Recomiendo:
0

Entrevista al historiador Roger Chartier

«El poder de la lectura digital no tiene parangón en la historia»

Fuentes: El Mercurio

Roger Chartier es uno de los historiadores franceses más destacados en la actualidad y uno de los más leídos a nivel internacional. Formado en la Escuela de los Annales, fundada por Fernand Braudel y Ernst Bloch, que renovó la historia económica y social, Chartier fue discípulo en los años sesenta de Denis Richet, conocido por […]

Roger Chartier es uno de los historiadores franceses más destacados en la actualidad y uno de los más leídos a nivel internacional. Formado en la Escuela de los Annales, fundada por Fernand Braudel y Ernst Bloch, que renovó la historia económica y social, Chartier fue discípulo en los años sesenta de Denis Richet, conocido por un pequeño pero trascendental libro sobre las instituciones del Antiguo Régimen. A partir de ahí, nacieron nuevas formas de abordar la historia cultural que es su campo de trabajo y desde donde ha producido una importante renovación en los métodos para estudiar el pasado. Hoy es director de estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y autor de numerosas obras sobre la historia cultural del Antiguo Régimen y la Modernidad temprana -algunas de ellas traducidas al castellano-, como «Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna» (1993), «El orden de los libros» (1994), «El mundo como representación» (1995), entre otras. Entre las actividades que realizará en su visita a Chile está su participación en la Cátedra Bolaño de la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales.

-¿Cómo define usted la línea de historia cultural que ha adoptado para su trabajo?

«Esencialmente como una perspectiva que trata de entender cómo los hombres y mujeres del pasado construyeron el sentido de los textos que leyeron o escucharon. Semejante historia cultural supone entrecruzar el análisis de los textos, cualesquiera sean, canónicos u ordinarios, con el estudio de las formas materiales de su inscripción y transmisión (el libro, la lectura en voz alta, la representación teatral, etc.) y la comprensión de las capacidades, expectativas, categorías mentales y prácticas concretas de las diferentes comunidades de interpretación. De ahí, para mí, la definición de la historia cultural se da en el encuentro entre la crítica literaria y textual, la historia de la cultura escrita y del libro fundada sobre las disciplinas eruditas que son la paleografía, la codicología o la bibliografía y la sociología histórica de las prácticas».

-Uno de los conceptos clave de su trabajo como historiador del libro y la lectura es el de «apropiación».

«Este concepto tiene a la vez un sentido intelectual -la apropiación como interpretación de un texto o de una imagen- y un sentido material, que designa los gestos, lugares, instrumentos que caracterizan diversas formas de lectura o de escucha. Es interesante también porque puede apuntar a la tensión entre apropiación como posesión exclusiva, propiedad prohibida, y apropiación como capacidad de cada uno de apoderarse para su propio fin de los textos e imágenes que circulan en una sociedad dada. Designa así el monopolio que los más poderosos tratan de establecer sobre la cultura legítima o el uso de la escritura y, también, las conquistas culturales de los más desprovistos».

-¿Usted pone mayor énfasis en la historia de los lectores que de los autores de libros? ¿Cuál es la premisa que hay detrás de esta innovación?

«Borges decía que un libro que nadie ha leído no es más que un cubo de papel con hojas. Es la lectura la que da importancia, proyección, existencia a lo que el autor escribió. Pero esto no significa que descarto la importancia de la escritura. Lo importante es seguir la trayectoria de cada texto desde el manuscrito escrito o dictado por el autor hasta las lecturas de los lectores. El proyecto implica subrayar que son múltiples los actores que intervienen en este proceso. Éstos no escriben los libros, porque los libros son el resultado de las elecciones, técnicas, gestos de todos los que hacían un libro impreso entre los siglos XV y XVIII: los copistas del manuscrito, los censores que dan su aprobación, el librero que actúa como editor, el maestro impresor que organiza el trabajo de impresión, los correctores que establecen la copia para la composición, los cajistas o tipógrafos que componen las páginas del libro, los prensistas que imprimen sus hojas… «Todos contribuyen a la producción no sólo de los libros, sino de los textos mismos en su forma gráfica, la que es leída por el lector».

