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El poder de los «sin poder»

Fuentes: Fiap.org

El miedo y la aritmética singular: cuando los estados poderosos se enfrentan a inmigrantes sin poder.

Sorprende ver el alto precio ético y económico que las poderosas «democracias liberales» están dispuestas a pagar para controlar a aquellos que carecen de poder y que lo único que quieren es tener la oportunidad de trabajar. Debemos percibir a los inmigrantes y refugiados como una vanguardia histórica que hace patente cómo se está gestando una importante convulsión social en los países emisores y receptores de inmigración.

La mayoría de los países ricos se han apresurado a aplicar medidas radicales de control de los inmigrantes y refugiados, respondiendo más al temor injustificado de un posible aumento de las migraciones que a los datos reales que hoy son comprobables.

En efecto, las corrientes migratorias mundiales han aumentado en las últimas dos décadas, pero los inmigrantes representan tan sólo un 3% de la población mundial. En 1975 se estimó en 85 millones el número de emigrantes en el mundo, es decir, el 2,1% de la población mundial. En 2000 aumentó a 175 millones, mientras en 2005 la cifra oscila entre los 185 y 192 millones. Es decir, el 2,9% de la población mundial. Además, un 60% de los emigrantes se quedan en el hemisferio sur, con lo que nuestros países del norte sólo reciben al 40% restante.

A menudo se olvida que el mayor flujo de emigrantes se dirige a los países en vías de desarrollo, y tampoco se tiene en cuenta en el debate la importancia del retorno migratorio. Así, a título de ejemplo, un tercio de los polacos que emigraron al Reino Unido han vuelto a Polonia tras un periodo máximo de 2 años, en los que ahorraron y aprendieron inglés, para optar posteriormente por regresar a su país.

A pesar de estas evidencias, es sorprendente ver cómo nuestros poderosos estados reorganizan una buena parte de sus aparatos para detectar, frenar, controlar, detener y deportar a emigrantes vulnerables e impotentes. Para ello, no han dudado en sacrificar leyes de mayor o menor rango y contravenir de manera generalizada el propósito y el espíritu de las mismas -algunos de los logros más valioso de nuestra historia colectiva en occidente-, como tampoco han dudado en sacrificar las libertades civiles de sus ciudadanos para, teóricamente, poder controlar a los extranjeros.

Además, al adoptar el sistema de asilo, todos estos estados están rechazando de facto el convenio internacional sobre los refugiados del que fueron firmantes. El régimen de asilo otorga a los estados un poder unilateral sobre los refugiados y les permite obviar muchas de las reglas de la convención internacional sobre el estatuto de los refugiados. Tal actitud supone un alto precio ético para aquellos países que supuestamente representan las democracias más maduras en el mundo y, de hecho, ya han perdido buena parte de su autoridad moral en la política económica mundial. ¿Y todo por qué?

Cuando la impotencia se hace compleja

Hablar de la inmigración es hacerlo de hombres, mujeres y niños vulnerables, desfavorecidos e impotentes. Pero el estudio de esta problemática me ha servido para entender cómo a lo largo de los siglos aquellos que carecen de poder han hecho historia (véase Territory, Authority, Rights , capítulo 6). En efecto, bajo ciertas condiciones, esa impotencia deja de ser simple para hacerse compleja, es capaz de hacer historia y está preñada de posibilidades políticas muy significativas. Buena parte del desarrollo de nuestros derechos civiles, del transporte público, de la vivienda o la salud son el resultado de la lucha de los excluidos (minorías, inmigrantes y refugiados) para acceder a los servicios básicos. En su momento, los estados no tuvieron más remedio que reorientar sus objetivos para responder a tales demandas y gracias a esa adecuación se hizo posible el estado del bienestar, el contrato social Keynesiano.

Los inmigrantes y los solicitantes de asilo de hoy están haciendo historia al conseguir esa reorganización institucional de nuestros estados. No se trata de darles poder a los desposeídos para que hagan historia, no: están haciendo historia como actores impotentes, haciendo así productiva su impotencia. De este modo, hasta el más vulnerable -el inmigrante indocumentado- ha contribuido, por ejemplo, a reestructurar las policías de los países poderosos. Algunos países se han visto obligados a reajustar su burocracia pública para controlar a esos actores vulnerables y para ello no han dudado en sacrificar su estatus de países respetuosos de las reglas y de los tratados sobre derechos humanos que ellos mismos firmaron. Estos estados no han perdido solo su credibilidad, sino que además han evidenciado los límites de su poder, con independencia de cuán armadas estén sus fronteras. Por ejemplo, el gobierno de los EE.UU. ha ido aumentado cada año el presupuesto de su frontera con México , pasando de unos 250.000 millones de dólares al año en los 90 a 1.6 billones de dólares a principios del año 2000 y, sin embargo, se estima que el número de indocumentados ha pasado de 6 a 12 millones.

