Versión completa de la entrevista a Christian Marazzi aparecida en Público el 23 de mayo de 2009. Las imágenes más simplificadas de la crisis apuntan a que su origen -y también su solución- se encuentra en la falta de regulación estatal de la economía. Pero, ¿y si en realidad lo que ha entrado en crisis […]
Versión completa de la entrevista a Christian Marazzi aparecida en Público el 23 de mayo de 2009.
Las imágenes más simplificadas de la crisis apuntan a que su origen -y también su solución- se encuentra en la falta de regulación estatal de la economía. Pero, ¿y si en realidad lo que ha entrado en crisis es un capitalismo total que explota hasta el límite cada rincón de la vida social: desde los cuerpos hasta el lenguaje, pasando por el tiempo, la atención o los saberes? ¿Cómo salir entonces de esa crisis?
¿En qué medida tu análisis sobre el «giro lingüístico de la economía» puede contribuir a explicar la actual crisis?
El giro lingüístico de la economía se refiere a la centralidad de la comunicación en el modo de producción post-fordista, al hecho de que trabajamos comunicando y de que el flujo de informaciones juega un papel estratégico en las relaciones entre la esfera de la producción y la esfera de la circulación-intercambio de mercancías. Pero el papel de la comunicación remite también, y quizá sobre todo, al cuerpo de los trabajadores, al cuerpo en su totalidad, un cuerpo que se ha vuelto fuente de valor. Así, el lenguaje es la vida puesta a trabajar por el capital, lo que explica el desarrollo del modo de producción post-fordista y, hoy, su crisis sistémica. Lo que revela la crisis es una contradicción irreductible entre tiempo económico y tiempo de vida.
¿Qué tiene que ver la crisis con la capacidad humana de la atención?
Como explican Davenport y Beck, en una economía muy basada en la información «lo que escasea es la atención humana. La longitud de banda de las telecomunicaciones no es un problema, lo es en cambio la longitud de banda humana». La revolución tecnológica ha ampliado enormemente el acceso social a las informaciones, pero el crecimiento ilimitado de su oferta se enfrenta con una demanda humana limitada. Poniendo la vida entera a trabajar, eliminando los tiempos improductivos, la transformación post-fordista del mundo del trabajo ha reducido la cantidad de tiempo de atención necesario para absorber la oferta total de bienes informacionales. El desequilibrio entre oferta y demanda de atención es una contradicción interna del capitalismo contemporáneo. La actual crisis nos toca en el alma, porque se trata de una crisis de sobreproducción de nuestros afectos, pasiones y emociones que ahora el capitalismo quiere destruir para volver a poner en marcha su acumulación.
¿Por qué afirmas que hoy en día el trabajo es «patógeno»?
Como alguien ha dicho, el problema no es el fin del trabajo, sino el trabajo sin fin. El hiper-productivismo capitalista es la causa de la patologización del trabajo, del hecho de que hoy en día el trabajo sea la causa principal de nuevas patologías y del aumento de los costes de la salud. Estoy estudiando desde hace años la relación entre la flexibilidad laboral y las nuevas patologías. Es un problema grave, produce infelicidad, stress, neurosis… Nuestra vida entera está siendo absorbida en este maldito trabajo, inseguro y estresante. Llegará un momento en que no sabremos qué significa la palabra felicidad. Luchar contra el trabajo implica luchar por nuestra salud, por una calidad de vida que hemos ido perdiendo día a día en la stress economy.
¿Cuál es el papel de la propiedad intelectual en el nuevo capitalismo?
Es el mismo papel que jugaban los cercamientos de las tierras comunales en el siglo XVII: acotar y fragmentar la cooperación social. El capitalismo necesita a las fuerzas de la cooperación social pero privatiza sus frutos mediante la violencia del copyright.
¿Cuáles son, a tu juicio, las razones de la «financierización» de la economía?
El endeudamiento social es algo distinto al delirio consumista de que se habla hoy. Por un lado, es un fenómeno que acompaña la privatización y la falta de inversión de recursos públicos en los derechos y servicios sociales, la escuela, los bienes comunes. Por otro, tiene que ver con la precarización de los salarios: el capitalismo ha desarrollado enormemente el crédito al consumo para impulsar la demanda y el crecimiento sin elevar los salarios. Todo esto funcionó hasta el año pasado. Por último, el endeudamiento social también es una estrategia para disciplinar a la gente, basada en el sentido de la culpabilidad. Tal y como explicaba Nietzsche en su Genealogía de la moral cuando hablaba del origen del dinero, el dinero es la deuda pero también la culpabilidad.
