Mario Hernández (compilador)
El posfascismo
Buenos Aires. Metrópolis, 2023.
242 páginas.
Tanto en Europa como en EE.UU y América Latina avanza hoy una onda en crecimiento de fuerzas políticas de extrema derecha. Bajo diferentes formas y con revestimientos ideológicos parcialmente diferentes retoman una práctica política que no tomaba parecida intensidad desde el final de la segunda guerra mundial.
Algunas de esas fuerzas ya han llegado al gobierno de sus países, como ocurrió en Brasil en 2018. Bajo la cobertura de un partido de larga tradición, puede inscribirse en el mismo espacio la presidencia de Donald Trump entre 2016 y 2020. El paso más reciente ha sido el acceso al cargo de primera ministra en Italia de Giorgia Meloni. Con el aditamento llamativo de que esa dirigente procede de modo directo del partido heredero del fascismo de Benito Mussolini.
En otros muchos casos no han llegado al gobierno aún. Sí se han constituido en fuerzas gravitantes a escala nacional. Para dar sólo dos ejemplos: El partido republicano de Chile, que con la candidatura de José Antonio Kast ocupó el segundo puesto en los últimos comicios presidenciales del país trasandino. Y Vox, en España, la fuerza que en poco tiempo alcanzó una vasta representación parlamentaria y hasta presenta ciertos pujos de liderazgo sobre otras corrientes extremistas en países de habla española.
Como ocurrió con las derechas nazis y fascistas que tuvieron su auge en la primera mitad del siglo XX, el desarrollo de los extremismos actuales no debe escindirse de las crisis del capitalismo como tal.
La gran crisis de 2008 y la “solución” concentradora y excluyente que le dio el poder del gran capital a escala mundial ha tenido todo que ver en la generación o profundización de privaciones frustraciones, incertidumbres, miedos, que han dado lugar a liderazgos demagógicos que proponen algo así como arrasar con todo para arribar a un nuevo comienzo.
Lo que significa, aunque no sean explícitos al respecto, conferir a los grandes capitalistas el mayor control posible de toda la vida social. Y atacar de frente las condiciones de vida y de trabajo de la amplia mayoría de la población, en particular trabajadores y pobres.
Los porqués de un libro.
Esta compilación está dedicada al tratamiento de esos fenómenos. Con una rigurosidad y alcance que sobrepasa el foco de la coyuntura inmediata. Y bajo el signo de la indudable inquietud que produce semejante ascenso de fuerzas que muchxs partidarios de la democracia liberal consideraban relegadas a un pasado sin regreso posible.
En la presente compilación se incluyen un conjunto de trabajos heterogéneos, respecto a sus orígenes nacionales y a las disciplinas que cultivan sus autores. El rasgo común entre ellos es la actitud reflexiva, el propósito de indagar en la configuración y acciones de las extremas derechas actuales, sin caer en simplificaciones o generalizaciones excesivas. El conjunto de la selección apunta hacia el sombrío panorama de las fuerzas reaccionarias en crecimiento
Un consenso que recorre varios artículos es el contexto económico social que prohíja el crecimiento de las derechas. Nos referimos a un capitalismo que en las últimas décadas siembra ganancias empresarias de volúmenes inéditos junto con desempleo, precarización, destrucción del medio ambiente, arrasamiento de formas de vida tradicionales, ruina económica y social de amplias zonas. Un hito que se marca es el de la mencionada crisis de 2008, con su “salida” que preservó a los grandes actores financieros mientras dejaba a los deudores “de a pie” a la intemperie.
En uno de los escritos que integran este volumen, de Alejandro Pérez Polo, se lee:
La crisis orgánica del capital dejó abonado el terreno para la irrupción de la ultraderecha, que explotará al máximo todas las derivadas del derrumbe ideológico del edificio neoliberal.
Hoy los políticos del sistema y la “corriente principal” de las ciencias sociales asisten sin dar respuestas efectivas al estrechamiento y el desprestigio del componente de legitimación en la “soberanía popular” de las declinantes democracias “realmente existentes”.
Desde una perspectiva crítica, sustentada en la tradición de izquierda, los autores que aportan a este libro bucean en respuestas más eficaces. Para ello no confían en la “autorreforma” del sistema capitalista y la menguante institucionalidad política que lo acompaña. Más todavía, tienden a coincidir en que si se acepta que la “economía de mercado” es el contexto inamovible de nuestra época, las posibilidades de triunfo de las extremas derechas se agigantan. Y con ellas afianzamiento desde los aparatos estatales del empeoramiento del modo de vida, las condiciones de trabajo e incluso la subsistencia de una mayoría de la población.
