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¿Acaso tenemos patria?

El regreso a España

Fuentes: Rebelión

Después de dos años recorriendo, cámara y pluma en mano, algunas de las tierras de América Latina y el Caribe descubriendo rostros, caminando pueblos y recopilando experiencias para el trabajo de comunicación social Vocesenlucha [i] , llega el momento de regresar, como Ulises, a nuestra patria. ¿A qué patria?, nos preguntamos. ¿Acaso tenemos patria? ¿Podemos […]

Después de dos años recorriendo, cámara y pluma en mano, algunas de las tierras de América Latina y el Caribe descubriendo rostros, caminando pueblos y recopilando experiencias para el trabajo de comunicación social Vocesenlucha [i] , llega el momento de regresar, como Ulises, a nuestra patria. ¿A qué patria?, nos preguntamos. ¿Acaso tenemos patria?

¿Podemos considerar a España como nuestra patria? ¿Nos podemos identificar realmente con esta construcción de patria? En un país donde las clases dirigentes han manejado el carro por los rieles que mejor se acomodaban a sus intereses, no podemos dejar de preguntarnos si no serán dichas clases dirigentes las que han creado los símbolos, las referencias y los significados de aquello a lo que hoy llamamos patria. Y nos preguntamos por tanto si identificarse con esta idea de patria no supone validar esa patria construida por y para aquellos que manejan los hilos del poder. Un poder en disputa. Siempre se avanza bajo el manto de la disputa. Disputa entre las élites por el trozo del pastel y disputa entre estas élites opresoras y las clases oprimidas.

El conflicto siempre determina caminos, construye posibilidades, arma el presente y dispara incondicionalmente hacia el futuro. La política es conflicto. Y dado que todo lo que determina las condiciones de vida de una sociedad pasa por la política, toda construcción social pasa por el conflicto. Todo proceso histórico es conflicto. Quien pretenda evitar el conflicto, necesariamente está desentendiéndose de la política, y necesariamente se sitúa del lado de los vencedores, aun sin saberlo.

Son muchos los conflictos que en este país se han dado entre las clases oprimidas y las opresoras. Desde la guerra de los comuneros de Castilla hasta la guerra de guerrillas que libró el pueblo contra la Francia invasora de Napoleón en la conocida como Guerra de Independencia Española. Y son muchos los pueblos a los cuales este país, bajo el signo ideológico de todo un imperio, sometió en el pasado y sigue sometiendo en el presente con diferentes métodos pero el mismo objetivo: la ganancia económica de unos pocos. Comenzando por la vergüenza histórica del sometimiento de los pueblos y las gentes en la invasión a América y finalizando por el expolio sistemático que de aquellas y otras tierras las empresas multinacionales españolas siguen realizando. Todo esto tiene muchísimo que ver con la construcción de idea de patria que aquí se ha hecho, así como con aquellos que han construido y siguen alimentando una idea de patria basada en la exclusión y en un sistema que privilegia el capital financiero por encima de las condiciones de vida de los pueblos. Sin olvidar este hecho colonizador hacia otras regiones del mundo, que ha generado heroicas resistencias emancipadoras, hoy, en nuestro regreso, queremos detenernos en los conflictos internos, en el mapa de la historia adentro de nuestras fronteras.

Hay un conflicto en España que ha marcado a fuego la vida de varias generaciones y determina lo que ha ocurrido política, y por ende social y culturalmente, las últimas ocho décadas, y cuyas luces y sombras llegan hasta el presente. Hablamos de la Guerra Civil española. Dos bandos en liza. Variadas posiciones políticas. A un lado, el fascismo encarnado en el bando nacional, los nacionales; parte del ejército con Francisco Franco y Bahamontes a la cabeza, burguesía terrateniente e industrial e Iglesia, todos a una para dar un golpe de Estado militar contra el régimen democrático y republicano vigente. Al otro lado, los republicanos, con diferentes ópticas políticas. Todas ellas, a priori, encaminadas a construir una sociedad más justa, sin opresores ni oprimidos. La lucha por la sociedad socialista, comunista o anarquista. La izquierda, en todo su abanico, con sus reformistas incluidos, que intentó obviar las diferencias, sin conseguirlo siempre, y luchar contra el principal enemigo, el fascismo europeo en su expresión españolísima. Con todas las particularidades asociadas a tan insigne categoría. El fascismo, cuyo ideal se basa en la perpetuación y profundización de la opresión. Una doctrina que ensalza y privilegia razas, condiciones y raleas por encima de la de otros hombres y pueblos del mundo. El fascismo en estado puro, sin las expresiones edulcoradas propias del presente.

