Jesús Castillo analiza la evolución y situación actual de las ideas reformistas, inmersas en la crisis del sistema capitalista que defienden. A la vez, analiza el arraigo que siguen teniendo y explica la importancia de participar en los espacios de lucha donde la socialdemocracia está presente.
Cuando en este artículo hablamos de ‘reformismo’ o ‘ideas reformistas’ nos referiremos a una estrategia social y política encaminada a realizar cambios graduales en el sistema socioeconómico en el que vivimos, el capitalismo, los cuales suelen venderse con el objetivo de mejorar la calidad de vida de la ciudadanía. En este artículo nos centramos en el análisis del reformismo socialdemócrata o social liberal.
El anticapitalismo de diferentes orientaciones (anarquista, socialista, etc.), es decir, la visión revolucionaria, aparece como una estrategia que va más allá del reformismo en pro de superar el capitalismo para construir una sociedad más justa con el ser humano y su entorno.
Este artículo analiza las relaciones dialécticas que se establecen entre las ideas reformistas, inmersas en una crisis creciente, aunque irregular, desde hace décadas, y la situación de crisis económica capitalista que estamos sufriendo.
Se trata de un análisis de crisis ideológica en la crisis económica. De hecho, ambas crisis se retroalimentan: las opciones reformistas pierden apoyo al no poder responder a las necesidades de la mayoría de la población porque justifican un sistema capitalista cada vez más maduro, injusto y agresivo.
Esta justificación constituye una huida hacia delante que profundiza aún más las contradicciones capitalistas que conllevan que más y más gente deje de ver al reformismo como una alternativa.
Como veremos, la historia del reformismo es una historia de crisis, como la del sistema capitalista que defiende; una crisis que se profundiza ahora especialmente en aquellas zonas, como el Estado español, más golpeadas por la crisis económica.
La crisis de las ideas reformistas
Como decimos, las ideas reformistas de progreso hace tiempo que están en crisis. De hecho, podemos decir que la crisis de las ideas reformistas en la izquierda viene desde los mismos inicios del s. XX cuando el ideario revolucionario de los grandes partidos socialdemócratas de la Segunda Internacional, como el alemán o el italiano, chocó frontalmente con la actuación reformista de sus direcciones. Unas direcciones pactistas que se alejaron del devenir revolucionario de gran parte de sus bases que acabaron creando los partidos comunistas que constituirían la Tercera Internacional. Estos grandes partidos socialdemócratas acabarían dejando totalmente atrás las ideas revolucionarias y abrazando el keynesianismo como forma ‘amable’ de gestión del capitalismo. A su vez, los partidos comunistas tradicionales fueron renunciando de facto a las ideas revolucionarias al defender como socialistas a los regímenes de capitalismo de estado, ejerciendo lo que podríamos denominar un ‘reformismo estalinista’ en defensa de la explotación de la clase trabajadora por parte del Estado y la burocracia del partido comunista de turno.
Desde su llegada al poder, el reformismo socialdemócrata se fue alternando en los gobiernos con el reformismo conservador, un relevo histórico sin fricciones sustanciales de las riendas del carruaje capitalista tirado por los y las trabajadoras y conducido por los grandes capitalistas hacia un inevitable precipicio. Ambos tipos de reformismo conducían y conducen a lo mismo, a la explotación de la mano de obra y el medioambiente, aunque según las riendas se utilizara más fuerte o más débilmente el látigo y se apretara más o menos la marcha.
Si fue una crisis capitalista, la Gran Depresión de los años treinta, y la II Guerra Mundial que la siguió, la que impulsaron el reformismo keynesiano como salida, otra crisis acabó con él, la de los setenta, cuando la socialdemocracia abandonó su esencia para abrazar con fuerza lo que luego se llamó el neoliberalismo de la «tercera vía». Desde entonces, los partidos socialdemócratas, metamorfoseados ahora en social liberales, han perdido influencia, al margen de ascensos puntuales en zonas o momentos concretos. Este cambio ideológico unido a la pérdida de influencia ha generado fuertes tensiones dentro de algunos partidos socialdemócratas, como el alemán o los laboristas británicos, que les han conducido, incluso, a escisiones por la izquierda.
