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A los 30 años del fallecimiento de Alfons Costafreda

El poeta de los límites y el filósofo de la modestia.

Fuentes: El Viejo Topo

Joan o Juan Carandell era miembro de la pequeña burguesía reusense. Al estallar la guerra civil se pasó a la «zona nacional» y llegó a Burgos donde conoció a Nicolás Franco, hermano del general golpista y en aquel entonces influyente secretario general de la Junta de Gobierno de los militares sublevados. El hermanísimo Nicolás se […]

Joan o Juan Carandell era miembro de la pequeña burguesía reusense. Al estallar la guerra civil se pasó a la «zona nacional» y llegó a Burgos donde conoció a Nicolás Franco, hermano del general golpista y en aquel entonces influyente secretario general de la Junta de Gobierno de los militares sublevados. El hermanísimo Nicolás se convirtió en protector del economista y financiero de Reus. Con su ayuda, Carandell consiguió sus primeros y nada marginales resultados económicos que incrementó notablemente a su vuelta a Barcelona, acabada la primera fase de la guerra en 19391 .

Años más tarde, Joan Tusquets, un canónigo especialista en la masonería, autor de un exhaustivo estudio en dos volúmenes titulado La Masonería en España, pensó en Carandell para presidir el Instituto de Estudios Hispánicos de Barcelona. No era una mala idea. El financiero era un reusense, amigo de fascistas, rico, culto, bien visto por el Régimen, sin compromiso político directo, que buscaba prestigio social y necesitaba reconocimiento entre la estirada y fabril burguesía catalana de la época, la burguesía del Liceo y del estraperlo. La presidencia del Instituto le podía dotar del pedigrí necesario para moverse entre sus colegas del Polo. Carandell ya no sería un simple parvenu.

El vicepresidente del Instituto fue Joan (juan) Sedó Peris-Mencheta, un hispanista catalán que había reunido, con los beneficios de su industria textil, la biblioteca cervantina más completa e importante del país en aquellos momentos2 , y por la que era conocido internacionalmente, tanto en Barcelona como en Japón. Sedó, sin embargo, fue más bien una figura decorativa. El director del Instituto fue Joan Estelrich, intelectual mallorquín de Felanitx, animador de la colección de clásicos Bernat Metge y, más tarde, delegado de la España franquista en la UNESCO. La secretaria general del Instituto la asumió Ramón Viladàs. Entre los vocales de la Junta figuraban el padre Cunill, Joaquim Forn, Manuel Grimalt y Francesc Farreras. Se organizaron diversos departamentos cuyas secciones fueron asumidas por jóvenes universitarios cuyos nombres empezaban a destacar en revistas del SEU y a figurar también en archivos policiales: Josep Maria Castellet, Jesús Núñez, Esteban Pinilla de las Heras y Manuel Sacristán, entre otros, fueron algunos de estos jóvenes. Carandell impuso, acaso para evitar cualquier radicalismo o para hacer más presentable la institución, catedráticos de la época como José María Castro Calvo o Felipe Mateu y Llopis.

En el Instituto se creó el seminario de poesía Boscán y un premio literario del mismo nombre, en cuyo tribunal figuró, desde sus inicios, Antoni Vilanova. El primer año, el premio fue otorgado a Blas de Otero por Redoble de conciencia; el segundo año fue premiado Victoriano Cremer y, al año siguiente, 1949, fue a Alfonso Costafreda a quien se otorgó el premio Boscán por Nuestra elegía, un poemario de gran magnitud que fue editado por el Seminario del Instituto de Estudios Hispánicos de Barcelona ese mismo año.

Alfonso Costafreda fue uno de los poetas más importantes de su generación. Nació en Tárrega (Lérida) en 1926. Cursó estudios de Derecho en Madrid, donde conoció a Carlos Bousoño, y a través de él a Vicente Aleixandre, a Eugenio de Nora y a Blas de Otero. Por presiones familiares, prosiguió estudios en Barcelona a partir de 1948. Aquí conocerá a Barral, los hermanos Ferrater, Oliart3 , Castellet, Gil de Biedma, Sacristán, los Goytisolo y a otros miembros del grupo. Para ellos, para todos ellos, quizá Costafreda personificara más que nadie la idea nítida de poeta. Oliart lo ha expresado así. «Alfonso vivía para escribir poesía, para ser poeta; todo lo demás… no sólo los ponía en un segundo lugar, sino en otro plano de su vida y de su mundo»4 .

