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El puente de la Inmaculada

Fuentes: Rebelión

En una de sus últimas publicaciones, Daniel C. Dennett1, uno de los más grandes filósofos analíticos vivos, el celebrado autor de La peligrosa idea de Darwin, sostiene que decir que la religión es natural en contraposición a sobrenatural, como él mismo escribe en el subtítulo de su ensayo, es afirmar que es un fenómeno humano […]

En una de sus últimas publicaciones, Daniel C. Dennett1, uno de los más grandes filósofos analíticos vivos, el celebrado autor de La peligrosa idea de Darwin, sostiene que decir que la religión es natural en contraposición a sobrenatural, como él mismo escribe en el subtítulo de su ensayo, es afirmar que es un fenómeno humano compuesto de organismos, objetos, acontecimientos, estructuras, patrones,…todos los cuales responden a leyes conocidas de las ciencias físico-químicas y de las ciencias biológicas, y que, por ello, no evocan, en principio, milagro alguno para su explicación aunque algunos de los acontecimientos estudiados pueda llevar esa etiqueta taxonómica. Eso, prosigue Dennett, es exactamente lo que él tiene en mente al hablar de una aproximación a la religión como fenómeno natural. Puede ser que Dios exista, admitámoslo, que Dios, un Ser sobrenatural sin duda, sea nuestro amoroso creador, un ser máximamente inteligente, bondadoso y consciente, pero, aunque así fuera, la religión en sí misma2, es decir, en tanto conjunto de fenómenos complejos es un fenómeno perfectamente natural, no sobrenatural, añadiendo Dennett:

Nadie pensaría que escribir un libro titulado El deporte como un fenómeno natural o El cáncer como un fenómeno natural implica asumir el ateísmo. Tanto el deporte como el cáncer son ampliamente reconocidos como fenómenos naturales, no como fenómenos sobrenaturales, a pesar de las ya conocidas exageraciones de sus promotores.

¿Exageraciones de sus promotores? Dennet cita como ejemplos, por no mencionar los anuncios de investigaciones y clínicas que pregonan otra «milagrosa curación del cáncer», dos pases para la anotación del fútbol usamericano conocidos con los nombres de «Ave Maria» y «La Inmaculada Recepción». El pase o la «jugada de Ave María» (Hail Mary Pass), señala el traductor en nota, consiste en un esfuerzo de último minuto por el que el balón del juego es lanzado desde una larguísima distancia sin casi ninguna probabilidad de ser recibido por otro jugador en la línea de meta. El nombre de la jugada proviene de que, al ser tan improbable, los jugadores del equipo que intenta la proeza rezan por la intervención de la Virgen María. Acaso, admitámoslo, los jugadores del equipo contrario recen por la no intervención o confíen, alegremente pero con razones atendibles, en los teoremas de la probabilidad y en las leyes de la física.

«La Inmaculada recepción» es el sobrenombre con que se conoce la jugada de los Steelers de Pittsburg en contra de los Raiders de Oakland. La increíble jugada los llevó a la victoria en la final de la AFC de 23 de diciembre. Fue en 1972.

Estamos ahora en 2007. Pero no celebramos hoy la extraordinaria jugada de la Inmaculada Recepción sino el día de la Inmaculada concepción. ¿Qué celebramos y por qué?

El puente que se suele celebrar en España por estas fechas tiene sus anclajes en los días 6 y 8 de diciembre. El 6 recuerda el día en que la ciudadanía aprobó de forma mayoritaria, pero con una abstención significativa3, la actual Constitución española. Fue en 1978.

El 8 es una fiesta religiosa. Es el día en el que se recuerda la proclamación por dogma de fe de la concepción Inmaculada de la naturaleza de María, la madre de Dios. Lo estableció un Papa, Pío XI.

En años de la transición, se intentó que la Iglesia católica aceptase otro día y motivo de celebración, religioso por lo demás. No se consiguió. Con los símbolos de la Iglesia católica, apostólica y romana, española además, no se juega. Es difícil persuadirles razonablemente, sin otros procedimientos persuasivos, que ceden un milímetro sin pérdida en cualquier circunstancia. ¿Trasladar a otra día un día religioso de celebración tan esencial como éste de la Inmaculada? Pero ¡qué se habían creído estos laicos, agnósticos, ateos y anticlericales!