-Sus investigaciones históricas han tenido un efecto de «golpe al ego» de los historiadores, pues de alguna forma usted les ha dicho a todos sus colegas que han estado ‘leyendo mal’ las fuentes. ¿Es así o no? El discurso histórico, en cuanto relato, comparte categorías con el de ficción, ha dicho usted.

«No soy tan arrogante y no pretendo decir eso. Lo que querría subrayar es que, por un lado, un texto está siempre inscripto sobre un objeto material, y que no podemos ignorar que la materialidad de los objetos de la cultura manuscrita e impresa desempeña un papel esencial en la construcción del sentido de cualquier obra o documento. Y, por otro lado, querría recordar que debemos reconocer en cada obra o documento las normas, códigos, categorías que gobernaron tanto su producción como su interpretación o uso. Este análisis supone técnicas, reglas, controles que son específicos al oficio del historiador. Es la razón por la cual afirmo que, si bien la escritura de la historia comparte con la ficción figuras retóricas y estructuras narrativas, sin embargo, el saber sobre el pasado que produce es radicalmente diferente del conocimiento que procura una novela».

-Alesandro Baricco, el novelista italiano, sostiene que ya no es posible escribir novelones de 500 o mil páginas al estilo de «Ana Karenina» o «La Recherche», porque en la cultura de masas actual ha desaparecido el lector para esos libros, y hoy sólo es posible plantearse en relatos breves y fragmentados. ¿Sucede lo mismo con los libros de historia clásicos a su juicio?

«Es verdad que la lectura contemporánea busca formas breves, pero no debemos olvidar, sin embargo, el éxito mundial de algunos best sellers pesados y largos. Lo que puede aumentar este sentimiento de la pérdida del gusto o la paciencia para libros como los de Proust o Tolstoi es la nueva práctica de lectura que sugiere o impone la textualidad. Es una lectura fragmentada, discontinua, segmentada, que se atañe a extractos breves, datos desvinculados, extractos decontextualizados. Ello puede poner en tela de juicio no solamente las largas novelas de los siglos XVIII y XIX, sino también la percepción de todas las obras como discursos que tienen coherencia e identidad».

-¿Se ha alejado la historia, como relato escrito, del público masivo, o este ha cambiado dramáticamente sus hábitos lectores?

«El éxito de las novelas históricas demuestra que existe un amplio público que busca la representación del pasado en las páginas de los libros, y no sólo sobre las pantallas de la televisión o del cine. La tarea de los historiadores es hacer que el saber del pasado que producen, y que es diferente, o crítico, de las fábulas de ficción y de los reconocimientos de la memoria, pueda estar legible por los lectores que constituyen el público de los ciudadanos. Lo lograron los historiadores que supieron vincular un conocimiento riguroso con una escritura atractiva».

-¿Ve usted en la lectura digital un vehículo de transmisión cultural tan poderoso como fue la lectura en papel impreso?

«Aún más, lo creo, porque es un único aparato, la computadora, que transmite todos los géneros textuales que en el mundo impreso correspondían a diversos objetos (el libro, la revista, el diario, etc.); que permite la articulación entre textos, imágenes y sonido y que es a la vez el soporte de la mirada, de la escucha, de la lectura y de la escritura. El poder de la forma digital de inscripción y transmisión es sin par en la historia de la humanidad. Es lo que la hace fascinante e inquietante, porque implica una profunda transformación de las prácticas de lectura, de las categorías que asociamos con el concepto mismo de obra y de los papeles de las técnicas previas, que son todavía las nuestras: la escritura manuscrita y la publicación impresa. El desafío del presente es lograr una distribución racional y relevante de los usos de estas varias tecnologías que caracterizan hoy en día la creación, la difusión y la apropiación cultural».

Sobre los últimos libros de Chartier

-¿Qué nos puede avanzar sobre sus últimos libros recientemente publicados en castellano: «Inscribir y borrar», «Escuchar a los muertos con los ojos» y «La historia, lectura del tiempo».