En este contexto de crisis del reformismo, en 2008 estalló la actual crisis capitalista, que vino a profundizar aún más la crisis de las ideas reformistas. Si antes de la crisis de los setenta dominaban las ideas reformistas keynesianas que orientaban la intervención estatal hacia inversiones públicas que dinamizaran la economía y crearan empleo, en los ochenta comenzaron a dominar en las élites políticas las reformas neoliberales para aumentar la influencia de grandes empresas transnacionales, a la vez que se reducía la intervención estatal en aquellos sectores privatizables, es decir, rentables y no esenciales para el mantenimiento del orden establecido (policías y ejército). La gran crisis del s. XXI en la que estamos ahora ha hecho que el reformismo impulse una mayor intervención estatal en pro de una austeridad que conduce a privatizaciones y para reconcentrar las riquezas en manos de los grandes banqueros y empresarios. Así, la socialdemocracia ha ido evidenciando sus contradicciones cada vez más conforme el capitalismo, al que defiende, ha ido madurando y dificultando el aumento de la tasa de beneficios capitalistas.
En este contexto no es de extrañar que miles de personas griten ahora en las calles: «¡PSOE, PP, la misma mierda es!». Impulsados por mantener a flote un sistema tan maduro que se cae por su propio peso, cuando PSOE y PP están en el gobierno llevan a cabo políticas económicas muy similares. Recordemos que fue el gobierno del PSOE con Zapatero el que nos bajó el sueldo a los y las empleadas públicas y el que congeló las pensiones, abriendo el camino de los recortes antisociales que ha continuado el gobierno de Rajoy. Estas políticas económicas neoliberales marcan mucho las legislaturas de ambos partidos mayoritarios, más allá de las diferencias en políticas sociales. Esto está haciendo que otras alternativas políticas reformistas herederas de la socialdemocracia keynesiana (como IU en el Estado español, el Partido Comunista en Portugal, Die Linke (La Izquierda) en Alemania, etc.) estén creciendo fruto de un descontento masivo con el social-liberalismo.
El reformismo y la crisis capitalista, ahora
La crisis económica actual ha acelerado los ciclos políticos, haciendo que el descontento y la frustración con respecto a las opciones reformistas gobernantes se evidencie muy rápidamente. Zapatero llegó al gobierno en 2004, antes de la crisis, con el mayor número de votos que jamás tuvo un partido en la democracia reciente (más de 11 millones, cerca del 32% del censo) y ha abandonado el poder siete años después con un PSOE hundido hasta los 7 millones de votos y menos del 20% de apoyo. Una situación similar a la del PSOE, pero aún más agudizada en paralelo a la situación de crisis económica, es la del PASOK en Grecia, que cuenta con el apoyo de menos del 10% de la población.
Más allá de que sus direcciones estén al servicio de los grandes banqueros y empresarios, la base electoral de los partidos socialdemócratas está compuesta fundamentalmente de clase trabajadora progresista, aunque no siempre movilizada en las luchas. La pérdida de influencia de los partidos socialdemócratas ha afectado a quienes han gobernado en plena crisis mediante una gestión neoliberal de la misma, traicionando a su electorado de clase trabajadora.
Actualmente, los dos partidos mayoritarios (PP y PSOE) cuentan apenas con el apoyo del 52% de la población, habiendo llegado al 60% en 2004. Sin embargo, el descontento creciente con el social-liberalismo del PSOE desde la llegada de la crisis no se están reflejando en un crecimiento lineal de su heredero natural en el ámbito electoral, IU, que tan solo creció algo más de 2 puntos porcentuales del censo entre las elecciones generales de 2008 y 2011 (comportamiento similar al de la abstención), cuando el PSOE perdió cerca de 12 puntos. Tampoco aumentaron los votos en blanco y los nulos en relación al total del censo. Así, cerca de la mitad de los votos que perdió el PSOE en las últimas elecciones generales respecto las anteriores (unos 2 millones) se repartieron entre alternativas políticas minoritarias y muy minoritarias. De estos 2 millones de votos, las candidaturas claramente anticapitalistas solo recogieron el apoyo del 0.3% del censo.