A la larga, esta mezcolanza de servidumbres éticas y económicas tiene un alto precio para las «democracias liberales», y todo para controlar a aquellos que carecen de poder y son vulnerables, y que lo único que quieren es tener la oportunidad de trabajar.

Vanguardia histórica

Sin embargo, no es ocioso señalar que la mayoría de estos hombres, mujeres y niños desposeídos, inmigrantes y refugiados, son una especie de vanguardia histórica que nos indica que -sin ser ellos los únicos agentes del cambio- se está gestando una gran convulsión y unas transformaciones profundas tanto en los países emisores de emigración como en los receptores. La inmigración y las corrientes migratorias son el resultado de alteraciones estructurales y no de acciones individuales.

De forma más directa, nos indican que se están produciendo cambios profundos, incluso si son parciales, en sus países o regiones de origen. En mi investigación, por ejemplo, encontré una conexión directa entre los programas de reconstrucción del FMI y del Banco Mundial en los países pobres y el aumento del tráfico de mujeres y niños para la industria del sexo de los países ricos. Las numerosas iniciativas del Banco Mundial para desarrollar enclaves turísticos en países menos desarrollados han sido un factor clave para el desarrollo del turismo sexual. Este ha surgido como una especie de apéndice de esos vastos proyectos de reconstrucción y, a menudo, ha provocado una corriente de mujeres y niños hacia los complejos turísticos, no solo de otros países del hemisferio sur, sino de economías intermedias como Ucrania y Polonia. En pocas palabras, es demasiado fácil decir que existe tráfico porque hay traficantes. El FMI y el Banco Mundial también son responsables de haber contribuido al aumento del tráfico sexual.

También es posible sostener que la presencia de inmigrantes y refugiados apunta a ciertos cambios que se producen en los países de destino, como por ejemplo, en el mercado de trabajo, en la industria del sexo, o en las tentativas de determinados sectores económicos para debilitar a los sindicatos.

 

Tensiones internas en el régimen de los inmigrantes y refugiados

¿Cuál es la relación entre la realidad de la inmigración sobre del terreno y la política de cerrojazo de los estados del hemisferio norte? Desde un punto de vista político y de gobernabilidad, la inmigración siempre ha estado en la intersección de múltiples dinámicas y hoy eso no ha cambiado. Sin embargo, en cada momento y lugar histórico esas dinámicas han tenido sus propias particularidades. Antaño tuvimos al colonialismo como elemento clave de esas dinámicas. Hoy tenemos la mundialización económica y cultural, a la que podemos añadir la declaración de guerra por parte de la mayoría de países del hemisferio norte contra el terrorismo, con los importantes efectos sobre las políticas domésticas derivados de esa decisión.

Las corrientes migratorias están condicionadas por vastas dinámicas político-económicas, como las relaciones con las antiguas colonias y los nuevos puentes económicos mundiales. Los países receptores a menudo han contribuido de forma activa a la aparición de corrientes migratorias en sus antiguas colonias y en las actuales regiones neocolonizadas por sus socios. La pobreza o el desempleo no bastan para explicar esas corrientes migratorias, pero sin duda pueden convertirse en «factores de empuje», y eso es lo que ocurre hoy como consecuencia de las políticas de instituciones mundiales como el FMI o la OMT y la creación de infraestructuras mundiales: el transporte barato para el turismo mundial también lo utilizan los emigrantes.

 

Mundialización económica y cultural

La mundialización económica y cultural ha favorecido la aparición de nuevas corrientes migratorias, al tiempo que ha hecho resurgir otras más antiguas. Pero, aunque cada país es único y cada corriente migratoria es producto de las condiciones específicas del momento y del lugar, hay una serie de pautas comunes.