«‘Escuchar a los muertos con los ojos’ es la traducción al español de la conferencia inaugural de una nueva cátedra en el Collège de France que dicté en octubre de 2007 para abrir una nueva enseñanza sobre la cultura escrita en la Europa moderna, es decir entre los siglos XV y XVIII, pero también en referencia con las mutaciones de nuestro presente. En este texto intenté definir la importancia de este campo de estudios para entender las evoluciones históricas de la primera modernidad entre la Edad Media y las revoluciones de finales del siglo XVIII (la construcción del Estado burocrático, las reformas religiosas, el proceso de civilización, la constitución de un espacio público) y para establecer un diagnóstico más exacto y agudo en cuanto a lo que transforma el mundo de la textualidad digital. Este libro fue publicado por Katz Editores».

«Alejandro Katz, que ha creado hace poco tiempo una nueva editorial cuyo catálogo es extraordinario, es también el editor de la traducción española de ‘Inscribir y borrar’, que, como lo indica su subtítulo, es un libro que se dedica a entender cómo algunas obras literarias se construyeron apropiándose de los objetos, las normas y las prácticas de la cultura escrita de su tiempo y cómo ellas mismas fueron publicadas, difundidas y leídas. Lo hace a partir del análisis de fragmentos de obras canónicas (por ejemplo, siguiendo la visita de don Quijote en una imprenta en Barcelona en la Segunda Parte de la historia, o interrogándome en cuanto a la verdadera naturaleza del ‘librillo de memoria’ de Cardenio encontrado por el caballero andante en la Sierra Morena). Pero también estudiando textos menos conocidos: los poemas en latín que un abate del siglo XI dedicó a su pluma, sus tabletas de cera, sus escribas, o una obra teatral de Ben Jonson que se desarrolla, en parte, en un taller donde se copian noticias manuscritas; o bien, una comedia de Goldoni basada en la equivalencia metafórica entre escritura y tejido. Se encuentran en el libro también Cyrano de Bergerac, Richardson y Diderot. ¿Por qué el título? Porque me parece que se ha olvidado en la historia de la cultura escrita el miedo y también la necesidad del borrar. Los historiadores focalizaron la atención sobre el temor de la pérdida que justificó la búsqueda de los manuscritos, la constitución de las bibliotecas, la proliferación de lo escrito. Pero la desaparición de los textos fue a la vez la razón de una grande inquietud y al mismo tiempo una necesidad (sobre las tabletas de cera o sobre los librillos de memoria) para domar el exceso de los discursos».

«‘La historia, lectura del tiempo’ es otro breve libro que me fue encargado por la editorial Gedisa de Barcelona (con la cual publiqué cuatro libros) para el aniversario de los treinta años de su existencia. Lo escribí directamente en español y es una reflexión sobre los interrogantes más importantes que atraviesan la historia hoy en día: su relación con la ficción y la memoria, su polarización entre microhistoria e historia global, su respuestas a los desafíos y promesas del texto electrónico, sus construcciones múltiples del tiempo, entre evento y estructuras, entre fenómeno objetivo y construcción social».

¿Sigue siendo Francia la maestra de nuestra historia?

-¿En qué está la historiografía francesa en estos momentos? ¿Qué ha pasado después de la Escuela de los Annales y su dispersión?

«Es una pregunta inmensa que requería un libro entero (o varios) como respuesta. Lo más importante para mí es que en los últimos treinta o cuarenta años todas las ‘escuelas’ historiográficas, basadas en una tradición nacional, se fragmentaron: así el marxismo abierto de ‘Past and Present’, o la tradición de historia de las ideas italiana fundada por Franco Venturi, o la historia social alemana de inspiración weberiana, o los ‘Annales’ franceses. En lugar de estas fuertes identidades metodológicas y nacionales, se definieron nuevos objetos, nuevas aproximaciones, nuevas colaboraciones entre disciplinas y herencias que estuvieron mucho tiempo separadas. Por ejemplo, el campo de trabajo que es el mío existe solamente porque se entrecruzaron en un proyecto de historia de la cultura escrita, las herencias de las disciplinas eruditas (paleografía italiana transformada en una historia de la cultura gráfica por Petrucci, bibliografía anglosajona transformada en una sociología de los textos por D.F. McKenzie); la historia del libro, de la edición, de los lectores en la manera francesa, y las corrientes de la crítica textual o literaria surgen de: la estética de la recepción en Alemania, (H. R. Jauss), crítica filológica en España (Francisco Rico), new historicism en los Estados Unidos (Stephen Greenblatt). Pienso que para cada forma de historia (historia de las ciudades, nueva historia social, demográfica histórica, etc.) la situación es idéntica».

