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El problema de la transición hacia el socialismo (I)

Fuentes: Rebelión

Mucho antes de la implosión de la Unión Soviética, algunos teóricos del socialismo se habían preocupado por definir las características y categorías de su transición, partiendo de la realidad de la sociedad capitalista contemporánea y permitiéndose revisar el legado de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, entre otros. Todo esto en un momento histórico que parecía […]

Mucho antes de la implosión de la Unión Soviética, algunos teóricos del socialismo se habían preocupado por definir las características y categorías de su transición, partiendo de la realidad de la sociedad capitalista contemporánea y permitiéndose revisar el legado de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, entre otros. Todo esto en un momento histórico que parecía darle la supremacía definitiva al imperialismo gringo y sus socios europeos sobre el otrora bloque soviético o comunista, víctima de un estancamiento económico, producto -básicamente- de la contienda asimétrica entablada con éste, con las consecuencias ya conocidas.

La primera revolución proletaria mundial, en su camino de construcción del socialismo, tuvo que afrontar -en un país atrasado técnicamente y sin los niveles de productividad observados en el resto de Europa- los graves problemas creados por la Primera Guerra Mundial, la guerra civil y los ataques de las potencias europeas, deseosas éstas de acabar con esta peligrosa experiencia revolucionaria que amenazaba sus intereses, por lo que Lenin y el régimen bolchevique tuvieron que realizar un viraje estratégico en 1921 en materia económica, planteando la necesidad de una serie de etapas transitorias previas. Ello sería, en alguna forma, el reconocimiento tácito de lo afirmado por Marx en su Crítica al programa de Gotha en el sentido que » de lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede». Cuestión ésta que amplía al escribir: «En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!».

 

Sin embargo, al prevalecer la tesis de la revolución socialista en un solo país (contradiciendo el análisis leninista al señalar que «m ientras no haya revolución en otros países, necesitaremos décadas para salir de esta situación») , el enriquecimiento teórico del socialismo se vio truncado. En los diferentes regímenes establecidos como socialistas en varias naciones del planeta, fue adoptado como dogma inapelable lo realizado en la URSS, sin tener en cuenta las peculiaridades de cada una de ellas. Al margen de ello, no se avanzó decididamente en la eliminación de los esquemas heredados del capitalismo, manteniendo las mismas relaciones de producción, y, peor aún, no se le dio cabida al protagonismo y a la participación de las masas, en tanto los funcionarios del Estado (en simbiosis con la estructura burocratizada del Partido comunista) se convertían en una nueva versión de clase gobernante, a pesar de proclamarse allí la dictadura revolucionaria del proletariado y la eliminación de las clases sociales.

Todo esto vino a determinar hasta el día de hoy -en uno y otro sentido- el comportamiento de los diferentes movimientos populares revolucionarios del mundo. De ahí que exista una preocupación genuina entre muchos seguidores del socialismo sobre su pertinencia actual. Esto ha exigido un debate inconcluso, con posiciones distintas y, a veces, antagónicas, pero todas marcadas por la necesidad de definir el socialismo a la luz del mundo capitalista de hoy, algo que no fuera previsto por sus antecesores sin caer en el utopismo y, menos, el fenómeno de masas que tiene lugar en nuestra América, proclamando la vigencia del socialismo como alternativa revolucionaria frente al capitalismo. Esto hace de tal debate un asunto de vital importancia para la coyuntura mundial y la correlación de fuerzas actual, con toda la audacia, el espíritu crítico y el rigor científico que ello exige.-