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El prólogo de un académico

Fuentes: Rebelión

No me interesa tu flecha, sino el sentido de tu flecha.   Vicente Núñez (2001), p.54.     Miguel Núñez ha publicado recientemente unas memorias1 a las que ha sumado dos prólogos: uno, algo extenso e impecable de Vázquez Montalbán («Nosotros los comunistas»); el otro, breve, muy breve, de Luis Goytisolo lleva por título «¿Mereció […]

No me interesa tu flecha, sino el sentido de tu flecha.

 
Vicente Núñez (2001), p.54.

 

 

Miguel Núñez ha publicado recientemente unas memorias1 a las que ha sumado dos prólogos: uno, algo extenso e impecable de Vázquez Montalbán («Nosotros los comunistas»); el otro, breve, muy breve, de Luis Goytisolo lleva por título «¿Mereció la pena tanto sacrificio?» (pp.23-24).

Goytisolo construye la respuesta a su algo retórico interrogante en los siguientes puntos:

1. Señalando, en primer lugar, que la lectura de obras como la de Núñez invitan a plantear cuestiones ajenas a la obra «si tenemos en cuenta que su autor fue, junto con Gregorio López Raimundo, uno de los dirigentes más destacados del Partido Comunista en Barcelona durante los años del franquismo». Como se verá, no se acaba de entender que las cuestiones planteadas sean ajenas a las memorias de Núñez, pero, sin duda, puede haber aquí una errata de edición (Península no siempre cuida con el detalle suficiente sus publicaciones. Piénsese, por ejemplo, en su reciente éxito El atizador de Wittgenstein). Pero, más allá o más acá, ¿por qué el autor habla del Partido Comunista en Barcelona? Probablemente, porque el término «comunista» puede producir humores desagradables en algunos lectores, que, en cambio, tal vez no produzca el nombre del partido del cual ambos fueron realmente dirigentes: el PSUC. Sin duda, el PSUC fue el partido de los comunistas catalanes (o, para decir con más precisión, de parte sustancial de los comunistas catalanes y no catalanes) pero la elección nominal de Goytisolo, nos tememos, no es inintencionada. Aquí, el nombre de la rosa aproxima o aleja a la flor del rosal.

2. La primera de las preguntas formuladas por Goytisolo en su prólogo dice así: a la vista de la evolución seguida por el partido comunista español y el hundimiento generalizado de los regímenes comunistas, «¿mereció la pena tanto sacrificio?». Posición LG: «La respuesta no puede ser más que afirmativa, toda vez que las decisiones, como la leyes, no tienen carácter retroactivo. Las decisiones se tomaron entonces, no ahora y de no haberse tomado, tal vez la situación presente no sería la misma». En primer lugar, ¿qué sentido tiene este «tal vez»? ¿Es estricta prudencia epistémica o acaso afirmación apuntada, aunque no creída, de que los aires democráticos de la historia hubieran empujado mágicamente por sí mismos en la misma dirección?

Supongamos lo primero, esto es, que lo señalado aquí es sofisticado saber gnoseológico de los complicados y sofisticados senderos de las ciencias sociales y de

 

los aconteceres históricos. Entonces, ¿por qué apelar a la retroactividad? Supongamos igualmente que, a diferencia de las leyes jurídicas, las decisiones pudieran serlo. ¿Entonces qué? ¿Cuál sería entonces la actitud racional a la vista de lo acontecido? ¿No haber combatido el franquismo en las filas y columnas de los partidos comunistas? Si hubiera sido así, ¿hay alguna duda de que la oposición hubiera sido testimonial en el, digamos, 99,999…% de los casos?.

3. La segunda pregunta tiene más calado: «¿Qué hubiera pasado en España si, por haber discurrido las cosas exactamente al revés de como discurrieron, el Partido Comunista hubiera llegado al poder?». Debo confesar que por mucho que lo intento no logro entender qué puede significar la expresión «haber discurrido las cosas exactamente al revés». No es básico: problemas de mi neocórtex. Antes de contestar, LG señala que se trata de una pregunta que, formulada o no explícitamente, todo el mundo se ha hecho alguna vez. ¿A qué mundo refiere «todo el mundo»? ¿El lector se ha hecho, se hizo, alguna vez esa pregunta? Este comentarista, desde luego nunca, pero deben ser también problemas neuronales propios no transmisibles.

Lo interesante, en todo caso, es la respuesta a su interrogante del propio LG:

«(…) lo cierto es que, al menos durante los años que yo recuerdo -la segunda mitad del franquismo-, nadie en España, salvo la dirección del Partido Comunista y la Dirección General de Seguridad, creía que eso fuese posible. Y los apoyos que hallaba el Partido Comunista se basaban en ese supuesto».