Como escribe Eduardo Lucita en su artículo:
Estas ultraderechas son la contrapartida de la decadencia social impuesta por décadas de neoliberalismo -concentración de la riqueza, expansión de la pobreza, ausencia de futuro-, (…) que han impuesto en el mundo la idea de que no hay salida
Para apreciar el fenómeno de las extremas derechas de advenimiento reciente, hay que poner en juego otro factor insoslayable: La crisis de la democracia y el divorcio de los políticos frente al “hombre común”. Ya casi nadie cree que es el pueblo quien gobierna. Y se percibe a quienes ocupan los altos cargos, ya sean electivos o de la administración estatal, como un estrato tan minoritario como privilegiado. Que ve en su primacía una ocasión para llenarse de dinero a costa de quienes pagan los impuestos. Y carente de todo tapujo moral, por lo que usufructúa todos los mecanismos de corrupción a los que su elevada posición les permite tener acceso.
En una mirada tan sesgada como interesada, las responsabilidades de los grandes conglomerados económicos son silenciadas. Y el peso de la culpa recae sobre la dirigencia política. La que sin duda es partícipe del “festín” del gran capital, pero usufructuaria sólo de una parte menor de sus beneficios.
La creciente gravitación y extensión a nuevos ámbitos sociales y geográficos de renovadas corrientes de extrema derecha es una de las cuestiones políticas, sociales y culturales que más atención ha suscitado en tiempos recientes. Al compás de los últimos momentos críticos del capitalismo, el lugar de la democracia liberal presentada como el horizonte excluyente de la época posterior a la disolución de la URSS se ve puesto en duda y a su vez en crisis.
Los términos se invierten e incluso gobiernos de las democracias liberales de creciente sometimiento al gran capital local e internacional son tildados, contra toda evidencia, como “socialistas”. En esa lógica no estaríamos sufriendo las consecuencias de una ofensiva del gran capital aupada en las políticas neoliberales, sino de un “socialismo” que aprisiona la libre iniciativa y el pleno ejercicio de la propiedad privada.
Fascismos de ayer, extremas derechas de hoy.
Percibimos cierta esterilidad en el debate terminológico, en torno a cómo denominar a las fuerzas políticas que nos ocupan.
Muchas veces la discusión se ha expresado en la utilización de diversos prefijos antes del término “fascismo”. Así se habla de “neo”, de “filo”, de “semi”, de “pos”.
Otros eluden la referencia al fascismo y se inclinan por hablar de modo más genérico de “extremas derechas”. Una ventaja significativa de la segunda modalidad (algunxs añaden “2.0” para indicar su nuevo cuño) es que despeja algunas confusiones.
Los fascismos tradicionales apelaban a revestirse de una apariencia “proletaria” e incluso “socialista”, desarrollaban un enfrentamiento retórico con el capitalismo y se definieron más temprano que tarde por un “Estado” fuerte. Enfrentaban a un movimiento obrero poderoso y a partidos de izquierda con base de masas y “competían” con ellos sirviéndose de disfraces “izquierdizantes”.
Al menos una parte gravitante de las ultraderechas actuales carecen por completo de esa impronta “antiburguesa”. Podría colegirse que no lo necesitan, al no enfrentar situaciones revolucionarias sino un paisaje sociopolítico a menudo turbulento pero del que no emanan cuestionamientos masivos al orden del capital.
Por el contrario, hacen el desembozado panegírico del sistema capitalista. Y defienden la tesis de que aquello que no funciona en el capitalismo es porque no hay suficiente “libertad de mercado”. Y que eso restringe el libre desenvolvimiento de las capacidades y astucia de los individuos que compiten en su seno.
Existen en cambio significativas similitudes entre la nueva extrema derecha y el fascismo de la primera mitad del siglo XX, en términos de regresión política y cultural, que en última instancia articula con los intereses del gran capital.
Lo que no debe obturar las diferencias. Giorgia Meloni, flamante premier italiana, invoca la trilogía de valores conservadores “Dios, patria, familia”, agregándole como cuarto y central elemento la protección del mundo de los negocios, como expone en su artículo Franco Turigliatto. Y allí tenemos un elemento fundamental, en el que el “posfascismo” la “extrema derecha 2.0” o como la querramos llamar, diverge del original fascista.
