Marx y Engels, al escribir, en enero de 1848, el Manifiesto Comunista, pensaron que el fin del sistema capitalista estaba próximo y que el proletariado inglés tomaría pronto el gobierno de Londres, lo que convertiría a Inglaterra en el primer país socialista de la Historia. La revolución industrial, con todas sus lacras: Jornadas de 15 […]
Marx y Engels, al escribir, en enero de 1848, el Manifiesto Comunista, pensaron que el fin del sistema capitalista estaba próximo y que el proletariado inglés tomaría pronto el gobierno de Londres, lo que convertiría a Inglaterra en el primer país socialista de la Historia. La revolución industrial, con todas sus lacras: Jornadas de 15 y 16 horas, salarios ínfimos y empleo masivo de trabajo infantil y adolescente (el 45 % de obreros en la industrial textil tenían entre 10 y 18 años), no pudo detener la organización de los trabajadores, quienes estarían a la cabeza de la revolución mundial.
Después de una década, el optimismo de los fundadores del denominado socialismo científico comenzó a debilitarse. Engels, en carta a Marx del 7 de octubre de 1858, le dice: «…el proletariado inglés se está aburguesando cada vez más, la más burguesa de las naciones, aparentemente tiende a poseer una aristocracia burguesa y un proletariado burgués, además de una burguesía» (1). El 29 de noviembre de 1864, Marx, a nombre de los obreros de Europa, envió una carta a Lincoln felicitándolo por su reelección como Presidente de EEUU y de apoyo a su lucha contra la esclavitud. La mayoría de los trabajadores ingleses respaldó el documento, salvo los textiles del condado de Lancashire, quienes prefirieron respaldar a la burguesía inglesa, en su apoyo a los esclavistas norteamericanos, lo que fue calificado por Marx de «actitud cobarde». Ese apoyo, dice Ramos, «no estaba respaldado en razones ideológicas, sino porque la industria textil inglesa se abastecía del algodón empapado en la sangre de los esclavos negros del Sur» (2).
Engels, a su vez, le dice a Kautsky, el 12 de diciembre de 1882: «Usted me pregunta lo que piensan los obreros ingleses de la política colonial. Pues exactamente lo mismo que piensan acerca de la política en general; lo mismo que piensa el burgués. Aquí no hay partido obrero, sólo hay conservadores y liberales radicales, y los obreros comparten gozosos las cadenas del monopolio inglés del mercado mundial y las colonias» (3). Si no había partido obrero en Inglaterra, 34 años después del Manifiesto Comunistas, ¿quien iba a destruir al capitalismo, construir el socialismo y liberar a los pueblos coloniales y semi coloniales?
Este proletariado inglés tampoco se movilizó contra las guerras del opio (1839 a 1842 y 1856 a 1860) por las que Inglaterra, Francia y Portugal obligaron a China a entregar Hong Kong y abrir varios de sus puertos para introducir el opio producido en la India británica y Turquía. En ese momento, China vendía a Inglaterra porcelanas, té, seda y condimentos. El gobierno de Londres, preocupado por los desembolsos de plata que le ocasionaban esas adquisiciones, optó por imponer, mediante la armas, el consumo de opio en China. De nada valieron las cartas a la Reina Victoria, pidiéndole que no incluya drogas tóxicas dentro del comercio internacional, ni reclamar en forma airada por los irreversibles daños que se causaba a la población china (4) Esa fue la primera guerra de las drogas, en la que Inglaterra encabezó el bando de los narcotraficantes.
