España, vista como ese punto del sur del continente europeo donde habitan pueblos en territorios de muy diferente sensibilidad y mentalidad, pudiera ser un lugar apasionante digno de estudio. Y no puede extrañar, por tanto, que algunos hispanistas del siglo XX que han tratado de desmontar la Leyenda Negra se maravillen de su fiesta y […]
España, vista como ese punto del sur del continente europeo donde habitan pueblos en territorios de muy diferente sensibilidad y mentalidad, pudiera ser un lugar apasionante digno de estudio. Y no puede extrañar, por tanto, que algunos hispanistas del siglo XX que han tratado de desmontar la Leyenda Negra se maravillen de su fiesta y sus costumbres, valoren la naturaleza extraordinaria propia de un subcontinente y saluden a tanta insigne individualidad en la historia del arte, de la ciencia, de la invención y de los descubrimientos. Todo ello, más allá de una bandera con un emblema reciente y un himno nacional para el que a pesar de la larga historia del país, todavía no hay consenso a la hora de elegir una letra digna musical… Pero desmontar la Leyenda Negra cuyo origen unos sitúan en Inglaterra y los Países Bajos, y otros en Italia, no es tarea fácil. Pues, por distintos conductos verificables, cuando el español se encuentra en ventaja, su insolencia, su soberbia y llegado el caso su crueldad son insoportables. Y cuando se ve reducido por la circunstancia a su verdadera dimensi ó n, es mezquino y adulador, un cobarde cuya afici ó n a las conjuras y traiciones s ó lo es inferior a su incapacidad para llevarlas a buen t érmino .
Sin embargo analizado el asunto a vista de p ájaro , es proverbial que las gentes en su conjunto que viven en España son abiertas de carácter, campechanas, inteligentes, avispadas, comunicadoras, solidarias y generosas. Pero, por otro lado, millones de esas mismas gentes no tienen escrúpulos en elegir a sus verdugo; malhechores; que saquearon al país durante al menos dos décadas, se valieron de normas de hace casi dos siglos y promulgaron otras que han ido dando lugar a sucesivos dramas del abandono de la vivienda que habitaban decenas o centenares de miles de personas. Lo que da mucho que pensar sobre la verdadera inteligencia colectiva de la poblaci ó n españ ola , sobre su sensibilidad y sobre su aptitud para elegir a los individuos más capaces que les gobiernen. Es por ello que España es desconcertante. Cualquier situación por disparatada, esperpéntica o falta de lógica que sea, puede suceder. Y aunque son muchos sus atractivos, su s riqueza s natural es , su variedad monumental y art í stica y un clima aún templado que invita a vivir, que favorece la imaginación y facilita la desenvoltura en el trato social, a veces da la impresi ón de que más que por todo eso España atrae al mundo como anomalía de un público laboratorio social. Pues las singularidades, los excesos, las extravagancias y las contradicciones centrifugadas en un matraz de mentalidades incompatibles , están siempre en las cabeceras de la noticia. Donde además las tensiones y enfrentamientos por la cuesti ó n territorial son habituales. Lo que vuelve a decir muy poco a favor de la inteligencia colectiva del español para resolver problemas de largo alcance y hondo calado. Pues si en lugar de predominar o dominar en la sociedad toda (la económica, la financiera, la empresarial, la judicial y la mediática) las clases que fueron caldo de cultivo de la dictadura, empe ñ adas en la «una grande y libre » -divisa de la dictadura-, ellas mismas propiciasen el autogobierno de los distintos territorios, se abrir ían de par en par las puertas a la estabilidad social y con ella la prosperidad…
Porque la Leyenda Negra podrá estar fundamentada o no. Pero lo cierto es que la condición personal de quienes han detentado u ostentado el poder político, judicial, militar, policial, empresarial y financiero, es bien diferente de la condición personal de quienes han tenido que soportarles. Razón por la que el divorcio entre gobernantes y sú bditos o gobernados ha sido una constante en la vida pública de este país, y siempre escandalosa. Por lo que si la Leyenda Negra tiene mucho o poco de inexacta o de imprecisa debiera, por encima de toda otra consideración, intentar desmontarse a partir de la distinción entre la culpabilidad de los gobernantes y los dueños de hecho de España, y la responsabilidad de los ciudadanos, títeres en manos del absolutismo monárquico, antes, y de la dictadura después. Sin embargo esa distinción no la hacen ni los propagadores de la Leyenda Negra ni quienes la rebaten. La metonimia ( figura retórica que consiste en tomar el todo por la parte o la parte por el todo) siempre está presente. Sea como fuere, no puede pasarse por alto el dato incontestable de que el absolutismo monárquico, que en Inglaterra puede decirse que termina en el siglo XIII y en Francia se liquida con la Revolución Francesa y cuyos efectos alcanzaron a la mayoría de los demás países europeos… en Españ a dur ó hasta bien entrado el siglo XIX y, prácticamente a renglón seguido, le sucedió una dictadura. Por consiguiente, la mayor parte de su historia los españoles han sido súbditos, no ciudadanos…
Pues desde el propósito de los Reyes Católicos de compactar en una sola nación a España, dejando atrás a los los reinos de Taifas, y salvo alguna excepción, el resto de los personajes que han encarnado el poder político en España han sido en general nefastos. Unas veces por la indudable influencia de la iglesia cat ólica, otras por la inercia y la pujanza de los poderes f á cticos, otras por su debilidad, otras por su incompetencia, y siempre por que despreciar on la voluntad popular. Aunque tampoco hay que desdeñar la estampa frecuente en el » buen españ ol» , ese que f á cilmente se transforma cuando tiene alguna clase de poder; é se cuyas nobles cualidades las pierde en cuanto se ve a s í mismo con una gorra, con un uniforme, con una toga o con un traje talar. Pero en todo caso, si la Leyenda Negra es merecida, no ser á por culpa del pueblo español sino por la baja estofa de sus gobernantes en quienes la prudencia, la virtud política por antonomasia, siempre ha brillado por su ausencia en las decisiones que tomaron. Lo que ha impedido enlazar a España con los caminos que han tomado en su historia los principales países de la Europa que nos atañe. Y si algún gobernante lo ha intentado, ha durado muy poco tiempo al frente de la empresa. Por consiguiente, la conclusión es que si el pueblo español y sus virtudes tienen un valor humanísticamente estimable, sus reyes, sus gobernantes y sus caciques han sido una calamidad a la que se añaden la fácil sumisión de sus habitantes y la ya reseñada escasa inteligencia colectiva…
En cierto modo todo esto puede explicar en té rminos propositivos antropológicos que tambi én a la Comunidad Econ ómica Europea le convino la incorporación de España en 1985. Por razones económicas, pero también por otras variadas, alguna de ellas de extraña índole… De entrada era un estado democr á tico recién nacido casi de la noche a la mañana, incipiente desde el punto de vista político, pero también desde el económico y el diplomático. Por de pronto se convertía en un potente señuelo para los bancos y finanzas europeas como suculento prestatario y futuro deudor. Por otra parte, al serle recortadas severamente su industria y ganadería se hacía también de él un Estado excesivamente dependiente, y al mismo tiempo se le convertía en una colosal taberna, en un recoleto caf é cantante y en un para í so semi bananero , barato y al alcance de la mano. Pero es que además, al ser un lugar donde abunda la bravuconer í a, donde siguen más o menos enterrados los rencor es resultantes de una guerra civil, y donde lucen las excentricidades pol í ticas entre absurdas e infantiles , harían de él para una Europa espectadora de excepción, un permanente y jocoso espect á culo sociol ó gico de primera categoría…
Jaime Richart, antropólogo y jurista
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