El golpe de Estado de Franco de julio de 1936, auspiciado por la oligarquía agraria e industrial, y llevado a cabo por el ejército, contó, por poner un ejemplo, con la imprescindible ayuda financiera del banquero Juan March. Su fortuna se multiplicó al calor del régimen y hoy la familia March tiene puestos en consejos de administración de empresas españolas como ACS, Prosegur o Acerinox.

Una parte del ejército, el gobierno legítimo y gran parte del pueblo no estuvieron de acuerdo con un golpe que tenía su espejo ideológico en Mussolini y Hitler, resistiéndose a los rebeldes. Esto propició el conflicto armado al que conocemos como Guerra Civil Española.

Tres años de dura contienda que, más allá de filiaciones de parentesco, enfrentó a hermanos de un mismo pueblo. Pero no nos olvidemos, estos hermanos defendían ideales de categoría no sólo diferentes sino en esencia opuestos. Unos defendían el orden vigente y democrático de la II República española. Otros, los rebeldes, querían atentar contra esa democracia para implementar una dictadura militar y fascista. Pero más allá de esto, unos luchaban por los ideales de justicia social, humanidad, igualdad, fraternidad. Otros luchaban por ideales que justifican la exclusión, el racismo, la segregación, el despojo; la opresión, al fin y al cabo. Unos defendían los intereses del pueblo, y por lo tanto a sí mismos. Otros defendían los intereses de unos poquitos, luchando contra los intereses de todo un pueblo. Cómo parte de este pueblo se convierte en defensor de una minoría que no lo representa y por ende lucha contra sí mismo y los suyos es parte de otro análisis, aunque por desgracia la historia está plagada de ejemplos similares.

Burguesía agraria, bancaria y empresarial afín al régimen y altos mandos del ejército, la Iglesia y el partido fascista Falange Española, fueron los impulsores y a la vez máximos beneficiados del franquismo. Desde ahí, se construye un nacionalcatolicismo inspirado en el modelo de Estado de las potencias fascistas. El fascismo nacionalcatólico español. Toda una doctrina ideológica al servicio de las élites de España, que se hicieron definitivamente con el poder. Un poder que convirtieron en despótico, autoritario, dogmático y por ende represivo, asesino y genocida. Y no nos olvidemos, un poder basado en una ideología de carácter fascista y nacionalcatólica que finalmente sirvió de base para implantar un tipo de capitalismo aliado y servil a los intereses de la potencia mundial cuya principal preocupación ideológica consistió en combatir el comunismo: EEUU. El mismo EEUU que siguió la política de no intervención impulsada por Gran Bretaña y Francia durante la Guerra Civil Española.

Muy esclarecedoras son las palabras de Francisco Franco allá por 1942: «Nuestra Cruzada es la única lucha en la que los ricos que fueron a la guerra salieron más ricos «. Según cuenta el historiador Ángel Viñas, Franco comenzó la Guerra sin un duro y con el sueldo congelado y la acabó con 32 millones de pesetas de la época (el equivalente a 388 millones de euros actuales). Grandes obras como los famosos pantanos, canales de riego o el Valle de los Caídos se hicieron con concesiones a empresas adictas al régimen que usaban mano de obra esclava de presos políticos republicanos. Muchas de estas empresas hoy cotizan en el IBEX 35.