El empresariado español, algunos sectores, se quejaron en su momento, acaso por descoordinación, o conflicto de intereses, con el poder fáctico eclesial. Muchos días de fiesta, un largo puente cercano a las fiestas de fin de año, disminución de la productividad y de los resultados, demasiada relajación obrera insistían. España no puede permitirse esos lujos. Ellos si, desde luego. Más tarde ya se sabe: silencio contenido en sus reclamaciones. Consiguieron lo mismo por otros medios. Otro efecto de la contrarrevolución capitalista de estas últimas décadas. Éxitos en los negocios de la diversión, y más beneficios y, si se me permite, alienación y canibalismo consumista4, conversión de días festivos en días laborables, con algún extra caritativo. En un supermercado cercano a donde vivo, y es norma en otros también, abrieron el 6 por la mañana y abrirán en la mañana del 8. Los trabajadores y trabajadoras, algunos de ellos cuanto menos, acaso más de la mitad de la plantilla, han tenido jornada laboral normal continuada el 6 o el 8, o el 6 y el 8. El 7, desde luego, fue día laborable. Así, pues, sin puentes, como quería la patronal de extrema derecha dirigida por el señor Cuevas quien, misterios abisales de la larga transición española, asistió recientemente al merecido homenaje a Marcelino Camacho5.

Decíamos que el 6 era el día de la actual Constitución española. En el título I, «Derechos y deberes de los españoles», artículo 16, se «garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley». Se afirma a continuación que «Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias», cosa que no siempre ocurre, y, finalmente, en el aparado 16.3, se sostiene que «ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones». Que este último apartado del artículo 16 sea totalmente consistente en su formulación no es cosa que se imponga con la obviedad con que aceptamos que el siguiente natural de 2 es 3, pero en todo caso, destaquemos ahora, se afirma en la primera parte de 16.3 que ninguna confesión religiosa tiene carácter de confesión de Estado. El Reino de España (¡qué cosa! ¡qué sonidos!) acaso no sea laico, dadas esas extrañas relaciones de cooperación con la Iglesia Católica6, institución que además está subordinada por acuerdos con un Estado extranjero, pero en cualquier caso, constitucionalmente, no es o no debería ser un Estado confesional. Y este carácter no confesional debería reflejarse en símbolos, instituciones y en fiestas ciudadanas. El día 8 es una de ellas. ¿Qué celebramos el 8 de diciembre? Veámoslo.

Un gran economista matemático, filósofo y activista ciudadano Alfons Barceló7, hacía recientemente un magnífico relato de la celebración. Recordaba Barceló que la sesión inaugural de las Jornadas que se estaban celebrando en recuerdo de Manuel Sacristán se habían realizado en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona, el cual está presidido por un cuadro que representa la Purísima Concepción. Hacía entonces un año, el 22 de noviembre de 2004, a las 19 horas, había tenido lugar en ese mismo Paraninfo la segunda sesión de los actos conmemorativos del 150 aniversario de la proclamación de la Concepción Inmaculada de María. En una Universidad pública, en la Universidad de Barcelona.

¿Y qué sostiene esa concepción sobre la naturaleza de la madre del Jesús? La creencia generalizada es que el asunto describe el supuesto embarazo virginal de María. Pero en realidad se trata de algo diferente. Se trata de que María, no Jesús, ha sido concebida sin pecado original.

Barceló recordaba algunos elementos de la larga historia de esta, digamos, doctrina teológico-antropológica. En las Cortes de Cataluña celebradas en Barcelona en 1454-1458, se decretó pena de perpetuo destierro contra quienes combatiesen el misterioso misterio. Entre 1496 y 1497 la Universidad de París estableció la obligación de jurar y defender perpetuamente el misterio de la Inmaculada para todos sus doctores, y la no admisión a los grados en dicha universidad a los que no hiciesen tal voto y juramento. Valencia fue en 1530 la primera Universidad en España en fijar parecidos requisitos. El 8 de diciembre de 1854, Pío IX, rodeado de 54 cardenales, 42 arzobispos y 98 obispos, y ante una muchedumbre de unas 50 000 personas, en la gran basílica de San Pedro de Roma, definió «que la doctrina de que la Bienaventurada Virgen María en el primer instante de su Concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos del Salvador del género humano, Jesucristo, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles«.