Costafreda comenzó a escribir a principios de los años cuarenta. Su primer poema, «Selva de la vida», fue publicado en la revista Espadaña en 1943. Probablemente, aún hoy, a pesar del excelente documental que Xavier Juncosa5 le ha dedicado y de la reedición de su poesía completa6 , sigue siendo un poeta no conocido suficientemente. En opinión de Pere Rovira, coeditor de su poesía, lo que distingue a Costafreda del resto de poetas del grupo de Barcelona, «es su concepción del deber poético, una casi religiosa entrega a la poesía que, desbordando la escritura, llega a devorar su vida»7 . Si la ironía, señala Rovira, es nuclear en la poesía de José A. Goytisolo o incluso en la de Gil de Biedma, la base de la poesía de Costafreda es su sed de ser y sufrimiento. Gil de Biedma ya señaló en «Después de la muerte de Alfonso Costafreda»8 que el autor de Compañera de hoy había apostado toda su vida a una sola carta: ser poeta. En la misma línea, Vicente Aleixandre, en su prólogo a Suicidios y otras muertes, señalo: «Al verte pensaba en su amor más grande: la poesía. Para eso, también contradictoriamente, había vivido. Toda la vida de poeta, de poeta consunto en su propio fuego, ardido en su lumbre aniquiladora, y unas pocas, intensas palabras salvadas en los primeros años, otras después. Y siempre la razón de su contradicción verdadera. Su silencio abrasador de quien nació para sentir, entre sombras de luz, llameadas, las palabras de su corazón».

Nuestra elegía, su primer libro publicado, es un largo poema dividido en seis cantos, dedicado a Vicente Aleixandre, que, como ha apuntado Carme Riera9 , muestra influencias del mismo Aleixandre y de Rimbaud. Manuel Sacristán escribió una reseña del poemario de Costafreda en el número 2 de la revista Laye10 . Firmaba como M.S.

Consideraba Sacristán Nuestra elegía el libro poético más importante en aquellos años y denunciaba la decepción que debió sufrir Costafreda ante la incomprensión generalizada: «(…) Su exhortación, obediente al llamamiento íntimo, en vez de agitar el limpio y vivo medio que él deseaba, se ha escindido perdidamente en ecos mal recogidos por una crítica de asombrosa incompetencia. La incomprensión y la ignorancia han llegado tan lejos en la crítica de Nuestra Elegía que resulta imprescindible consignarlas… Porque los fenómenos sociales provocados por el poeta son los que, siguiendo el sentido fundamental de Nuestra Elegía, deben ser recogidos los primeros. El selvático y no del todo voluntario entrecruzamiento de motivos teóricos con los hilos intuitivos del poema ha sido la causa de la desorientación crítica».

La dificultad, proseguía Sacristán, no justificaba en todo caso el encasillamiento del poema bajo la rótulo «existencialista». Calificada ideológicamente, la obra de Costafreda debía ser rotulada, en su opinión, como vitalista. «Y no en el sentido obvio y trillado de la

conversación corriente, sino en el más preciso de tecnicismo filosófico. Reúne suficientes motivos del vitalismo estricto para afirmarlo así -desde la originaria exaltación de la vida hasta la enunciación de una muerte franca y aceptada que no «deshonra» en nada al ser vivo.»

En su breve reseña, Sacristán comenta fundamentalmente el contenido del canto III. Si en el canto I la muerte ha tentado al poeta, el canto II ha completado el cuadro con nuevas intuiciones. La vida se acerca en el canto III. «¿Y cómo se acerca, después de tanta blasfemia contra ella? ¿Golpeando furiosa a sus torpes enemigos, con toda la inflexibilidad de un dogma ideológico? ¿Violenta, tempestuosa, despectiva? No; la vida se acerca, a lo largo de su hermosa selva engendrando «ondas de fuego que se esparcen dando su luz protectora a las piedras necesitadas», se acerca con los pájaros, en quienes se apasiona, se adelgaza, se cumple y se canta ella misma en los cielos.»

