Colocar el futuro ecológico del planeta en manos de los políticos es una apuesta de alto riesgo.
En un rito conocido por todo el país, celebrado cada año el 2 de febrero, una marmota aparece para pronosticar cuánto más se alargará el invierno: si el animal ve su sombra, eso indica que la temporada durará seis semanas más. La más famosa celebración de este rito se realiza en un pueblo de Pensilvania (la versión que aparece en la película Groundhog Day, con Bill Murray). En Nueva York, el recién instalado alcalde liberal, Bill de Blasio, se presentó en Staten Island el pasado 2 de febrero para encabezar ese performance con una marmota querida que se llama Chuck. Cuando el encargado de Chuck se la pasó a De Blasio frente a las cámaras que transmitían en vivo, el animal se retorció y el político -quien es de alta estatura- lo dejó caer.
Ocho meses después -esta semana pasada- se filtró la noticia de que el animal había muerto, posiblemente por causas relacionadas con la caída, una semana después del accidente. Más aún, se divulgó que no era Chuck, sino Charlotte, quien había sustituido al primero en la ceremonia, ya que había temores de que Chuck mordiera al alcalde, tal como había hecho antes con su antecesor, el alcalde Michael Bloomberg. Pero como todo en la política, lo que hizo de esto un escándalo aún más grave no fue el hecho mismo, sino el aparente encubrimiento de lo ocurrido hasta ahora.
Cuando se reunieron mandatarios, ejecutivos empresariales y ONG en Nueva York para realizar la Cumbre sobre el Cambio Climático (tema abordado después por casi todos los representantes de los 193 países de la Organización de Naciones Unidas en la Asamblea General) la retórica fue maravillosa y esperanzadora; todos juraron, prometieron, hasta marcharon por solucionar la crisis ambiental que amenaza acabar con la vida humana en este planeta.
Pero ¿quiénes son los encargados de las políticas que nos han llevado al borde del abismo? ¿Dónde han estado estos mismos durante los 25 años que los científicos han sonado esta alarma? ¿Se acaban de enterar? Ahora dicen que van a hacer algo para salvarnos y programaron más reuniones para estudiar y debatir, con el objetivo de llegar a un acuerdo mundial en París en 2015… Pero ¿por qué no hicieron algo definitivo e inmediato aquí? Cada uno afirmó que ha hecho cosas nobles para enfrentar la crisis ambiental en su país, y que están comprometidos para no ahogar al mundo de sus hijos y nietos. Pero nadie asumió responsabilidad personal ante la crisis.
I.F. Stone, el legendario periodista, gustaba decir a todo estudiante de periodismo que para este oficio uno sólo necesita saber una cosa: los gobiernos mienten.
Cada uno de estos políticos, hasta los más buenos, mintió ante el mundo al subir al podio, y todo mundo lo sabe. Uno llegó de un país que acaba de tener un desastre ecológico minero sin precedente, gobierna sobre la destrucción masiva de bosques, costas y aguas, y está por entregar el manejo de un recurso natural a las empresas más contaminantes del mundo. Otro llegó de un país que aún sufre por uno de los peores desastres ecológicos en su historia, donde la radiactividad contamina una zona de su país, mientras envenena el océano Pacífico. Otros vienen de lugares que han vendido sus bosques, aguas, minerales y tierras a las empresas que han ocasionado el más rápido deterioro ambiental en la historia. Los jefes del primer y tercer país que más aportan al efecto invernadero ni se presentaron en la cumbre climática, mientras el líder del segundo país más contaminador del mundo ofreció su usual retórica elegante sin mencionar cómo festeja el auge de hidrocarburos -en gran medida por el venenoso proceso de fracking- que él ha impulsado en su país. La lista incluye a todos.
Encargar la salvación del planeta a este elenco de líderes es como entregarles a Charlotte, la marmota.
Más aún, entre los compromisos adoptados en la cumbre, los más elogiados fueron las iniciativas en que participaron los responsables políticos y empresariales de la crisis que se enfrenta: una iniciativa para frenar la deforestación incluye a empresas como Cargill y productores trasnacionales de papel y otros productos que han devastado los bosques de varios países; otro fue impulsado por empresas petroleras, un tercero por compañías del sector financiero. De hecho, algunos pronostican que el sector verde es la parte del mercado que gozará de un auge de aquí en adelante. O sea, van a ganar verde (dólares) con lo verde. Así, los autores de la crisis dicen que salvarán al planeta del desastre que ellos mismos han generado.
La impunidad del crimen ecológico prevaleció aquí, al igual que se encubrió la muerte de la marmota.
Ante acusaciones de que no han hecho más, los políticos y la cúpula empresarial, los grupos de estudio y muchas ONG que participan en este juego suelen defenderse con el argumento de que la política es el arte de lo posible. Pero si es cierto lo que los científicos dicen, eso ya no es aceptable.
Ahora se necesitan artistas de lo imposible.
Tal vez es hora de que otros sean los encargados del futuro del planeta. Entre los cientos de miles que salieron a las calles en las grandes marchas sobre el cambio climático, el domingo pasado, hay buenos candidatos. O los que inundaron Wall Street el lunes, donde dos imágenes fueron esenciales: la estatua del toro, símbolo del poder de Wall Street, sitiada por una ola de miles de manifestantes que expresaban que el modelo actual es igual al caos ambiental, y otra, al final de ese día, donde un oso polar fue esposado y arrestado por la policía en defensa de Wall Street.
Armando Bartra dice que en sus mejores momentos, los movimientos sociales son los poetas de la historia. Eso se vio, una vez más, en las calles esta semana. Tal vez es hora de que los poetas se encarguen de cuidar a las marmotas y al resto del planeta.