Otro hecho muy significativo tiene que ver con las ayudas internacionales recibidas por unos y otros. Unos utilizaron mercenarios a sueldo traídos de Marruecos bajo las órdenes de Franco. F undamental fue el apoyo material traducido en armas, tropas y aviones del fascismo italiano de Mussolini, el nazismo alemán de Hitler, y el salazarismo portugués. Tratos de los cuales se encargó el citado banquero Juan March, que negoció los apoyos con el fascismo europeo. Italianos y alemanes eran los aviones que bombardearon pueblos enteros como el conocido desastre de Guernica, retratado en el famoso cuadro de Picasso (masacre que en estos días el PP se ha negado a condenar en el Senado). Otros recibieron oleadas de voluntarios internacionalistas de todo el mundo que llegaron a territorio español para luchar por ideales humanistas de justicia social en contra de la destrucción del fascismo. Las conocidas Brigadas Internacionales. Un capítulo épico y heroico en la historia de la humanidad, donde muchos de estos hermanos perdieron la vida. Los primeros países a los cuales el gobierno republicano pide ayuda son Francia, Gran Bretaña y EEUU. Ante la negativa de éstos, recurrieron desesperados a Moscú. Pero la Unión Soviética, interesada fundamentalmente en la alianza con Gran Bretaña y Francia, no ayudó a la República desde el principio, sino que fue el apoyo de las potencias fascistas -que apoyaron desde el inicio la sublevación- lo que hizo, casi tres meses después de comenzado el conflicto, decidirse a prestar ayuda con asesores militares, material de guerra, alimentos o materias primas. Este apoyo fue clave para aumentar la capacidad de resistencia de la República hasta 1939 pero demasiado tibio como para ganar la guerra, habiendo constancia de recortes en el envío de armamento desde noviembre de 1937. Toda la ayuda fue pagada por el Gobierno de la República con buena parte de las reservas de oro del Banco de España, el famoso oro de Moscú.

Una guerra da para mucho. Las brutalidades a veces, en ciertas ocasiones de ambos bandos, por qué no decirlo, son muchas, pero un análisis detallado hace ver que de diferente rango y condición. Siempre se achaca a los republicanos las «limpias» que hicieron de señoritos en muchos pueblos. Ese capítulo es cierto, y Hemingway lo retrata magistralmente en su obra «Por quién doblan las campanas». No obstante, a diferencia de los asesinatos perpetrados por el bando fascista, estos crímenes no fueron órdenes ni líneas oficiales republicanas, sino venganzas personales o de grupos particulares que se tomaron la justica por su mano en algunos pueblos. Según afirma Gonzalo Ávila, de la Plataforma contra la Impunidad del Franquismo [ii] , «Existen documentos originales que demuestran que desde el Gobierno de la República se ordena que el comportamiento del ejército republicano no sea como el de sus oponentes. En la toma de pueblos, por ejemplo. Incluso se amenaza con castigos ejemplares a los militares que actúen de forma brutal contra los prisioneros enemigos o contra la población». Es mucho el odio acumulado cuando los señoritos de este país han tratado como esclavos a gran parte de la población en pueblos y aldeas. Cuando esa gente humillada tuvo una oportunidad de desquite, hizo lo que hizo. No es justificable, pero no es difícil entender.

No vamos a hablar de los crímenes del bando franquista durante la guerra. Hablemos del comportamiento de aquellos que la ganaron. Exilio, muertes, fusilamientos judiciales y extrajudiciales, desapariciones forzadas, tortura, depuraciones administrativas, persecución a maestras y maestros, represión lingüística y cultural, falsas amnistías que se convertían en trampas donde los supuestos amnistiados eran fusilados, robo de bebés en cárceles femeninas a las presas políticas republicanas mediante una macabra trama que involucra a altos aparatos del Estado. Todo ello hoy sin resolver. Muchos afirman que si el bando republicano hubiera ganado se habría comportado de manera similar y con ese argumento creen liberar la culpa. No podemos estar de acuerdo. De haber ganado los defensores de tan altos ideales, habría sido imposible, siendo fiel a los mismos, establecer un régimen ni remotamente parecido. Precisamente por eso se luchaba y se lucha, por la posibilidad de construir una sociedad más justa.