Prosigue Sacristán señalando que las partes recogidas en su sucinto comentario sirven para apoyar su esperanza de que Costafreda «se hunda más en la vena pura», de la que la mayor parte de Nuestra elegía es sólo un brote, y concluye apuntando: «(…) Hay que decir al poeta que puede seguir hablando. Y no sólo por la satisfacción de haber lanzado el libro de poesías más importante de nuestro momento, sino también y principalmente, porque todos andamos por ahí bastante secos, presintiendo ansiosos, aunque con mayor o menor disimulo (por el absurdo pudor enérgico de los hombres) el venturoso vuelo de la lluvia madrugadora. Y he aquí que, por las escotillas abiertas en la obra muerta de Nuestra elegía adivinamos que el poeta Alfonso Costafreda puede enviarnos desde las nubes -esas nubes que se siguen riendo de Aristófanes- en forma ardiente, pero sencilla, más callada que en este poema el agua pura que nos enamore, para que en nosotros reviva la alegría, huya el duelo y rebrote la simiente interior».

No fue el único momento en que la poesía de Costafreda tuvo su eco en la revista Laye. «Volvió una vez, con ochos hermosos poemas»11 , señaló Gil de Biedma, en años de peregrinaje permanente del autor de Suicidios y otras muertes entre París y Dublín. Estos «Ocho poemas», divididos en dos bloques -«Tierra sin esperanza» y «Tierra sin sentido»-, aparecieron en el número 17 de Laye de enero-febrero de 1952, páginas 37-40. Precisamente, en ese número en el que Costafreda aparece como colaborador y Sacristán como redactor, este último, además de sus reseñas de ensayos de Jaspers y Gaos y del Ser y tiempo de Heidegger, publicó un «Entre Sol y Sol, II» inolvidable dedicado a la primera visita de la escuadra norteamericana al puerto de Barcelona12 .

Algunos de estos ocho poemas fueron incorporados a Compañera de hoy, el segundo poemario de Costafreda, que se publicó en 1966 Jaume Ferran, Pere Rovira y Xavier Juncosa han destacado con énfasis uno los magníficos poemas de este libro: «Los límites»13 .

Pienso en mis límites,

límites que separan

el poema que hago

del que no puedo hacer,

el poema que escribo

del que nunca podré escribir.

Límites también, en consecuencia,

de lo que amo

y de lo que nunca podré amar.

 

Límites de lo que quisiera decir

o ver o tener.

Palabras que daría

para descubrir, palabras para ayudar.

Límites del amor, palabras

insuficientemente valiosas,

en un desierto inacabable.

Así, pues, diecisiete años desde la aparición de Nuestra elegía, en 1949, hasta Compañera de hoy, en 1966. Entre ambos, los «Ocho poemas» de Laye y su traducción, que contó con el apoyo de Aleixandre14 , de las Elegies de Bierville de Carles Riba15 en 1953. Las Elegías fueron publicada en la colección Adonais de Rialp que dirigía José Luis Cano. Sacristán conservó en su biblioteca un ejemplar de esta edición, con dedicatoria del propio poeta: «A Manolo Sacristán, gran amigo, compañero de generación -de naufragio. «Elegido» -uno entre pocos- desde una necesaria esperanza (Alfonso Costafreda, Madrid 16 de junio 53″)16 .

Laye terminó su andadura en 1954. Juan Aparicio, en opinión de Pinilla de las Heras17 , tuvo relación directa con la desaparición -«asesinada» es la expresión de Pinilla- de la revista Poco después concluyó otra aventura intelectual del grupo, la de los seminarios que habían creado en el Instituto de cultura hispánica. El de poesía lo dirigían Carlos Barral y Alfonso Costafreda; el cine-club, García Seguí; el de teatro, que fue dirigido en primer lugar por Sitjá Príncipe y Antonio de Senillosa, y más tarde por Sacristán, acabó su aventura cuando organizaron en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona una lectura de la obra de Alejandro Casona, Los árboles mueren de pie. La prensa falangista y la clerical se lanzó sobre ellos sin ninguna piedad.

En aquellos años, mediados de los cincuenta, los caminos de Sacristán y Costafreda se separan. El primero partió para Westfalia, a la Universidad de Münster, donde estudió lógica y filosofía de la ciencia hasta 1956, en un Instituto de Lógica Matemática que había organizado y dirigido Heinrich Scholz18 , uno de los maestros más respetados por Sacristán. Costafreda aprobó en 1955 una oposición a funcionario internacional de la Organización Mundial de la Salud. Se casó en Londres con Maj-Britt y se instaló en Ginebra, donde residirá prácticamente hasta su muerte. Según Jordi Jové y Pere Rovira, antes de partir, Costafreda confesó a Jose Luis Cano19 que no pensaba volver a España mientras durara la dictadura franquista. Participó, eso sí, en actos de la resistencia antifranquista. En febrero de 195920 , estuvo con Blas de Otero, Gil de Biedma, José A. Valente, J. Goytisolo, Caballero Bonald, Semprún, F. Vicens y algunos otros en el homenaje a Antonio Machado en Collioure.