Podemos destacar, por ejemplo, las condiciones que funcionan como estímulo para la emigración y el tráfico de personas hacia el hemisferio norte de la mano de los programas de reconstrucción del FMI y del Banco Mundial, ya mencionados. Para ilustrarlo, basta tener en cuenta que una de las consecuencias de estos programas ha sido la brusca caída de los ingresos de los gobiernos, empresas y hogares en los países del hemisferio sur, lo que ha puesto de manifiesto la extraordinaria importancia de las remesas de los inmigrantes a sus países. Las remesas mundiales han aumentado un 7% en 2007, alcanzando los 318.000 millones de dólares, de los cuales 240.000 millones fueron a los países en vías de desarrollo. Los principales receptores son México y Filipinas, con 25.000 millones y 17.000 millones respectivamente. Así, mientras en algunos países con ingresos altos representa el 0,2% del PIB, en otros países pobres o con dificultades representa un cuarto del PIB: Tonga (31.1%), Moldavia (27.1%), Lesoto (25.8%), Haití (24.8%), Bosnia y Herzegovina (22.5%). Pero también las remesas cuentan mucho en países con importantes y rentables sectores económicos: así, en México, las remesas son la segunda fuente de divisas, por debajo del petróleo y delante del turismo, y muy por encima de las inversiones extranjeras directas.

¿Pero las remesas ayudan a las familias pobres a dejar atrás un país pobre? Un reciente estudio sobre 74 países con ingresos medios-bajos pone de manifiesto que existe una correlación positiva entre las remesas de los emigrantes y la atenuación de la pobreza. Una de sus conclusiones indica que «un aumento del 10% de las remesas supone un descenso del 1,2% de personas que viven con menos de 1 dólar al día y que se reduce también la intensidad y la dureza de la pobreza.» (Organización internacional para las migraciones, 2006). Parar la inmigración, por consiguiente, significa una gran pérdida para el sustento de numerosos países. Esas remesas no proceden de trabajos que los inmigrantes hayan arrebatado a los trabajadores nativos. Las economías desarrolladas del hemisferio norte están creando una demanda creciente de trabajos poco remunerados, nada atractivos y con escasas posibilidades de promoción, que precisamente son los que se suelen reservar a los inmigrantes.

Se trata de una situación difícil en la que pierden ambos, inmigrantes y trabajadores nativos, y ganan las empresas con ingentes beneficios y algunos hogares que demandan trabajadores para el servicio doméstico con salarios muy bajos.

Crecimiento desigual

Los datos disponibles muestran dos tendencias constantes iniciadas a principio de los 80. Salvo raras excepciones, los países desarrollados de la UE experimentaron un crecimiento desigual tanto en sus ingresos como en su economía general. Por otro lado, también las diferentes categorías profesionales experimentaron crecimientos desiguales. Es interesante señalar que el aumento de las desigualdades salariales es más significativo que los cambios producidos en los hogares, lo que nos demuestra que las bajas retribuciones de los empleos sin cualificación son un factor clave para explicar la pérdida ocasionada en los estratos sociales más bajos, por encima del hecho de que hoy, por lo general, haya disminuido el número de miembros que ganen dinero en un hogar.

Es más, la disparidad de ingresos ha aumentado sin tener en cuenta el nivel inicial de desigualdades de un país. Por eso los países escandinavos han tenido durante mucho tiempo menos desigualdades que el resto de la UE , lo que explica que, aunque también allí aumentaron las desigualdades en los años 80, se notó menos. Los hechos demuestran que el aumento del número de empleos con baja remuneración es en buena parte el resultado de las nuevas políticas del mercado de trabajo, en particular de su desregulación y de la creación de nuevos tipos de empleos precarios. Todas las economías han comenzado a desregular las relaciones laborales, otorgando al mercado mayor libertad y margen de maniobra para determinar la distribución de los ingresos, y todas ellas han experimentado cambios significativos en sus estructuras y características tecnológicas. Los EE.UU. son el ejemplo más claro de lo expuesto, mientras el Reino Unido le va a la zaga, muy por delante del resto de los países de la UE. Ambos países cuentan con un gran número de salarios bajos y trabajos desprotegidos.

Déficit demográfico

Otro aspecto a tener en cuenta se refiere a la previsión de déficit demográfico que existe en buena parte del hemisferio norte, donde diversos países han entrado en una fase de natalidad baja o incluso negativa. Las previsiones demográficas son siempre negativas, pero hoy han empeorado y pronto podremos ver la realidad de ese descenso si, durante las próximas décadas, las tasas de inmigración y fertilidad se mantienen en los niveles actuales. Los investigadores aseguran que el crecimiento natural de la población europea está disminuyendo y que el descenso se agudizará en pocas décadas. En un importante estudio, la Academia de las Ciencias de Austria constató que el crecimiento de la población europea alcanzó un punto crítico en el año 2000, cuando el número de niños se redujo a un nivel que hacía prever que en la próxima generación habrá muchos menos padres que en la actual.