Valores esencialistas y de raigambre conservadora sí. Pero nada de “estatismo”, ninguna política que perjudique el “buen clima de negocios” o que vaya en sentido distinto al de la mercantilización de toda la vida social. La economía planificada, uno de los axiomas de los fascismos originarios, se convierte en anatema.
El nacionalismo exacerbado era otro rasgo característico de los fascismos iniciales. La perspectiva de clase constituía un atentado contra la unidad nacional, que debía permanecer incuestionada y ponerse en práctica mediante la “colaboración” de todas las clases. Opuesto al “internacionalismo marxista”; el nacionalismo de gran potencia, expansionista y militarista, de las corrientes fascistas.
El nacionalismo está asimismo presente en los movimientos actuales, pero muestra diversas intensidades y centralidad. Incluso en algunos casos no parece ocupar ningún lugar relevante.
Asimismo aparece entre los viejos fascismos y también en las nuevas ultraderechas una fuerte y explícita apelación a la violencia material, ya sea en acto o como amenaza. Utilizar balas de plomo contra los disconformes y marginados forma parte del “recetario” de los actuales apóstoles de la “seguridad” a cualquier precio.
Ambos comparten asimismo una carga de irracionalidad que combina una pretensión modernizante con la invocación al retorno de valores tradicionales. Intermediados por un combate en el terreno político-cultural contra toda clase de expresiones progresivas, que se asienta en el temor ante innovaciones que puedan alterar los “equilibrios de poder” visualizados como deseables.
Las ultraderechas actuales retoman asimismo de los fascismos tradicionales el discurso anticomunista o más genéricamente antisocialista, prescindiendo en parte del “antipopulismo” puesto en boga por derechas más tradicionales.
Se enfocan en difundir la falsaria creencia de que lo que viven las sociedades actuales es una forma de socialismo o comunismo, y por tanto sólo el advenimiento de los nuevos cruzados garantizaría la vuelta a una auténtica sociedad de mercado, a un capitalismo que no capitule ante políticas sociales “que pagamos con nuestros impuestos”, ni instrumente controles “estatistas”.
La extrema derecha actual es plástica y multiforme, como muestra la nota de Marc Torres Nieto en torno a la aspiración de Vox de formar una central obrera que le responda. Esto no es compartido por muchos de sus congéneres, que cuentan con un irreductible enfoque antisindical y antiobrero. Pero podría marcar una línea de avance en cuanto a enmendar esa orientación y ampliar su base social. Y encontraríamos allí una indudable resonancia del “nacionalsindicalismo” de Falange, o del “Frente del Trabajo” del nazismo.
A su modo, las extremas derechas del presente se ubican asimismo en el terreno de “la batalla por las ideas” y la emprenden contra lo que denominan el “marxismo cultural”. Un caso muy claro es el de Jair Bolsonaro y su tirria contra el enfoque de género, la teología de la liberación, la pedagogía de Paulo Freire, el ambientalismo, etc. Más de medio siglo de pensamiento y acción progresista o de izquierda en Brasil pretenden ser erradicados desde una perspectiva reaccionaria en todos los campos del saber y la militancia.
La cuestión fundamental es que hoy nos encontramos frente a un proceso poderoso, que incluso puede ser explicado como una respuesta radicalizada a la crisis del capitalismo, que asocia la defensa extrema de la “libertad de mercado” con un ideario ultraconservador, ultrarreligioso, xenófobo, racista, sexista, antiecológico. Y en este último se acerca asimismo a los fascismos tradicionales
El hecho incontrovertible es que, más allá de denominaciones y comparaciones históricas, aparecen nuevas expresiones de ultraderecha y adquieren un auditorio creciente. Y al mismo tiempo las derechas preexistentes se radicalizan, en una deriva, hasta ahora no contenida, hacia una “refundación” a base de posiciones extremas.
Las organizaciones más radicales vienen teniendo éxito en “ultraderechizar” el debate público, haciendo aceptables discursos y narrativas que hasta hace poco tiempo no lo eran.
El itinerario reciente de las agrupaciones más reaccionarias reconoce avances y retrocesos, victorias y fracasos. En todo caso la alta votación, antes mencionada, que alcanzó José Antonio Kast cuando las elecciones subsiguientes a la gran rebelión social que surcó a Chile y la escasa diferencia entre los votos de Lula y Bolsonaro en los recientes comicios presidenciales brasileños son manifestaciones de que la ultraderecha puede sufrir reveses, pero está muy lejos de quedar vencida y perder influencia.