En actitud coincidente, Sacristán renunció a un puesto de profesor ayudante que se le ofreció en el Instituto de Lógica Matemática de Münster para volver a España e incorporarse al combate antifranquista desde y en la organización del PSUC-PCE. Probablemente no volvieron a verse nunca, pero Sacristán en dos ocasiones se refirió, directa o indirectamente, a la obra de Costafreda. Cuando en 1968 tradujo Palabra y objeto de W. v. O. Quine21 , eligió para ilustrar el apartado 28 -«Algunas ambigüedades de la sintaxis»- del texto del autor de Desde un punto lógico, unos versos de Costafreda:

Lluvia de la mañana ya presiente

la tierra gris tu venturoso vuelo

y en espera de ti se ofrece al cielo

delicado rosal rosa impaciente

con la siguiente nota a pie de página: «Sin puntuación en el texto del poeta A. Costafreda».

Años más tarde, ya fallecido Costafreda, Sacristán impartió una conferencia el 17 de mayo de 1979 en la facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona con el titulo. «Reflexión sobre una política socialista de la ciencia»22 . En la primera intervención del coloquio, un asistente le preguntó si el planteamiento de filosofía de la ciencia, con su prolongación de política de la ciencia, que había defendido en su intervención no requería recuperar la vieja tradición de la teodicea, sustituyendo las tendencias escatológicas, milenaristas, del pensamiento de izquierda revolucionaria por una reasimilación del problema del mal, de la justificación de la divinidad. En definitiva, el problema que tradicionalmente habían tratado autores como Leibniz o Voltaire.

En su respuesta, después de aclarar didácticamente para un público mayoritario de no filósofos, que los dos términos usados provenían de la tradición religiosa y teológica, y que «escatología» se refería a lo que viene al final, a las ultimidades, lo mismo que «milenarismo», aunque éste tuviera un origen histórico no teológico, Sacristán señaló que a veces se reprochaba al pensamiento revolucionario de izquierda el ser escatológico, el creer que una vez hecha la revolución ya se acababan todos los problemas. Y proseguía señalado que, contra esa concepción, «por cierto, en la tradición de izquierda siempre hubo gente que supo

decir las cosas bien. Ahora en esta época es muy bueno citar repetidamente a uno de los poetas comunistas menos leídos y mejores de la primera mitad del siglo, Guillevic, del que no sé qué se puede leer por aquí. Tenemos un gran experto en poesía en la sala23 . Si él quiere informar, luego nos lo puede decir. Guillevic tiene unos versos muy bonitos que dicen:

Nous n´avons jamais dit

Que vivre c´est facile

Et que c´est simple de s´aimer…

Ce sera tellement autre chose

Alors. Nous espérons24

Curiosamente, el poema de Guillevic -«Gagner»- que Sacristán citó de forma improvisada, a raíz de la pregunta del asistente sobre la escatología de la izquierda marxista, es el mismo poema que Costafreda eligió para abrir Nuestra elegía. Tal vez no sea una simple coincidencia. Hay más de un hilo relacional entre el poeta de «Los Límites» y el filósofo que, como buen engelsiano, consideraba la modestia como una de las principales virtudes del intelectual y que en una entrevista de 1979 con Jordi Guiu y Antoni Munné para El viejo topo25 , que no llegó a publicarse en su momento, señalaba: » (…) El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse. Es un tipo que no se ha enterado de que uno muere e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar, esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante. En cambio, en la cultura obrera está la modestia porque está el reconocimiento de la muerte. Cada generación muere y luego sigue otra. Y los héroes son, en general, héroes anónimos, mientras que los héroes intelectuales tienen dieciocho apellidos, cuarenta antepasados, influencias de escuela y todas estas leches de los intelectuales tradicionales».

Nota: Este artículo fue publicado en El Viejo Topo, diciembre de 2004.

1 Francesc Farreras, Gosar no mentir. Memòries (Atreverse a no mentir. Memorias). Barcelona, Edicions 62, 1994, prólogo de Josep Mª Castellet, pp. 77-87.

