El incremento desproporcionado del desempleo combinado con una escasa movilización de la clase trabajadora frente a los recortes que se están aplicando desde el Gobierno, hacen que hoy en día sea habitual escuchar el discurso de que la clase trabajadora ha dejado de constituir el sujeto clave para el cambio social. Sin embargo, precisamente la […]
El incremento desproporcionado del desempleo combinado con una escasa movilización de la clase trabajadora frente a los recortes que se están aplicando desde el Gobierno, hacen que hoy en día sea habitual escuchar el discurso de que la clase trabajadora ha dejado de constituir el sujeto clave para el cambio social. Sin embargo, precisamente la crisis está profundizando las desigualdades sociales de tal forma que se evidencia cada vez más la vigencia de los antagonismos entre las clases sociales, clarificando también cual es el papel de la clase trabajadora en el sistema.
¿Qué es la clase trabajadora?
El escepticismo acerca de la capacidad de los trabajadores y trabajadoras para autoorganizarse y hacer frente a los recortes, suele ir acompañado de definiciones erróneas del concepto mismo de clase trabajadora. A menudo, en los medios de comunicación y en determinados círculos académicos, se conciben las clases sociales como compartimentos estancos relacionados con el nivel de ingresos, las pautas de consumo o los estilos de vida. Así, se defienden argumentos como que al haberse incrementado progresivamente el poder adquisitivo de los trabajadores en los países ricos y como consecuencia, su capacidad de consumo, éstos han dejado de constituir clase trabajadora y de auto percibirse como tal, para convertirse en una clase media y acomodada, que ya no siente la necesidad de luchar para defender sus intereses.
Este tipo de argumentos incurren en un error fundamental: analizan la estructura social de forma aislada y estática, sin vincularla a las relaciones de producción que caracterizan al sistema capitalista en el que vivimos, ni a su evolución histórica. La cuestión no es el tipo de trabajo que desempeñen, los ingresos que perciban, ni la capacidad que las personas tengan para consumir esta o tal cosa, si no el lugar que cada individuo ocupa en el seno del sistema y las relaciones que lo constituyen. Si analizamos la sociedad actual, lo cierto es que la mayor parte de la gente tiene que ir a trabajar cada día para poder sobrevivir y si no puede trabajar, como le sucede actualmente a casi cinco millones de parados y paradas, tarde o temprano se ve con serias dificultades para asegurar su propia subsistencia y la de su familia.
A pesar de haber sufrido numerosos intentos de descrédito y superación, lo cierto es que la teoría marxista sigue siendo la que ofrece la definición más clara y completa de lo que son las clases sociales. Según ésta, lo que define a las clases sociales es la posición que ocupan en las relaciones de producción y su relación con las otras clases. La clase trabajadora se define por la ausencia de propiedad de los medios de producción, hecho que obliga a sus miembros a vender su fuerza de trabajo a la clase capitalista (quien tiene en su poder dichos medios) a cambio de un salario, para poder sobrevivir. Además, en el sistema capitalista las relaciones de producción se basan en la explotación, de forma que el salario que el empresario paga a los trabajadores o trabajadoras está por debajo del valor que éstos producen con su trabajo. La materia prima o la maquinaria por sí misma no permite obtener beneficios y acumular capital, es el trabajo empleado en producirlos lo que le proporciona el valor a los productos y
es de éste del que los empresarios obtienen el beneficio. Por este motivo, la clase trabajadora ocupa un papel central en la producción y la acumulación de capital, base fundamental del sistema capitalista.
La centralidad de la lucha de clases
Hay otro elemento clave que define a las clases sociales y es la relación que éstas guardan entre sí. Entre la clase capitalista y la clase trabajadora existe una relación antagónica en la que de forma inevitable, si una de las dos gana, la otra pierde, lo que hace que sus intereses estén confrontados. Esto es lo que se entiende por «lucha de clases», la cual sigue de plena vigencia hoy en día. Cuando Botín, presidente del BBVA, se autoproclamaba hace unos meses como el gran ganador con la crisis, es porque, de momento, la mayoría de la población que constituimos la clase trabajadora hemos salido perdiendo. Todas las medidas que se han tomado para hacer frente a la crisis: la reforma laboral, la reforma de las pensiones, la «flexibilización» de la negociación colectiva o las rebajas salariales, así como la reducción de gasto público o los procesos de privatización de los servicios públicos, han ido encaminadas a mantener la tasa de beneficios de las grandes empresas y la banca, a costa del empobrecimiento y la precarización de las condiciones de vida de la clase trabajadora.