 

No están precisados los límites de lo que el autor entiende por período franquista pero supongamos, y sin duda es suponer mucho, que ese período abarca tan sólo desde 1939 hasta 1975. La segunda mitad serían pues los años 1957-1975. ¿Cómo sabe LG que tan sólo la dirección del PC y la DGS tenían la creencia de que el partido comunista hubiera podido llegar al poder? Que algunos miembros de la dirección del PC han confesado precisamente lo contrario es saber público, pero que LG hermane en el plano de las creencias a la dirección de ese partido con la DGS, que es algo así como la dirección de la Gestapo o de la Dina chilena, no es, desde luego, un regalo amable. Además, sostener a estas alturas de la historia que la dirección de la represión policial del franquismo pensó que el PC de los sesenta y setenta podía llegar al poder, se sobreentiende, vía revolucionaria (no había mecanismo democrático alguno que permitiera una vía distinta) es tan inverosímil como sostener que el núcleo duro de la oposición al franquismo estaba situado en los salones de la Real Academia de la Lengua española.

4. LG señale, a continuación, que el libro de Núñez suscita estas reflexiones por su valor de testimonio «directo en su enunciado y acertado en sus observaciones». Ilustra su afirmación con algún ejemplo. El siguiente:

«Así, la imagen que ofrece de Manuel Sacristán, persona de trato difícil en la medida en que su

inflexibilidad ideológica iba unida a una preocupante ausencia de sentido de la realidad. Mejor juicio le merecemos los universitarios de la época, y en especial Octavi Pellissa, con su ironía socrática, en el polo opuesto de Sacristán?».

Aunque dejemos pasar por alto la indelicada oposición establecida por Goytisolo entre dos ausentes, por lo demás amigos (Pellissa-Sacristán), las cuestiones se agolpan. En primer lugar, ¿qué puede significar la afirmación de que Sacristán no gozaba del atributo de la ironía socrática? ¿Qué entiende Goytisolo por ironía socrática? ¿No es acaso la parte interrogativa del método socrático, alumbradora de la ignorancia previa y necesaria, previa a la mayéutica? Si apunta hacia allí, uno, que desde luego, es muy provinciano y limitado, no ha conocido a nadie, hasta la fecha, que gozara de ese atributo en mayor grado. Pero no es sólo opinión marginal. Todo un Conseller de Universidades, como Andreu Mas-Colell2, e igualmente todo un reconocido editor como Xavier Folch3 han sostenido tesis estrictamente similares. Sabido es que los argumentos de autoridad apenas tienen valor, pero mucho menos los testimonios imprudentes.

Está lo de la inflexibilidad ideológica, pero, aquí, como es evidente, todo depende de donde uno se sitúe. Si uno entiende por flexibilidad de ideas, la evolución política seguida por el propio Goytisolo (y afines) entonces, sin duda, lo de Sacristán era inflexibilidad, pero si uno entiende por inflexibilidad, dogmatismo, falta de cintura, el defenderla y no enmendarla, la afirmación no puede ser menos veraz. Baste con recordar que el inflexible y escasamente «irónico socrático» Sacristán tenía como aforismo de mesa de estudio la creencia de que todo pensamiento decente debía estar en crisis permanente, por lo que, preguntado por la enésima crisis del marxismo en los años ochenta4, respondió sin atisbo de duda y con satisfacción no contenida que por él podía durar todo el tiempo del mundo y algo más.

No sólo eso. Hay además, algunas incorrecciones de lectura impropias de un académico de su talla. Cuando Goytisolo, en un ataque de inmodestia, sostiene que mejor juicio le merecen a Núñez los universitarios de la época, la afirmación, si seguimos el texto de las Memorias, sólo es válida para el caso de Pellissa, pero en absoluto puede generalizarse (p.257), a no ser que LG caiga en la ingenuidad de tomarse al pie de la letra lo de «extraordinaria valía» que, como es obvio, es una figura retórica de educado uso. Más aún: lo sostenido por Núñez sobre Sacristán (pp.256-257) es, precisamente, un ejemplo de manual de un caso de negación lógica: ‘no- A’, lo sostenido por LG, es la negación de ‘A’, lo afirmado por Núñez. Como es sabido, en casi todas las lógicas, divergentes o no, dos enunciados contradictorios no pueden ser veraces a un tiempo. Tan sólo era concebible esa posibilidad en el Diamat, en la mal entendida y asignificativa lógica dialéctica. Debe tratarse, por tanto, de algún resquicio no controlado del LG marxista-ortodoxo aún presente en la cosmovisión del actual académico no-marxista Goytisolo.