Las fuerzas progresivas deben tomar amplia nota de esto. Y estar dispuestas para una confrontación que es probable que se proyecte sobre el mediano plazo.
No hay que ver el ascenso de la reacción como ineluctable, imposible de ser evitado. Como señala Claudio Katz algunas aventuras muy recientes de la ultraderecha en América Latina han fracasado. El golpe en Bolivia fue finalmente derrotado por la movilización persistente de campesinos y trabajadores. La tentativa en torno a Juan Guaidó en Venezuela terminó derrumbándose frente a quienes, en medio de profundas contradicciones, no cejaron en darle batalla. Y la algarada bolsonarista que siguió a la asunción de Lula como presidente, fracasó de un modo miserable en cuestión de horas.
Una mirada sobre Argentina.
En Argentina, con Javier Milei como figura central, la ultraderecha cumple hasta ahora con éxito la función de corrimiento hacia posiciones reaccionarias del conjunto de la agenda pública. Han instalado el debate acerca de la supresión del Banco Central o la abrogación total de las principales políticas sociales.
Así se caracteriza en uno de los escritos de Katz incluidos en el presente volumen:
Milei integra el pelotón de alocados personajes que auspician los poderosos para canalizar el descontento con los gobiernos inoperantes. Derrocha demagogia para capturar el enojo de la clase media y la desesperación de los empobrecidos. Pero su efectiva prioridad es la erosión de las conquistas democráticas logradas al cabo de muchos años de lucha.
En ese párrafo hay un elemento a destacar: El “auspicio” de los “poderes permanentes”. No se entiende a la ultraderecha si no se repara lo suficiente en que entre sus patrocinadores están el gran capital, los principales medios de comunicación y otros componentes del núcleo de las clases dominantes. Sin duda no es la única carta política a la que juegan, pero se encuentra, con presencia creciente, en su abanico de opciones.
El otro componente saliente es el de la abrogación de las conquistas democráticas. Desde el derecho al aborto legal hasta los juicios a los genocidas están en la mira de los llamados “libertarios”.
Las nuevas derechas, como ya expresamos, pueden coexistir con las derechas tradicionales e incluso influir con fuerza sobre sus posiciones y actitudes. Se ve en el caso argentino, donde los llamados “halcones” de la coalición opositora Juntos por el Cambio exacerban sus posiciones antipopulares y sus opciones por la represión abierta, en una dialéctica de competencia y a la vez de acercamiento con el partido de Milei.
Entre otros variados elementos, los vincula la tendencia a construir una creencia en expansión de que los “enemigos” deben ser buscados “abajo” y no “arriba” de la estructura social. Serían los más pobres entre los pobres los culpables de al menos parte de las desventuras del “hombre común”.
Uno de los artilugios discursivos al uso es el planteo de una “alianza” entre los “productivos” contra los “improductivos”. Como integrantes de los primeros estarían desde los grandes empresarios a los trabajadores asalariados más modestos. Su común condición de personas “de trabajo” los hermanaría contra quienes, precarizados o directamente excluidos del mercado de trabajo, vivirían de los impuestos que pagan los que sí trabajan.
Mientras las grandes empresas monopólicas o cuasimonopólicas amasan ganancias enormes, son muchos los asalariados que creen que la culpa de que su nivel de vida empeore la tienen, en buena medida, los precarizados que cortan las calles y supuestamente “cobran sin trabajar”.
Los llamados “libertarios” asientan asimismo parte de su avance en ser los que mejor conectan con el enojo generalizado, con la idea de que la “casta política” debe ser desalojada por completo y con urgencia de su variada gama de privilegios. Y en algunos sectores, el discurso “antisocialista” alcanza asimismo a un auditorio bien predispuesto a ver al aparato estatal como un destacado culpable de todos los males. Y a confundir “estatismo” con “socialismo”.
Los clásicos responden sobre nuevos problemas.
Un criterio implícito en esta selección de textos es que estas “nuevas derechas” deben ser analizadas y enfrentadas también mediante un retorno agudo e imaginativo a los clásicos.
Esto se pone de manifiesto al cerrarse la compilación con los comentarios y la transcripción de un inédito de Antonio Gramsci y con “Biología del fascismo” de José Carlos Mariátegui. Creemos que, nada casualmente se invierte, en el volumen que nos ocupa, el orden cronológico: Artículos que datan de hace un siglo o casi constituyen el remate de una secuencia de textos novísimos, escritos al calor de las últimas evoluciones de los extremismos reaccionarios latinoamericanos y europeos.