Sin embargo, como ha sucedido en sucesivas ocasiones en la historia, la correlación de fuerzas puede cambiar en cualquier momento. El capitalismo tiene la desgracia de crear en su seno la única fuerza capaz de destruirle: la clase trabajadora. Al ocupar un lugar central en la producción y combinarse esto con unos intereses de clase compartidos por la mayoría, cuando ésta se organiza y emprende acciones para defender sus derechos de forma coordinada, adquiere un poder de cambiar las cosas que no posee ningún otro grupo o colectivo en la sociedad.
Otras experiencias de lucha impulsadas por los movimientos sociales críticos, como pueden ser los movimientos contra los efectos de la crisis, las luchas estudiantiles, contra el imperialismo o contra el cambio climático, son claves en su función para deslegitimar el neoliberalismo y señalar a los culpables de la crisis. Incluso si se extienden lo suficiente, pueden llegar a generar una auténtica crisis de legitimidad política. Sin embargo, por sí mismos no tienen el poder que tiene la clase trabajadora organizada para hacer frente a los efectos de la crisis. No hay nada que pueda perjudicar más al sistema que paralizar la producción que le proporciona la base sobre la que seguir funcionando. En este sentido, las huelgas y la lucha colectiva de la clase trabajadora siguen siendo el arma más potente con la que contamos para hacer frente a los recortes sociales y de derechos que estamos sufriendo.
Organización de base
Esto lo saben bien los grandes capitalistas y también los sucesivos dirigentes de los gobiernos que, siguiendo el dictado de los que ellos denominan eufemísticamente «los mercados», han venido aplicando medidas que entre otras cosas han servido para minar la conciencia de clase y separar a la clase trabajadora. Aunque ésta siga existiendo, es evidente que su forma y composición, así como sus condiciones laborales, han ido cambiando en función de la evolución del sistema y sus necesidades. La profundización en la precariedad laboral en las últimas décadas ha tenido como consecuencia la diferenciación de múltiples subgrupos en el seno de la clase trabajadora (jóvenes, mujeres, migrantes, etc.), con distintas condiciones laborales. A menudo, esto lleva a los distintos colectivos a concebir que tienen intereses diferentes, concepción que además se apoya en los prejuicios racistas o sexistas, alimentados por los medios de comunicación y los discursos de los políticos.
Estas condiciones imponen nuevos retos para la autoorganización de la clase trabajadora, pero no la imposibilitan. En primer lugar, es vital recuperar la conciencia de clase y para ello, los sindicatos continúan siendo una herramienta fundamental. A pesar de la política pactista que están siguiendo las cúpulas de los sindicatos mayoritarios, organizarse en un sindicato en el centro de trabajo a menudo sigue constituyendo el primer paso para romper los prejuicios, identificar los intereses compartidos y acabar involucrándose en luchas más amplias contra los recortes y por los derechos laborales, como ocurrió en la huelga general del 29-S.
A su vez, no basta con estar afiliado a un sindicato y esperar que desde sus direcciones o federaciones se resuelvan los problemas a los que se enfrentan los y las trabajadoras. Estar organizado sindicalmente solo es el primer paso y la clase trabajadora no puede dejar en manos de los dirigentes sindicales la dirección de la lucha. Solo la lucha desde la base en los centros de trabajo -trabajadores y trabajadoras organizadas en asambleas de base decidiendo colectivamente- será capaz, no solo de presionar a las direcciones sindicales para que se muevan, sino llevar a cabo una lucha que realmente pueda detener los recortes sociales.
Fuente: http://www.enlucha.org/site/?
[VERSIÓ EN CATALÀ: http://www.enlluita.org/site/?