Una de las consignas más coreadas en las protestas contra la crisis en la calle es «que la paguen ellos». Pero tu demuestras muy bien que no hay separación tajante entre «nosotros» y «ellos», que «nosotros» estamos atados a «ellos» mediante cuentas bancarias, fondos de pensiones, modos de vida, etc. ¿Cómo asumir y elaborar políticamente esta ambivalencia radical? ¿Cómo reinventar lo común a partir del individuo propietario o «patrimonial» que somos todos y cada uno?
Es una cuestión fundamental. Como me decía un amigo, lo que debería preocuparnos no es el capitalismo en sí, ¡sino el capitalismo en mí! No tengo una respuesta unívoca. Creo que hay que partir de formas de democracia desde abajo, democracia absoluta, transversal, en las que lo que cuente sea el placer del encuentro entre cuerpos, deliberando juntos, produciendo nuevas relaciones sociales. Tenemos las herramientas para asumir esa apuesta, las aprendemos diariamente en y contra el desarrollo capitalista.
Mi impresión es que el movimiento global fue una puja con el poder en torno al lenguaje y su capacidad de fabricar esas «convenciones» o «ficciones reales» de las que hablas en El sitio de los calcetines. Pienso en la estrategia de la mitopoiesis o en el concepto de ‘multitud’, más performativo que descriptivo. Pero todas esas «convenciones» se han mostrado finalmente muy frágiles -desde luego más que las «convenciones» capitalistas- y no han llegado a construir comunidades y mundos materiales. ¿Dónde está el problema que nuestro optimismo no había previsto?
El lenguaje produce comunidades transnacionales, comunidades «semiotizadas» donde los símbolos juegan un papel fundamental. El lenguaje de la crisis debe producir ahora «comunidades de cuidado», lugares concretos, físicos, en los cuales organizar esa transnacionalidad. Es lo que nos espera en los próximos meses, un ciclo de luchas por la construcción de nuevas comunidades de cuidado, de cooperación y de resistencia.
Otra vía de resistencia quizá distinta vendría sugerida por aquella cita de Deleuze: «tal vez la palabra, la comunicación, están podridas. Están penetradas completamente por el dinero y no por accidente, sino por naturaleza. Es necesaria un desvío de la palabra. Crear siempre ha sido una cosa distinta que comunicar. Lo importante será tal vez crear vacuolas de no-comunicación, interruptores, para escapar del control». No reapropiarnos de la comunicación o generar nuevas «convenciones», sino provocar una especie de apagón, ¿te sugiere algo?
Me gusta mucho esa idea de un blackout comunicativo. Para mí, eso significaría sustraernos al capitalismo que está en nosotros. Comenzar una huída. Un éxodo que podría pasar por inventar-crear una lengua extranjera, la lengua de la separación.
¿Y qué podría significar una liberación de la atención? ¿Tendría que ver con una liberación del tiempo?
No hay liberación de la atención sin reducción del tiempo de trabajo. Tenemos que liberar bloques de tiempo, no sólo repartirnos el trabajo. ¡Se trata de luchar por años sabáticos comunistas! Por otro lado, la atención hacia el otro aumenta en la crisis, pero se trata de una atención que debe ser politizada. El riesgo que corremos hoy, típico de una fase de «desglobalización», es el racismo, la autarquía, el repliegue sobre el Estado-nación. Hay que producir una atención hacia el otro a la altura de ese riego, promoviendo luchas intensas contra el racismo, desarrollando lugares extra-económicos de atención hacia el otro.
¿Qué es esa «política post-política» sobre la que has escrito?
La crisis implica siempre también una crisis de la representación política, el hecho de que estamos solos, sin un «otro» que sepa hablar por nosotros. Política postpolítica significa producir al otro que está en nosotros, darle la palabra que nos falta. Autorepresentarnos.
http://blogs.publico.es/fueradelugar/63/el-problema-no-es-el-capitalismo-en-si-sino-el-capitalismo-en-mi