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El porvenir de la cultura -y la cultura del porvenir-

Fuentes: Rebelión

Hay eufemismos muy sutiles en la forma y carentes de fondo. Eufemismos evasivos. Abundan mucho en los protocolos diplomáticos y en el tablero de ajedrez de la realpolitk. Pero hay, también, eufemismos que combinan la sutileza formal y la brutalidad de fondo de un modo que llega incluso a maravillar. Sin lenguaje evasivo y a […]

Hay eufemismos muy sutiles en la forma y carentes de fondo. Eufemismos evasivos. Abundan mucho en los protocolos diplomáticos y en el tablero de ajedrez de la realpolitk. Pero hay, también, eufemismos que combinan la sutileza formal y la brutalidad de fondo de un modo que llega incluso a maravillar. Sin lenguaje evasivo y a cara descubierta. Me gustan este tipo de eufemismos, los segundos, y no porque tenga una sádica delectación por la barbarie, no, sino porque me desvelan claramente con qué clase de personas tengo que tratar y cuales son sus intenciones, por muy vomitivas que sean.

John Brennan, el nuevo boss de la CIA, no se anda con chiquitas y enseña diáfanamente sus cartas. El 7 de Febrero lo dejó bien claro en una tensísima sesión en el senado estadounidense. El uso de drones – aviones sin tripulación – para matar selectivamente a miembros de Al Qaeda tiene toda su legitimidad. Así de seco y rotundo lo dijo, con un estoicismo que pone los pelos de punta por su escalofríante frialdad, después de añadir, además, que convendría rechazar la necesidad de cualquier clase de legislación específica para este tipo de aventuras de cowboy con paranoia supremacista a la que tan acostumbrados nos tiene nuestra entrañable agencia de genocidio e inseguridad planetaria.

De seguir en su línea, muchos serán, en el futuro, los libros que hablarán de la CIA como el matadero humano con más eficiencia tecnológica y capacidad de organización de la historia de occidente. Esta perla de John Brennan, sin embargo, no llega ni a la suela de los zapatos a la justificación que ofreció por escrito a los senadores antes de someterse al turno -prefabricado- de preguntas y respuestas en directo que decidirán su confirmación como futuro director de la CIA, a saber: que los susodichos drones deberán usarse de forma cuidadosa y responsable, y que el gobierno utiliza ya esa tecnología de acuerdo con rigurosos procesos de control.

Lo más vomitivo de las perlas verbales de Brennan no es su forma, tampoco su contenido. Lo más triste es que no tienen oposición ni alternativa, pues la mayor parte de los senadores demócratas y republicanos que sientan su culo en ese lugar asisten al show con silencio cómplice.

Hace unas semanas, Tzvetan Todorov, en un artículo titulado «¿Neoconservadurismo a la francesa?», publicado en el diario El País, definía el neoconservadurismo como una doctrina geopolítica fabricada a posteriori y como consecuencia de los atentados -¿auto-inducidos?- del 11-S en las Torres Gemelas. Su núcleo duro, tan diáfano como pragmático y, al mismo tiempo, tan mesiánico y maniqueo, viene a decir lo siguiente: Hay que (obligación) «intervenir» (acción) en «otros países» (exterior) para «erradicar el mal» (purificar) que impera en ellos e imponer (violencia) el «bien».

No hace falta mucho malabarismo hermenéutico para concluir que de lo que se trata es de defender una pauta de conducta en política exterior basada en la obligación de una acción extra-muros del propio estado con la intención de purificar a los otros de un mal que amenaza, no sólo al resto del planeta, sino también a los ciudadanos vinculados a un estado protector que suspende los derechos civiles con la excusa de fortalecer la national security.

La definición de Todorov da en el clavo, y además, añade :

  • «El neoconservadurismo es moralismo e idealismo, y es diferente de las doctrinas geopolíticas como el realismo, según la que la política exterior de un país dicta sus intereses, sin que preocupe en absoluto el destino de otros pueblos»

Más adelante, recalca :

  • «En este aspecto, está emparentado con otras formas de mesianismo como el colonialismo, que se justifica en la superioridad de la civilización occidental, y el comunismo, que pretende garantizar a los pueblos que lo adoptan un porvenir radiante»

Efectivamente, ninguna estructura de dominación colonial, sea cual sea su especificidad histórica, política y económica, puede justificarse sin la imposición de altas dosis de moralismo e idealismo despegado de la realidad, tanto durante el mismo proceso de cristalización del sistema colonial/neocolonial como en su posterior justificación, cuando se trata de insinuar, no pocas veces, que es de sentido común aceptar las consecuencias positivas -sic- de un proceso colonial. De este idealismo moralista del que habla Todorov a decretar la ley del silencio sobre un pasado de imposiciones y violencias sistémicas de todo tipo, sólo hay un paso, y me temo que tanto la cara oculta de esa ideología llamada comunismo – en su práxis política – como la cara oculta de esa otra ideología llamada liberalismo -en su práxis económica- hace ya tiempo que ha salido del armario a enseñar todas sus vergüenzas. Algo tendrán que decir, entonces, ante el confesionario laico de incompetencias, barbaridades, soberbias y crimes cometidos contra la humanidad.