Estos resultados electorales unidos al aumento de las ideas anticapitalista en los últimos años reflejan la ausencia de una alternativa política anticapitalista que sea capaz de aunar el descontento creciente con el sistema. Y hablamos de un aumento de las ideas anticapitalistas basándonos no solo en el sentir popular, sino en encuestas internacionales como la realizada por GlobeScan (diseñada y encargada por la BBC1) que en 2005 arrojaba una mayoría del 63% favorable al capitalismo como el mejor sistema posible y que en 2009 mostraba que el 74% rechazaba el neoliberalismo y el 23% sostenía que se requiere un nuevo sistema económico (porcentaje que ascendía al 43% en Francia). Esta encuesta no incluía al Estado español, pero es de suponer que el rechazo al capitalismo aquí debe estar entre el 23% de media global y el máximo del 43% de nuestros vecinos franceses.
La supervivencia de las ideas reformistas
En este contexto, debemos tener en cuenta que las ideas anticapitalistas no son incompatibles con comportamientos reformistas e, incluso, con el voto a partidos reformistas. De hecho, frente a la actual falta de alternativas anticapitalistas que convenzan, muchos trabajadores y trabajadoras anticapitalistas apoyan opciones reformistas en el campo electoral y fuera de él. Además, la ausencia de una alternativa anticapitalista potente que recoja el descontento con el social-liberalismo puede llevar a que éste se recupere, en parte gracias a su gran influencia en los medios de comunicación de masas. Recordemos la llegada de Zapatero con un discurso renovado tras el desengaño con Felipe González, y la recuperación actual desde la oposición de los partidos ‘socialistas’ en Francia y Alemania.
Sin duda, la socialdemocracia desde la oposición a la democracia cristiana lo tiene mucho más fácil para mostrarse como una falsa alternativa para los y las trabajadoras. Por eso es clave para las organizaciones a la izquierda de la socialdemocracia el apoyar la investidura de gobiernos social liberales (sin entrar en ellos) frente a gobiernos conservadores, para exponer así las contradicciones entre los intereses de sus cúpulas y sus bases, y hacer girar la situación política hacia la izquierda; de esto debería tomar nota IU en Andalucía y Extremadura.
Movimientos sociales de masas como el 15M, más allá de su actividad en un momento dado, crean en millones de personas un sentimiento de rechazo al reformismo neoliberal, si no directamente al capitalismo. Cuando estos movimientos explotan con la socialdemocracia en el poder, mucha gente identifica claramente las políticas neoliberales, vengan de donde venga, con las injusticias sociales, lo que puede dificultar la recuperación del apoyo hacia las ideas reformistas. Curiosamente, este tipo de movimientos sociales de masas están llenos de ideas, en principio, reformistas. En principio porque muchas podían ser reformistas hace tiempo, en el boom del capitalismo de postguerra y ser implementadas por los gobiernos keynesianos. Sin embargo, ahora, con un capitalismo tan maduro y podrido, muchas de esas supuestas reformas transmutan en peticiones que chocan de frente con la necesidad imperiosa de acumulación de capital en un contexto de fuerte competencia entre bloques capitalistas a nivel planetario y de caída generaliza de la tasa de beneficios en los núcleos más maduros del sistema (Europa, Japón y Estados Unidos).
En estas zonas maduras, donde la crisis y sus efectos sociales se prolongarán aún durante muchos años, es clave y urgente la construcción de referentes anticapitalistas que aprovechen el descrédito de las ideas reformistas. En este sentido, es especialmente interesante la situación política en Grecia, donde las alternativas que apuestan por superar el capitalismo están creciendo en apoyo muy rápidamente a caballo de la ola de huelgas generales.
Nuestro análisis se centra en la crisis del reformismo en Europa, y en el Estado español especialmente. Sin embargo, no podemos perder de vista la escala internacional. El 36% de la población joven en Estados Unidos (EEUU) tienen una imagen positiva del socialismo frente al capitalismo según una encuesta de Gallup de 2010, porcentaje que subía al 53% entre las y los jóvenes simpatizantes de Obama, en gran parte defraudados ahora y en parte participando activamente en el movimiento Occupy.
Por otro lado, un análisis aparte merece, sin duda, el ascenso al poder y el posterior estancamiento de gobiernos reformistas antineoliberales de izquierda en Latinoamérica (Ecuador, Venezuela o Bolivia), aupados por movimientos populares de inspiración revolucionaria.
