuencias de un cambio social, se lo hace dentro de los viejos moldes mentales y de acuerdo a las acostumbradas posibilidades. Y no es así: la toma del poder por el proletariado produce un salto cualitativo que abre inmensas posibilidades, no dadas en la formación anterior.

La clase obrera puede realizar dicha transformación gracias a su mayor independencia frente a la deformación producida por la sociedad capita­lista. Por otra parte, el proletariado, al no compartir ciertas ventajas de la sociedad burguesa, tiene la suerte de no compartir muchas de sus defor­maciones; tal es el caso de los convencionalismos sociales, que por ejem­plo, aplastan la vida de la pequeña burguesía.

Debemos indicar un elemento más: la tremenda y creciente alienación sufrida por los trabajadores bajo el capitalismo, crea en ellos una legítima y a menudo inconsciente resistencia a todo posible esfuerzo productivo o creador, aun cuando ello implique mejoras inmediatas.

La transición a la nueva sociedad socialista encierra un problema importante, porque es evidente que en el país no se han cumplido todos los aspectos de la revolución democrático-burguesa. Establecida esta conclu­sión, y la de que la burguesía ha caducado como fuerza capaz de realizarla y que es el proletariado como fuerza rectora el que debe encargarse esta misión, el problema se resuelve pensando que ya no se trata de reali­zar la revolución democrático-burguesa como etapa cerrada en sí misma, como fin, sino de realizar tareas democrático-burguesas en la marcha de la revolución socialista.

Entre esas tareas inmediatas figura: la lucha contra el imperialismo, que sólo puede ser realizada por un partido marxista revolucionario que se fundamente en las masas. Además, será necesario resolver los graves problemas que impiden el desarrollo industrial y agrario del país. En el primer aspecto, deberán colocarse las grandes fuentes de producción en manos de la colectividad, dando en esta forma poderoso impulso a la acumulación económica. En el otro aspecto, el agrario, las fuerzas socialis­tas deberán realizar, no ya un paso o un salto adelante, sino la revolución agraria integral, cuya primera manifestación es la nacionalización de los latifundios. Esta nacionalización deberá realizarse, no para distribuirlos en forma de pequeña propiedad, sino para ser colectivizados, medida que permitirá, entre muchas otras cosas, el empleo masivo de la maquinaria agrícola.

Por supuesto, para la realización de tales tareas se requiere un cambio cualitativo en el aparato estatal. Éste no podrá estar en manos de un sector privilegiado de la sociedad, sino en manos de la colectividad social como tal; en otras palabras, implica el cambio del Estado por la Comunidad.

Solamente una organización socialista podrá resolver el problema de la libertad de conciencia, separando efectivamente la Iglesia del Estado, im­pidiendo que los intereses confesionales se entrometan, como lo pretenden, en los problemas político-sociales, en una tentativa de imposible regresión a la Edad Media.

En fin, la organización socialista de la sociedad es la única que puede asegurar al hombre su libertad, que no ha podido ser dada por los parti­dos tradicionales, ni al país ni a sus propias organizaciones. Para ello la nueva fuerza tendrá que asegurar al hombre la libertad política y espiritual.

Pero la revolución socialista tiene un sentido más, que es su internacionalización. Esto es importante porque distintas tendencias de izquierda pro­pugnan aparentemente lo mismo, pero en realidad con un contenido y resultado totalmente distintos.

En efecto, los representantes de las corrientes pequeñoburguesas, ya sea en el campo burgués o en el marxista, sostienen también la tesis de la integración latinoamericana. El problema se circunscribe a saber si tal tarea puede ser realizada por las burguesías nacionales o por el contrario es tarea que cabe exclusivamente a las fuerzas que actúan en la revolución socialista. Sostenemos la última alternativa, dado que: desde el punto de vista general, las burguesías nacionales son, por definición, nacionales, y han nacido, vivirán y morirán como tales. Y esto es tanto más válido en nuestra época, en que las burguesías, para poder sobrevivir, deben luchar a dentelladas entre ellas. A esta acción disociadora debe agregarse la fun­ción disolvente del imperialismo, creando o avivando antagonismos. Ade­más de lo dicho, podría agregarse el aspecto histórico, es decir, la no reali­zación de ninguna unidad internacional en manos de la burguesía, dado su carácter fundamentalmente competitivo.

La única posibilidad de realizar la unidad latinoamericana está dada por la toma del poder por las fuerzas socialistas. Solamente una clase libre de los intereses nacionales e internacionales que envuelven a la burguesía, puede realizar tal tarea. Tanta importancia asignamos a la internacionalización de la revolución para la supervivencia de un intento de socialismo en cualquier país latinoamericano, que creemos que debe ser una de las tareas centrales de toda revolución. Buena parte de sus energías y recursos debe ser desti­nada a esta finalidad. Los recursos que las burguesías nacionales y sus Es­tados sustraen a la comunidad y despilfarran sin sentido, deben ser desti­nados por la primera revolución socialista para la extensión y el triunfo revolucionario en los demás países latinoamericanos.

No es posible indicar dónde o en qué país se iniciará la lucha, pero es evidente que esta lucha ha de comenzar pronto. En cualquier forma nuestro país tiene una tarea importante y decisiva que cumplir: la consolidación de la revolución socialista latinoamericana se producirá, en efecto, con la re­volución argentina. Esto será así, por el poderoso desarrollo relativo y él consiguiente peso específico que hemos adquirido en todos los órdenes de la actividad económica, ideológica, etcétera. En este orden de ideas, piénsese solamente en lo que significarán las vastas praderas argentinas, junto con las zonas montañosas ricas en yacimientos minerales de Brasil, Chile, Bolivia, Perú, etcétera, y se tendrá una idea de las enormes posibilidades que tiene esta parte del mundo para realizar una integración de carácter económico. Y decimos integración, porque, al quedar suprimida la competencia, tiende a ir dejando de funcionar la ley del desarrollo combinado.

Dicha integración económica centuplicará las fuerzas originales de los países que la realizarán. Por otra parte, todo nuevo país que se va sumando a! proceso revolucionario asesta un golpe mortal al imperialismo desde va­rios puntos de vista. Lo obliga a dividir los recursos financieros y militares disponibles para la represión internacional. Le reduce el mercado para la producción e inversión, agudizando sus contradicciones sociales y políticas internas al restarle las bases materiales para el equilibrio relativo que varios imperialismos han gozado, en distinto grado durante décadas.

Tal es, a grandes rasgos, la perspectiva estratégica determinante de la enorme tarea que se ha impuesto el MIR (Praxis), a la que ha dado prin­cipio de ejecución mediante un trabajo práctico y teórico incansable. Creemos que es hora ya de que la izquierda, abandonando viejas rivalidades y falsas posiciones, se decida a formar por fin, un gran frente para librar la batalla definitiva contra la opresión capitalista.

Si las viejas direcciones, que durante décadas han marchado separadas del proletariado argentino, insisten en optar, no entre los movimientos de izquierda, sino entre las distintas fracciones de la burguesía, llámense éstas Unión Democrática, peronismo o frondizismo, serán entonces sus propias bases las que les den la espalda, cansadas de seguir dando vuelta a una noria que no conduce a ninguna parte. El dilema de la hora es bien claro: o so­cialismo revolucionario o dictadura burguesa. Que cada uno elija su lugar en la lucha.