«Lo que indica que si no desaparecieron las aportaciones propias de la historiografía francesa, éstas se ligan en nuestro presente con fragmentos de otras tradiciones para definir nuevos espacios de investigación que no se identifican más con una ‘escuela’ particular. Pasó el tiempo de los modelos hegemónicos, seguidos, imitados, citados. En este nuevo mundo histórico confluyen las propuestas intelectuales, y América Latina desempeña su papel original -por ejemplo con el énfasis sobre la importancia de los diarios y revistas en el siglo XIX o una historia original de los intelectuales, o también y, sobre todo, la historia de las memorias, que adquiere con las heridas y los sufrimientos infligidos por las dictaduras militares una intensidad particular».

-¿Cuál es a su juicio él o los autores franceses más convincentes en el tema de la historia de la Revolución Francesa, después de Francois Furet?

«En los últimos años he privilegiado en mis trabajos los siglos XVI y XVII, y no el XVIII, y las relaciones entre obras literarias y cultura escrita, y no una reflexión sobre la relación entre Ilustración y Revolución. Pero no me parece que en las últimas décadas, después de la proliferación de los libros publicados después de 1989 y del Bicentenario, se hayan transformado profundamente las perspectivas de análisis del evento. No quiero decir que no fueron escritos libros o artículos originales, sino solamente que los modelos explicativos que se afrontaron en los años del Bicentenario no han sido profundamente modificados. Es posible o deseable que la celebración o, mejor, la reflexión sobre las independencias americanas que van a empezar pronto puedan ayudar a la propuesta de nuevas perspectivas sobre la Revolución Francesa».

-¿Le resultaría atractivo escribir una historia de la Revolución Francesa?

«Intenté proponer en mi libro sobre los orígenes culturales de la Revolución Francesa (publicado por Gedisa) una reflexión en cuanto a las mutaciones mentales y culturales que hicieron posible y pensable la ruptura de 89. Apoyándome sobre la historia cultural traté no de establecer las causas de la Revolución, sino de comprender el misterio que preocupaba a Tocqueville: ¿cómo entender que en algunas semanas un orden político y social arraigado en una historia de muy larga duración se derrumbó? Una historia cultural de la Revolución es otra tarea ya empezada por varios colegas franceses o extranjeros y por la cual no tengo competencia.

Roger Chartier (1945-) prestigioso historiador francés, director de estudios en l’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, director del centro Alexandre Koyré y autor de numerosos libros: L’Éducation en France du XVIe au XVIIIe (con Marie-Madeleine Compère e Dominique Julia), 1976; una monumental Histoire de l’édition française (con Henri-Jean Martin), 4 volumi (1983-1986), 1989-1991; Lectures et lecteurs dans la France d’Ancien Régime, 1987; Les Origines culturelles de la Révolution française, 1990; L’Ordre des livres. Lecteurs, auteurs, bibliothèques en Europe entre XIVe et XVIIIe, 1992; Histoire de la lecture dans le monde occidental, 1997; Au bord de la falaise. L’histoire entre certitudes et inquiétude, 1998. En español se han editado: El mundo como representación, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna y El orden de los libros. Sus últimos libros traducidos son: La historia o la lectura del tiempo, Traducción de Margarita Polo, Editorial Gedisa, Barcelona, 2007; Escuchar a los muertos con los ojos Traducción de Laura Fólica, Editorial Katz, Buenos Aires, 2008.