5. Situar, como hace LG en su punto final de su prólogo, a Castellet, a Salvador Giner y a él mismo en la izquierda revolucionaria es, como mínimo, chocante y no sé si del gusto de los citados. Sea como sea, es sabido que Castellet jamás fue militante del PSUC.

Sostiene Goytisolo en este mismo apartado, que de los asistentes a unas conversaciones entre la izquierda laica y el progresismo católico, al cabo de los años, sólo Alfonso Carlos Comín seguía vinculado al PC. No es el caso. También lo estaba Octavi Pellissa, al que cita. Lo de que Comín supo ver en el marxismo el mensaje evangélico y en López Raimundo y Núñez los representantes de ese mensaje (¿acaso sus profetas?), puede ser una maldad o una bondad, según se lea. Lo de que «Nosotros, en cambio, sus antagonistas en las conversaciones de La Garriga, éramos demasiado paganos para entregarnos a este tipo de consideraciones», refiere a un extraño paganismo que tuvo muchos contraejemplos en el arriesgado movimiento comunista de la época.

6. Cabe añadir acaso algo más sobre inflexibilidades y comportamientos. Francesc Vicens, como es sabido, fue expulsado del PSUC-PCE cuando la crisis Claudín-Semprún. Después de dos años de malvivir en París sin documentación (él fue un «sin papeles»), decidió con riesgo controlado volver a Barcelona. La ciudad de los prodigios, y de la especulación inmobiliaria, era entonces mucho más abarcable que en la actualidad. En uno de sus paseos por el Eixample barcelonés, Vicens se encontró con Sacristán. El autor de simples Panfletos y materiales no sólo saludó, con indisciplina militante y con cierto riesgo policial, al antiguo compañero de lucha, sino que le invitó a cenar a su casa. Esa noche Vicens la guarda en su memoria con todo detalle y, desde mi modesto entender, con alguna incomprensión. Vicens no acepta el educado silencio de Sacristán ante su largo monólogo que duró hasta la mañana siguiente ni tampoco la supuesta frialdad de una dedicatoria, por él solicitada, escrita en un libro (Lecturas I. Goethe, Heine) con el que Sacristán le obsequió: «Ejemplar de Francesc Vicens. Manolo». Desconoce Vicens la antipatía inconmensurable de Sacristán por las dedicatorias en general. He visto y tengo ejemplos (fotocopias) de ello. En ejemplares de su tesis (Las ideas gnoseológicas de Heidegger) regalados a seres íntimos, y para él imprescindibles, puede leerse: «MA NO LO. 60». No es plausible interpretar esta dedicatoria como muestra de frialdad emotiva; analógicamente tampoco la anterior puede ser interpretada de ese modo.

El silencio puede entenderse: Sacristán no quería polemizar con Vicens sobre una crisis que, sin duda, afectó a lo que para él era decisivo, el movimiento real, las gentes combatiendo contra el franquismo, conflicto, por otra parte, sobre cuya resolución tenían posiciones discordantes y, además, no hay que olvidar, que por aquel entonces Sacristán seguía siendo miembro activo (y activísimo) de la dirección ejecutiva del partido.

No importa. El inflexible Sacristán, el nada irónico Sacristán, el personaje de carácter difícil, que, desde luego, como todos, era poliédrico y se equivocaba en ocasiones, saludó, invitó y recibió al compañero. Otros, y no pocos, no sólo no saludaron a Vicens sino que, según su propio y dolido testimonio, le rehuían como un apestado. Entre ellos, el admirable autor de Antígona y de Teoría del conocimiento, pero no tan excelso autor del prólogo comentado que, en este caso, y como bastantes otros, ha tendido a ver una paja inexistente en el ojo izquierdo de Sacristán y, en cambio, se le ha pasado por alto una viga no menor en el propio.

 

Notas:

(1) Núñez, M (2002), La revolución y el deseo, Barcelona, Península.

(2) López Arnal, S y De la Fuente, P (1996), Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, Destino, pp.548-558.

(3) López Arnal, S: «Una conversación con Xavier Folch. Recordando a Sacristán», El viejo Topo 2000; 140: 31-43.

(4) «¡Una broma de entrevista!», en Acerca de Manuel Sacristán, op. cit, p.232.

 

 

Salvador López Arnal

 

 

Nota: Este artículo fue publicado en la revista El Viejo Topo.