Mientras John Brennan vomita su basura verbal jurando su cargo de director de la CIA ante Dios y la constitución Norteamericana, mientras Antonio Muñoz Molina recoge el premio Jerusalem de las manos teñidas de sangre de Simon Peres… y mientras Benedicto 16 anuncia su reciente dimisión como representante de Dios en la tierra, en Europa pierden el tiempo, tragicómico contrapunto, buscando héroes: escritores, científicos, grupos mediáticos y editoriales, obsesionados con re-re-construir nuevamente una idea de Europa como remedio al colosal aborto político-institucional, monetarista y militarizado en el que ha devenido desde el Tratado de Maastricht, se han reunido recientemente, el 28 de Enero, en París, con la intención de presentar un Manifiesto por la unión Europea: Umberto Eco, Julia Kristeva, Bernard Levy, Peter Schneider, Antonio Lobo Antunes, Claudio Magris, Salman Rushdie, Fernando Savater, Vargas Llosa.. entre otros, compartieron la conclusión de que Lady Europa está llena de peligros y amenazas.

Hasta aquí, nada sospechoso, a no ser el hecho de que no se mencione en absoluto el crecimiento progresivo de movimientos sociales y políticos de extrema derecha con cada vez más implantación e influencia en los parlamentos Europeos, y a no ser el hecho de comprobar, día tras día, que parecen no importar las múltiples razones, motivos y circunstancias del euro-escepticismo: la simple intención de mostrarse euro-escéptico con el elitista, xenófobo y desfragmentado modelo social, político y económico de la UE se convierte en razón suficiente para ser estigmatizado a priori y sin posibilidad de debate, de modo que exabruptos igual de populistas que los exabruptos verbales que los mass-media Europeos desprecian en boca de cualquier presidente Latinoamericano que verbalice su intención de oponerse frontalmente al modelo neoliberal de desarrollo –¡Patria o muerte!- son cómicamente sustituídos por exabruptos idénticos dentro de la UE, a saber: Europa o caos y Unión política o muerte. Éstas son, en concreto, las dos máximas repetidas en París por nuestros euro-intelectuales, que hacen de su amor filiativo y carnal a Europa una especie de nacionalismo pan-europeo nostálgico y evasivo que imita todos los fundamentos éticos, estéticos y epistemológicos sobre los que se edifica el nacionalismo cultural: la mentira.

Este conservador y reaccionario pan-eurocentrismo que, de algún modo, ya intuía/intuíamos germinar hace unos años, y sobre el que traté/tratamos de alertar en Rebelion.org, no debería extrañarnos que funcione como el cemento cultural de no pocos escritores, artistas y científicos obsesionados con buscar una narrativa fundacional afín a la Europa-fortaleza que habitamos a día de hoy.

Desde siempre, el vínculo más o menos intenso entre estética, conocimiento y poder es un hecho histórico, y caminar desde esta intuición es, a mi modo de ver, el mejor punto de partida para una crítica literaria, política y cultural digna de tal nombre para este siglo 21. Vínculo al que, además, habría que añadirle la profunda importancia que adquiere el discurso periodístico para la de-formación de la opinión pública y la imposición sutil de las modas culturales de época. Y, para muestra, un botón: por allí estaba, en París, compartiendo té y pastas con nuestros euro-intelectuales -¡oh, azarosa sorpresa!-, Don José Luís Cebrián, a quien no se le ha arrugado nada el entrecejo al pedir un pacto inmediato por el empleo después de haber ejecutado un ERE automática y masivo en El País y cargarse el suplemento cultural de Galicia que nos traía aire fresco desde la capital.

Y ya que los exabruptos y los eufemismos causan silencio y murmullos, si salen de la boca de un cowboy bárbaro y soberbio como John Brennan, más silencio aún cuando salen de un asesino como Simon Peres, y más y más silencio cuando salen del interesado silencio de un escritor como Muñoz Molina -yo pensaba, ingenuo de mí, que las conciencias se cotizaban a mayor precio que el de 10.000 dolares en el mercado-, quisiera contribuir con estas consideraciones de plebeyo republicano: La Europa realmente existente es un infierno para la búsqueda de la felicidad colectiva, y la Europa ideal que imaginan buena parte de sus grandes escribas e intelectuales hace ya mucho tiempo que ha dejado de importarle a los sueños de la mayor parte de la sociedad civil europea. El divorcio entre el mainstream literario y cultural Europeo y la vida cotidiana es tan profundo que gestos tan honorables como el de John Berger, negándose a recoger un premio literario por la noble obligación de tener que ir a recoger patatas, pasan tristemente desaercibidos.