Al finalizar el Siglo XIX, las potencias terminaron de ocupar las regiones susceptibles de ser colonizadas. A partir de entonces, las pugnas entre los imperialismos satisfechos e insatisfechos se dilucidarían también a través de las armas. Así se originaron las guerras mundiales, las que provocaron una alianza aún más sólida entre las burguesías y el proletariado de las metrópolis industrializadas. La primera revolución proletaria no tuvo lugar, como supusieron Marx y Engels, en alguno de los países más industrializados de Europa, sino en el Imperio Zarista, conocido como cárcel de pueblos, «en cuyo interior se habían comprimido la cuestión nacional, la cuestión judía, la cuestión agraria, la lucha contra el absolutismo y el duelo entre la burguesía y el joven proletariado. En ese gigantesco polvorín los bolcheviques no pudieron ser corrompidos como casi todo el resto de la socialdemocracia europea por las ventajas de la democracia parlamentaria, una cultura refinada y el bienestar material» (5).
Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, el 5 de junio de 1938, León Trotsky, en nota titulada México y el Imperialismo Británico, demandó el apoyo del proletariado mundial, pero en especial del británico, a la nacionalización del petróleo mexicano. Estas sus palabras: «Sin renunciar a su propia identidad, todas las organizaciones honestas de la clase obrera en el mundo entero, y principalmente en Gran Bretaña, tienen el deber de asumir una posición irreconciliable contra los ladrones imperialistas, su diplomacia, su prensa y sus áulicos fascistas. La causa de México, como la causa de España, como la causa de China, es la causa de la clase obrera internacional. La lucha por el petróleo mexicano es sólo una de las escaramuzas de vanguardia de las futuras batallas entre los opresores y los oprimidos (6)». La demanda de Trotsky a los sindicatos ingleses cayó en saco roto.
El internacionalismo proletario, postulado por los clásicos del marxismo, tuvo pocas expresiones concretas. El heroísmo de las brigadas internacionales que combatieron en la guerra civil española fue una de ellas. En cambio, la coordinación entre agencias de inteligencia de las Metrópolis para mantener el sometimiento de los pueblos periféricos es una constante. Esto ocurrió el 18 de agosto de 1953, cuando los servicios de inteligencia de EEUU, la CIA, y de Gran Bretaña, el M-16, derrocaron al nacionalista Muhmmad Hedayat Mossadegh, quien había obligado, el primero de mayo (el mismo día que Evo Morales recuperó el petróleo boliviano) de 1953, al Sha Mohammed Reza Pahlevi a nacionalizar el petróleo de Irán. Esta riqueza estaba en poder de la Anglo Iranian Oil Comapny, con sede en Londres, y que entre 1905 y 1932, había obtenido 171 millones de libras esterlinas de utilidades netas, en tanto que Irán recibió, en ese mismo lapso, 11 millones de libras. A partir del golpe CIA – M16, Londres tuvo que compartir con Washington los beneficios del negocio (7). Frente a la ingerencia en Irán, los obreros norteamericanos e ingleses, bien gracias.
¿A quien se le podría ocurrir pedir a los asalariados ingleses que respaldaran a la Argentina en la guerra de las Malvinas, de 1982, por la que el gobierno de Buenos Aires pretendió poner fin a la abusiva ocupación británica, iniciada de 1833, de las islas del Atlántico Sur? El justificar el apoyo de los obreros británicos a su gobierno se argumentó que se trataba de un conflicto entre la Inglaterra democrática con una dictadura militar genocida, frente al cual la elección era obvia. El único problema residía que los izquierdistas, que decían seguir a Trotsky, tuvieron que ocultar su nítida posición al respecto cuando escribió: «El imperialismo sólo puede existir porque hay naciones atrasadas en nuestro planeta, países coloniales y semi coloniales… en una guerra entre una república democrática imperialista civilizada y la monarquía bárbara y atrasada de un país colonial, los socialistas deben estar de lado del país oprimido, a pesar de ser monárquico, y en contra del país opresor, por muy «democrático» que sea». (8)
No se trata, desde luego, de tolerar a las dictaduras militares impuestas casi siempre por Washington e inclusive por el narcotráfico. Se trata de construir procesos democráticos que fortalezcan la autodeterminación nacional y la estructuración de bloques defensivos regionales de los países oprimidos, de su soberanía y recursos naturales, a diferencias de seudo democracias, financiadas por los imperios y sus ONG. Nuestros procesos democráticos deben tener, como requisitos previos, la transparencia de los recursos económicos utilizados por los candidatos y su participación igualitaria en los medios de comunicación social, a fin de evitar que los centros de poder mundial, sus instrumentos de ingerencia política económica y sobre todo sus transnacionales distorsionen la voluntad de los pueblos.