El estudio de la Academia estima que, si se mantiene la tasa de natalidad de 1,5 hijos por mujer hasta 2020, habrá 88 millones de personas menos en 2100, suponiendo que la mortalidad se mantenga y no haya redes migratorias que la compensen, lo que supondría pasar de 375 millones en 2000 a 287 millones. La tendencia no es exclusiva de la UE , que junto con Japón experimenta el mayor descenso. Las tendencias de natalidad, mortalidad y emigración en los Estados Unidos hacen presagiar un descenso de 34 millones a finales de siglo.

Conclusión

Con este telón de fondo, el aumento de las medidas restrictivas para regular la inmigración en el hemisferio norte contiene algunas contradicciones evidentes.

En primer lugar, hemos destruido numerosas economías del sur que ahora se han hecho dependientes de las remesas de los inmigrantes. A su vez, cada vez somos más dependientes de los inmigrantes para cubrir los puestos de trabajo mal pagados en nuestras economías, y para que aumenten nuestras raquíticas tasas de natalidad. Sin embargo, paradójicamente, las políticas que se están llevando a cabo pretenden el rechazo de los inmigrantes, la fuente de ingresos en muchos países del sur y la fuente de población en muchos países del norte.

En segundo lugar, y contradiciendo nuestra larga tradición de derechos civiles, asistimos a un canje de nuestras libertades civiles por el control de los inmigrantes. Los estados del norte nos han demostrado sobradamente su intención de interferir en nuestras libertades civiles para controlar a unos pocos individuos de las poblaciones inmigrantes, los cuales, aunque seguramente algunos serán criminales y peligrosos, en su mayoría son ciudadanos normales y corrientes. A todo ello tenemos que añadir las restricciones derivadas de la llamada «Guerra contra el Terror», con el menoscabo que está suponiendo de los derechos de los ciudadanos y el olvido de los derechos de los inmigrantes. Este desequilibrio parece un precio demasiado alto para una sociedad en la que las libertades civiles son fundamentales, aunque no sean perfectas y les falte camino por recorrer.

Este es el alto precio a pagar por el establecimiento de un marco político que, en última instancia, se ha revelado carente de éxito, insatisfactorio e inviable.

Lo que necesitamos es una gestión razonable y viable de las corrientes migratorias y de los refugiados. En este corto artículo no se puede hacer justicia a semejante cuestión, pero déjenme mencionar dos aspectos que me parecen básicos para encontrar unas vías de solución, uno para los países emisores y otro para los receptores. Considerar a los inmigrantes como elementos externos y ajenos a nuestro mundo no va a ayudar a desarrollar mejores políticas de inmigración. El punto de partida debería ser cómo abordar los perjuicios masivos que hemos causado a los países del sur a través de la incesante actividad de los programas de reconstrucción del FMI y del Banco Mundial. Debemos reconocer de forma crítica que la clave de la gestión de la inmigración no está en armar y blindar las fronteras, lo que hasta ahora ha resultado inútil, sino más bien en ayudar realmente al desarrollo intensivo de las personas.

Resulta más complicado abordar las profundas singularidades encastradas en las economías dependientes de materias primas, como Nigeria y su petróleo, que han alimentado la corrupción gubernamental. Y tenemos que parar la carrera que nuestros gobiernos están llevando al extremo en nuestros propios países con el aumento de los trabajos mal pagados, lo que no implica la mejora de nuestras economías, como puede verse en los EE.UU., donde un tercio de los centros de trabajo no alcanzan los niveles mínimos de calidad. Los beneficiarios son una minoría de empresas y de hogares, y aunque esa minoría ascienda al 20% en muchos de nuestros países, no basta para alimentar la prosperidad de una vasta clase media, como sucedía en la época keynesiana.

*Saskia Sassen es socióloga y profesora de la Universidad de Columbia de Nueva York. Es autora de Contrageografías de la globalización: Género y ciudadanía en los circuitos transfronterizos , La ciudad global y de Una sociología de la globalización
** Traducción de Jose Luís Díez Lerma