Una vez dejado claro la naturaleza de ambos frentes en disputa, y qué representaban cada uno de ellos, podemos entender que las posturas oficialistas que afirman que ambos bandos fueron iguales, que tenemos que reconciliarnos, que no podemos alimentar odios del pasado, no hacen sino alimentar ya no el odio, sino la impotencia de los perdedores de aquella guerra, y por lo tanto, de los ideales que defendían. Enaltecen por ende la vanidad y los ideales de los ganadores: aquellos que justifican y promueven la opresión, la exclusión y el clasismo. Un error histórico e interesado es habernos creído el cuento de que desde la transición la historia comienza de cero, sin vencedores ni vencidos. Esta visión no tiene en cuenta que los vencedores, el régimen franquista y todo su aparataje, estaba en condiciones prioritarias de poder para negociar las bases constitucionales y estructurales del régimen actual. Tal y como anunció Franco antes de morir, estaba todo «atado y bien atado». Los vencidos fueron representados por partidos que, o bien traicionaron a cambio de privilegios o bien aceptaron lo que otros habían pactado como un mal menor ante la amenaza de regresar a los recientes tiempos oscuros. En 1978, se firma una propuesta de Constitución de hermosa fachada democrática que el pueblo valida en un referéndum con menos del 60% de participación, bajo una atmósfera de miedo al retorno de la dictadura y una población que había perdido la costumbre democrática. La élite franquista controla desde mucho antes de la muerte de Franco el proceso de reforma y el nuevo aparato del Estado. Ninguno de los grupos económicos del franquismo se ven afectados. La Iglesia sigue manteniendo sus privilegios. Las instituciones son controladas por las mismas élites. Bajo el dogma de que partimos de cero, de que las nuevas instituciones y los nuevos poderes políticos, judiciales y económicos son una tabla rasa sobre la cual escribir la nueva historia democrática, la del destape, las drogas, el rock and roll y el dios de la fiesta consumista, cualquiera puede creer que efectivamente hay que olvidar el turbio pasado.

La ley de Amnistía española de 1977 impide juzgar cualquier delito cometido durante la Guerra Civil y el régimen franquista. Han sido numerosos los intentos de hacer justicia por parte de los familiares y la sociedad civil y muchos los intentos y denuncias internacionales de organismos de derechos humanos que han intentado derogar esta ley. A día de hoy sigue habiendo 140.000 asesinados y sepultados en más de 2.000 fosas. No se ha realizado oficialmente una mirada a la historia más reciente, no se ha investigado abiertamente lo que pasó, no se ha podido recuperar colectivamente la memoria, no se ha podido dignificar a los que cayeron en defensa de la humanidad porque literalmente se han utilizado todos los recursos del poder para impedirlo.

Ante estos hechos no resulta difícil llegar a una conclusión clave en todo este asunto: hoy en España siguen mandando los mismos: los vencedores de aquella guerra, y por tanto, los defensores de valores que justifican la exclusión, la segregación y la injusticia. Los ideales humanistas de justicia social, igualdad y dignidad siguen lapidados, enterrados en una fosa común que interesa mantener oculta, bajo la oscuridad de la historia, bajo el miedo a nuestro pasado, bajo el temor a nuestros fantasmas.

Algunos se preguntarán qué tiene que ver nuestro regreso de Latinoamérica con la patria y mucho menos con la Guerra Civil y con el franquismo. Al regresar resulta inevitable mirar la propia realidad con ojos algo extraños, menos subjetivos, despojados de gran parte de los árboles eurocéntricos que no te dejan ver el bosque de la realidad, un ejercicio de necesaria distancia que a priori te da más elementos para entender tu lugar de origen.

Una de las cosas que más nos sorprende es el circo de la publicidad, los anuncios televisivos, ese mecanismo de propaganda del modelo de consumo para bombardear nuestra inteligencia, un esperpento que atenta contra el sistema cerebral y que uno, viviendo aquí, normaliza, pero llegando de Cuba, un lugar donde esto sencillamente no existe, no se puede dejar de mirar con estupefacción.

Pues bien, hay un anuncio publicitario que nos ha sorprendido y nos ha generado la preocupación suficiente para lanzarnos a escribir esta reflexión. Se trata de la publicidad de una conocida empresa de salchichones, han oído bien, en el cual se hace un curioso ejercicio de conciliación mediante la presentación de diferentes parejas: una españolista casada con un independentista; un antidisturbios con una manifestante; una taurina con un antitaurino; un bético con una sevillista; un carnívoro con una vegetariana; un hombre de Podemos con una mujer del PP; una ateo con una creyente. Al final del anuncio, un entrañable hombre mayor, hijo de una madre del bando fascista y de un padre luchador republicano, ejemplifica la reconciliación, invitando a dejar a un lado las diferencias.

