Un helicóptero sobrevuela la cubierta del Samho Dream, el superpetrolero surcoreano -con pabellón de conveniencia en Islas Marshall, evasión fiscal obliga- que permanecía en manos de un grupo de somalíes armados, desde que estos lo abordaran el pasado 8 de abril. Les llaman piratas. Se abre una compuerta, de la que sale despedido con fuerza […]
Un helicóptero sobrevuela la cubierta del Samho Dream, el superpetrolero surcoreano -con pabellón de conveniencia en Islas Marshall, evasión fiscal obliga- que permanecía en manos de un grupo de somalíes armados, desde que estos lo abordaran el pasado 8 de abril. Les llaman piratas. Se abre una compuerta, de la que sale despedido con fuerza un bulto. Cuando cae bruscamente sobre la cubierta, los africanos se acercan para inspeccionarlo. Uno de ellos parece mantener un contacto telefónico con el helicóptero, que da media vuelta y se va. Abren el maletín -¿o es un saco?- y del mismo extraen fajos de billetes verdes, que se disponen a contar, entusiasmados, posiblemente ante la mirada cansada de los tripulantes apresados, cinco surcoreanos y 19 filipinos. Terminan la cuenta: 9,5 millones de dólares. El gran premio. Ya pueden liberar el barco y volver a la costa africana.
La carga del gigantesco buque vale mucho más. Concretamente, más de 170 millones de dólares, si tomamos como referencia el precio actual del barril intermedio de Texas (WTI), situado en torno a los 87,40 dólares, y que ha vuelto a subir hasta los niveles del momento del secuestro después de una caída pronunciada a partir de mayo. Son dos millones de barriles saqueados de Iraq y con destino a los sedientos Estados Unidos, potencia ocupante y sede de la compañía refinadora que ha fletado el cargamento, la Valero Energy Corporation. Esta cifra equivale a lo que produce aquel país en un día. El petróleo partió probablemente del puerto de Basora, principal punto de salida del crudo. Salvo el oleoducto del norte Kirkuk-Ceyhan, el resto de los oleoductos de exportación permanecen cerrados por los sabotajes de la insurgencia iraquí, por la falta de entendimiento con los países vecinos y por la escasa inversión. En cuanto a los oleoductos internos que funcionan, las tuberías -que fueron construidas en 1975 y que no han sido revisadas desde 1991- sufren un grado de corrosión tan elevado que constituyen una bomba de relojería medioambiental. En el sur de Iraq, antes de llegar al Samho Dream, el crudo tuvo que pasar por tuberías cuyas trayectorias empinadas facilitan la filtración de agua y por tanto la corrosión desde el interior, lo que hace imprescindible un mantenimiento que no se realiza por temor a una ruptura importante del frágil oleoducto.
Durante todo este tiempo, y hasta que el superpetrolero llegue a las costas de Luisiana, los inversores financieros habrán negociado sucesivamente el precio de su carga en los mercados de futuros, mediante la especulación con los precios de referencia. Son el último eslabón de una cadena global de beneficiarios en la que los somalíes, como la mayoría de los iraquíes, quedan relegados al papel de espectadores. Algunos somalíes, sin embargo, han decidido por su cuenta que se merecen un pedazo del pastel y financian expediciones con el dinero de anteriores secuestros y la participación de la comunidad local. La última se adentró 600 millas en el Océano Índico hasta que secuestraron el navío surcoreano, con cuya tripulación han convivido, de manera forzosa, en los últimos meses. Diecinueve de ellos forman parte del contingente de 350.000 marineros filipinos, la quinta parte de los marineros de todo el mundo. Cientos de ellos han sido secuestrados en los últimos años frente a las costas africanas y han sido testigos del pago de este extraño tributo y del ritual posterior del recuento. Habrán tenido tiempo para pensar en sus familias, en sus condiciones de trabajo. Y para hacer sus propias cuentas.