Y hay que señalar asimismo que el libro se abre con una eficaz síntesis de Aldo Casas acerca del pensamiento gramsciano a propósito de la hegemonía, que concluye por remarcar que el pensador italiano se encuentra tanto en el punto de salida como en el de llegada del análisis dirigido hacia las expresiones más retrógradas de las clases dominantes.
Así, esta compilación termina (y a la vez se despliega) como un estímulo a recorrer las últimas investigaciones y elaboraciones, sin soslayar la luz aportada por quienes abordaron el análisis del primero de los fascismos, a través de la experiencia directa en Italia en tiempos de Mussolini.
El conjunto de los escritos elegidos, tanto los flamantes como los más remotos, apuntan al conocimiento del enemigo social, político e ideológico. No como un fin en sí mismo, sino a modo de indagación en torno al modo de contrarrestar la marea reaccionaria y encontrar el camino a un orden de igualdad y justicia, sostenido por la fuerza consciente de los sujetos sociales explotados.
. Esbozando conclusiones.
La extrema derecha se ha tornado una expresión política con presencia en buena parte del planeta. Y ya ha mostrado una perduración incompatible con una mera moda o fenómeno pasajero. El viejo mundo se hunde, pero sus peores tendencias procuran mantenerse a flote, con un discurso y unas acciones que puedan ser atractivos para los múltiples sectores golpeados por la crisis.
Gramsci escribió, en uno de sus pasajes más citados: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Podríamos agregar que no se arribará a ningún mundo nuevo sin la concienzuda destrucción de esas formas monstruosas
La ultraderecha se asienta en un descontento, desviado hacia sus propios objetivos, frente al “posibilismo” inoperante de los gobiernos, tanto de derecha tradicional como “progresistas”. El nivel de vida, la calidad del empleo, las posibilidades de ascenso social, siguen empeorando para la mayoría. Y “los políticos no hacen nada” es una aserción que aparece indubitable a la luz del sentido común.
A partir de allí se construye una oportunidad para quienes aparentan ser venidos desde afuera de la política. Y que disimulan con sorprendente eficacia que su punto indeleble de referencia son los poderes fácticos, en particular el poder económico.
La extrema derecha es deletérea para cualquier idea democrática. Cualquier vestigio de “gobierno del pueblo” le es indiferente. Las elecciones sólo son un modo de asignar ciertos cargos gubernamentales, ante la imposibilidad de escoger a sus ocupantes por medio de mecanismos mercantiles. El poder económico puede acompañarlos en ese rumbo. ¿Acaso no prefieren “votar con los pies” y desinvertir y fugar capitales, como a veces confiesan con desparpajo?
Esa situación se afianza porque hoy, ni siquiera los “progresismos” aparecen empeñados en acercar más a la realidad el precepto de la soberanía popular. En tiempos de Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales hubo esfuerzos importantes en ese sentido. Otros gobiernos, como los de los Kirchner, eludían la participación popular, aunque de algún modo buscaban compensar con concesiones y ampliación de derechos.
Hoy los progresismos de “segunda generación” aparecen adaptados a una democracia liberal en la que el papel de las masas populares queda reducida al ejercicio periódico del sufragio. Desde tan pobre “plataforma” será difícil, si no imposible, primero contrarrestar y luego llevar a la extinción a extremas derechas y “posfascismos”.
Esa defección afianza un espacio para las fuerzas de izquierda, orientadas a mejoras concretas en la vida cotidiana, ampliación de derechos, y avances hacia un nuevo tipo de democracia, basada en el impulso “desde abajo”, llevada a su profundización por la organización y la movilización popular.
De cualquier manera hay que tomar nota de que la “ola” reaccionaria no es un vendaval imparable. El conflicto social, la lucha política y el combate cultural pueden jugar un papel en detenerla.
La movilización de masas en la denuncia del “ultrismo” neoliberal será una herramienta indispensable para frenar su avance. Freno que a su vez se convierta en una vía hacia una lucha decisiva en búsqueda de cambios de fondo.
Una perspectiva que sólo puede abrirse por completo si se asume el cuestionamiento integral del orden social existente. La respuesta de fondo a los “ultras” del sistema es demostrar que el poder de los capitalistas no es un rasgo inconmovible al cual adaptarse, sino una fortaleza pasible de ser derribada. Y que está del lado de las trabajadoras y trabajadoras; entre el conjunto de los explotados y postergados, la fuerza necesaria para dar un corte definitivo a la “resurrección” de viejos fantasmas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.