Si no recaemos en la rebuscada interpretación mediática del anuncio y en la trampa y confusión ideológica que genera, cualquiera podría estar de acuerdo con esa visión, e incluso emocionarse ante tal muestra de amor vital. Si recordamos el origen de la guerra civil, la desigualdad histórica y canalla de un bando sobre otro, de un ideal sobre otro, solo podemos manifestar nuestro profundo desacuerdo con esa supuesta visión buenista de paso de página de la historia, pues no hace más que legitimar la opresión de los vencedores, los mismos que hoy siguen manejando todas las instituciones de este país, desde el poder judicial hasta el poder político pasando por el mediático. Las miserias y los fantasmas históricos de una sociedad no se resuelven con la unión vital de dos personas de ideologías diferentes, tal y como el citado anuncio ejemplifica. Estos casos representan excepciones personales de convivencia, pero no necesariamente revisiones reparadoras de la memoria histórica de un pueblo.

De modo que volvemos al tema de la patria. ¿Cuál es nuestra patria?, nos preguntamos. ¿La que resultó de este sometimiento histórico aún hoy no solo no superado sino absolutamente presente en todos los estratos de nuestra sociedad?

Lamentablemente, las personas que creemos en los ideales que dignifican al ser humano, no podemos identificarnos con esta patria. Nos sentimos despatriados en nuestra propia tierra. Necesariamente, sin haber vivido aquello directamente, como muchos arguyen para desvincularnos de nuestra historia, sí vivimos sus consecuencias. Eso es lo que mucha gente no ve. Que las condiciones de vida actuales son la consecuencia directa de esa derrota para la humanidad.

Un país en el cual la gente ha crecido sufriendo una enseñanza nacionalcatólica y patriarcal. Un país que ha vivido casi 40 años bajo un sistema opresor que no respetaba las diferencias ni políticas, ni ideológicas, ni idiomáticas, ni culturales. Un país donde se fusilaba a gente simplemente por pensar diferente. Ese sólo puede ser un país mutilado, como bien señaló Unamuno. Un país que a día de hoy sigue mutilado, donde la violencia machista es una lacra, donde la Iglesia Católica sigue gozando de un poder que atraviesa instituciones públicas y mentalidades perversas, donde la exclusión y el racismo están a la orden del día, donde unos brindan con champán de mil euros y otros luchan por recuperar la luz o el agua de sus viviendas, donde cada vez es más la gente que busca su comida en la basura, donde defender consecuentemente los ideales de justicia social sigue estando perseguido y criminalizado. Un país donde hoy sigue habiendo presos políticos como Andrés Bódalo, Alfon o Nahuel. Un país donde se encierra a inmigrantes en Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). Donde se ensalzan los valores de competitividad y el acceso al consumo es la panacea que ofrece la felicidad. Donde todo lo que amenaza al poder político y económico es satanizado y comparado con Venezuela o Cuba, representantes mediáticos del caos y el comunismo, sin que la mayoría de la población tenga la más remota idea de lo que allí sucede. Un país donde la corrupción política es norma. Un país que ha perdido la soberanía, entregado a una Unión Europea neoliberal y excluyente a su vez entregada a EEUU a través de mecanismos de dominación como el FMI, el Banco Mundial o esa maquinaria militar y genocida que es la OTAN. Un país que decide rescatar a los bancos de sus propios excesos endeudándose injustamente con esta Unión Europea del capital mientras desahucia a personas de sus casas o pone en la calle a personal educativo y de salud deteriorando los sistemas públicos en favor del negocio privado. Donde las vergonzantes cifras del desempleo se maquillan con contratos basura que condenan a la precarización. Donde se sube la factura eléctrica mientras la gente muere de frío en sus casas. Donde en los últimos cinco años ha habido más de 35.000 suicidios por motivos económicos. Donde uno de cada tres niños vive en riesgo de pobreza y exclusión.