La bula Ineffabilis se publicó ese mismo 8 de diciembre de 1854. Así, pues, la madre de Dios, desde el comienzo de su existencia, desde que fue concebida, había sido preservada del pecado original que afecta a todos los descendientes de Adán por la carencia de gracia que deberían poseer al venir a su existencia, carencia de gracia motivada por haber roto el mandamiento divino de no comer del árbol prohibido. Es decir, por haberse rebelado contra una prohibición movidos por el peligroso gusanillo del saber.

La proclamación por dogma de esta concepción de la naturaleza de la Virgen María era necesaria, bajo presupuestos internos, ante la probable contradicción de su característica de Madre del Hijo y su naturaleza humana de descendiente de Adán y portadora, por tanto, de pecado, de ausencia de gracia.

Salvada la probable inconsistencia doctrinal católica por Pío XI, queda acaso apuntar otra de naturaleza muy distinta: ¿Es consistente que una sociedad regida por una Constitución no confesional celebre como fiesta ciudadana el día de la proclamación como dogma de fe, y de su edición en Ineffabilis, de un asunto estrictamente teológico cuyo interés, lógico, teológico, tiene aristas estrictamente religiosas o, si se quiere, de preferencia por la consistencia lógica?

¿Nos podemos imaginar qué se diría si un Estado socialista celebrase como fiesta ciudadana el día de la primera edición del primer volumen de El Capital? ¿Nos lo podemos imaginar? Seguramente no. Pero, por otra parte, teniendo en cuenta contenidos científicos contrastados, y sin que eso signifique otorgar cientificidad a todos sus pasos, ¿no habría más motivos en el caso de El Capital que era, además, según subtítulo, y no es poco, crítica de la economía política?

1 Danel C. Dennett, Romper el hechizo. La religión como fenómeno natural. Katz ediciones, Buenos Aires, 2007, pp.45-46 (traducción de Felipe De Brigard).

2 Es destacable el uso hegeliano-marxista de la expresión por parte del filósofo analítico Dennett.

3 Rondó, si no recuerdo mal, el 40%. Grupos nacionalistas, anarquistas y de izquierda comunista, por diferentes motivos, fueron algunos de sus promotores. También, si no ando errado, no se trata de negarlo, grupos de la extrema derecha española que se movieron entre el NO y la abstención.

4 Sobre este punto, cualquiera de los trabajados recogidos en: Santiago Alba Rico, Capitalismo y nihilismo. Dialéctica del hambre y la mirada. Akal, Madrid 2007. En mi opinión, uno de los mejores libros de filosofía publicados en España en estos últimos años. Si hubiera justicia intelectual, firme candidato para el Premio Nacional de Ensayo (incluso de Narrativa)

5 Otro argumento razonable en contra de los efectos culturales de los pactos de la Moncloa y de la columna vertebral del gran pacto de la transición: si un individuo con el historial del señor Cuevas acude sin ninguna vacilación y sin ninguna critica conocida y extendida al homenaje ciudadano al gran sindicalista, rojo, entregado, resistente, encarcelado, el compañero Marcelino Camachado es que, entre todos, algunas cosas hemos hecho rematadamente mal. ¿Es posible rozar, tocar, alcanzar algún tipo de hegemonía, tal como quería Antonio Gramsci, con estas celebraciones en las que todo monte es orégano democrático?

6 Téngase en cuenta, además, los acuerdos del Concordato cuya legalidad sin tacha está, no sin razón en discusión permanente.

7 Véase su «Extremista discreto» en S. López Arnal e I. Vázquez Alvárez (eds), El legado de un maestro. Papeles de la FIM, Madrid, 2007.