2 Esteban Pinilla de las Heras, En menos de libertad. Dimensiones políticas del grupo Laye en Barcelona y en España. Barcelona, Anthropos 1989, pp. 121-128.

3 Cuenta Oliart en sus memorias (Contra el olvido. Barcelona, Tusquets 1998, p. 261) su primer encuentro con Costafreda en los términos siguientes: «Sobre todo recuerdo la mañana en la que Alfonso Costafreda apareció en el patio de Derecho portando bajo el brazo El rayo que no cesa, de Miguel Hernández. El libro, de una editorial argentina, estaba prohibido en aquella España que había dejado morir enfermo a Miguel Hernández en la cárcel…».

4 Ibídem, p. 262.

5 Xavier Juncosa es un excelente y generoso documentalista catalán que está preparando actualmente un conjunto (finito) de documentales sobre la vida y obra de Manuel Sacristán con el título «Integral Sacristán». En total, unas 12 horas de filmación seleccionada entre unos cien entrevistados.

6 Alfonso Costafreda, Poesía completa. Barcelona, Tusquets 2004, 2ª edición. Edición de Jordi Jové y Pere Rovira.

7 Ibídem, p. 9.

8 Jaime Gil de Biedma, El pie de la letra. Ensayos 1955-1979. Barcelona, Crítica 1980, pp. 237-239.

9 Carme Riera, La escuela de Barcelona. Barcelona, Anagrama 1988, p. 55.

10 «Alfonso Costafreda, Nuestra Elegía, Barcelona 1949″, Laye, nº 2, p. 11, abril de 1950. La mayor parte de los ensayos de crítica literaria de Sacristán están recogidos en Lecturas. Panfletos y materiales IV. Icaria, Barcelona 1985. Materiales preparatorios de algunos de estos trabajos pueden consultarse en Reserva de la Universidad de Barcelona, Fondo Sacristán .

11 Jaime Gil de Biedma, El pie de la letra, op. cit, p.238.

12 Puede verse actualmente en Manuel Sacristán, Intervenciones políticas. Panfletos y materiales III. Barcelona, Icaria 1985, pp. 22-25. La sección de Sacristán se abría con un excelente y significativo filosofema: «Hasta en el sueño son los hombres obreros de lo que ocurre en el mundo».

13 Alfonso Costafreda, Poesía completa, op. cit, p. 103.

14 Jordi Gracia, La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España. Barcelona, Anagrana 2004, pp. 311-313.

15 Carlos Riba, Elegías de Bierville. Madrid, Ediciones Rialp 1953. Versión y prólogo de Alfonso Costafreda.

16 Albert Domingo Curto ha tenido la gentileza, habitual en él, de informarme y ayudarme en este punto.

17 Juan F. Marsal, Pensar bajo el franquismo. Intelectuales y política en la generación de los años cincuenta. Barcelona, Península 1979, pp. 229-252.

18 Scholz falleció en enero de 1957, poco después de la vuelta a España de Sacristán. La nota necrológica, el estudio que le dedicó, sigue siendo de obligada lectura: «Lógica formal y filosofía en la obra de Heinrich Scholz». En: Papeles de filosofía. Barcelona, Icaria 1984, pp. 56-89.

19 Alfonso Costafreda, Poesía completa, op. cit, p. 357 (cronología).

20 Miguel Dalmau, Los Goytisolo. Barcelona, Anagrama 1999, p. 344-345.

21 La traducción de Sacristán ha sido recientemente reeditada por Herder en 2001.

22 Existe una excelente trascripción de esta conferencia, realizada por Pere de la Fuente, publicada en realitat nº 24, 1991, pp. 5-13, cuando Joaquín Miras dirigía con su buen hacer la citada revista. El Viejo Topo ha a nunciado la publicación de Manuel Sacristán: Escritos de política y sociología de la ciencia, con prólogo de Guillermo Lusa y epílogo de Joan Benach y Carles Muntaner, donde se incorpora el texto central de Sacristán, así como el interesante coloquio final.

23 Sacristán se refería a José Mª Valverde, presente en la sala.

24 El mismo Sacristán tradujo así: «No hemos dicho nunca / que vivir sea fácil / ni que sea sencillo amarse / Pero será todo muy distinto /Por lo tanto, esperamos.

25 Ahora en: De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón. Madrid, Los Libros de la Catarata 2004; edición de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal, pp. 91-114.