Este país no puede ser nuestra patria. Esta es la patria de las élites políticas y dominantes. Para tener patria es imprescindible emprender una construcción colectiva, popular, no elitista. Hay que sentirse orgulloso de ella, hay que identificarse con sus símbolos y amar lo que representan, sabiendo que representan los más altos ideales de la humanidad.

Algunos se preguntarán por la necesidad de revivir un concepto como el de patria, que en este país ha sido el escudo simbólico bajo el cual se han escondido los peores sentimientos de pertenencia, aquellos a los cuales nos hemos referido a lo largo de este texto. La necesidad de tener Patria viene de la necesidad de contar con una identidad nacional. El contenido de dicha Patria es lo que hay que disputar. Y si no logramos construir esta nueva Patria de forma colectiva, otros lo harán por nosotros. Y si ese concepto de Patria no representa los valores del conjunto mayoritario de la sociedad, de todas y todos nosotros, la fuerza potencialmente trabajadora, ocupada o desempleada, es decir, los de abajo, esa Patria no nos representa.

Debemos por ello enfrentarnos a nuestros fantasmas, resignificar nuestra historia, nuestras bases, todo aquello que nos han contado para construir un ideario que pueda servir a los más lindos ideales de todo un pueblo. Sin odios, sin rencor, puede ser, pero sí con justicia histórica y social. Sí aprendiendo de la historia, sacando del olvido de esa fosa común a la que unos pocos relegaron los más altos valores de la humanidad para, juntos, reconstruirnos y darnos la Patria que nos merecemos. Para afrontar una regeneración democrática lo primero que debemos revisar son los símbolos y los aparatos del Estado que nos conectan con nuestro pasado y presente imperialista y con nuestro pasado y presente franquista. Comenzando por la corona española, la monarquía, aquella que, regresando a América, inició la invasión y colonización tutelada por los Reyes Católicos en 1492, aquella que Carlos V quiso convertir en imperio universal por la gracia de dios. Conseguir eliminar la corona y restaurar una república es lo primero que le debemos a los pueblos latinoamericanos, a todas aquellas personas que murieron defendiendo la justica social en la Guerra Civil española, a aquellas que llevan toda una vida luchando por «verdad, reparación y justicia» y a nosotros mismos, a todo el pueblo español, como constructores de una nueva identidad colectiva.

Esa Patria con mayúsculas que representa a la gran mayoría y no a una minoría enriquecida a costa de todo un pueblo y de otros pueblos hermanos del mundo hay que construirla. Y sólo se puede construir mediante la transformación social y política de las estructuras de la actual patria con minúsculas, la que representa a unos poquitos. Y como para construir social y políticamente es obligatorio, necesario y hasta saludable el conflicto, esa Patria sólo se construye luchando por aquellos valores de justicia social que devuelvan la dignidad a la Patria que muchos nos atrevemos a soñar, una Patria despojada de chovinismos en la que quepan muchos pueblos y naciones, y que genere relaciones de hermandad con otros pueblos del mundo, desde el mismo sentimiento internacionalista que impulsó a llegar y morir en estas tierras a los Brigadistas Internacionales. Una Patria plurinacional. Una Patria de contenido emancipador, que recoja la mejor tradición comunitaria y socialista, adaptándola a nuestro contexto y necesidades históricas. Una Patria que para construirla vamos a tener que trabajar duro. Van a seguir intentando dividirnos, atomizándonos, criminalizándonos, pero si somos capaces de cumplir las tres palabras clave que formulara aquel sabio: Unidad, Unidad y Unidad, lograremos forjar esa Patria o, como dijo Gabriel Celaya, esa Matria que tanto necesitamos, de la cual sentirse orgullosas y orgullosos y a la cual, como Ulises, desear siempre regresar.



[i] Vocesenlucha. Un viaje por América Latina y el Caribe es un espacio de comunicación social sobre las experiencias y luchas por la dignidad y la justicia social en América Latina: www.vocesenlucha.com

[ii] La Plataforma contra la Impunidad del Franquismo se concentra y ronda todos los jueves desde hace casi siete años a las 19:00 horas en la puerta del Sol de Madrid. Los documentos oficiales a los cuales se refiere Gonzalo Ávila se pueden encontrar en la Fundación Juan Negrín de Las Palmas de Gran Canaria

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.