Aún más importante es, en estos días, el estallido de las revoluciones árabes entre las que destaca la egipcia por, entre otros aspectos, el tamaño de la economía del país y de su clase trabajadora. En plena situación revolucionaria, cuando millones de trabajadores y trabajadoras están haciendo caer dictadores, participando en huelgas y organizando nuevos sindicatos y partidos políticos, la mayoría de la población egipcia ha votado por alternativas que aceptan el sistema, como los Hermanos Musulmanes. Esta contradicción aparente se explica en gran parte a la invisibilidad de alternativas revolucionarias con poder transformador real y también al avance aún inicial del proceso de radicalización social que conlleva una revolución y que puede prolongarse durante lustros e incluso décadas.
La alienación que provoca el capitalismo en la vida de los y las trabajadoras es clave para el mantenimiento del reformismo. Este sistema nos lleva a no controlar aspectos claves de nuestras vidas: desde el acceso a la vivienda, hasta la calidad de nuestro entorno, nuestra alimentación y, muy importante, nuestras condiciones de trabajo que nos son impuestas. Esta alienación nos inculca cada día individualismo, falta de confianza en nosotras mismas y en nuestra capacidad para cambiar las cosas de manera conjunta, lo que nos lleva a ideas reformistas en las que esperamos que otros arreglen nuestra realidad.
Como dijo Marx, «las ideas dominantes son las de la clase dominante», pero esta hegemonía es desafiada continuamente debido a la injusta realidad capitalista que genera conflictos cognitivos entre el discurso oficial y las experiencias cotidianas de la gente trabajadora. Y las ideas contra-hegemónicas que surgen continuamente en las cabezas de la gente, especialmente durante movilizaciones masivas, luchas de resistencia, revueltas y procesos revolucionarios, construyen movimientos y organizaciones revolucionarias que desafían al reformismo y rompen el «sentido común» (ahora capitalista) y la alienación que lo mantiene. Una ruptura que no es fácil pues el reformismo es impulsado continuamente desde toda la organización capitalista: la familia, el sistema educativo, los medios de comunicación mayoritarios, los gobiernos, etc. Por esto, los y las revolucionarias no debemos subestimar nunca la capacidad de recuperación del reformismo. De hecho, las ideas reformistas no desaparecen ni, incluso, en los procesos revolucionarios, cuando los millones de personas que los llevan a cabo están llenas de contradicciones, prejuicios e ideas reformistas que hay que ir destruyendo en parte por medio de las intervenciones políticas de las organizaciones revolucionarias.
Más allá del reformismo
El análisis del reformismo en crisis en el momento actual nos es útil para orientar bien nuestras luchas por una sociedad mejor. Nos enseña que la crisis capitalista actual está evidenciando más que nunca las limitaciones del reformismo para satisfacer, incluso, nuestras necesidades más básicas (trabajo, vivienda, un entorno y alimentación de calidad, etc.) Aunque en este artículo nos centramos en analizar el reformismo en el plano político, el análisis es extrapolable, en gran parte, al plano sindical, teniendo en cuenta sus particularidades.
En este contexto de profundización de la crisis de las ideas reformistas, es clave la existencia de referentes anticapitalistas fuertes que ofrezcan confianza en su poder transformador de la sociedad basado en las luchas desde abajo. Y para la construcción de este referente es clave que quienes pensamos en claves anticapitalistas nos organicemos política y sindicalmente. Políticamente porque así reforzaremos y multiplicaremos las luchas. Y sindicalmente porque solo la clase trabajadora tiene la capacidad de superar el capitalismo, y los y las trabajadoras se organizan espontáneamente en sindicatos para mejorar sus condiciones laborales (habitualmente en sindicatos reformistas).
En este contexto, es ahora más clave que nunca romper con una de las ideas más dañinas del reformismo socialdemócrata: que la acción de los y las asalariadas desde sus puestos de trabajo (paros, huelgas, ocupaciones, etc.) solo debe darse en pro de reivindicaciones económicas y no de exigencias políticas.
Para conseguir arrinconar a las ideas reformistas es clave construir unidad anticapitalista y evitar a toda costa el ultraizquierdismo y los sectarismos que alejan a los y las anticapitalistas de la mayoría de la población que cada día duda más sobre el reformismo y se plantea, cotidianamente, ideas mucho más radicales. No debemos evitar los espacios influidos por la socialdemocracia, pues ésta está presente actualmente en muchos lugares de lucha donde está la clase trabajadora. Debemos debatir en las luchas para evidenciar las limitaciones y contradicciones del reformismo.
Nota
1. Se hicieron 29.033 encuestas en más de 20 países, con un margen de error entre +/- 2,2% y 3,5%.