Si pudiese ser actor en este teatro, diría que mi Europa Ideal sería aquella en la que no haya que pedir permiso a nadie para trabajar, comer, pensar y crear. O sea: vivir. Y diría, también, que sería deseable que nuestros euro-intelectuales aprendan, en lo sucesivo, y a partir de ya, a mirar más allá de su euro-ombligo, porque mientras se obsesionan con reconstruir existencial y políticamente, a golpe de arquitectura mental cartesiana, las vísceras de la podrida Europa neoliberal, ésta se desfragmenta y se cierra en sí misma a una velocidad y con un descaro indignante.

No hace falta educar a las nuevas generaciones, ni en el conocimiento de héroes nacionales como Garibaldi o Juana de Arco, como se ha venido haciendo tradicionalmente en las escuelas de Europa, y que Umberto Eco criticó acertadamente, ni en el conocimiento de héroes realmente europeos -sic- como Lord Byron, que se fue a luchar a Grecia por los griegos -Eco dixit-, como insinuó la propuesta pedagógica y cultural que ofreció a posteriori el mismo Umberto Eco. Europa no necesita héroes ni mitos en sus cimientos culturales para convencer de la necesidad global de una pedagogía laica que promocione valores de paz, justicia y libertad civil. No necesita héroes ni mitos en sus cimientos para convencer de la necesidad global de un republicanismo federal y solidario y de una pedagogía intercultural. Deberían pasar ya los tiempos en los que se buscaba en la kultur lo que no se encontraba más allá del mundo secular, a saber: un mero consuelo existencial para aliviar interiormente el desasosiego que causaba -y sigue causando- la contemplación de la violencia que germina de las entrañas mismas de la miseria económica.

Los fundamentos éticos y epistémicos que cohesionan moralmente a una comunidad, real o imaginada, y viceversa, son, a mi modo de ver, un punto de partida irrenunciable para convivir en su seno. ¿Ofrecieron algo parecido a esto nuestros bienqueridos euro-provincianos? No. Absolutely not. Ni siquiera se molestaron en insinuarlo, pues no es la teta que da dinero en el mercado en estos momentos, ni tampoco el cordero que expulsa milagrosas monedas de oro por el trasero.

No deberían, pues, resultar apocalípticas las palabras de Rafael Argullol, sino realistas y sensatas, y me refiero a su reciente artículo, publicado en El País el 3 de Febrero y titulado Europa relega su cultura. Un artículo que, por cierto, lleno de nostalgia cultural y lugares comunes sobre lo que es o debería ser eso llamado la -sic- cultura Europea -como si tal cosa existiese como un todo armónico y coherente sin contrapuntos ni oposiciones-; un artículo que incluso llega a sentir nostalgia por su presencia en la vida pública, lo cual no es sino síntoma de la vieja obsesión del intelectual que no puede resistirse a que su caudaloso acervo de capital cultural acumulado sirva de orientación política a la Polis.

Lo cierto es que, seamos sinceros, nada, absolutamente nada ni nadie garantiza que la fusión de la cultura y el poder político, como si fuesen un solo cuerpo, y por sí misma, garantice una buena orientación de este último para evitar recaer en nuevos episodios de barbarie.

A pesar de todo, inmersos como estamos en este malestar cultural permanente de cromatismo múltiple, en el que la cultura está adquiriendo un aura de religiosa y salvífica solemnidad para solucionar todos los males del mundo de un plumazo, sería conveniente reflexionar sobre estas palabras de Argullol, pues revelan, yo creo, un síntoma de la ambivalente condición a la que el gran mercado está relegando a la cultura:

  • «Lo que hasta hace relativamente poco se consideraba en Europa cultura se ha transformado en Arqueología, con el riesgo de que la propia Europa se convierta en una pieza arqueológica que, en un futuro no muy distante, se expondrá a la mirada de los poderosos»

Así pues, entre la concepción netamente arqueológica y museística de la cultura y la concepción instrumental, complaciente y servil con las mentiras, tratos y tretas de la realpolitik, es evidente que tenemos un espacio social y mental desde el que huir, tanto de la nostalgia arqueológica como del servilismo político, y ese espacio no puede ser otro que el de la imaginación ética y estética sin concesiones a ningún conformismo cínico.

No necesitamos futuros ideales ni pasados miltonianos. Habitar el malestar cultural de una sociedad que tendrá que aprender a morir para vivir de nuevo y re-significar la humanidad y la phronesis -prudencia -, es requisito fundamental para curar la herida mirándola frente a frente, pero no ignorándola.

Si la buena medicina y los buenos médicos curan los cuerpos, pienso que no es difícil intuir cuales son los horizontes que debería marcarse la creación cultural, venga del lugar, clase, género o ideología que venga.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.