La contradicción entre naciones opresoras y naciones oprimidas fue puntualizada en el segundo congresos de la Internacional Comunista, en cuyo informe (26 de julio de 1921) Lenin dijo: «¿Cuál es la idea… fundamental de nuestras tesis? Es la distinción entre naciones oprimidas y naciones opresoras… El rasgo distintivo del imperialismo consiste en que actualmente, como podemos ver, el mundo se halla dividido en un gran número de naciones oprimidas y, por otro, en un número insignificante de naciones opresoras, que disponen de riquezas colosales y de una poderosa fuerza militar» (9) Estas claras posiciones fueron desvirtuadas por los partidos estalinistas europeos, bajo la égida de Stalin, que consideraba que las revoluciones en el mundo colonial estaban supeditadas a los intereses de la URSS. Por esta razón el PC francés no apoyó la guerra de liberación de Argelia. Y, peor aún, el PC argelino, no participó en la resistencia anti colonial de su pueblo. Lo mismo ocurrió con las direcciones obreras de Portugal frente a la rebelión de Angola y Mozambique, de Bélgica en el Congo y de Holanda en Indonesia. Las protestas por las masacres del ejército francés en Argelia o de los marines norteamericanos en Vietnam no fueron encabezadas por sindicatos, sino por estudiantes, universitarios, profesores y empleados, es decir por capas medias.
La social democracia Europea ha organizado la Internacional Socialista, dentro de cuyos objetivos está el de enseñar el camino de la revolución a partidos y organizaciones de los países oprimidos. Un caso paradigmático es el del Foro Social Mundial (FSM), llamado también Foro Social de Porto Alegre (Brasil), cuyo financiamiento ha corrido a cargo de translaciones como la Ford, del gobierno inglés mediante OXFAM, de la Caixa Económica de España y de la Fundación Rockefeller. Habrá que decir que de dónde nos vienen los males difícilmente nos vendrán los remedios. Claudia Cinati es su trabajo «Guerra, Liberación Nacional y Revolución» dice que «las revoluciones nacionales en los países semicoloniales solamente pueden ser llevadas a cabo con éxito por el proletariado EN COLABORACION CON LA CLASE OBRERA DE LOS PAISES AVANZADOS» (10) ¿Cuánto tiempo habrá que esperar esa colaboración. ¿Y si no llega, nos quedaremos con los brazos cruzados?
NOTAS BIBLIOGRAFICAS
1.- Marx – Engels: «Correspondencia». Editorial «Cartago». Buenos Aires – Argentina, 1957. Página 84.
2.- Jorge Abelardo Ramos: «Historia de la Nación Latinoamericana». Tomo II. Página 199. Editorial «Peña y Lillo». Buenos Aires – Argentina. Segunda Edición. Agosto, 1953.
3.- Marx – Engels (Ob. Cit). Página 264.
4.- es.wikipedia.org/wiki/Guerra_del_Opio – 32k -.
5.- Ramos: (Ob. Cit). Página 211
6.- Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones «León Trotsky», de Argentina. Marx.org/español/trotsky/1930s/latin2.htm – 16k).
7.- Roberto García: «La CIA en Irán: El golpe contra Mossadegh. 9-08-06. www.webslam.com/?idt=5467 Geopolítica Internacional.
8.- Trotsky: «Por los Estados Unidos Socialistas de América Latina». Editorial Coyoacán. Buenos Aires. 1961. Página 61.
9.- Lenin: Obras Escogidas. Editorial «Progreso». Moscú 1966. Tomo 3. Página 477).
10.-.- Boletín «Estrategia Internacional. Fracción Trotskista». Especial para Partes de Guerra» 17-04-03. Las mayúsculas son de ASR.